Laicos Misioneros Combonianos

“Razones del corazón”

LMC PortugalHay muchas razones que lo hacen palpitar.

Pero es una, sólo una, la esencia de las razones, que marca el ritmo de todas las demás ¡”el amor”!

Es el que orienta toda nuestra vida.

Pero, como seres humanos que somos, y porque, cada vez vivimos más en un mundo de la razón y para la razón, vemos el amor como una fórmula química que podemos manejar de acuerdo a nuestra voluntad.

El corazón tiene sus límites, ¡lo sabemos!

Los derrumbamos, volvemos a levantarlos y volvemos a eliminarlos…

¡¿Pero tiene que ser así?! ¿No podemos aprender? ¿No podemos ser valientes? ¿no podemos creer?

¡Quizás, sólo necesitemos un poco de coraje, de esperanza y creer!

Tal vez no habrá límites si elegimos hacerle frente, curarlos, ¡acogerlos!

Tal vez el corazón después de todo pueda ser ilimitado si tenemos el valor para decidir que el Amor no tiene límites.

Y si se trata de la pasión de Cristo, en su dolor por nosotros, donde encontramos el bálsamo de la misericordia, ¡sanaremos nuestras heridas sumergiéndonos en su amor!

¡No basta pedir, agradecer, orar!

¡Es obligatorio experimentar el perdón en nosotros y para nosotros!

Para después vivir en el otro y para el otro la alegría del amor…

Seamos un buen legado de su Pasión de Corazón abierto, sano y lleno de razones para vivir…

Cristina Sousa

Maia, 27 de Mayo de 2016

Lévantate, no te dejes derrotar

Un comentario a Lc 7, 11-17 (X Domigo ordinario, 5 de junio del 2016)

viuda-de-naimLa liturgia nos presenta hoy un texto del capítulo séptimo de Lucas, en el que se nos narra la historia de como Jesús encuentra al hijo de una viuda que llevaban a enterrar. Se trata de una escena bastante común entonces y ahora. Como dirían en Costa Rica, ¡pura vida!
Quisiera compartir alguna reflexiones que me provoca la lectura de este texto:

1.- Jesús vive en medio de las personas, compartiendo la vida con sus gozos y con sus penas, con sus triunfos y fracasos, sus manifestaciones de vitalidad y su experiencia de la muerte. La espiritualidad “jesuánica” no es una espiritualidad, si me permiten la expresión, “espiritual”, en el sentido de “etérea”, abstracta, alejada de los problemas de la vida. La espiritualidad de Jesús está muy ligada a la vida concreta, que afronta el hambre y el exceso de comida, el amor de la familia y los conflictos que genera, la vida que nace y la vida que muere.
Para ser discípulo de Jesús, no tengo que alejarme de la realidad y de sus luchas; no tengo que aislarme en una especie de mundo “perfecto” e “ideal”, pero irreal, que solo existe en la imaginación. Tengo que asumir la realidad con todas sus consecuencias, positivas y negativas, aceptando, por ejemplo, las imperfecciones de mi familia o comunidad; reconociendo mis propios fallos o los límites de los demás; confrontando realísticamente las injusticias de la sociedad o el pecado de la Iglesia.

2.- Jesús se interesa y se involucra. Ante la realidad del sufrimiento y la muerte que amenazan la vida de aquella viuda de Naín, la reacción de Jesús es, en primer lugar, de acercarse (no mirar para otro lado ni desentenderse, como hicieron el sacerdote y el levita ante el herido en el camino de Jerusalén).
Un discípulo de Jesús se involucra, no permanece indiferente ante los problemas que ve en la sociedad, en la Iglesia o en las personas que le son vecinas. Ciertamente, Jesús no invade la esfera privada de la viuda, pero tampoco permanece indiferente: “¿Por qué lloras?”, pregunta. “¿Qué te pasa?”, podemos decir nosotros ante alguien que sufre.

3.- Jesús se com-padece. Jesús hace suyo el problema de la mujer. Como en el caso del Buen Samaritano, que encuentra a aquel herido en el camino, lo monta sobre su animal, lo lleva a adonde lo pueden ayudar y se hace cargo de su curación.
El discípulo de Jesús es una persona de corazón abierto, que ayuda cuando puede. Gracias a Dios, la Iglesia de Jesús ha transformado esta compasión en miles de estructuras de ayuda a los pobres, a los ancianos, a los enfermos, a los necesitados. La pregunta para mí puede ser: ¿Participo en alguna de estas iniciativas de ayuda a los necesitados o prefiero vivir tranquilo en mi propia comodidad?

4.- Jesús dice al muchacho: “Levántate”. Me impresiona mucho la de veces que Jesús usa en los evangelios esta expresión: “Levántate”, ponte en pie y camina; no dejes que la muerte se apodere de ti. Ciertamente, sabemos que, al final, todos tenemos que morir y ésa es una realidad que debemos asumir. Pero no se trata tanto de la muerte física cuanto de la “personal”. Aquella muerte que nos destruye como personas, que nos hace sentirnos derrotados y desconfiados, que nos lleva a perder la fe y la seguridad de ser hijos amados del Padre. ¡Cuántas personas circulan por la vida como si fueran muertos vivientes!: sin fe, sin esperanza, sin amor. Jesús les dice: “Levántate, no te dejes dominar por la muerte”.

El discípulo no es alguien que ha aprendido algunas verdades o conceptos. El discípulo es aquel que ha escuchado la palabra de Jesús que le dice: “Levántate”. Y con fe se levanta, deja atrás sus fracasos, sus enfermedades y sus pecados; se pone en pie y camina con confianza sabiendo que “Dios ha visitado a su pueblo”, que Dios camina con él en las duras y en las maduras, en los éxitos y en los fracasos, en los momentos de entusiasmo espiritual y en los de pecado.

En este domingo, me quiero levantar una vez más y ser para otros portavoz de la palabra de Jesús: “Levántate”, no te dejes derrotar.

P. Antonio Villarino
Quito

Mensaje del Consejo General MCCJ para la fiesta del Sagrado Corazón

ComboniQueridos hermanos:
En vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón, nos sentimos atraídos e invitados de manera especial a contemplar este Corazón, expresión fecunda de toda la vida de Jesús. Les invitamos a reflexionar sobre ese momento histórico de la muerte de Jesús en la cruz, un evento que cambia el sentido de la historia. Un hecho histórico y simbólico al mismo tiempo que se repite en la vida de todos los crucificados en el mundo de hoy.

Ese año, la Pascua de los judíos era diferente. El viernes, día de la preparación, mientras todos se disponían a celebrar la gran fiesta, fuera de los muros de la ciudad, en el lugar llamado de la ‘calavera’, tres hombres terminaban sin reconocimiento alguno su corta vida. Uno de ellos se llamaba Jesús. Su vida, en gran parte, la había transcurrido tranquilamente en una pequeña y desconocida aldea de Galilea. También, los últimos tres años, se había convertido en un peregrino que recorría los caminos de Samaria, Judea y Galilea.

Hacía el bien a todos, curaba a los enfermos, sentía compasión por las multitudes, sobre todo, cuando las veía cansadas y dispersas. Sus palabras, llenas de autoridad, eran escuchadas con gusto porque calentaban el corazón. Sin embargo, un grupo influyente lo miraba con sospecha, lo consideraban un peligro al status quo porque amenazaba sus privilegios. Y un día, el viernes, antes de la Pascua, lo crucificaron. El día terminaba rápidamente, como tantas veces. Jesús colgado de la cruz, había cerrado sus ojos: mirando che ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua (Jn 19, 33-34).

Junto a la cruz de Jesús estaban María, su madre, y el discípulo que Jesús amaba. Ellos vieron aquel corazón atravesado por la lanza que se abría humildemente y contemplaron el milagro. Otros se acercaron, lo observaron y creyeron. Vieron el agua y la sangre que salían como ríos de agua de vida nueva para el mundo. Se cumplían las palabras que Jesús mismo había dicho poco antes en Jerusalén, en la fiesta de las Cabañas: Quien tenga sed, venga y beba quien crea en mí; como dice la Escritura: ríos de agua viva brotarán de su corazón.

Como fuente inagotable, este corazón no se cansa de saciar la sed de todos aquellos que se acercan a Él. Junto a María, su madre y al discípulo que Jesús amaba, le seguían María de Magdala y Tomás, Margarita María Alacoque y Daniel Comboni y muchos otros que han encontrado en este corazón humilde y misericordioso una nueva visión del mundo y de la vida. Han redescubierto alegría y valor cuando su corazón experimentaba la amargura; fuerza y pasión para lanzarse de lleno a la misión, cuando la esperanza disminuía: Ahora, con la cruz que es la sublime efusión de la caridad del Corazón de Jesús, nosotros nos volvemos potentes (E 1735).

La fiesta del Corazón de Jesús, en este año de la Misericordia, nos invita a descubrir el supremo acto de amor de Dios, hasta el final. Es la invitación para que aprendamos de Comboni a contemplar el Corazón del Buen Pastor y a ponerlo al centro de nuestra vida. Cuando los hermanos, la gente o el trabajo difícil de la misión nos consumen, haciéndonos perder el entusiasmo y la alegría de servir, estamos invitados a contemplar este corazón: …Que de la contemplación del Corazón herido de Jesús se pueda siempre renovar la pasión por los hombres de nuestro tiempo, que se expresa con amor gratuito en el compromiso de solidaridad, especialmente hacia los más débiles y vulnerables. De ese modo podrán continuar a promover la justicia y la paz, el respeto y la dignidad de todas las personas (Palabras del Papa Francisco a los Misioneros Combonianos, 01.10.2015).
El Consejo General MCCJ

PAN PARA EL CAMINO

Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 29 de mayo de 2016).

P1010408Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino
Quito

El maestro interior

Un comentario a Jn 16, 12-15 (Solemnidad de la Santísima Trinidad, VIII domingo del tiempo ordinario, 22 de mayo de 2016)

vigo-hermanitas++++Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, uns realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.

Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.

Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.

Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:

“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).

La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.

Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.

Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace unos días una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.

Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el snatuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.

P. Antonio Villarino
Quito