Laicos Misioneros Combonianos

No necesitamos tantas cosas

Comentario a Mt 6, 24-34 (8º Domingo ordinario, 26 de febrero del 2017)

Este es el último domingo de los seis dedicados al “sermón del monte” de Mateo. No es que aquí termine dicho “sermón”, sino que el próximo miércoles ya empezamos la cuaresma y por cuarenta días estaremos en otro ciclo de lecturas, con otra lógica.

El tema de la lectura de hoy podría presentarse así: ¿De verdad, necesitamos tantas cosas como las que a veces queremos acumular? Es evidente que todos necesitamos un mínimo de cosas para vivir: comida, vestido, casa, dinero…Pero a veces, en un afán desmedido por estar seguros en la vida, exageramos acumulando cosas incluso innecesarias, vivimos angustiados por el futuro y nos olvidamos de lo esencial, que es el Reino de Dios.

En este caso, podemos decir que el Reino son, sobre todo, las nuevas relaciones que Jesús quiere instaurar entre nosotros y con Dios: relaciones de amor y verdad, de justicia y perdón, de confianza y colaboración, de transparencia y solidaridad, gozando de la vida, como lo hacen los pájaros del cielo o los lirios del campo.

Jesús nos dice: No anden tan preocupados por el día de mañana, confíen en su Padre celestial. Jesús mismo era un profeta itinerante, que vivía para el Reino de Dios. Me permito compartir con ustedes alguna reflexión sobre la “pobreza” de Jesús:

La pobreza de Jesús no es:
• Una reivindicación acomplejada y envidiosa frente a unos ricos a los que les ha ido mejor. Jesús tiene amigos ricos y bien situados en el sistema social, pero no parece interesado ni en las riquezas en cuanto tales ni en los primeros puestos que ellas otorgan.
• Una actitud maniquea, que declara negativa la materialidad o el goce de los bienes de este mundo. Jesús comía, bebía, festejaba… Se distancia de un Juan Bautista radicalmente ascético y escatológico.
• Una ideología fanática. No parece que Jesús tenga una elaboración teórica (ideología) de cómo es el mundo. Él no quiere resolver todos los problemas ni tiene la varita mágica para arreglar todos los conflictos.
• Una opción política para ganar adeptos o para organizar el poder de otra manera. Jesús distingue claramente los campos y pide que se dé al César lo que es del César.

La pobreza de Jesús es:
• Algo consustancial a su misma manera de ser en cuanto “rostro humano de Dios”. La pobreza de Jesús tiene que ver con su contemplación del Padre y del sueño de fraternidad que él contempla para los seres humanos. Los bienes son para compartir entre todos los hijos.
• Es un estilo de vida, que pone a Dios en el centro y, en consecuencia, escapa de las tentaciones del consumismo, de la idolatría del dinero, del afán por dominar sobre los demás.
• Es un estilo de vida libre y vivido amorosamente, equilibrado (entre austeridad y fiesta), sencillo, abierto a las bellezas de este mundo, al gusto por la amistad, al derroche en nombre del amor…

Jesús se dejaría guiar por el proverbio 30, 7-9, que dice: “No me des pobreza ni riqueza; dame solo lo necesario. No sea que saciado reniegue de ti… o que siendo pobre me dé al robo””.

Cada uno de nosotros tiene que encontrar su propio equilibrio en el uso de los bienes materiales. Jesús nos enseña a ser libres, confiados y a no confundir lo esencial con lo accesorio. ¡Qué gran Maestro!

P. Antonio Villarino

Bogotá

Evolución histórica del Instituto de los Misioneros Combonianos

LOGO 150 aniversario MCCJ“La vida de Daniel Comboni (1831-1881) – escribe P. Fidel González Fernández, misionero comboniano – tiene una clara unidad de fondo en el que se entretejen los distintos aspectos. Pero en esta nota histórica queremos detener nuestra atención en Comboni fundador de “institutos misioneros”, en el contexto de los institutos misioneros dependientes de Propaganda Fide. Comboni funda dos “institutos” misioneros: un Seminario o Instituto misionero para las Misiones Africanas (1867) y el Instituto de las “Pías Madres de la Nigricia” (1872), que se inscribe en la historia de los “nuevos institutos” de vida consagrada que en el Ochocientos tienen una especial historia innovadora. En la evolución histórica del Instituto de los Misioneros Combonianos se pueden individualizar tres fases.”

EL INSTITUTO COMBONIANO PARA LAS MISIONES AFRICANAS
EN SU PRIMERA ETAPA “SECULAR”

(Primera parte)

  1. La historia de la misión y de los institutos misioneros bajo Propaganda Fide

La historia de la evangelización inició el día mismo de Pentecostés y progresivamente va desarrollando formas nuevas en la historia de la Iglesia[1]. En los primeros siglos el cristianismo se difundió “de experiencia en experiencia” (Ratzinger) y sólo a partir del siglo IV asumirá formas misioneras “organizadas” progresivamente. En la edad moderna la evangelización asume nuevas formas, modalidades y extensiones. De hecho, encontramos consagrados a la obra de evangelización entre los pueblos no cristianos, órdenes religiosas antiguas y nuevos institutos que empiezan a ser llamados “institutos misioneros ad gentes”. El nombre y el concepto de instituto misionero son relativamente modernos en la historia de la Iglesia, igual que el término “misión”. Fueron introducidos después de la fundación de Propaganda Fide (1622), en el sentido de enviados de parte el Papa en cualquier parte del mundo (los jesuitas y más tarde los lazaristas, Congregatio Missionum, 1625) para obras apostólicas entre católicos, acatólicos y no cristianos (“la evangelización de los pueblos ad gentes”).

Joseph Ratzinger en una de las últimas páginas del libro Jesús de Nazaret, donde habla de la “venida del Señor” (entre Belén y la gloria definitiva), escribe que tal “venida” adopta muchas modalidades, pero hay algunas que “hacen historia”. Se refiere al impacto de algunas figuras a través de las cuales Cristo actúa en la historia. El Espíritu Santo, a través de estas figuras, suscita en la Iglesia movimientos que dan testimonio de la belleza de ser cristianos en épocas en que el cansancio de la fe se vuelve una especie de pandemia generalizada. Así sucedió en la historia misionera moderna. Reflexionando sobre la historia misionera ad gentes de la Iglesia en la época misionera inaugurada con la fundación de Propaganda Fide, se pueden señalar numerosas figuras misioneras carismáticas que han desarrollado esta obra misionera ad gentes. Fundando la Congregación de Propaganda Fide, el Papa había atribuido a ésta la misión de constituir los ministros necesarios “para enseñar el Evangelio y la Doctrina católica en todas las misiones”. Como era imposible tener sus propios misioneros, la Congregación tuvo que recurrir a las antiguas órdenes religiosas. Y sólo después de haber encontrado serias dificultades en este camino, Propaganda Fide apoya el nacimiento de nuevas instituciones misioneras bajo su jurisdicción. Así inicia la historia de los institutos misioneros “ad gentes”.

Propaganda Fide, por una parte, veía las ventajas que las antiguas órdenes religiosas ofrecían a las misiones aunque, por otra, reconocía también los inconvenientes. Estos dos aspectos son subrayados en un informe del secretario de Propaganda, Alberizi, del 4 de noviembre de 1657, donde se dice que una “perversión de los fines a veces hace que los religiosos busquen primero la gloria del propio instituto, convencidos de que están trabajando para la gloria de Dios”. Otros inconvenientes señalados eran las luchas entre las distintas órdenes religiosas, la poca importancia que daban a la creación del clero nativo o el hecho que no le daban la suficiente confianza, y su oposición al nombramiento de obispos en las misiones. La tendencia era “perpetuarse” en los territorios a través de un monopolio misionero de éstos. Alberizi se refería también a los motivos de la falta de resultados en la evangelización, así como a los daños debidos al monopolio de ciertas órdenes, y al control de las actividades misioneras por parte de entes políticos a los cuales a menudo se hallaban ligados los mismos misioneros. El informe se concluía con la alusión directa a la fundación reciente del Seminario de las Misiones Extranjeras de París (MEP) y del Colegio Urbano de Propaganda en Roma. Se hallaba así ante una nueva realidad en la vida de la Iglesia: la de los institutos misioneros “seculares”[2]. Es aquí donde, con el pasar del tiempo, se inserta la iniciativa de diversos misioneros, entre los que se cuenta Daniel Comboni, de fundar seminarios misioneros o institutos (la terminología es aún muy imprecisa y la figura jurídica de tales fundaciones alcanzará sólo a finales del Siglo XIX una clara fisionomía). En el Ochocientos no se podían fundar otras órdenes religiosas según el modelo de las antiguas, porque no era permitido tanto desde el punto de vista canónico que de las legislaciones civiles liberales de la época. Con la Revolución Francesa nos hallamos al inicio de una nueva etapa también en la historia de la Iglesia y de la vida consagrada apostólica. La historia misionera de la Iglesia atravesaba desde hacía tiempo una crisis profunda y muchas instituciones eclesiales estaban en plena decadencia (algunas incluso desaparecen), pero brotarán numerosas fundaciones apostólicas nuevas, todavía en busca de una fisonomía jurídica propia.

El derrumbe del Antiguo Régimen y el desarraigamiento de la antigua sociedad de los “estados” sociales, seguidos por la instauración de la nueva sociedad liberal de las “clases” sociales y de las unidades políticas nacionales barren el viejo orden cultural, social y político y, con ello, también el eclesiástico. En esta sociedad dominada por el liberalismo, en la Iglesia muchas viejas estructuras eclesiales se deterioran o inclusive son barridas por la ideología dominante. La vida de las antiguas órdenes se debate entre la posibilidad de la extinción y, en algunos casos, de la restauración. Sin embargo, no hay que dar la responsabilidad de este estado de cosas únicamente al estado liberal. Muchas órdenes se hallaban desde hacía tiempo en una situación de decadencia interna. La Santa Sede procedía – a menudo con dificultad – a su restauración emanando leyes y normas ineficaces. De aquellas órdenes antiguas, sobreviven pocas: son las que vuelven a descubrir la fuerza de su propio carisma con un regreso a la primitiva instituti inspiratio. Nacen de todos modos nuevas realidades eclesiales que se manifiestan también en la historia misionera.

2. Contexto del nuevo movimiento misionero

En el campo de la actividad misionera de la Iglesia, hay que darse cuenta del estado desastroso de la actividad misionera ad gentes en tiempos de la Revolución Francesa. Después de la supresión de los jesuitas (1773), el abandono obligado de sus misiones constituyó una verdadera catástrofe para la actividad misionera. El historiador de las misiones, Joseph Schmidlin, hace notar que al inicio del 1800, los misioneros presentes en todo el mundo católico no superaban los 300 (incluidos los que trabajaban en los países protestantes). Símbolo de tal decadencia fue la supresión del Dicastério de Propaganda Fide del Directorio francés (15 de marzo de 1798) que lo define como un “établissement fort inutile”. Napoleón permitió de nuevo su existencia pero para ponerlo al servicio de sus propios intereses. Esta mentalidad será dominante en todas las potencias coloniales del Ochocientos y del Novecientos. La vida del Dicastério, no obstante su reorganización por obra de Pío VII en 1817, languidece hasta los tiempos de Gregorio XVI. Será a partir de estos años difíciles que habrá un lento despertar de la dimensión misionera ad gentes en algunos círculos minoritarios.

En este despertar misionero hay que señalar un movimiento generalizado de renovación cristiana frente a la mentalidad de la cultura iluminista, antes, y de la liberal-positivista, después. Algunos ven la urgencia de la actividad misionera como imperativo de la “Caritas Cordis Christi”. En esta perspectiva hay que ver el nacimiento de las obras a favor de las misiones. Entre los más notables protagonistas del movimiento misionero podemos recordar el Instituto de la Misiones Extranjeras de París y los fundadores de “institutos seculares” misioneros.

  1. Las diversas fases de la evolución histórica del Instituto comboniano

En el movimiento misionero del Ochocientos, una parte específica de éste dirige su atención hacia los pueblos negros de África. En este movimiento misionero se coloca la accidentada historia de la Misión de África Central y la actividad fundacional de Comboni. En esta historia el joven misionero Daniel Comboni fue ocupando un lugar cada vez más significativo. Su camino formativo le ayudó en su maduración apostólica. Su vocación definitiva en favor de la evangelización de aquellos pueblos de color y el origen de su vocación como fundador de un Seminario misionero para las Misiones Africanas, que alcanzó el momento carismático más significativo con la propuesta del “Plan para la regeneración de África” (1864), fue ya ampliamente estudiado en la historiografía comboniana reciente[3]. La vida de Daniel Comboni (1831-1881) tiene una clara unidad de fondo en el que se entretejen los distintos aspectos. Pero en esta nota histórica queremos detener nuestra atención en Comboni fundador de “institutos misioneros”, en el contexto de los institutos misioneros dependientes de Propaganda Fide. Comboni funda dos “institutos” misioneros: un Seminario o Instituto misionero para las Misiones Africanas (1867) y el Instituto de las “Pías Madres de la Nigricia” (1872), que se inscribe en la historia de los “nuevos institutos” de vida consagrada que en el Ochocientos tienen una especial historia innovadora[4].

En la evolución histórica del Instituto de los Misioneros Combonianos se pueden individualizar tres fases.

La primera fase es aquella en la que el Instituto inicia como un simple Seminario de Misiones para África y, por tanto, con una finalidad muy concreta, la evangelización, en sintonía con experiencias similares ya conocidas en la Iglesia a partir del Siglo XVII. Los miembros eran sacerdotes seculares o candidatos al sacerdocio a los cuales, desde el comienzo, se sumaron algunos miembros laicos. De los documentos a nuestra disposición no resulta que al inicio tuviesen algún vínculo de voto. Encontramos sólo un compromiso con el cual el candidato a las misiones africanas prometía vivir según la “finalidad” del seminario bajo los legítimos superiores y obtenía la “licencia” de misionero apostólico, que Propaganda Fide daba a los misioneros que trabajaban a su dependencia. En esta fase se subraya el carácter de sacerdotes seculares de sus miembros. Éstos quedaban vinculados, de un modo o de otro, a su propia diócesis de origen, la cual, normalmente les presentaba o los aconsejaba para la actividad misionera. La autoridad suprema del Instituto es “el Sumo Pontífice y la Congregación de Propaganda Fide… El superior inmediato es el obispo de Verona el cual es representado por un rector elegido ordinariamente entre los misioneros mismos, miembros del Instituto Fundamental, ya probados en el ejercicio del apostolado africano”. “El obispo de Verona es auxiliado en sus funciones por un cuerpo presidido por él, compuesto por los más juiciosos y distinguidos eclesiásticos y seculares de su diócesis, el cual lleva el título de Consejo Central de la Obra para la Regeneración de la Nigricia[5]. En parte, estas Reglas reflejan la dinámica jurídica de las del MEP, pero con importantes modificaciones que tienen que ver con la autoridad, de hecho fundamental, del obispo de Verona y del Consejo escogido por él. El “obispo de Verona ha erigido canónicamente dicho seminario a petición del sacerdote, misionero apostólico, Daniel Comboni” en 1867. El Seminario de las Misiones Africanas de Verona nace así y así permanecerá, con una existencia precaria, hasta finales de 1871[6].

A partir de aquel año se delinea una fisonomía más precisa de este seminario misionero para las Misiones Africanas y, más concretamente, para las Misiones de África Central, un territorio muy vasto y de límites aún inciertos. Comboni había hecho ya experiencia de  responsabilidad de una obra misionera en el Cairo, fundada por él en 1868. Se da cuenta de que no es suficiente un Seminario para las Misiones de África Central, sin una estructura jurídica más específicamente determinada. Algunas dolorosas experiencias de aquellos años se lo han enseñado. La vida común y la actividad misionera exigían una mayor cohesión entre sus misioneros y un compromiso formal más decidido.

Entramos así en una segunda fase de esta historia. Comboni comienza a escribir las Reglas de su Instituto y busca la aprobación de parte de Propaganda. Hay que señalar que con el término Instituto no se indica cuanto esto significa en nuestro lenguaje actual[7].

En esta segunda fase vemos que a los miembros del joven instituto se exige un vínculo canónico más específico pero, siempre según las “Reglas de 1871-1872”, que nunca fueron aprobadas por Propaganda Fide, falta aún aquella precisión jurídica exigida desde entonces a las instituciones eclesiásticas de derecho público. También el lenguaje y las normas dadas, aunque se alimentan de la terminología de la vida religiosa clásica, términos como “noviciado” y otros, siguen siendo imprecisos. Se trata de “Reglas” exhortativas, jurídicamente genéricas, y por esto no serán nunca aprobadas. El periodo de preparación a la misión africana tenía que realizarse en Verona o en el Cairo. No se emitían votos – tal parece que ni siquiera privados – pero existía el vínculo de un juramento de consagración “in perpetuo” a la misión africana, obediencia a los legítimos superiores con un vínculo de dependencia del superior eclesiástico propio. Se habla explícitamente del Dicastério de Propaganda Fide y del obispo de Verona, pero falta una clara y precisa fisionomía jurídica. Las Reglas del Instituto presentan un carácter de radicalidad (consagran sus obras y, si es necesario, también la vida…), pero también aquí no se precisa mucho su contenido. En el prefacio Comboni escribe: “Las Reglas de un Instituto que debe formar apóstoles para naciones bárbaras e infieles, para que sean duraderas, tienen que basarse en principios generales…” y de inmediato explica el motivo: “Si fueran muy específicas, pronto, o la necesidad o una tal vaguedad de mutaciones minaría el cimiento de su edificio, y podría ser un yugo áspero y peso grave para quien las debe observar. Siendo tan variado y desmedido el campo, en el cual el candidato debe realizar su acción, no puede limitarse a determinados oficios como en las órdenes religiosas; sino más bien aquellos principios generales que deben formar su mente y su corazón para saberse regular por sí mismo, aplicándolos con precaución y juicio en tiempos, lugares y circunstancias muy variadas, en que lo pone su vocación. Por tanto, para conseguir la finalidad del nuevo Instituto de las Misiones para la Nigricia, se establecen sólo aquellos principios fundamentales que constituyen el verdadero carácter y sirven a los alumnos como norma para examinar con plena uniformidad y con aquella igualdad de espíritu y de conducta exterior, que permite reconocer los miembros de una sola familia[8].

En este periodo los miembros del Instituto son definidos ya como “clérigos y laicos” consagrados a la Misión[9]. En el texto de las Reglas de 1871 se decía que “El Instituto, o sea el Colegio de las Misiones para la Nigricia, es una reunión de clérigos y hermanos coadjutores a los cuales sin vínculo de votos… se dedican a la conversión de África[10]. Las “Reglas y organización del Instituto de las Misiones en Verona” de 1872 son un texto reducido y revisado, por Comboni mismo, de sus “Reglas” de 1871[11]. El texto de esta nueva edición de las “Reglas” forma parte de los documentos inseridos en la Ponencia cardenalicia a Propaganda de 1872 que determinó el nombramiento de Comboni como Pro vicario y el haberle confiado la Misión de África Central al Instituto por él fundado en Verona y el Cairo. Se dice que: “El Instituto para las Misiones de la Nigricia es una libre asociación secular de clérigos y laicos que consagran sus obras y, si es necesario, también su vida, para la conversión de los negros paganos de África Central, bajo la dependencia de los legítimos superiores, y las normas de estas Reglas[12].

De 1872 hasta la muerte de Comboni la fisonomía del Instituto irá tímidamente definiendo cada vez más, tanto en la mente de Comboni como en los otros miembros. Comboni buscaba una aprobación canónica definitiva de parte de Propaganda: pero ¿qué tipo de asociación tenía en mente? ¿qué fisonomía jurídica quería? No se trataba de una congregación religiosa de votos simples en el sentido moderno, pero tampoco – nos parece – en el sentido de las congregaciones o compañías ya existentes y jurídicamente aprobadas por la Iglesia desde el Quinientos, como por ejemplo los Sacerdotes de la Misión y más tarde, congregaciones con vínculos de votos simples como los Redentoristas o los Pasionistas. Se trataba entonces de una especie de “sociedad apostólica” compuesta por sacerdotes y laicos consagrados a la Misión como el MEP u otras fundaciones similares?[13]. De los documentos combonianos nos parece que ésta pueda ser la tendencia de Comboni. Pero su muerte prematura truncó las cosas, sin que aclarara jurídicamente el tema. El desarrollo de la fase sucesiva no pertenece más a la acción de Comboni. Debemos decir sin embargo que, aun no siendo religiosos en la modalidad jurídica clásica, de sus misioneros Comboni exigirá aquella radicalidad de vida evangélica que es característica de los consagrados, aspecto éste, que encontramos también en otras sociedades apostólicas similares de la época. ¿Pensó, quizá, en la transformación de su Instituto en congregación religiosa formal en el sentido que asumirá más tarde esta expresión? Los documentos que tenemos no ayudan mucho a dar una respuesta segura, debido también a que objeto de la historia son los hechos acaecidos y no las intenciones. Lo que él quería ciertamente era poner en movimiento una compañía de misioneros radicalmente consagrados a Cristo y a su Iglesia en favor de la misión africana, con todas las características de una vida consagrada, siguiendo las huellas de experiencias similares ya reconocidas por la Iglesia o en proceso de reconocimiento.

Quizá se podrá decir que de 1871 a 1881, año de la muerte de Comboni, el Seminario o Instituto Misionero Africano por él fundado se desarrolla formalmente en la búsqueda jurídica de una fisonomía propia como “asociación de Clérigos y Laicos” consagrados a la Misión, ligados con vínculos sólidos de pertenencia y estabilidad (“consagración” primero ad decemnium, según las Reglas redactadas por Comboni en 1872, que sin embargo dejan abierta la puerta a la perpetuidad de la consagración, y más tarde “in perpetuo”, como dice el “juramento” redactado por Comboni para los Hermanos laicos). En su desarrollo lógico, esto habría llevado seguramente a la formación de una societas estable de vida común y apostólica. Toda semilla tiene su propio tiempo de desarrollo y crecimiento. Y sucedió así en el caso comboniano, aunque la muerte de Comboni hizo surgir otra fase, con problemáticas del todo particulares.
P. Fidel González, mccj

La segunda parte de este artículo será publicada en Familia Comboniana de marzo.

[1] Cf. Fidel González, I movimenti nella storia della Chiesa dagli Apostoli ad oggi, Rizzoli, 2000.

[2] El término “secular” hasta el inicio del Novecientos comprende todas las formas de vida apostólica no consideradas jurídicamente “religiosas” como los monjes, los frailes y similares. Las “congregaciones” fundadas a partir del Siglo XVI son consideradas genéricamente “seculares”.

[3] Cf. Congregatio De Causis Sanctorum, Danielis Comboni. Positio super vitae et virtutibus… (desde ahora se cita como D.C. Positio), 2 vol. Romae 1988. Son fundamentales los libros del P. Chiocchetta y A. Gilli; de F. González, Daniel Comboni, Profeta y Apóstol de Africa, Mundo Negro, Madrid 1985; Idem, Comboni en el corazón de la Misión Africana. El Movimiento misionero y la Obra comboniana:1846-1910, Madrid 1993.

[4] El Ochocientos eclesial católico se caracteriza por el protagonismo de la mujer en la vida eclesial con la fundación de varios “nuevos institutos” femeninos (no dentro de los límites de la vida monacal, sino paragonada a los “institutos seculares”) que cubren todos los campos de la marginación social y en la actividad misionera. Estas nuevas fundaciones traerán una “revolución” en el campo del derecho de las religiosas o de la vida consagrada.

[5] Reglas de 1871, cap. II, en D. Comboni, Escritos, 2650-2652.

[6] Cf. Decreto diocesano del obispo de Verona, Magno sane perfundimur gaudio, en ACR, sec. A, c. 25/14 (kalendis Iunii [1 junio] año 1867. Programa y Etatuto de la Obra del Buen Pastor, en ACR, sec. A, c. 25/14; Carta Bonus Pastor del obispo de Verona a los obispos de Italia (6 marzo 1868), en ACR, sec. A, c. 25/14; Decreto del obispo de Verona con la erección canónica del nuevo instituto del 8.XII.1871, en ACR, sec. A, c. 25/20: en A. Gilli, L’Istituto Missionario Comboniano dalla fondazione alla morte di Daniele Comboni, pp. 359-378. Siguen otras cartas del obispo a Pio IX y el Card. Prefecto de Propaganda Fide y otros documentos relacionados con el tema.

[7] Por “Instituto” se entiende un ente de derecho público o privato, constituido por exigencias organizativas y objetivos determinados: i. eclesiástico (religioso, misionero), hospitalario, educativo, etc. instituido según leyes precisas y normas para un determinado fin de interés público. “Congregación” (de congregar, lit. “reunir en un rebaño”), en el mundo eclesiástico católico, es un grupo de personas reunido por motivos religiosos o laicos. En la historia de la vida religiosa el término ha tenido diversos significados; uno de ellos, despues del s. XIX, se refiere a “Instituto” de vida consagrada con vínculos simples; pero no se trata de un término únívoco.

[8] D. Comboni, Reglas del Instituto de las Misiones para la Nigricia. Texto de 1871, en P. Chiocchetta, Daniele Comboni: Carte per l’evangelizzazione dell’Africa, EMI, Bologna 1978, pp. 250-251.

[9] Reglas (1872), cap. I, 1, ibidem, p. 276.

[10] Reglas (1871), cap. I, ibidem, p. 252.

[11] Cf. D. Comboni, Reglas (1871), cap. I-II, en P. Chiocchetta, Daniele Comboni: Carte per l’evangelizzazione dell’Africa, pp. 249-275.

[12] Regole (1872), texto en P. Chiocchetta, Carte per l’evangelizzazione dell’Africa…, o.c., p. 276, y en  A. Gilli, El Instituto Misionero Comboniano de la fundación a la muerte de Daniel Comboni, pp. 359-378.

[13] Nacidas, come hemos dicho, después de que con la Revolución Francesa desapareció casi toda la vida religiosa organizada.

AMOR CREATIVO (vencer el mal con el bien)

Comentario a Mt 5,38-48 (7º Domingo ordinario, 19 de febrero de 2017)

La parte del sermón del monte que leemos hoy nos eleva a la cumbre de la espiritualidad cristiana, aquella manera de ser que nos hace ser y actuar como hijos de Dios, cuyo corazón es más grande que el mal y hace llover sobre buenos y malos.
El mejor comentario a este pasaje de Mateo puede ser una famosa frase atribuida a S. Juan de la Cruz:

“Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

De eso se trata, de sembrar amor para que el amor crezca en nosotros y en el mundo que habitamos.La Carta a los Romanos nos ayuda a comprender el alcance de esta enseñanza suprema de Jesús:

“A nadie devuelvan mal por mal; procuren hacer el bien a todos. Hagan lo posible, en cuanto de ustedes dependa, por vivir en paz con todos… No se dejen vencer por el mal, venzan el mal con la fuerza del bien” (12, 17-21). El autor de dicha Carta cita también un proverbio: “Si tu enemigo dale hambre, dale comer; si tiene sed, dale de beber” (25, 21).

No hay que mirar esta enseñanza de Jesús como una “obligación” costosa y casi imposible, casi como si Jesús quisiera hacernos la vida difícil. No. Lo que Jesús quiere es iluminar nuestra existencia, mostrarnos el camino de la verdadera felicidad, ensanchando el corazón, siendo creativos y rompiendo la cadena del mal. Si a un ojo golpeado, respondemos con el golpeo de otro ojo, quedaremos satisfechos por la venganza conseguida, pero no quedaremos mejor sino pero, incrementando el mal, en vez de superarlo. Sin embargo, si uno tiene la valentía y la fe para perdonar y mirar adelante, en vez de revolverse en el pasado, está creando algo nuevo, está dándose la oportunidad de que la misericordia se imponga y el amor triunfe, para alegría propia y ajena.

Jesús coloca a sus discípulos en un nivel diferente del ordinario en el campo de las relaciones entre las personas. Frecuentemente nosotros nos enzarzamos en una serie de reacciones en cadena: Me insultó, yo le insulto a mi vez; me trató con desdén, yo le contesto con la misma moneda; me hirió, yo trato de hacerle una herida más dolorosa; me gritó, yo alzo más la voz…

A veces nuestra venganza es una palabra ofensiva, otras veces es un silencio retraído y poco comunicativo; a veces nos guardamos nuestra venganza, pero permanece dentro de nosotros mismos como un sutil veneno que estropea nuestras relaciones y nuestra vida por mucho tiempo. Sin embargo si uno tiene el coraje de olvidar la ofensa, confía en el amor gratuito de su Señor y, fiado en su palabra, mira adelante, su corazón se serena y se hace capaz de crear algo nuevo, algo mejor.

“Así como Dios es misericordioso, los que nos llamamos seguidores de Cristo debemos actuar con misericordia hacia los que nos rodean. Este es el corazón de la vida cristiana: darnos a nosotros mismos para que los demás mejoren. El mundo no vive así y el reino de Satanás no practica la misericordia. Pero los que pertenecen al reino de Dios se esfuerzan por vivir de acuerdo con la enseñanza de Cristo: Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros” (Jn 13,34)”. (Comentario bíblico internacional).

Naturalmente sólo el Espíritu de Dios puede hacernos comprender bien esta enseñanza sublime. Tampoco se trata de vivir eso en plenitud desde el principio. Se trata más bien de un camino que se emprende, un estilo que se adopta, una meta que se acepta y que marca nuestra vida. Cada día, cada herida, cada avance… es un paso hacia esa madurez del amor cristiano.

P. Antonio Villarino
Bogotá

No contentarse con lo mínimo

Comentario a Mt 5, 17-37 (6º Domingo ordinario, 12 de febrero de 2017)

Seguimos leyendo el capítulo 5º de Mateo, en el que se nos va explicando el perfil del discípulo de Jesús. Esta vez se nos habla de la relación del discípulo con la Ley, dando un principio general y tres ejemplos concretos. Veamos:

1) Un llamado a “ser mejores”
El principio general se podría enunciar de esta manera: “No se contenten con lo mínimo; al contrario, busquen siempre lo mejor”. Jesús dice: “Si no son mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”. A veces se oye decir: Yo no soy tan malo, no mato, no robo, procuro no hacer daño a nadie… Eso está bien, pero no basta para ser discípulo de Jesús. El Maestro de Galilea quiere que aspiremos a un más alto grado de vida moral. No se trata de contentarnos con no hacer el mal, sino de aspirar a hacer el mayor bien posible, incluso, a “ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Y no olvidemos que la perfección consiste en el amor. Jesús no quiere que vivamos “a la defensiva”, procurando hacer el menos mal posible, sino “a la ofensiva”, tratando de ser “lo mejor posible”.

2) Tres ejemplos
Para explicar el principio anterior, Jesús pone cinco ejemplos, de los que hoy leemos tres:

-No se trata sólo de “no matar”, sino de vivir con los demás relaciones de respeto profundo, sin lo cual hasta los actos de culto quedan falsificados. Hoy diríamos: no se trata de evitar la guerra o los conflictos, sino de tomar a los otros en serio, reconocerles sus derechos y construir un mundo mejor para todos.

-No se trata de no cometer adulterio, sino de establecer entre varón y mujer unas relaciones nuevas de dignidad, respeto y fidelidad, que superen la “cosificación” del otro o de la otra; relaciones que van más allá de las apariencias y tienen su raíz en el corazón, es decir, en lo profundo de la persona. Las relaciones varón-mujer están pasando por un período de grandes cambios y todos tenemos que esforzarnos por encontrar un nuevo equilibrio social. En esa tarea me parece que las palabras de Jesús son muy iluminadoras.

-No se trata de no jurar en falso, sino de ser sinceros y honestos en nuestra comunicación con los demás. “Que su palabra sea sí, cuando es sí, y n, cuando es no”. No se trata de no mentir, sino de ser siempre veraces y auténticos. Una sociedad (o una familia) montada sobre la mentira pronto se convierte en un “infierno”; sin embargo, donde reina la verdad, se establecen relaciones constructivas en la familia, en el lugar de trabajo, en la sociedad en general.

¡Cuánta sabiduría hay en estas palabras de Jesús! ¡Qué orgullosos podemos estar de nuestro “Maestro de Galilea”! ¡Qué suerte ser discípulos de un tal Maestro!

Ánimo, dejémonos iluminar por sus palabras sabias.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Sal y luz

Comentario a Mt 5, 13-16 (5º Domingo ordinario, 5 de febrero de 2017)

Seguimos leyendo el “sermón del monte” que nos transmite Mateo en el capítulo 5º de su evangelio.
Jesús compara al discípulo con la sal, cuyas funciones (según el Antiguo Testamento) son: dar sabor, conservar, purificar, consagrar. De la misma manera, el discípulo, cuando es auténtico, ayuda a dar gusto a la vida; a conservar los valores de la familia o de la sociedad en que vive; a purificar el mal que existe, combatiendo, por ejemplo, la corrupción; y ayuda a consagrar el mundo a Dios, como la sal consagraba las ofrendas ofrecidas a Dios en el antiguo templo. Pero, ¡ojo!, la sal puede corromperse y perder su sabor y su utilidad.

¿Cuándo perdemos el sabor?
El P. Ermes Ronchi, que ha predicado los ejercicios espirituales al Papa y a la Curia romana, se preguntaba cuándo perdemos el sabor de la sal y nos volvemos inútiles. Les resumo su respuesta. Perdemos el sabor:

1. Cuando atraigo la atención sobre mí mismo y no sobre Dios, como hacían los discípulos cuando discutían sobre quien sería el más importante (Mc 9,33).

2. Cuando no sé querer bien a las personas y no transmito amor, siendo como un bronce que resuena o sal insípida (1Cor 13, 1).

3. Cuando no comunico esperanza ni libertad. “El mal está a tu puerta –dice Dios a Caín- pero tú puedes dominarlo” (Gn 4,7).

4. Cuando no crezco en humanidad. “No de como habla de Dios, sino de como habla de las cosas de la vida, sé si una persona ha estado con Dios” (Simone Weil).

5. Cuando me parezco demasiado en mi manera de actuar al “mundo”. “Entre ustedes no sea así”, dice Jesús.

¿Cómo ser luz?

El mismo predicador recuerda que Jesús no dice “deben ser luz”, sino “ustedes son luz”, “resplandezca su luz en las buenas obras”; y afirma: “Cuando sigues como única regla de vida el amor, entonces eres luz y sal para quien te encuentra… Allí donde hay caridad y amor abunda la sal que da buen sabor a la vida”.
Para ser luz, dice el P. Ronchi, hay tres vías:

Primera: Compartir el pan. “Isaías sugiere una primera vía para que la lámpara ilumine la casa y la sal no pierda su sabor: comparte el pan, acoge en tu casa al extranjero, viste al desnudo, no apartes los ojos de tu gente, entonces tu luz surgirá como la aurora, tu herida sanará” (Cfr Is 57, 7-8).

Segunda: “saber” a Cristo. “La segunda vía la indica San Pablo: “Nunca me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1Cor 2,2). “Saber” es mucho más que conocer, es tener el sabor de Cristo. Y esto sucede cuando su Palabra y su amor pasan a formar parte de mí mismo y empiezo a sentir, pensar, actuar como él.

Tercera: La comunidad. Jesús no dice “tú” eres luz, sino “ustedes” son luz. “Nuestra luz –dice el P. Ronchi- vive de comunión, de encuentro, de saber compartir”.

Si vivimos esos valores, sin duda, seremos luz que se difunde en todos los que nos rodean y sal que da sabor a la vida, nuestra y de los demás.

Todo esto lo vivimos, no como cosa adquirida, sino como discípulos que aprendemos cada día, leyendo la Palabra, orando y reflejando en nuestra vida el amor que Jesús no regala continuamente.

P. Antonio Villarino
Bogotá