Laicos Misioneros Combonianos

Vida en comunidad

LMC Portugal¡Noticias maravillosas!
Esta semana, el martes, llegó a Portugal la LMC española Teresa Monzón. Se encuentra realizando la experiencia comunitaria con la LMC Cristina Sousa en Braga.
Están las dos estudiando en Braga, aunque lenguas diferentes: Tere el portugués y Cristina el francés.
Acogemos a Tere con mucha alegría y estamos unidos también a esta comunidad. Rezamos para que en ella nazcan frutos que generen vida, “vida en abundancia”.
Bienvenida Tere. ¡Estamos juntos!

LMC Portugal
LMC Portugal

Gracias, San Daniel Comboni, por fundar el Instituto

Comboni

ComboniQueridos hermanos:
Feliz Fiesta de San Daniel Comboni.

Este año, en el que celebramos el 150 aniversario de la Fundación de nuestro Instituto, una de las bellas cosas que contemplamos es la celebración de la santidad de Comboni en las comunidades cristianas de las Iglesias locales en las que vivimos y a las que participamos.

Comboni, bendito é Deus em teu nome”, “Comboni, bendito es Dios en tu nombre”: así cantaban, queridos hermanos, los feligreses de Curitiba que encontré durante mi visita a la provincia y a los hermanos de Brasil. Sí, una Iglesia local de Brasil, muy lejos de África, bendiciendo a Dios y alabando a San Daniel Comboni. Qué lindo que San Daniel Comboni, nuestro Padre y Fundador, se haya convertido en una figura tan atractiva, gracias al compartir realizado por los combonianos, las combonianas, las seculares combonianas y laicos combonianos. Sí, los santos y las santas hablan para todos, en todas partes. En Mozambique, donde se celebra, junto con los 150 años del Instituto, los 70 años de presencia y servicio generoso de los Combonianos, en la parroquia de Benfica-Maputo, los valientes jóvenes del coro cantaban: “Continente africano, alegrémonos y cantemos, el mundo entero alégrese y caiga dando gracias al Señor. Fue un Profeta en su tiempo. Denuncio la esclavitud. Los de grito alternativo o africanos”, “el continente africano, se regocija y se regocija el mundo y canta, canta, dando gracias al Señor, Comboni fue un Profeta en su tiempo. Denuncio la esclavitud y ha sido oído el grito de los africanos”.

¡Gracias Comboni! Gracias África porque has modelado a Comboni y lo has hecho un santo y generoso hombre de Dios.

Queridos hermanos, en este año en el que celebramos los 150 años de la Fundación de nuestro Instituto misionero, queremos agradecer a Dios por el regalo de San Daniel Comboni y el regalo de los hermanos que han consumido y dado totalmente al pueblo de Dios en la misión. Agradecemos a nuestros hermanos asesinados mientras se dedicaban al servicio del Evangelio y la misión. Queremos decirles GRACIAS: se han convertido en “Santos y capaces”. Santos y capaces. Lo uno sin lo otro vale poco para el que sigue la carrera apostólica. El misionero y la misionera no pueden ir solos al paraíso. Solos irán al infierno. El misionero y la misionera deben ir al cielo acompañados de las almas salvadas. Y aunque ante todo han de ser santos, o sea, completamente ajenos al pecado y a la ofensa a Dios, y humildes, eso no basta: necesitan tener caridad, que es la que los hace capaces” (E 6655).

En el marco de los 150 años de nuestro Instituto, sería muy bueno dedicar un momento de oración de acción de gracias por estos hermanos nuestros “santos y capaces”, que se consumieron por el Reino de Dios entre los pueblos a los que fueron enviados. ¿Contemplar a estos hermanos nuestros santos y capaces, nos provoca a preguntarnos: y yo, tengo la misma disponibilidad para hacer un camino de vida en continua conversión? ¿Aspiro a la santidad misionera y a la capacidad evangélica que contribuye a la vida de mis hermanos y hermanas con los que construimos el Reino de Dios en nuestro mundo tan necesitado y herido?

Pensando en nuestros hermanos “santos y capaces” notamos que tenemos un profundo y rico pozo de espiritualidad misionera e comboniana al cual beber. Tenemos muchos hermanos de todas las edades, de todas las culturas y de todas las razas que ayer y hoy han vivido y viven imbuidos con esta gran espiritualidad y se han convertido en ejemplos. “Son muchos los misioneros combonianos identificados, generosos y dispuestos a dar la vida por Cristo y por la misión; sin hacer ruido, se gastan cada día en los diversos servicios a ellos confiados” (AC 2015, n. 14).

Este año en el que celebramos los 150 años de nuestro Instituto, me gustaría recordar cuatro hermanos y una hermana cuyo proceso de beatificación y de canonización, dentro de las comunidades cristianas y de la Iglesia, ya ha iniciado.

“Santos y capaces” en la evangelización: “De mi vida depende la salvación de muchas almas; cuanto más santo sea yo, más salvaré… Mucho hace quien mucho ama y mucho obtiene quien mucho sufre. Ante la Virgen de Lourdes he pedido la gracia del martirio”, “O Sacratísimo Corazón de Jesús, yo me encierro en la herida de tu dulcísimo costado y entrego las llaves a mi querida madre a María y le ruego de no abrirme si no para ir a gozaros toda la eternidad” (Mons. Antonio María Roveggio, del diario personal).

“Santos y capaces” en la vida de la comunidad: “Entre yo y mis hermanos recuerdo haber insistido dos veces, y con algo de fuego, en mi opinión, así que durante dos minutos, puede ser que la armonía no haya sido de lo más delicioso, pero Deo gratias; ambas veces, en el mismo istante, les he pedido perdón por mi furia, y me dijeron, sí, sí, va bien. Si alguna vez sucede echar agua al fuego de los otros lo haces con gusto, sobre todo porque es más barato” (Hno. Giosuè dei Cas, 13.1.1927, carta al Sup. General, carta desp.).

“Santos y capaces” en la caridad: “La santidad es el árbol y el amor su fruto. Más nos esforzamos por amar, conocer, servir a Dios y más nos sentimos atraídos, como del imán, para servirle en la persona de todos los necesitados, especialmente de los más lejanos y de los que más sufren” (P. Bernardo Sartori, carta de Otumbari, 19.1.1979).

“Santos y capaces” en el deseo de vivir el Evangelio: “Tengo que seguir esforzándome por vivir la presencia de Jesús en mi corazón y me pregunto con frecuencia qué haría él en mi lugar. Me ha conmovido la idea de escuchar la palabra de Dios sin defensas, y hablar con Jesús en el tabernáculo sin defensas. Por lo tanto no defenderme con tantas disculpas si mi vida no se adecua a la palabra de Dios y no hablar de Jesús imponiendo mi punto de vista humano, mezquino. Lamentablemente debo hacer todavía más o menos los mismos propósitos del pasado” (P. Giuseppe Ambrosoli, extracto de los ejercicios espirituales, 9-15.1.1981).

“Santos y capaces” en la profecía: “Os quiero mucho a todos y amo la justicia y por la justicia basta simplemente la voluntad de cada persona, basta la voluntad como Iglesia, como comunidad, antes que la rebelión pueda dar lugar a brutalidad impredecible en nuestro entorno social. No aprobamos la violencia, aunque recibimos violencia. El sacerdote que os habla ha recibido amenazas de muerte. Estimado hermano, si mi vida te pertenece, también te pertenecerá mi muerte” (P. Ezechiele Ramin, homilía en Cacoal, 17.2.1985).

“Santos y capaces” en la colaboración: Hna. Maria Giuseppa Scandola, enferma, envía el mensaje al joven misionero P. Giuseppe Beduschi, enfermo, diciendo: “Los Shilluk necesitan de Vd…, Vd no morirá, yo moriré en su lugar…” y por él ofrece la vida y muere después de pocos días (1.9.1903), mientras que el P. José vivirá todavía muchos años (morirá en 10.11.1924).

Comboni

Aquí están los hijos e hijas de San Daniel Comboni. ¡FELIZ FIESTA!
P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie MCCJ
en nombre del Consejo General

Ayllu comunidad LMC en Arequipa Peru

Llegar a la misión es llegar a casa. No a aquella que nos vio nacer, sino a otra que ahora nos acoge, donde ahora dormimos, crecemos y amamos. Llegar a la misión es llegar al pueblo. No a aquel que nos vio nacer, sino al otro que nos recibe de brazos abiertos como se fuésemos hijas que regresaron a casa. Llegar a la misión es abrazar otro pueblo. No aquel que nos vio nacer sino aquel que de brazos abiertos se predispone a crecer con nosotras. Cada persona es un mundo y tiene un mundo para compartir con nosotras. En cada persona encontramos a Dios y es ese Dios y ese mundo que hoy os pretendemos mostrar. Es en este paisaje donde todos los días despertamos en la confianza y adormecemos bendecidas.  Esta misión no es nuestra, es de todos y queremos que caminen cada día y cada historia con nosotras.

Paula y Neuza. LMC en Peru

Primeros días de Marisa en Mozambique

Marisa MozambiqueJueves, 10 de agosto de 2017
Son las 5:00 de la mañana y la agitación dentro del avión sugiere que el aterrizaje en Mozambique está llegando. Algunos todavía duermen. Está siendo un vuelo tranquilo, con tiempo para todo: descanso, ver películas, impaciencia, ganas de estirar las piernas,… “¡Todo esto está sucediendo!”. El señor que viaja en la ventana, a mi izquierda, abre la “cortina”. ¡Wow! Está amaneciendo, que bendición: el primero, primerísimo milagro del que soy testigo en esta tierra es el amanecer. Magnífico. No consigo ver sino un cuadro pincelado con colores cálidos. Es imposible quedar estéril ante tanta belleza, estos colores me llenan de alegría y me calientan. Me entran ganas de aterrizar ahora mismo.
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¡Estoy en Mozambique! Llegué a Maputo. Hace calor y los olores se notan aún más con la temperatura. Los colores contrastan entre sí, el azul de la bahía parece unirse al cielo. La gente es sonriente y curiosa. Hay alma nueva aquí. La vida ocurre a un ritmo bastante singular.
A mi espera en el aeropuerto estaba el Padre Pablo, Misionero Comboniano. Me aguarda con una revista “Audacia”, sonríe tan pronto como me percaté del “código de localización / identificación” – “menos es más” y “para buen entendedor pocas palabras bastan”.
Me llevó a la Casa Provincial. Por el camino me mostró alguna que otra cosa. Pasé la mañana en aquella Comunidad de Maputo.
Después del almuerzo me dirigí al aeropuerto. Si Dios quiere, al final de la tarde estaré en Nampula con Kasia.
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Estaría más o menos a mitad del viaje de Maputo a Nampula cuando Samuel, de 6 años, comenzó a recorrer el avión de un lado a otro repetidamente. El cojín con el que jugaba cayó cerca de mi lugar. Lo cogí y estiré el brazo para devolvérselo.
– ¿English? Abanó la cabeza hacia la izquierda. ¿Portugués? Abanó la cabeza hacia la derecha.
– Portugués, moví la cabeza concordando. Reímos e hicimos “más cinco!”.
Jugamos y conversamos un poco sobre todo y sobre nada.
En un momento dado me contó:
– Voy a encontrar a mi familia, a mis hermanos. ¿Y tú?
– Yo también – respondí sin pensar.
Reparé después de la respuesta que le había dado: “yo también”… Dios quiera y me ayude para que así sea.

Aterricé en Nampula al final de la tarde. Estaba ya oscuro. Todavía estaba esperando las maletas cuando Kasia entró en la “sala”… ¡Qué bueno sentirme acogida y recibida con ese entusiasmo que la hizo “invadir” ese espacio para venir a mi encuentro!
De allí fuimos a casa de las Hermanas. Cenamos, hablamos, descansamos. Al ir al cuarto me di cuenta “realmente” de la novedad que estaba ocurriendo: red mosquitera en la cama. No hay duda, “¡esto está sucediendo!”.
Me tumbé feliz y agradecida a Dios por todas las gracias que he me ha dado hasta ahora, particularmente, a lo largo del día de hoy. El resto, que sea como Él quiera.
Viernes, 11 de agosto de 2017
Esta tarde, yo y Kasia, retomamos camino, ahora a Carapira, donde está nuestra misión, nuestra casa. Por el camino me deleité con el paisaje. Mi primera o ‘mayor’ impresión de África, de Mozambique, es el espacio – un espacio donde se pierde la vista, donde todos los caminos son largos, en los que hay un silencio del propio paisaje que se hace sentir dentro de nosotros. Un paisaje sin fin que nos demanda paciencia y tiempo para la contemplación. Creo que es imposible no quedarse extasiado con esta poesía que habita el mundo y que es una inmensidad, el horizonte de Dios.
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Por la noche, después de la cena, recibimos en nuestra casa una pareja de laicos locales, los profesores Martinho y Margarita, las Hermanas Combonianas (Hermanas Clarinda, Eleonora, Maria José y Teresinha), el Hermano Luigi y el Padre Firmino. Fue un momento hermoso y alegre de convivencia que probó, una vez más, el sentido de hospitalidad, sobre todo, que aquí se vive.
Marisa MozambiqueMiércoles 16 de agosto de 2017
Me desperté esta noche pensando que la hora de levantarme estaría cerca. La falta de luz, dentro y fuera de la habitación, me decían que no. Tomé la linterna, apunté al reloj junto a la cama y los punteros me confirmaron que era noche, y bien de noche. Tenía al menos unas tres horas hasta las primeras señales del día. No pude dormir. Me senté en la cama, me incliné en la pared y descansé en la quietud tan singular que aquí se encuentra en horas como aquellas. “¡Qué paz!”, pensaba, mientras recordaba aquella hermosa expresión que tanto sentido me hizo de San Juan de la Cruz – “la noche es el tiempo de la casa sosegada”.

Jueves, 17 de agosto de 2017
Esta mañana paseé por primera vez por barrio, visitando la comunidad. En el camino de regreso mi corazón estaba lleno de alegría. Jugué con los niños. Aquellos que me hablaban en macúa, no conseguí entender lo que me decían. Así como tampoco me comprendían a mí. Pero reímos y jugamos, y con esta alegría de ser niños conseguimos asegurar afectivamente alguna comunicación no verbal. Con los niños, hasta ahora, por lo menos, ha funcionado…
Al pasar por la entrada de la escuela, conversando con Sergio estaba una señora. Nos saludamos:
– ¡Salama! Ihàli?
– ¡Salama! Khinyuwo?
Y no dio para más. Si no contara con la ayuda de Sergio, no habría entendido lo que ella me intentaba comunicar. Por un lado, me sentí agradecida: por la señora que, aun comprendiendo que necesitaba traducción sistemática, no desistió en hablar conmigo y preguntarme cómo estaba la familia y la salud; por la persona que me acompañó y tradujo pacientemente la conversación. Por otro lado, me sentía avergonzada por no entender lo que me estaba diciendo (no sólo allí, en aquel momento, pero durante toda la mañana, y en otros momentos singulares durante la semana, como por ejemplo, en la eucaristía del Domingo que se celebró en lengua Macúa).
“Depender de traducciones exige paciencia y humildad… arrodíllate Marisa, hazte pequeña y agradece”, me consolé.
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Regresé a casa. Estaba arreglando unas cosas cuando oigo una voz joven:
– Hoti? (¿Con permiso?)
– Hotìni (por favor), respondí.
Abrí la puerta y una joven me esperaba con una sonrisa. ¡Cáspita! Estoy sola en casa… si me viene a pedir ayuda para lo que sea, no sé cómo voy a responderle porque todavía no conozco nada… “, pensaba mientras salía…
– Soy Ancha, ¿oíste hablar de mí? He venido a presentarme y darte la bienvenida…
Allí hablamos durante un rato. “Tiempo”… las personas aquí conversan y “pasan” tiempo unos con otros – desinteresadamente. Este preliminar fue una lección más. Aprende, Marisa.
Al despedirse me dijo cualquier cosa en macúa. No comprendí ni conseguí devolverle una respuesta. “Tengo que aprender cualquier cosa de macúa… es lo mínimo que siento que puedo hacer, por ahora, como reconocimiento a tanta hospitalidad del pueblo…”, me dije a mí misma al entrar en casa.
Aun así… a pesar de la incomodidad que podemos sentir cuando no sabemos algo, no saber «nada» también conlleva algo de salud interior y creatividad.

Marisa MozambiqueMarisa Almeida, LMC en Mozambique

Mensaje del Papa Francisco para la jornada Mundial de las Misiones 2017

PapaFrancisco

La misión en el corazón de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:

Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?

La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida

1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.

2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).

La misión y el kairos de Cristo

3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).

4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).

5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.

La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio

6. La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.

7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (ibíd., 49).

Los jóvenes, esperanza de la misión

8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado […]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (ibíd., 106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.

El servicio de las Obras Misionales Pontificias

9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización.

Hacer misión con María, Madre de la evangelización

10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.

Vaticano, 4 de junio de 2017
Solemnidad de Pentecostés

Francisco