Laicos Misioneros Combonianos

Gymkana de la juventud

Se realizó el pasado domingo la gymkana con el tema “jóvenes somos llamados a vivir”. Fue organizado por los coordinadores de jóvenes de la parroquia de Santo Domingo y tuvo como objetivo promover la integración, incentivando a los jóvenes en el compromiso en el camino de fe y la construcción del Reino de Dios por medio de la civilización del Amor.
Durante el encuentro y como propuesta para el mes de las vocaciones, se presentaron algunos puestos organizados por los misioneros combonianos, hermanas salesianas, hermanos de san Gabriel y los Laicos Misioneros Combonianos.
La organización de la gymkana comenzó con la santa misa en la comunidad de San Judas, el ofertorio de esta misa se ha donado al asentamiento Rosa León como un gesto concreto de acción: “Vengo a hacer, con placer, tu voluntad Señor”.

Capacitado para escuchar y para hablar

Comentario a Mc 7, 31-37 (Domingo XXIII T.O., 6 de septiembre del 2015)

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En la lectura de hoy Marcos presenta a Jesús en territorio “pagano”, donde habitaban personas que no seguían las prácticas religiosas judías, que eran las suyas. Pero, más allá de las diferencias religiosas o culturales entre los habitantes de la Decápolis y los de Nazaret o Jerusalén, Jesús encuentra a un hombre concreto, con un problema “humano”, que afecta por igual a creyentes y no creyentes, ricos y pobres, cultos y analfabetos: es sordo y mundo.

Parece bastante evidente que este caso concreto de un sordo mundo en territorio pagando es, en la intención del evangelista Marcos, un signo evidente de la misión e Jesús.

Él usa el poder-amor de Dios (simbolizado en la imposición de manos) para liberar al ser humano de su sordera (su incapacidad para escuchar a Dios y a los demás, su egoísmo y orgullo auto-referencial, centrado en sí mismo) y de su mudez (su incapacidad para decir palabras comprensibles, su incomunicación, su incapacidad para decir la verdad que vive).

Cuando era joven sacerdote, conocí un niño de diez años al que todos consideraban sordo-mundo, hasta que una joven religiosa comenzó a prestarle mucha atención, a seguirlo de cerca, a mostrarle un amor concreto, sincero, gratuito y constante. Después de un tiempo, la hermana se dio cuenta de que el niño tenía un problema en el oído y lo llevó al médico; resuelto el problema, el niño comenzó a escuchar palabras y a repetirlas, dejando de ser sordomudo. Pensé entonces en la el gran poder del amor, capaz de poner en marcha procesos liberadores.

Sabemos que en la mayoría de los casos no es así. Que frecuentemente la sordera y la mudez no tienen solución, aunque, gracias a Dios, hay muchas maneras de superar la incomunicación. Pero, como en el Evangelio, el problema no reside tanto en la incomunicación física cuanto en otro tipo de incomunicación: aquella que nos lleva a cerrar los cauces de comunicación y de amor con miembros de la propia familia, con miembros de la comunidad, con personas de otras culturas, de otras ideas políticas o de otras religiones…

Frecuentemente nosotros nos volvemos “sordos” y “mudos” en el corazón de nuestra personalidad: Nos negamos a escuchar lo que los otros nos tienen que decir y, por eso mismo, no tenemos una palabra sincera, auténtica, liberadora para los demás.

Todos recordamos el pasaje de Emaús, en el que Jesús camina con los discípulos, escucha sus inquietudes y, sólo después, les comparte unas palabras iluminadoras.
A veces parece que nuestras propias comunidades eclesiales son sordas y mudas: no quieren escuchar los gritos de la humanidad (emigrantes, prófugos, jóvenes, parejas rotas, mujeres…), ni a los profetas de nuestro tiempo que nos muestras caminos de libertad y solidaridad. Esa “sordera” nos hace también “mudos”, incapaces de decir palabras significativas, constructoras de humanidad.

Una Iglesia misionera es una Iglesia que escucha, libre de la sordera del orgullo y de la arrogancia. Sólo así podrá ser liberadora.
En la Eucaristía Jesús nos toca con su cuerpo. Pidámosle que cure nuestra sordera y libere nuestra lengua para que podamos ser sus misioneros, curados y capaces de curar a otros miembros de nuestra humanidad. Y en ello encontremos un camino cada vez más claro hacia la comunión con el Padre.
P. Antonio Villarino
Roma

La gran crisis: El escándalo de la debilidad

Comentario a Jn 6, 60-69; Domingo XXI T.O., 23 de agosto del 2015

P1020309Leemos hoy la última parte del capítulo sexto de Juan, que hemos venido meditando a lo largo de cinco domingos seguidos. El capítulo termina con una gran crisis, que lleva a muchos discípulos a abandonar el seguimiento de Jesús. Me parece muy importante meditar este texto, porque todos nosotros debemos pasar por una crisis semejante, antes de que nuestra fe se asiente, más allá de simpatías superficiales o, como diría un gran teólogo protestante, la búsqueda de una “gracia barata”. A este propósito se me ocurren dos reflexiones:

1.-¿En qué consiste el escándalo?
Los discípulos acusan a Jesús de decir “palabras duras”. Durante mucho tiempo se explicó esta dureza como la dificultad de aceptar la expresión literal de Jesús sobre “comer su carne y beber su sangre” o que aquel trozo de pan es “su carne” y aquel vino es “su sangre”. Pero, a estas alturas, ya sabemos que ese no era el sentido de las palabras de Jesús ni creo que eso fuera un escándalo para los judíos más habituados que nosotros al lenguaje bíblico. Como hemos venido explicando, en los domingos precedentes, “comer su carne” significa creer en la presencia divina en su humanidad y “beber su sangre” significa aceptar la donación de su vida por amor en la cruz.
Y ahí residía precisamente el problema, que desató la gran crisis. Muchos no podían aceptar la imagen de Dios que Jesús representaba. Para ellos, Dios era todo poderoso, Dios era dueño de todo, Dios triunfa siempre, Dios debe ser temido… Y así debería ser su Mesías en la tierra. Pero Jesús se presentaba como la encarnación de un Dios diferente: Un Dios que acoge al pecador, un Dios que prefiere la curación de un enfermo al respeto rígido del sábado, un Dios que se muestra débil al sufrir el castigo injusto de la cruz, un Dios que se hace solidario del ser humano hasta compartir su condición de mortalidad…
Y eso, para muchas buenas personas religiosas, era inaceptable. Se habían entusiasmado con las palabras maravillosas de Jesús, se habían visto atraídos por su deseo de renovar la religión, se conmovían ante su amor por los enfermos… Pero ahora iba demasiado lejos. Ahora les invitaba a un profundo cambio en su imagen de Dios. Ahora les pedía que superaran toda hipocresía y falsedad para aceptar que también ellos eran pobres, pecadores, frágiles y dejar que Dios se hiciera compañero de su fragilidad, para curarles desde la raíz de su orgullo ciego y absurdo.

2.- ¿Cuál es nuestro escándalo?
También nosotros pasamos por momentos de escándalo. Pero no se trata, a mi juicio, de dificultades de tipo teórico o intelectual sobre algún “misterio” que no entendemos. Ciertamente, hay cosas de la verdad revelada, como de la vida, que no entendemos en algún momento de nuestra historia. Ciertamente, debemos tratar de entender cada vez mejor nuestra fe a partir de nuestra cultura y de nuestras experiencias personales. Pero, a mi juicio, el verdadero escándalo que nos impide creer y aceptar a Jesucristo con radicalidad es la incapacidad para aceptar nuestra propia fragilidad (personal y social);nos escandaliza el pecado de tantos (dentro y fuera de la Iglesia); nos escandaliza nuestro propio pecado y nuestros fracasos; nos escandaliza que Dios no actúe como un mago que resuelve todos los problemas; nos escandaliza un Jesucristo que no triunfa, que se hace pobre y humilde, que fracasa en la cruz, que confía en Dios a pesar de todo; que se hace cercano y solidario de los pobres, los enfermos y los pecadores.

Y, sin embargo, en esto consiste el mayor don, el que, como dice Juan, hace que los que creen se conviertan en hijos. Esta fe hace que mi vida no sea una carrera por demostrar que soy el mejor, que no me equivoco nunca, que triunfo siempre. Esa obsesión me lleva normalmente a vivir en la hipocresía y en la falsedad. Jesús, sin embargo, acepta su fragilidad humana que le lleva al fracaso, al rechazo y a la muerte. Pero, aceptando esa su humanidad, Jesús es precisamente “hijo”, incondicionalmente amado y capaz de amar sin condiciones. Creer eso, “comer esa carne” de Jesús, comulgar con este Jesús, Hijo obediente, es encontrar la vía del amor, es encontrar una vida que supera toda dificultad. No aceptarlo, no “comerlo” es seguir viviendo lejos del Padre, en la mentira de un Adán que se cree falsamente “dios”.
Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, tenemos que pasar por esta crisis: ¿Pretendo ser, como Adán, un falso “dios” o, como el hijo pródigo, vivir lejos de la casa paterna, creándome una falsa autonomía y brillantez personal? O ¿Me acepto a mí mismo, en mi fragilidad, y acepto la solidaridad de Jesús que baja conmigo al río Jordán de mi fragilidad y conmigo se alza hasta la comunión con el Padre?
Participar en la comunión es afianzar cada día esta segunda respuesta, ante los continuos motivos de escándalo que se nos presentan en nosotros y alrededor de nosotros.
P. Antonio Villarino
Roma

El verdadero Pan de la vida: Más allá de las apariencias

Un comentario a Jn 6, 24-35: XVIII Domingo del T.O.; 2 de agosto del 2015

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Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, que hemos comenzado a leer el domingo pasado con el signo de los panes abundantes. La verdad es que de un domingo a otro nos saltamos una parte que habla de Jesús que desaparece de la vista de la multitud satisfecha, atravesando el mar, y de la multitud que le busca afanosamente. Lo que leemos hoy es parte de la respuesta de Jesús a la inquietud de la gente. Con ello Juan nos explica la fe de los primeros discípulos que creen en Jesús como el verdadero Pan de la vida.
Para entender esta respuesta, les propongo algunas reflexiones sobre el valor del Pan en la tradición bíblica y en nuestra fe:

1.- El pan que permite sobrevivir
Hubo una primera experiencia que quedó marcada en la historia de Israel: el alimento que milagrosamente pudieron obtener en los momentos más difíciles de su marcha hacia la tierra prometida. Todos recordamos la historia del maná, aunque no sabemos cómo sucedió la cosa físicamente, aunque los exégetas hacen varias hipótesis plausibles. Pero lo importante es que lo que sucedió permitió al pueblo de Israel sobrevivir y ellos siempre vieron en este hecho la presencia de la mano providente de Dios.
Pienso que algo parecido nos pasa a nosotros muchas veces: Cuando estábamos desesperados, encontramos un trabajo que nos permite ganar la vida, nos va bien un negocio, encontramos una ayuda inesperada, superamos una enfermedad… En esos casos podemos pensar que es una casualidad, que ha sido todo mérito nuestro… o que Dios está guiando la historia a nuestro favor. Eso es lo que hicieron los judíos y lo que sigue haciendo tanta gente sencilla y llena de fe, yendo más allá de las apariencias y de la superficie de los acontecimientos.

2.- Del Pan a la Palabra-Ley
Cuando Moisés presentó a su pueblo la tabla con los diez mandamientos y el conjunto de la Ley, Israel experimentó que la LEY era un favor tan grande como el alimento del desierto. Con la Ley el pueblo crecía, se defendía, progresaba, sabía cómo orientarse en los momentos de duda y encontraba armonía y felicidad. Poco a poco el pueblo aplicó a la Ley su experiencia con el pan físico y afirmó: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Pienso que también nosotros hemos hecho esta experiencia, tanto a nivel personal como comunitario. A veces despreciamos el valor de las leyes, pero una buena Ley puede ayudar a un pueblo a vivir mejor. Sin ley caemos en la anomia y la anarquía, que normalmente favorece a los más poderosos y violentos. Tener una buena Ley (o un buen proyecto de vida personal) es tan importante como tener las necesidades básicas cubiertas.

3. De la Ley a la Palabra-Sabiduría
Pero la Ley no era la única manifestación de la sabiduría divina, que guiaba al pueblo. Estaban los profetas, los salmistas, los poetas, los filósofos de otras culturas, los ancianos sabios… Toda manifestación de sabiduría fue considerada como PAN que alimenta el espíritu. Si el pan es imprescindible para la vida del cuerpo, la sabiduría es imprescindible para la vida del espíritu.
También nosotros necesitamos alimentarnos de toda sabiduría que la humanidad produce en la ciencia y la filosofía, en las religiones y en el arte. Todo pensamiento positivo, toda palabra luminosa puede ayudarnos a vivir mejor.

DSC004324.- De la Palabra-Sabiduría a Jesucristo
Lo que los discípulos experimentaron es lo que viene explicado en el evangelio de hoy: El pan que nos alimenta en el desierto no es más que la imagen de Jesucristo como verdadero Pan que alimenta nuestra vida espiritual. Su Palabra -repartida en parábolas, sermones, diálogos y dichos-, su cercanía a los enfermos y pecadores, y toda su presencia era como el Pan del Desierto, como la Ley de Moisés, como la más alta Sabiduría de la humanidad. En él se encuentra la plenitud de la Vida que Dios quiere para todos sus hijos.
Cierto, todos nosotros queremos tener aseguradas las necesidades básicas de la vida (pan vestido, techo) y Jesús –como la Iglesia hoy- sale al encuentro de la gente en esas necesidades básicas, pero no se queda ahí: nos invita a aspirar al Pan verdadero que es la Palabra-Sabiduría-Amor de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.
Aceptar esto, “comerlo” y dejar que forme parte de nuestra vida es abrirse una vida en plenitud, capaz de superar las pruebas de cualquier desierto que nos toque atravesar.
P. Antonio Villarino
Roma

Pan en el desierto: Lo imposible se hace posible

Comentario Jn 6, 1-15 (XVII Domingo del T.O. 26 de julio del 2015)

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Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”. Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan, que trata el mismo tema con mucha más extensión y con interesantísimas referencias teológicas. De hecho, nos vamos a quedar en esta lectura del capítulo sexto de Juan en este y en los próximos cuatro domingos. Después volveremos a Marcos, leyéndolo a partir del capítulo séptimo. En este domingo se nos ofrecen los primeros quince versículos de este capítulo sexto de Juan. Cada uno de nosotros está invitado a leerlo con atención. Por mi parte, me detengo en dos reflexiones:

1.- Jesús, el nuevo Moisés
Juan empieza esta narración con una cierta solemnidad. Evidentemente nos quiere decir que algo grande está pasando. Tres elementos delatan está “solemnidad”:
– Jesús, partiendo de las orillas del Lago de Galilea, sube a la montaña. A estas alturas ya sabemos que, en el lenguaje bíblico, la montaña es mucho más que un accidente geográfico. Subir a la montaña nos recuerda, entre otras, la historia de Moisés que subió al Sinaí y allí experimentó la especial revelación del Dios liberador de Israel.
Al llegar a la montaña, Jesús “se sienta” con sus discípulos. El gesto nos habla de Jesús como Maestro con una autoridad que no tenía ninguno de los maestros de su tiempo. Como Moisés, que recibió en el Sinaí la Ley de Dios para su pueblo, Jesús transmite a sus discípulos la nueva Ley, la Palabra recibida del Padre.
-Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Sabemos que la Pascua era la fiesta en la que se hacía memoria de la liberación experimentada, se fortalecía la identidad del pueblo y se renovaba la esperanza en una nueva y definitiva liberación.
Lo que Juan nos va a contar en el capítulo sexto de su evangelio se sitúa en este solemne cuadro de referencias teológicas.
Para los discípulos, y para nosotros, Jesús no es un maestro cualquiera, no es un profeta más o menos inspirado, no es un renovador de la ética. Es la Palabra de Dios que nos ilumina como una luz en la oscuridad, es el Pan de Dios que nos alimenta en el desierto, es el nuevo Moisés que, descendiendo de la montaña, guía al pueblo y lo sostiene en su caminar hacia una nueva tierra de libertad y plenitud. En él se centra la nueva Pascua, la nueva Alianza entre Dios y su pueblo.

2.- Lo imposible se hace posible
Juan nos cuenta que Jesús preguntó a Felipe cómo alimentar a tanta gente en un descampado. Y Felipe le dio la respuesta sensata, realista: No es posible. Todos nosotros daríamos la misma respuesta, como de hecho lo hacemos cuando nos encontramos con problemas de difícil o imposible solución.
Felipe tenía tazón, pero parece que había olvidado la historia de su pueblo: alimentar a una multitud en un descampado es tan imposible como que un pequeño pueblo de esclavos se liberarse de las manos de un poderoso faraón; o como que ese mismo pueblo atravesase un desierto sin morir en el intento… Pero Dios hizo que lo que parecía imposible resultase posible: el pueblo se liberó, caminó por el desierto cuarenta años, alimentándose “milagrosamente” y llegó a la tierra prometida.
Pero no hay que entender esto mágicamente, como si Dios, con una barita mágica, resolviese nuestros problemas. Se trata, a mi juicio, de algo más sencillo y más profundo: cuando permitimos que Dios nos acompañe con se bendición y hacemos lo que está en nuestras manos, los poderosos se rinden, las aguas se separan, el pan se multiplica, el hambre y la injusticia se superan, los conflictos se superan y la comunidad humana se regenera avanzando hacia nuevas cotas de justicia y fraternidad, cumpliendo el sueño de Dios, de modo que se haga su voluntad “en la tierra como en el cielo”.
Cuando afrontamos los problemas con fe, esperanza y caridad (generosidad), lo imposible se hace posible, como se ha demostrado tantas veces en la historia universal y también en nuestras historias particulares. Cuando participamos en la Eucaristía, renovamos esta fe.
P. Antonio Villarino
Roma