Laicos Misioneros Combonianos

Reunirse en medio de una pandemia en curso

LMC Kenia
LMC Kenia

Cuando nos reunimos por última vez en marzo de este año, ninguno de nosotros pensó que no podríamos reunirnos en los próximos seis meses. Habíamos hecho planes para reunirnos de nuevo en el mismo mes, e incorporar a algunos posibles nuevos miembros de Kariobangi en Nairobi y Nyeri. Como LMC-Kenia, estábamos entusiasmados por revisar las posibles actividades de solidaridad de las que formaríamos parte. Sin embargo, no sólo se descarrilaron nuestros planes con el inicio de la pandemia del coronavirus en Kenia, también lo hizo nuestra formación. También sabíamos que no éramos los únicos, ya que muchos más países se habían visto afectados, algunos más que otros. Aun así, intentamos llevar a cabo nuestras reuniones online con la esperanza de que algún día nos volviéramos a encontrar.

La partida del P. Claudio, MCCJ de Kenia de vuelta a Italia fue una noticia agridulce para nosotros. Él ha sido muy importante en nuestra formación desde el principio de la creación del grupo. ¿Cómo podría irse sin que lo celebremos y nos despidamos con nuestra presencia física? Por tanto, decidimos reunirnos el 29 de agosto no sólo para desearle lo mejor, ya que se preparaba para dejar nuestro querido país después de servir durante muchos años, sino también para reunirnos como grupo para planificar nuestro futuro.

LMC Kenia

Durante la reunión, nos esforzamos en seguir las pautas de seguridad emitidas por nuestro gobierno mientras compartíamos nuestras experiencias de los últimos seis meses. La pandemia ciertamente nos ha afectado a todos y cada uno de nosotros. Pero en general, estamos agradecidos de que por la gracia de Dios hayamos sido capaces de continuar. Fue una gran alegría vernos de nuevo cara a cara. Por un momento, todos olvidamos los miedos y desafíos que trajo la pandemia.

En el corto tiempo que tuvimos, pudimos debatir asuntos relacionados con el grupo, como los aspectos financieros, nuestro proyecto de miel, nuestra presencia en internet y los planes futuros sobre cómo progresará nuestra formación. El celo misionero dentro del grupo no se ha desvanecido en lo más mínimo. De hecho, los retos a los que nos enfrentamos parecen encender un deseo más profundo de servir al Señor como misioneros en nuestro país y más allá. Planeamos continuar nuestros encuentros de formación, aunque sea por un solo día al mes, para tratar de recuperar el tiempo perdido. Seguimos esperando el momento en el que podamos reanudar nuestra habitual formación continua. Mientras tanto, intentaremos aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presenten. Mientras el P. Claudio se embarca en otra fase de su vida misionera, rezamos para que el Señor le bendiga y se quede siempre con él.

LMC Kenia

Grupo LMC en Kenia

Corregir, pedir ayuda y acoger la presencia divina

pareja

Comentario a Mt 18, 15-20, XIII Domingo, 06 de septiembre de 2020

El evangelio de Mateo, que leemos hoy en la liturgia, nos da tres indicaciones muy valiosas para la vida en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, incluida la familia. Veamos:

1.- “si tu hermano, te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano”. ¡Qué importante es esta enseñanza! Cuando uno vive en comunidad –y todos los hacemos de alguna manera- es imposible no ofender alguna vez o no recibir ofensas. Todos los seres humanos somos limitados y cometemos frecuentemente errores que nos dañan a nosotros mismos y hacen mal a otros. ¿Cómo reaccionamos ante esta realidad? ¿Con indiferencia? ¿Con orgullo herido e irritación? ¿Con impaciencia? ¿Con insultos o palabras humillantes? La propuesta de Jesús es que tomemos en serio al compañero o compañera que, a nuestro juicio, ha fallado. Y, tomándolo en serio, dialoguemos sinceramente con esa persona. Dialogar, no insultar, ni acusar altaneramente, no proceder a un desahogo que eche por la boca más amargura que verdad, más fastidio que interés por el otro, sino con humildad ayudar al hermano o hermana a corregirse. Así le habremos ayudado a salvarse, a madurar, a crecer humana y espiritualmente.

2.- “Si no te hace caso, toma contigo uno o dos”, es decir, acude a la comunidad, pide ayuda. En las familias o en las comunidades es frecuente que las ofensas se enquisten, que las personas, por miedo a perder su autoestima, se resistan a reconocer sus errores y a cambiar. Quizá es el momento de acudir a la comunidad más grande de pedir ayuda, antes de que las cosas se vuelvan peores. ¡Cuántas familias –o miembros de grupos apostólicos- se dañan por no pedir ayuda a tiempo, por no acudir a la comunidad. Cuando hay algún problema serio, es muy importante pedir ayuda.

3.- “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Dios se manifiesta en la soledad de cada uno, en la interioridad, pero también en la comunión; allí donde hay comunión, allí está Dios. Pero se trata de “comunión”, no de una simple reunión. No siempre cuando las personas se reúnen abren espacio a la presencia de Dios. Se trata de reunirse “en su nombre”, es decir, reconocer humildemente su amor, su grandeza, su palabra y obedecerla. Y en esa obediencia Dios se manifiesta como comunión, que supera las ofensas y los límites, haciendo nuestra relación más fuerte, realista y enriquecedora.

Corregirse humildemente, pedir ayuda y acoger la presencia divina es una manera segura de que nuestra experiencia de amor y comunión crezca y supere todas las dificultades.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Parroquia misionera y ministerial

P Fernando MCCJ

“La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza” (AG 2; Cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20), pero también es ministerial por naturaleza (cf. Rom 12, 4-8). Ministerialidad y misión están profundamente unidas ya que la misión se concretiza y realiza a través de la diversidad de ministerios. Un ministerio es un servicio para el bien común o el desarrollo de la misión de la Iglesia. Por tanto, podemos decir que la Iglesia es misionera porque ella es substancialmente ministerial, servidora. En el contexto del año de la ministerialidad que estamos viviendo en el Instituto, ponemos particular interés, en este artículo, en el aspecto ministerial y carismático de la misión evangelizadora de la Iglesia, en la parroquia.

P Fernando MCCJ

A la luz del Concilio Vaticano II entendemos que todo bautizado está llamado a ser evangelizador porque participa de las tres funciones ministeriales de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey y comparte su misión (cf. LG 30-38). Los ministerios, en primer lugar, se pueden clasificar en dos grandes grupos: Ministerios Laicales y Ministerios del Orden Sacerdotal. Cuando se parte de una idea jerárquica de la Iglesia y de una visión clerical de la pastoral los ministerios laicales se sofocan o se reducen a servicios de apoyo al sacerdote, a su misión. Como consecuencia los agentes de pastoral se convierten en simples colaboradores, ayudantes, “monaguillos del sacerdote” (altar boys), o como hubo en muchas misiones el “mision boy”, aunque fueran adultos. Hay, también, algunos sacerdotes que dedican gran parte de su tiempo a labores propias de los hermanos o de otros ministerios laicales, dejando poco tiempo para los ministerios propios de su sacerdocio.

Otra práctica común, es la de dividir la parroquia en zonas pastorales adjudicadas a cada uno de los sacerdotes. Cada uno organiza y administra su zona, su pastoral, su equipo, sus proyectos, su gente, su misión, su dinero. Se vuelve un área de su propiedad donde los otros misioneros no pueden intervenir y, en ocasiones, ni siquiera pueden opinar. Cada uno debe respetar el territorio del otro. El XVIII Capítulo General y la Alegría del Evangelio del Papa Francisco nos exhortan a entrar en un proceso de conversión para pasar de modelos clericales y jerárquicos de la misión y la pastoral a modelos basados en los ministerios suscitados por el Espíritu Santo, a vivir el espíritu del Concilio Vaticano II. Por el bautismo todos somos iguales: discípulos de Jesús pero con diversas vocaciones y dones (cf. LG 30). Utilizando la expresión creada por los obispos latinoamericanos en Aparecida y utilizada por el Papa Francisco, afirmamos que todos somos discípulos misioneros de Jesucristo (cf. AE 119-121.130-131, Aparecida 184-224).

Es importante señalar que el bautizado es, en primer lugar, un discípulo de Jesucristo y el encuentro con Jesús lo transforma en misionero. Este Jesús que lo ha fascinado lo envía a evangelizar: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (AE 20). Cada discípulo misionero debería apropiarse de la pasión de Pablo por la misión y exclamar: “¡Ay de mi si no predico el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Evangelizar no es sólo un deber, es sobre todo un derecho de cada discípulo misionero de Jesucristo.

En nuestros tiempos es fundamental crecer en la pluralidad y diversidad ministerial. Los ministerios ordenados y laicales son dones del Espíritu Santo, dados con el fin de complementarse hacia un fin común: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor 12, 4-7). La misión actual requiere modelos pastorales ministeriales. Una parroquia misionera ministerial es dinámica porque a través de la escucha del Espíritu Santo y la lectura de los signos de los tiempos descubre, concibe, crea y desarrolla nuevos ministerios y estrategias pastorales.

A continuación propongo dos esquemas pastorales basados en los ministerios que ya se están dando en diversas partes del mundo.

Los ministerios ordenados no los menciono aquí porque son adherentes a la vocación sacerdotal, el énfasis está en los ministerios laicales.

  • En algunas Comunidades Eclesiales de Base: 1. En relación a la Palabra de Dios: Animador bíblico para coordinar la reflexión bíblica en las pequeñas comunidades. 2. En relación a la formación de la comunidad: Catequistas para la preparación a los sacramentos y su seguimiento después del sacramento. 3. En relación a las celebraciones litúrgicas: Ministros de la acogida, cantores, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la Eucaristía. 4. En relación a la solidaridad social: Formadores de conciencia política y en derechos humanos, ministerio de caridad y solidaridad con los necesitados, ministerio para la organización y movilización comunitaria.
  • Organización por pastorales. Algunas parroquias integran la diversidad de ministerios en tres pastorales: Profética, Litúrgica, Social. 1. Pastoral profética: Catequistas para la formación básica para los sacramentos, maestros para dar una formación continua a todas las personas que ejercen un ministerio, coordinadores para acompañar a los diversos grupos parroquiales, escuela de pastoral y una publicación periódica para la formación de todos los líderes y de la comunidad parroquial. 2. Pastoral litúrgica: Ministros de acogida, coros, cantores, proclamadores de la Palabra, acólitos, ministros extraordinarios de la Eucaristía, coordinadores de los grupos de liturgia, actores para la representación del evangelio en las misas de niños. 3. Pastoral social: Ministros de la solidaridad y caridad, visitadores de los enfermos, formadores de la conciencia social, sobre los derechos humanos y la doctrina social de la Iglesia, hospitalidad.

Para que una parroquia ministerialmente organizada funcione bien es fundamental contar con un consejo parroquial que incluya líderes tanto de los ministerios ordenados como de los laicales para que en comunión acompañen el proceso evangelizador, disciernan los signos de los tiempos para comprender cuales deben ser las opciones pastorales propias para el contexto y tiempos actuales y los ministerios necesarios para llevar adelante la labor misionera. Además, es importante contar con una espiritualidad que ayude a todos los evangelizadores a conocer y amar más su vocación de discípulos misioneros de Jesucristo.

P. Fernando Mal GatKuoth

El amor exige a veces endurecer el rostro

Cruz

Un comentario a Mt 16, 21-28 (XXII Domingo ordinario, 30 de agosto del 2020)

Cruz

Continuamos leyendo el evangelio de Mateo en su capítulo 16. Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que leímos el domingo pasado, leemos hoy lo que podríamos considerar la “confesión de Jesús”, es decir, una declaración de su decisión de ir a Jerusalén, donde le esperaba un enfrentamiento a vida o muerte con el sistema de poder que reinaba en su propio país.

Endurecer el rostro

Lucas, en el texto paralelo (9,51), dice que Jesús “endureció su rostro”. Es una manera plástica de decir que “ir hacia Jerusalén no fue para Jesús una elección cualquiera, sino la elección de su vida terrena, la decisión que calificó toda su misión y su obra y de la que todo dependería. Análogamente deberá estar en la vida del discípulo: El amor… nunca es solo un movimiento afectivo, sino que es también un empuje de toma de decisiones. Es la decisión que yo tomo a favor de Dios, en la fidelidad a Él y en el servicio al hombre” (M Grilli).

A Pedro, que Jesús mismo había elogiado en la lectura del domingo pasado, le costaba aceptar esto; él parecía creer en un Jesús “blando”, que hacía propuestas bonitas y fascinantes, pero que no caería en la “tontería” de dar la vida por ellas. Jesús, sin embargo, no juega a decir cosas bonitas o a proclamar verdades sin consecuencias. Jesús no se deja desviar de su propósito por las buenas y cobardes intenciones de Pedro, sino que se muestra dispuesto a ser coherente hasta el final.

¿Qué significa seguir a Jesús en su camino hacia la cruz y la resurrección?

1.- Contemplar la meta definitiva de la vida

Lucas dice que ha llegado para Jesús el tiempo de “ser elevado al cielo”, en una expresión que recuerda al profeta Elías (2 Re 2, 35). A Jesús le llegó el tiempo de “ser elevado al cielo” y de cumplir la misión para la que vino a la tierra.

 “La vida se nos da gratis y la merecemos dándola”, dijo un sabio hindú. La meta de la vida es su consignación, su consumación en esperanza de que el grano de trigo que cae en tierra da fruto.

¿Cuál es la meta de mi vida? ¿Sobrevivir? ¿Ser grande a los ojos de la humanidad? ¿Amar hasta dar la propia vida por amor?

2.- Vivir como peregrinos

El camino de la vida es una “subida”. El Papa actual puso de moda la expresión “Una Iglesia en salida”. En realidad, todos nosotros somos peregrinos, llamados constantemente a salir de nuestra tierra, como Abraham: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que to te indicaré” (Gn 12, 1).

Para “subir”, para alcanzar la meta, lo primero es saber “salir” de nuestra comodidad, de nuestro estado actual, incluso de nuestro grado de santidad actual. Como a Abraham, como a Jesús, el Señor nos pide que nos pongamos en camino, que miremos a la meta de nuestra madurez, de nuestro encuentro con el Padre. El famoso filósofo polaco Bauman habla de tres tipos de caminantes:

                -turistas: se mueven atraídos por la belleza del mundo, sin atarse a nada.

                -vagabundos: se mueven porque ya nadie los aguantan donde están.

                -peregrinos hacia un santuario, hacia una meta.

¿Qué tipo de caminante soy yo? ¿Camino hacia una meta o voy escapando de las situaciones, porque no aguanto más o porque no me aguantan?

La vida humana es un caminar hacia la madurez del amor, hacia la propia entrega; en eso consiste la madurez humana, lo que implica cargar con la propia cruz, asumir la responsabilidad de nuestro amor, incluso hasta la donación total, como hizo Jesús.

La vida se vive dándola, gastándola, exponiéndola desde el amor y para el amor. Vivir consiste precisamente en eso, en gastar la vida en aras del amor. Si uno quiere agarrarse al don precioso de la vida, sin ponerla al servicio, se parece a aquel que recibió un denario y, en vez de negociar con él, lo guardó bajo tierra; terminará perdiendo lo poco que ha recibido.

No es que Jesús quiera morir, lo que quiere es vivir plenamente conforme a la voluntad de su Padre. Pero ese vivir plenamente no se logra si uno no se arriesga, si uno no se expone, si uno no es coherente y fuerte.

P. Antonio Villarino

Bogotá