Comentario a Lc 3, 10-18 (Tercer Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2015)
Seguimos con el Adviento (tercer domingo) y seguimos con Juan el Bautista, con la ayuda del capítulo tercero de Lucas, que nos muestra a Juan predicando con fuerza un mensaje de honestidad, generosidad y justicia como base para cualquier vida humana. Donde hay mentira, egoísmo, injusticia y deshonestidad, hay poco que hacer. Donde hay verdad y honestidad, se abre el camino de Dios y de una vida con sentido.
Pero, al mismo tiempo, Juan reconoce que eso solo no basta. En primer lugar, porque pocas personas pueden ser verdaderamente honestas y justas, si es que alguna puede. Al final todos somos pecadores y necesitamos perdón y misericordia; perdón y misericordia que no somos capaces de merecer sino de recibir gratuitamente del amor gratuito de Dios.
Y, en segundo lugar, porque sin el Espíritu la vida es como el agua en una boda sin vino (recuerden las bodas de Caná): faltaría alegría, entusiasmo, plenitud. Por eso el Bautista anuncia la llegada de Jesucristo que es mucho más que un él como “moralista” o predicador de buenas intenciones; Jesucristo es portador del Espíritu, capaz de transformar el agua de nuestras frágiles buenas intenciones en Espíritu de verdadero amor. Pocas personas han explicado la diferencia que hace el Espíritu como un Patriarca oriental que se expresó en estos términos:
“Sin el Espíritu Santo,
Dios es lejano,
Cristo permanece en el pasado,
el Evangelio es letra muerta,
la Iglesia una simple organización,
la autoridad un poder,
la misión propaganda,
el culto un arcaísmo
y la moral cristiana una conducta de esclavos.
Pero con El,
la concordia se hace indisoluble,
el cosmos se rehabilita por la regeneración del Reino,
Cristo resucitado está presente,
el Evangelio se convierte en una fuerza de vida,
la Iglesia realiza la comunión trinitaria,
la autoridad se transforma en servicio,
la misión es un Pentecostés,
la liturgia es memoria y anticipación,
el obrar humano se diviniza.
(Texto del Metropolita Ignacio de Laodicea ante la Tercera Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias en Upsala, 1968).
Prepararse a la Navidad es abrirse a esta acción del Espíritu, que transforma nuestros pequeños esfuerzos y búsquedas en encuentro con la Palabra iluminadora de Dios y con su Amor regenerador, encarnados en Jesucristo, no sólo en el pasado, sino sobre todo en el presente.
P. Antonio Villarino
Madrid