Laicos Misioneros Combonianos

La identidad de Jesús: Cordero, Espíritu, Hijo

Un comentario a Jn 1, 29-34 (2º Domingo ordinario, 15 de enero del 2017)

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La aparición de Jesús de Nazaret en un pequeño territorio del Imperio Romano, hace ahora algo más de 2.000 años, fue un hecho que marcó para siempre la historia de la humanidad. Eso no lo niega nadie, porque es un hecho evidente y contundente que se impone por sí mismo, aunque no sea fácil explicarlo (de hecho, a veces las cosas más importantes de nuestra vida son difíciles de explicar en conceptos y palabras, porque la vida supera sus explicaciones y la realidad supera a las ideas, como recuerda el papa Francisco).

Lo que han hecho los evangelistas –y seguimos haciendo muchos hasta el día de hoy- es darle vueltas a su figura para ver si la vamos comprendiendo cada día un poco más, en diálogo con nuestra propia experiencia personal y con la cultura en la que vivimos.
En ese sentido el evangelista Juan se vale del testimonio de otro Juan, el Bautista, para comunicarnos algunos títulos o rasgos de la personalidad de Jesús. Según el Bautista, Jesús es:

1.- “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
Para los judíos la imagen del cordero de Dios evocaba muchas experiencias de liberación, purificación, perdón y alianza. Y eso era lo que Jesús representó para aquellos sus primeros admiradores y seguidores. Los que se sabían pecadores encontraron en él perdón y purificación; los que se sentían esclavizados por las leyes de su tiempo o por sus propios miedos y esclavitudes, experimentaron una cercanía y un amor que les hacía ser libres y “saltar” de alegría; los que creían que habían roto sus relaciones con Dios, vieron en él renovada su Alianza. También hoy yo miro a Jesús y me sé purificado, perdonado, rehabilitado, libre y “aliado” de mi Dios y de toda persona que busque comprensión y amor.

2.- Alguien sobre quien “descendía el Espíritu Santo”.

El Bautista era un hombre bueno y un reformador; él promovía un cambio profundo en la sociedad, un cambio ético y religioso… Pero se daba cuenta que sus propuestas, por muy radicales que fueran, no irían muy lejos; no tenían fuerza para cambiar las cosas. Pero cuando conoció a Jesús, comprendió que en aquella persona había algo más que agua, había “vino” del bueno, es decir, el Espíritu de Dios lo poseía totalmente. Y el Espíritu parece poca cosa, hasta parece que no cuenta (no es tangible ni medible), pero en realidad lo cambia todo. Lo podemos comparar con la gasolina que mueve a un carro. Sin ella el carro tiene todas sus partes, pero es incapaz de moverse. Lo mismo nuestra vida: puede estar entera, pero si falta el amor, si falta el Espíritu, somos como muertos que la vida lleva de un lado para otro sin ton ni son. Es el Espíritu el que da sentido, alegría y fuerza para vivir con alegría y entusiasmo. Jesús estaba lleno de este Espíritu y lo sigue transmitiendo hoy a quien se acerca a él con sinceridad y verdad.

3.- “Hijo de Dios”
Desde el principio, los discípulos de Jesús vieron en él tanta presencia divina que, además de considerarlo un profeta y el “mesías” que los judíos esperaban, empezaron a reconocerlo como “Señor” y como “hijo” de Dios. El mismo Jesús dijo que todos somos hijos de Dios, pero los discípulos vieron que Jesús era hijo de manera muy especial y afirmaron que quienes creían en él recibían, ellos también, el poder de ser hijos, no como una bella metáfora, sino como una realidad trasformada y trasformadora. También a mí Jesús me enseña que yo no soy una mota de polvo perdida en el universo, sino un hijo amado y llamado a amar. Eso cambia todo.

Como el Bautista y como los discípulos, yo también miro a Jesús como “cordero” que me purifica, como portador del Espíritu que yo necesito para vivir en plenitud y como hijo que me hace hijo.

P. Antonio Villarino
Bogotá

“No el muncho saber aprovecha, sino el mucho amar”

Un comentario a Mt 2, 1-12 y Mt 3, 13-17 (8 de enero del 2017)

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La Navidad concluye con la Epifanía, que significa “manifestación”. En algunos países, la Epifanía coincide con la fiesta de los “Reyes magos” (6 de enero) y el domingo próximo se celebra el Bautismo del Señor; en otros lugares, la fiesta de los “Reyes Magos” pasa al domingo, desplazando la del Bautismo al día siguiente. En este comentario me refiero a los dos textos evangélicos, destacando algunas consideraciones:

Los sabios de Oriente
Los sabios de Oriente (“reyes magos”) observaban la naturaleza y en ella descubrieron una estrella, algo que para ellos fue un signo de la nueva presencia de Dios en el mundo.
De hecho, la naturaleza es el primer libro que los seres humanos tenemos para entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con los demás y con Dios. El mundo técnico y urbano, llevado por una prepotencia exagerada, quiso alejarse durante un tiempo de esta naturaleza, lo que está trayendo bastantes problemas a la humanidad. Ahora ha vuelto un cierto respeto a la naturaleza. Ojalá eso nos ayude a integrarnos mejor con la naturaleza y en esa integración encontrar a Dios, como fuente de vida, de armonía, de luz y de paz.

Juan Bautista
Por otra parte, Juan, iniciador de un gran movimiento de cambio radical, manifestado en el bautismo, supo percibir en la masa de “convertidos” la presencia de Uno, una persona especial sobre la que se abría el cielo, es decir, que tenía una relación especial con Dios del que era el “hijo amado”. A nosotros se nos invita a identificarnos con este Jesús de Nazaret y con él sabernos hijos amados, perdonados y renovados. No se trata tanto de que seamos moralmente perfectos cuanto de que tomemos conciencia de ser hijos amados. No cambiamos para amar, cambiamos porque somos amados.

Herodes y los adormecidos
Frente a los sabios de Oriente y al profeta del Jordán, nos encontramos con las personas endurecidas, que se encierran en sus privilegios y son incapaces de comprender los caminos de Dios en su tiempo. Herodes no era capaz de percibir los signos de Dios, porque estaba cegado por sus intereses políticos. Lo único que le interesaba era conservar su poder y todo lo demás, no sólo no existía, sino que “no podía existir”. Cualquier amenaza contra su poder debería desparecer por las buenas o por las malas. Lo que no sabía Herodes es que, a pesar de su poder, el amor de Dios terminaría por triunfar. Los seguidores de Jesús sabemos que el mal existe, pero el Bien de Dios termina triunfando.

Junto a Herodes había también los “expertos” (sacerdotes y escribas) que conocían las tradiciones y la sabiduría acumulada en las Escrituras, pero esos conocimientos no le servían para “ver” el paso de Dios por sus vidas. Se miraban demasiado a su propio ombligo, estaban demasiado pagados de sí mismos. “No el mucho saber aprovecha, sino el mucho amar”, dijo San Ignacio.

La Epifanía es un buen momento para mirar alrededor (al mundo, a los demás) y al interior de nosotros mismos para percibir los signos del paso de Dios por nuestra vida. Ojalá nuestro corazón sea humilde y abierto, de manera que nuestros ojos puedan “ver” a este Dios que se nos revela y como, los sabios de Oriente, lo reconozcamos y lo adoremos.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Tener un nombre, vivir en familia

Un comentario a Lc 2, 16-21 (Solemnidad de Santa María, 1 de enero del 2017)

sagrada-familia-natividad-nativity-jesus-maria-y-jose-navidad-5Dentro de su “evangelio de la infancia”, Lucas narra lo que los pintores más tarde captaron como una escena familiar en dos cuadros, que se prestan a una contemplación tranquila, sosegada y un poco maravillada, como cuando vemos a un bebé en brazos de su madre o de su padre. Imaginen que están en uno de los grandes museos del mundo, en los que se exponen algunos de los muchos cuadros en los que estas escenas se reproducen o, si lo prefieren, bajen una reproducción de internet y mediten conmigo un poquito.

Primera escena: la visita de los pastores

En primer lugar contemplamos la visita de los pastores, con lo que Lucas nos quiere recordar que aquel niño, en brazos de María y José, será el Mesías esperado por los pobres y sencillos. Pero este Mesías no nace en un palacio ni es bajado de una estrella, sino que nace en el seno de una familia. José y María son indispensables para que el proyecto de salvación querido por Dios se realice.

Segunda escena: circuncisión y nombre

En segundo lugar, podemos contemplar la escena en la que esta pareja, responsable de este niño, lo acompañan al templo para una ceremonia con la que el niño se hace formalmente miembro de un pueblo y recibe el nombre que le dará una identidad para toda la vida. Las dos cosas (pertenecer a un pueblo y tener un nombre) son importantísimas para el sano crecimiento de una persona. Sin familia, sin nombre y sin pueblo de pertenencia un ser humano sería como una hoja seca que el viento lleva de un lado para otro sin sentido alguno.

La importancia de la familia

Me parece que los psicólogos está de acuerdo en que todos nosotros somos, en buena parte, lo que hemos recibido en nuestra familia, incluso antes de ser conscientes de ello. Por eso hoy, día que la Iglesia dedica a la familia, es una buena ocasión para dar gracias a Dios por haber sido acogidos, protegidos, nutridos, enseñados en una familia que, no sólo nos alimentó, sino que nos dio un nombre y una pertenencia, nos hizo ser “alguien” con experiencia de ser amados y capaces de amar. ¡Qué gran don! Sobre esa base podemos realizar el proyecto personal al que Dios nos llama.
Por otra parte, es una buena ocasión para que todos los miembros de la familia descubran o fortalezcan el don recibido y contribuyan a hacer la familia más acogedora y estable. Defender y proteger a la familia es defender a la humanidad; hacer familia es vivir el amor, fuente primera de la felicidad humana y de nuestro acercamiento a Dios. Además, vivir la familia es la mejor manera de contribuir a la paz en el mundo.

¡Feliz año 1017, en una familia feliz y en un mundo justo y pacificado!
P. Antonio Villarino
Bogotá
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Postdata: Familia en la cotidianidad
“Ante cada familia se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en tantas familias de prófugos desechados e inermes… Como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios”. (Francisco, Amoris Laetitia, n. 30)