El pasado 17 de agosto yo y mis siete colegas del grupo Fe y Misión partimos para un largo viaje desde Lisboa hasta el aeropuerto de Nampula. No para hacer vacaciones, sino para tener un mes de experiencia misionera en la comunidad Comboniana de Carapira. Ahora que estoy de vuelta en Portugal, sólo puedo decir que fue un mes inolvidable que puso a Mozambique para siempre en mi corazón.
El lugar principal de nuestra misión fue el Instituto Técnico Industrial de Carapira (ITIC), donde colaboramos en diversas actividades, según los dones de cada uno. En mi caso, siendo yo estudiante de Matemáticas, tuve la oportunidad de colaborar en la revisión de la contabilidad, en el apoyo al sector pedagógico y en la aclaración de dudas a los alumnos durante el estudio nocturno. Pero nuestra misión no se redujo al ITIC – también nos pidieron que ayudáramos a través de explicaciones a las niñas del internado de las Hermanas Combonianas, y pudimos participar en varias actividades de pastoral (visitas a las comunidades, a los enfermos, etc.). A pesar de todas estas tareas, lo que hizo este mes tan significativo no fue lo poco que di, sino lo mucho que recibí y aprendí en Carapira.
Acogida y compartir son dos palabras que contienen mucha de la magia de este mes de misión. Es increíble la forma en que la comunidad misionera de Carapira (sacerdotes, hermanas y laicos) ha estado, desde primera hora, de puertas siempre abiertas para recibirnos, para servirnos un café o para ayudar en lo que fuera necesario.
En el contacto con el pueblo percibí que esta disponibilidad y este compartir es también lo que mejor caracteriza la cultura del pueblo Macúa, una cultura riquísima que contrasta tanto con la europea… Mientras que en Europa la vida está llena de estrés y las personas desesperan con el mínimo contratiempo (un simple retraso de un autobús, por ejemplo), lo que encontré en Carapira fue un pueblo que vive sin prisas, que sabe estar y contemplar. La verdad es que en mis primeras semanas en Carapira tuve bastante dificultad en adaptarme a esta cultura y a este ritmo. Pero valió la pena porque esta “ralentización” me llevó a repensar mi estilo de vida y a encontrar ese silencio interior que nos ayuda a escuchar la voluntad de Dios.
Vivir en comunidad fue otro de los grandes desafíos que tuve que enfrentar. Durante este mes, fuimos 8 jóvenes a hacer comunidad “a cien por cien”: hicimos las comidas juntos, rezamos juntos, trabajamos juntos… Una rutina que no tiene nada que ver con lo que estoy acostumbrado, pues yo salí de casa de mis padres (cuando entré en la universidad) y me acostumbré a una vida bastante autónoma y relativamente solitaria… La adaptación no fue fácil, porque en la vivencia comunitaria surgen constantemente situaciones que nos llevan a errar – basta estar un poco más cansados para decir la palabra equivocada y generar un desentendimiento. Son situaciones inevitables que surgieron de vez en cuando, pero que siempre fueron superadas gracias a la fuerza de la oración, que nos ayudó a estar más en sintonía con Dios, a “morir todos los días por ir contra el propio querer” (¡como dice un cántico que nos gusta mucho!) y a ser capaces de perdonar.
Para quien viene de un país como Portugal, es entristecedor ver que una gran parte de la población de Mozambique vive en una situación de enorme pobreza. Y aún más triste me quedé al darme cuenta de que la mentalidad de los países ricos es en gran medida la responsable de esa pobreza. Por ejemplo, en los paseos por el barrio me sorprendía escuchar muchas veces la frase “mucunha [blanca], necesito dinero”, pero con el tiempo percibí que esto sucede porque muchas mucunhas ayudan (dando dinero) sólo para quitarse el peso de la conciencia, sin preocuparse de crear los medios necesarios para que el pueblo salga de la pobreza y deje de depender de limosnas. Pero quedé lleno de alegría al ver en el terreno el gran y continuo trabajo de caridad y amor al prójimo que realizan las misioneras y los misioneros Combonianos, fieles al lema de San Daniel Comboni: “Salvar África con África”.
Mucho más podría decir sobre este nuestro “aterrizaje” en Carapira. Podría hablar sobre las bellezas fantásticas que encontré en las visitas a la playa, en la Isla de Mozambique, o sobre la gran fiesta de nuestra despedida, o sobre muchas otras cosas buenas. Pero lo más importante es lo que queda guardado en el corazón, y eso no se puede traducir en palabras…
Agradezco a Dios por haber tenido la oportunidad de vivir todo esto.
Mozambique: estamos juntos, en la amistad y en la oración.
Rúben Sousa (Portugal)