Laicos Misioneros Combonianos

Mañana de Resurrección

Un comentario a Jn 20, 1-18, Domingo de Pascua, Misa del día, (27 de marzo de 2016)

DSC02091La liturgia nos ofrece muchas lecturas el Sábado Santo y el Domingo de Pascua. Yo me fijo solamente en el capítulo 20 de San Juan, del cual se lee una pequeña parte en la Misa del Día del Domingo. El texto es muy rico, pero, como siempre, ofrezco apenas unas breves anotaciones:

1. “El primer día de la semana”. Comienza una nueva “semana” (como la primera “semana” del Génesis), un nuevo tiempo, una nueva creación. Jesús vino para hacerlo todo nuevo, superando la experiencias negativas. Él es el testigo de que Dios es siempre nuevo, de que es posible comenzar en nuestra vida un camino nuevo. Claro que, para que se produzca una nueva creación, es necesario saber morir a la vieja creación, al egoísmo, al orgullo. “Si el grano de trigo no muere, se queda solo; pero si muere, da fruto en abundancia”.

2. “Al amanecer, cuando todavía estaba oscuro”. María Magdalena busca a Jesús, no en la vida, sino en la muerte, sin darse cuenta de que el día ya “amanece”; “cree que la muerte ha triunfado”, comenta el biblista Mateos; por eso su fe está todavía en la oscuridad. Ya clarea, ya hay nueva esperanza, pero no se ha abierto camino en el corazón y en la conciencia de María. ¡Cuántas veces nosotros vivimos en el claroscuro, sin saber reconocer los nuevos signos de esperanza que Dios nos regala en nuestra historia personal o comunitaria!

3. La losa removida. A este respecto comenta el escritor Anselm Grün: “La primera señal de la Resurrección es la piedra que ha sido retirada del sepulcro. La piedra que preserva del sepulcro es el símbolo de las muchas piedras que están sobre nosotros. .. Esta piedra puede ser la preocupación por nuestro porvenir o por el futuro en nuestro mundo. El miedo que gravita sobre nosotros puede ser la angustia de fallar, el miedo de decir lo que sentimos porque podríamos desacreditarnos, porque podríamos perder el afecto y la confirmación de los otros…. Cuando una piedra yace sobre nuestra tumba, nos pudrimos y nos descomponemos dentro….”.

4. Los discípulos
a) Simón y el otro discípulo llegan separados. La muerte de Jesús ha provocado dispersión: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. Es una reacción muy normal en los momentos de dificultad. La gente se divide y se dispersa, cuando las cosas no van bien. El desánimo se acumula y reina el “sálvese quien pueda”.
b) Los dos discípulos corren al sepulcro. Movidos por la Magdalena, los discípulos recuperan la unidad, una vez más atraídos por el recuerdo y la búsqueda de Jesús. En los momentos de división, de amargura, de decepción, sólo una cosa puede devolver la unidad a la comunidad y a la Iglesia: correr en busca de Jesús, aunque nos parezca muerto, aunque nos parezca que ya no tiene la fuerza y el atractivo de una vez.
c) Encuentran signos de vida (la losa removida, los lienzos ordenados). Pero los discípulos siguen sin creer que la vida pueda superar a la muerte. No habían entendido que Dios puede hacer todo nuevo, como lo había anunciado Isaías: “ Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminosos es tu rocío, y la tierra echará de sus seno las sombras” (Is 26, 19-21).
d) El discípulo amado (el que había estado con Jesús en la cruz) cede la primacía al que lo había traicionado. El discípulo fiel ayuda al compañero, pero sin recriminaciones, simplemente corriendo más que él. A los compañeros no se les recrimina ni se les pretende forzar a la fidelidad; simplemente hay que correr más y, al mismo tiempo, saber esperar.
d) Los discípulos no comentan nada entre ellos. Siguen atónitos, sin saber qué pensar. Suele suceder. Cuando alguien se muestra muy entusiasta de una presencia de Dios entre nosotros, los demás se muestran escépticos y hasta acuden al ridículo (“cosas de mujeres”). De ahí que la gente tiende a no mostrar mucho su fe, su devoción, su entusiasmo… no sea que los traten de ingenuos, de devotos…

5. María Magdalena
a) María no anuncia que la losa está removida, sino que “han quitado al Señor”. Lo que es una señal de vida lo interpreta como una señal de desesperación. Busca a un señor muerto, no vivo.
b) A pesar de eso, sigue al pie del sepulcro, embargada por la tristeza, pero firme. Hay momentos de noche oscura en los que sólo vale el amor gratuito, incondicional, la fidelidad pura y dura, amparada en la memoria de una experiencia de amor indestructible.
c) María no es capaz de reconocer a Jesús vivo. En efecto, ella sigue pensando en él como muerto. Parece que quiere encontrar a Jesús en el sepulcro, aunque sea muerto ¿Es Jesús para nosotros alguien del pasado? María “no sabe que, resucitado, ya no se circunscribe a un lugar y que está siempre cercano, presente entre los suyos” (Mateos).
d) “Le dice Jesús: María”. Jesús vivo nos llama por nuestro nombre, de una manera concreta; nos interpela en nuestra situación de vida, con nuestras circunstancias particulares, únicas e irrepetibles. Al oír la voz de Jesús, que la identifica personalmente y la involucra, “no mira más al sepulcro, que es el pasado; se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. Ahora responde a Jesús” (Mateos).
e) María, representante de la Iglesia, de la nueva comunidad, escucha la voz del buen pastor que la invita al seguimiento para gozar de buenos pastos y llenarse de vida y alegría. María responde “Rabbuni”: reconoce el señorío de Jesús, maestro y Señor. Este reconocimiento surge desde la noche de la desesperanza y el sufrimiento. Es un reconocimiento distinto del momento en que se sintió amada, perdonada, comprendida en su propia vida. Ahora ya no piensa más en sí misma, sino en el Señor que pensaba perdido para siempre.

Pienso que esta experiencia se parece mucho a la de nosotros, los adultos, que, después de nuestro entusiasmo juvenil, hemos pasado por decepciones, tinieblas y amarguras. Estamos un poco decepcionados de nosotros mismos, de la comunidad, de la Iglesia, de las utopías… ¿Podemos reconocer al Señor y responderle con igual cariño, sean cuales hayan sido nuestras experiencias como personas, creyentes y consagrados?

P. Antonio Villarino
Madrid

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