Laicos Misioneros Combonianos

Experiencia misionera en la Iglesia Católica de San Pablo de Akonoma, Cape Coast (República de Ghana) del 21 de diciembre de 2020 al 4 de enero de 2021.

LMC Ghana
LMC Ghana

Nuestro capellán, el Rev. P. Leopold Adanle, en su afán por fomentar nuestra formación, sugirió a nuestro grupo hacer una experiencia de unos días en Manigri, Benín. Más tarde, tras el Consejo Provincial, se acordó hacer la experiencia en Cape Coast, Ghana.

Tuvimos que dejar a nuestras familias para celebrar las fiestas de Navidad lejos de nuestro hogar. Muy temprano, el 21 de diciembre de 2020, Frank Amenyo y Justin Nougnui emprendimos el viaje desde nuestras distintas zonas para reunirnos con Christian Wotormenyo en Accra. Desde Accra, los tres tomamos un coche para Cape Coast. Cape Coast está a unos 300 km de nuestras ciudades.  El párroco, el reverendo P. Bonaventure Gnaha, vino a buscarnos a la estación de camiones para llevarnos a nuestra misión, la iglesia católica de San Pablo de Akonoma. La experiencia fue en dos aspectos, con la Comunidad parroquial y con nuestra Comunidad LMC.

1. La experiencia con la comunidad eclesial

Nuestro servicio consistió en animar la Iglesia de Akonoma. Nos trasladamos de casa en casa a la búsqueda de los miembros de la iglesia que habían dejado de venir a la iglesia. Ninguno de los tres conocía el fante, la lengua local de la zona. Dos de nosotros podíamos decir muy pocas palabras en fante. Nos desplazamos con un intérprete. Tuvimos la gracia de visitar a algunos miembros ancianos y enfermos de la iglesia y también de la comunidad de Akonoma. Después de la visita a las casas, planificamos reuniones con las distintas organizaciones de la iglesia para dar formación y consolidarlas. Disfrutamos de las fiestas de Navidad. Los días 24, 25, 27, 31 de diciembre, 1 de enero y 3 de enero, que fueron la vigilia de Navidad, el día de Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia, la vigilia de Año Nuevo, la solemnidad de María, Madre de Dios y la solemnidad de la Epifanía, estuvimos animando a la comunidad parroquial. Los reverendos Padres, Buenaventura, José y Antonio nos fueron acompañando en las distintas celebraciones. La noche del 31, vigilia de año nuevo, la Escuela de Jesús, una asociación de niños realizó una representación nocturna.

2. La comunidad LMC

Cada mes nos hemos ido reuniendo. Pero durante esta experiencia, los tres tuvimos la oportunidad de vivir juntos.

a. Vida de oración

Teníamos nuestro horario diario. Rezábamos los Laudes por la mañana, leíamos el Evangelio del día con un comentario, una Historia de la Vida de San Daniel Comboni escrita por Bernard Ward. Después del desayuno, teníamos nuestras actividades internas o en el exterior. A las 12:30, teníamos el almuerzo seguido de la siesta. Por la tarde teníamos las actividades, a las 6:30 rezábamos las Vísperas y cenábamos. Todos los días, antes de la oración de la noche, reflexionamos sobre las actividades del día y planificamos el día siguiente.

b. División del trabajo

Cocinábamos nosotros mismos, servíamos las comidas y lavábamos los platos. A veces íbamos a buscar agua nosotros mismos, otras veces nos ayudaban los jóvenes. Cada uno tenía una responsabilidad, el Sr. Wotormenyo como coordinador del equipo, el Sr. Amenyo como ecónomo y el Sr. Nougnui de secretario.

c. Promoción vocacional

Hablamos de la Familia Comboniana en general cuando nos encontramos con algunos miembros activos de Akonoma. Hicimos hincapié en los LMC, quiénes son, los requisitos para ser LMC, las actividades de los LMC. Lo mismo hicimos cuando asistimos a la reunión del Comité Litúrgico de la parroquia. También aprovechamos para visitar a un grupo de Amigos de Comboni en la Iglesia Católica de San Pablo de Nkanfoa. Ahora en nuestra provincia, ser miembro del grupo de Amigos de Comboni, es uno de los requisitos para entrar en los LMC. Charlamos con los miembros y les animamos a seguir avanzando hacia los LMC. Prometimos estar en contacto con ellos para acompañarlos en el camino a seguir.

d. Los desatendidos

La visita de casa en casa nos mostró la realidad de los desatendidos y abandonados. Algunos ancianos y enfermos estaban un poco olvidados. Para continuar con el aspecto caritativo de la Iglesia, creamos a partir del Consejo parroquial el Comité de Bienestar. Su función es esencialmente buscar a los enfermos, encontrar “la oveja perdida” y también asistir a los miembros que están de duelo.

Estamos muy agradecidos por la oportunidad que se nos ha brindado. Damos las gracias al Consejo Provincial, a nuestro capellán, al párroco de la iglesia católica de San Pablo de Nkanfoa y a la comunidad eclesiástica de Akonoma por ayudarnos a responder a nuestra vocación. Esta experiencia misionera ha fortalecido nuestra fe y nos ha motivado a continuar nuestro camino tras las huellas de San Daniel Comboni.

Justin Nougnui, coordinador LMC.

La mano tendida, poder de Dios

Discípulo

Comentario a Mc 1, 40-45 (VI DOMINGO del TO, 14  de febrero 2021)

Discípulo

Leemos la última parte del primer capítulo de Marcos, que hemos venido leyendo desde el tercero hasta este sexto domingo del tiempo ordinario. Al meditar esta lectura, que nos habla de la experiencia de un leproso curado por Jesús, al salir de su oración solitaria, me detengo en cuatro reflexiones:

Reconocer la propia debilidad y transformarla en súplica

Lo primero que me llama la atención es que el leproso –con una enfermedad considerada entonces grave y vergonzosa– no esconde su realidad, no dice como el borracho: “Yo no he bebido”, sino que se reconoce enfermo y necesitado de ayuda; no se encierra en su soledad y desesperación, sino que sale de su aislamiento y hace un acto de confianza en sí mismo, en el prójimo, en Jesús.

Lo sabemos: la primera gran medida para curarse es aceptar que uno está enfermo, no auto-engañarse en un falso orgullo. La segunda es reconocer que uno solo no logra salir de una enfermedad, de la adición que lo esclaviza, o de una situación de conflicto estéril. En nuestro tiempo, se habla mucho de autoestima y hay miles de libros de autoayuda; hasta un famoso y respetado teólogo tituló un libro de espiritualidad “Beber del propio pozo”. Y eso es cierto: cada uno de nosotros es un hijo de Dios, tiene su dignidad inalienable y sus propios recursos y dones…

Pero mi experiencia es que la autoestima y la autoayuda no bastan. En algunos momentos, hay que saber pedir ayuda, hay que saber acudir a otro, que nos da una necesaria ayuda material, una buena palabra, un empujón moral… En esta línea se sitúa también la oración de súplica, que solo los pobres y humildes entienden. Los ricos y orgullosos, de cualquier orden, no piden, ordenan. Pero ¡ay de aquel que siempre se siente rico!; seguramente miente. La oración del leproso es típica del humilde: “Señor, si quieres, puedes curarme”.

La mano tendida, poder de Dios

Ante la súplica sincera del leproso –hecha con el corazón y con la vida, más que con las palabras– Jesús extiende la mano y lo toca. “Extender la mano”, imponerla sobre situaciones y personas, es un gesto que en la Biblia tiene mucho que ver con el poder de Dios, como hizo Moisés sobre las aguas del Mar Rojo, como hacían los profetas para dejar su herencia espiritual a sus discípulos o los apóstoles. Claro que nosotros sabemos que el verdadero poder de Dios es su amor. En efecto, como ha dicho, el papa Benedicto XVI, “sólo el amor redime”. El amor hecho caricia, el amor hecho gesto de ánimo, el amor hecho venda para la herida, el amor hecho palabra límpida, el amor hecho comprensión y solidaridad en una y mil formas.

En Jesús este amor sanador de Dios se hizo persona concreta, caricia, mirada que comprende y anima, mano que toca y sana. También la Iglesia –comunidad de discípulos misioneros, extensión de Jesucristo en el hoy de la historia– es: mano extendida para atender a los que se sienten enfermos, debilitados y, humillados…, mano que se une a la palabra para decir: ánimo, “quiero, sé sano”. Ciertamente, la enfermedad es parte de toda experiencia humana, pero lo más grave de la enfermedad es la sensación de estar desvalido, de sentirse inerme, de ser un “don nadie”, una mota de polvo… La mano de Jesús, la mano de la Iglesia, se alarga y nos toca para decirnos: No te asustes, tú vales mucho, adelante.

Reincorporarse a la comunidad

Jesús manda al leproso curado a presentarse ante los responsables de la comunidad y a realizar los ritos necesarios a su integración en la misma. Son ritos, que, aunque discutibles en sí, mantienen unida a la comunidad; son como los mimbres de una cesta: cada uno en sí es poca cosa, pero todos juntos, adecuadamente organizados, dan la consistencia necesaria para constituir una cesta… Así sucede con los ritos y costumbres de cualquier comunidad humana o cristiana: tomados aisladamente son discutibles o despreciables; pero en su conjunto ayudan a mantener la comunidad viva y fortalecen la vida de todos.

Recuerdo que, en mis tiempos de misionero en Ghana, tuve a que ver con una señora acusada de brujería. Después de una serie de diálogos y ritos con ella y con la comunidad, la acompañé a su casa y percibí cuál era su problema: por una serie de razones que no vienen al cuento, aquella señora se había convertido en una especie de “leprosa”, separada de la comunidad. El remedio estaría precisamente en reincorporarla a la comunidad: participar de sus fiestas, de sus ritos, de sus problemas, de sus tareas. Muchos de nosotros necesitamos frecuentemente el impulso espiritual para reincorporarnos humildemente: a la familia, a la comunidad, a la parroquia, al grupo… Y para ello necesitamos la mano y la palabra fuerte de Jesús.

El secreto mesiánico

Jesús manda al leproso guardar silencio sobre lo que le ha pasado. Se trata del famoso “secreto mesiánico”, con el cual, según los expertos, Jesús quería protegerse de una falsa interpretación (política o triunfalista) de su misión.

Me parece que en esta época estamos todos demasiado preocupados por nuestra presencia en los medios, por una necesidad de aparecer en los medios a todo coste. Exagerando un poco, casi estamos dispuestos a “vender el alma” con tal de aparecer en la TV o en algún medio de comunicación; algunos artistas dicen: “que hablen de mí, aunque sea mal”. Jesús nos enseña otro camino: el de la autenticidad, el de la verdad, el de la transparencia… Si después la cosa se sabe, ya veremos cómo reaccionar. Pero buscar la publicidad por sí misma no parece ser el método misionero de Jesús…. Y tampoco de una santa tan reciente y “exitosa” como la Madre Teresa de Calcuta.

P. Antonio Villarino

Bogotá

La casa-comunidad, “hospital de campaña”

Suegra

Comentario a Mc 1, 29-39 (DOMINGO, 7 de febrero 2021)

Suegra

Continuamos, en el V Domingo del Tiempo ordinario, con la lectura del primer capítulo de Marcos, que nos narra una jornada de Jesús en Cafarnaum.  El domingo pasado nos quedábamos en la primera parte, contemplando a Jesús en la sinagoga, enfrentado al espíritu “impuro”. Hoy le vemos fuera de la sinagoga. Para mi comentario, me fijo en cuatro palabras calve:

La casa

Jesús deja la sinagoga y entra en la casa de Simón Pedro, en compañía de Andrés, Santiago y Juan, además, naturalmente de Simón, cuya casa se convierte por algún tiempo en centro de operaciones de aquella primera comunidad de discípulos misioneros. En los evangelios, se habla frecuentemente de esta experiencia de Jesús entrando en las casas de la gente, especialmente en casas de personas reconocidas como “pecadores públicos”: Leví, Zaqueo, Simón el fariseo… Sus comidas en las casas son un signo de fraternidad y fiesta, de perdón y vida nueva. También las primeras comunidades cristianas se reunían en las casas de algunos discípulos o, mejor, discípulas. Eso le daba a la Iglesia un estilo de familia y fraternidad, de vida cercana a los gozos y sufrimientos de las personas.

También hoy, conozco a tantas familias que acogen al Señor en sus casas de mil maneras, que hacen de sus viviendas un lugar de encuentro para los que creen en Jesús y para cualquier persona en necesidad de ayuda.  Ellos son verdaderos discípulos de Jesús.  Con ellos sueño una Iglesia laical, “casera”, pegada a la vida concreta de las personas; una Iglesia hecha de pequeñas células de amigos y amigas, que se visitan, se ayudan mutuamente, se protegen en los momentos de debilidad y se sirven unos a otros, como hacía la suegra de Simón.

La casa convertida en “hospital de campaña”.

 Con la presencia de Jesús, la casa de Simón y de su suegra se convierte en un lugar que irradia salud, dignidad (la suegra “se pone en pie”) y servicio a la vida. En la casa de Simón, como en la sinagoga, Jesús se muestra como la revelación de la bondad del Padre para sus hijos necesitados, como una expresión de amor gratuito, que sana, dignifica, perdona, reconcilia, anima e invita a servir.

Eso es lo que el papa Francisco, con su lenguaje concreto y eficaz, ha definido como “hospital de campaña”, una Iglesia servidora en medio de las muchas violencias de este mundo, que produce tantos heridos física, económica y moralmente. Afortunadamente, muchos hemos podido experimentar la realidad de esta Iglesia-Hospital: ¡Cuantos centros de salud promueve la Iglesia en los lugares más apartados del planeta! ¡Cuántas escuelas para niños pobres! ¡Cuántos ancianos acompañados en su vejez y escuchados con paciencia! ¡Cuántos personas que encuentran una palabra de consuelo, de perdón y de ánimo! Pienso que, en alguna medida, podemos estar sanamente orgullosos de una Iglesia que en el mudo es una instancia de los más variados servicios al ser humano herido en las mil batallas de la vida.

Pero, junto a un cierto “orgullo”, siento también un fuerte llamado a la conversión: a buscar que la Iglesia a la que yo pertenezco (comunidad, parroquia, movimiento), no sea un castillo encerrado, sino una casa convertida en “hospital de campaña”.

Atardecer y Amanecer: Trabajo y oración, palabra y silencio.

Al amanecer, Jesús se va a un lugar solitario, evidentemente a encontrarse en la intimidad con la Fuente de su vida interior, a restablecer los lazos afectivos con el Padre (después de las luchas de cada jornada), a discernir y renovar el sentido de todo lo que está haciendo, por qué y para qué, evitando así perderse en la vorágine de un activismo alocado.

Alguien ha dicho que el futuro será de los contemplativos, no de los que alocadamente corren de un lugar para otros, multiplicando palabras vacías y corazones resecos. Pienso que invertir en oración, con una fiel y perseverante disciplina, es una de las mejores inversiones para nosotros y para la comunidad. Si esa oración, somos como hojas que se lleva el viento de un lado para otro, sin ton ni son.

Buscar nuevas fronteras

En la lectura de hoy, los discípulos, como las masas de beneficiados, quieren retener a Jesús, atraparlo en las redes de un afecto interesado. “¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas y gocémonos en la belleza de nuestro encuentro!”, parecen decir. Pero Jesús no se deja atrapar, se mantiene libre, para extender el anuncio del Reino a otros lugares, sin confundir la misión con la propia satisfacción personal o con el aplauso de los incondicionales.…

El éxito es siempre una posible trampa, que nos hace acomodar con lo ya adquirido: tanto para las personas como para las comunidades o las parroquias. Pienso en tantas parroquias en las que están contentos porque la iglesia se llena en las cinco misas. Pero la parroquia tiene en su entorno 30 mil o más habitantes, y las cinco misas llenas no llegan a los 2.000. ¿Dónde están los otros?

Pienso que la pasión misionera de Jesús nos debe empujar a ir siempre más allá, a romper nuevas fronteras, a abrirnos a personas, grupos y pueblos nuevos, a no contentarnos con lo ya adquirido sino buscar nuevos horizontes, tanto en la vida personal como en la comunitaria.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Palabras de verdad, hechos de liberación

Jesús

Comentario a Mc 1, 21-28 (IV Domingo ordinario, 31 de enero del 2021)

Jesús

La tercera lectura del cuarto domingo del tiempo ordinario está tomada del primer capítulo de San Marcos y nos narra la primera parte de lo que se conoce como la “jornada de Cafarnaum”, donde aparece un día típico de Jesús y de la primera comunidad de amigos que le acompañaba, después del encarcelamiento del Bautista. Para profundizar un poco en esta lectura, me voy a detener en tres puntos de reflexión: el lugar en el que la acción se realiza, la calidad de la palabra de Jesús y la lucha entre los espíritus “inmundos “ y “el Santo de Dios”.

  1. El lugar geográfico

Nos encontramos en Cafaranum, una ciudad del norte de Galilea, a orillas del lago de Genesaret, un cruce de caminos comercial y cultural entre Palestina, Líbano y Asiria. Podemos suponer que Cafarnaum, como otras ciudades de aquella época y de ahora, era un hervidero de vida, con sus elementos positivos y negativos. Seguramente contaba con sus riquezas; sus líderes políticos, militares y religiosos; sus lugares de diversión; sus vías “imperiales” que la ponían en contacto con la globalización de entonces; su apertura a la modernidad… Pero tenía también, con toda seguridad, bastante confusión, corrupción política y religiosa, injusticia, desprecio de los pobres, abandono de la fe y otras presencias del mal en las vidas privadas y en las estructuras públicas… Había también una sinagoga, a la que cada sábado acudían algunas buenas gentes, aunque quizá a veces lo hacían con un cierto sentido de cansancio y aburrimiento.

Cafarnaum puede ser la imagen de la ciudad y de la civilización en la que nosotros vivimos ahora. También en esta “civitas”, en esta cultura nuestra, hay tanta vida, buena y menos buena; hay tanta riqueza y tanta pobreza; hay liderazgo responsable y corrupto; hay generosidad y mezquino egoísmo; hay confusión y búsqueda de la verdad; hay descreimiento y también no poca fe… Y para nosotros, discípulos del Maestro de Cafarnaum, hay también presencia del Dios del Reino. Nosotros sabemos que Jesucristo sigue vivo entre nosotros y que nosotros estamos llamados a estar presentes en esta ciudad, en este mundo en cambio, no para ganar puntos o adeptos, sino para testimoniar que Dios sigue cercano a los suyos. Como comunidad de Jesús, vivimos en la ciudad, en ella crecemos como discípulos y en ella somos misioneros de su Reino entre tantas personas que buscan verdad y belleza, sentido, amor y liberación.

  • La palabra relevante de Jesús

Jesús hablaba en todas partes, también en la sinagoga, donde muchos habían acudido con fidelidad, aunque quizá con una cierta resignación, a escuchar las acostumbradas palabras del rabino de turno, que no tocarían su vida. Pero aquel día hubo una sorpresa grande. Aquel predicador era diferente; de su boca salía una palabra que tocaba la vita, que producía admiración, alabanza y deseo de cambiar.

Podemos preguntarnos de dónde procedía aquella autoridad de Jesús, aquella relevancia.

A mí me parece que la palabra, cualquier palabra, adquiere autoridad y relevancia, cuando es sincera y auténtica y expresa alguna dimensión de la vida concreta. Cuando es así, encuentra en el oyente un eco que sabe a verdad. Una vez tuve la oportunidad de escuchar a la Madre Teresa de Calcuta en directo, en un salón abarrotado de gente, admirada y contenta, como la que escuchaba a Jesús en Cafarnaum. ¿Qué tenían de especial sus palabras? Podemos decir que nada. Ella repetía, sin grandes recursos oratorios, la doctrina y los conceptos que todos conocemos. Y, sin embargo, al escucharla, todos estábamos emocionados, tocados por la sinceridad y autoridad de vida que emanaban aquellas palabras sencillas, pronunciadas in pretensiones. Aquellas palabras tenían el sello y la autoridad de lo auténtico, de su correspondencia con la vida.

Así –y mucho más– eran las palabras de Jesús. Así, pienso yo, serán nuestras palabras si transmiten algo de lo que Dios hace con nuestras vidas, algo de su luz poderosa, algo de su perdón indefectible, algo de su consuelo verdadero, algo del amor que se nos revela cada día en Jesucristo resucitado y vivo en nosotros, como le sucedió a Pablo.

 Con Jesús, también nosotros estamos llamados a ser, en las Cafarnaum de hoy, portadores de palabras auténticas, palabras de verdad y de justicia, palabras de amor y de perdón, palabras de vida. Muchos de nosotros ejercemos, de hecho, de “palabreros”, si se me permite la expresión; en la vida nos toca comunicar, enseñar, cada uno desde su profesión o ministerio: maestros, padres, curas, tertulianos caseros… ¿Cómo hacer para que nuestras palabras no sean banales, para que sean relevantes? Me parece que la respuesta es una sola: verdad y autenticidad. Los hijos, por ejemplo, descubren enseguida cuando sus padres les cuentan la verdad o cuando les cuentas historias en las que ellos mismos no creen. Y así en todos los órdenes de la vida.

El discípulo misionero de Jesús se deja tocar por la palabra auténtica de Jesús y se convierte, a su vez, en un testigo de palabras verdaderas, que iluminan, curan y guían a otros: en casa, en el trabajo, en la iglesia, en todas partes.

  • La batalla entre los “espíritus inmundos” y el “Santo de Dios”

En la Biblia, también en los evangelios, se habla bastante de “espíritus inmundos” o de “espíritus impuros”. Es un lenguaje que ya no usamos en nuestro tiempo. Pero la realidad y la experiencia que tal lenguaje indicaba es hoy tan real como entonces. Podemos decir que con estas palabras nos estamos refiriendo a toda esa parte del mundo que se opone a Dios y a la verdadera felicidad de los seres humanos: esa parte que genera mentira, confusión, injusticia, desorden, caos, esclavitud, que nos impide crecer como hijos libres y liberadores.

Pensemos, por ejemplo, en la absurda violencia que nos golpea en los últimos tiempos, en la corrupción generalizada, en la brutal desigualdad entre ricos y pobres, en la arrogancia que humilla a los pobres y sencillos, en las muchas dependencias que nos acechan a todos: de la droga, del alcohol, del consumo desenfrenado, del sexo desordenado, del orgullo estúpido…

Este mundo corrupto, inmundo, impuro, injusto, que está en nosotros y alrededor de nosotros, se vuelve nervioso, violento, agresivo, cuando se encuentra con el “santo de Dios”, cuando se confronta con la palabra límpida y veraz de Jesús. Y se entabla una “guerra” a muerte.

Pero Jesús es capaz de hacer callar a este espíritu ruidoso, gritón, arrogante, destructivo. Lo hace a cuerpo limpio, con la limpieza de un poder que no procede de las armas, de la riqueza o de la arrogancia, sino de su anclaje en el amor del Padre, que le hace Hijo liberado y liberador.

Nosotros, en la medida que somos “cuerpo de Cristo”, comunidad de discípulos reunidos en torno a su nombre, también tenemos el poder de vencer el orgullo de un mundo corrupto. No con sus mismas armas, sino con las de Jesús: la coherencia de una palabra y de una vida, enraizadas en la verdad de Dios, que no es otra que su amor gratuito e incondicional. Esa es la mayor fuerza misionera de la Iglesia. Esa es nuestra arma para vencer el mal en el mundo.

P. Antonio Villarino

Bogotá