Laicos Misioneros Combonianos

Dos vidas recuperadas

Mujer

Comentario a Mc 5, 21-43 (XIII Domingo del TO: 27 de junio del 2021)

Mujer

Marcos sigue presentando a Jesús actuando en las dos orillas del lago de Galilea, con un mensaje claro de cercanía divina a los pobres y a los corazones “rotos”; un mensaje que se expresa, no sólo en palabras inspiradoras, sino también en gestos concretos que confirman las palabras y les dan concreción “física”; Jesús realiza lo que podemos llamar “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que se convierten en manifestaciones de la presencia de Dios en medio de su pueblo, tanto entre los habitantes de Gerasa (en la “otra orilla”) como entre los de Cafarnaúm.

De “impuras” a hijas

En la lectura de hoy se nos cuenta la historia de dos mujeres (una niña de doce años y una adulta enferma el mismo número de años), que, siendo impuras (una, cadáver y la otra perdiendo sangre) son tocadas por Jesús y recuperan, no sólo la vida, sino también su dignidad de hijas, capaces de levantarse (“a ti te lo digo, levántate”), de creer (“tu fe te ha salvado”) y de participar en el banquete de la vida (“denle de comer”).

A veces leemos estos episodios como si Jesús fuera un mago que, con poderes especiales, produce efectos mágicos… Ciertamente, yo no dudo de los poderes extraordinarios de Jesús. Pero creo que esa no es la perspectiva adecuada para entender lo que pasó en la rivera del lago de Galilea ni lo que sigue pasando hoy. La perspectiva adecuada es la del “signo mesiánico”, es decir, una acción, un gesto que nace de la confluencia de dos elementos fundamentales:

-La extraordinaria capacidad de Jesús de amar y entrar en sintonía con las personas en su situación concreta, a pesar de estar condenadas por la tradición; su cercanía afectiva profunda, que, tomando muy en serio la realidad de cada persona, le transmite su propia experiencia de la cercanía amorosa del Padre. Como dice Benedicto XVI, sólo el amor salva. Cuando alguien se sabe amado, recobra su dignidad, es capaz de levantarse y de realizar una vida plena.

– La fe de personas sencillas, que, amenazadas por la enfermedad y la muerte, levantan sus corazones y sus esperanzas a Dios como único refugio… En mi vida misionera en África, Europa y América, he encontrado muchas personas que son como el papá de la niña moribunda o la mujer desesperada ante una enfermedad humillante, prolongada y esterilizante.

Ante una situación así, esas personas buscan una salida por cualquier parte: la medicina, la oración, el buen consejo… Cualquier cosa que ayude a recuperar la vida amenazada. Muchos les dicen que no hay nada que hacer, que se resignen; se burlan de su búsqueda, de su fe, de su no contentarse con lo peor. Sin embargo, esa búsqueda merece ser respetada y tomada muy en serio. Eso es lo que hace Jesús, que, desde una experiencia extraordinaria de comunión con el Padre de la Vida, se siente también en comunión con los hijos e hijas que pasan por momentos difíciles, que, marginados, dudan de su propia dignidad y de ser amados.

Palabras y gestos

Todos los seres humanos, incluso los que se creen más seguros y prepotentes, somos creaturas débiles expuestas a enfermedades, sufrimientos, desprecios, peligros y, en definitiva, a la muerte, aunque algún “milagro” aleje la muerte de nosotros por algún tiempo, como sucedió a la hija de Jairo, la hemorroísa o Lázaro. Por eso no creo que el objetivo de los milagros de Jesús fuese el de dar a las personas un poco más de tiempo en una vida, de todos modos, mortal, sino una vida diferente, una vida con amor y dignidad, como hijos e hijas de un Padre amoroso, que se interesa por nosotros y toma en serio todo lo que nos pasa. Las dos mujeres, después de la acción de Jesús, podían decir en verdad: “Yo soy importante para Dios, yo soy importante para Jesucristo, yo soy importante en la comunidad de los amigos de Jesús. Yo no soy una enferma o una muerta. Soy HIJA”.

Ese es el mensaje central de Jesús. Para manifestarlo se sirve de palabras, pero también de signos “mesiánicos”, que, tal como aparecen en Marcos, tienen una doble condición:

-son concretos y prácticos, ligados a la vida de la gente; ayudan a las personas de manera “física”; resuelven un problema real de la vida.

-transcienden la materialidad, para transmitir algo que va más allá del gesto concreto en su estricta materialidad: no se reducen a una “ayuda material”, sin alma, desconectada del amor; comunican una confianza en la persona y la llevan a superarse a sí misma, a levantarse y ponerse ella misma a servir.

Por eso, tomando como modelo a Jesús, la misión cristiana camina siempre por ese doble raíl de la palabra y la acción, de la caridad y la fe, de lo material y lo espiritual. Ambas dimensiones son esenciales y se reclaman mutuamente: la palabra sin acción se hace mentirosa, la acción sin palabra pierde su sentido.

P. Antonio Villarino

Roma

Visita del P. Ottorino al grupo LMC de México

Visita

Como bien sabemos, los laicos tenemos un asesor a nivel continental, en América somos acompañados por el P. Ottorino presta su servicio en la provincia de Ecuador y se hizo presente físicamente en nuestro país con motivo de los votos que realizó el ya escolástico Larzon Alexandre Angulo Burbano.

Tuve la oportunidad de ir a la Ciudad de México, para estar acompañando su visita y así pude pasear un poco acompañados con el P. Juan Diego Provincial de Centro América, P. Gabriel y P. Filomeno, visitando a Nuestra Señora de Guadalupe. Además de pasear fuimos dialogando la forma en que podía ser el encuentro con los Laicos, ya que estamos en distintas ciudades y había que definir la mejor opción. Con el grupo de la Ciudad de México estaba fijada la fecha y sin problema se llevó acabo el encuentro. Fue diferente y se tuvo que ajustar la forma en que se encontraría con los demás grupos ya que se pensó en poder visitar cada una de las casas donde había presencia de Laicos, pero por sugerencia del Provincial P. Enrique se decidió que solo estaría en Sahuayo, los LMC de Guadalajara y San Francisco del Rincón intentaron llegar hasta ahí para estar presentes. Para facilitar la presencia del equipo coordinador donde hacen presencia todos los grupos, se organizó una reunión virtual donde todos los grupos pudieron estar presente, Vero de San Francisco del Rincón no pudo llegar a Sahuayo por motivos de fuerza mayor, pero se conectó virtualmente, así solo estaba faltando Juan José de Sahuayo responsable de la Formación Nacional.

visita

A todos nos motivo que el Padre Ottorino nos visitara, nos escucho con atención a cada uno y fue tomando nota de cada cosa que hablábamos es mucha información en poco tiempo. Nos propuso que pronto nos pudiéramos reunir, tener nuestra asamblea, presentar reportes, establecer acuerdos, es muy bueno tener un asesor como Él que se interesa por cada persona y por el grupo saber cómo se va caminando, también nos dijo que ya estaba vacunado y que había tenido un viaje tranquilo.

El día 10 de mayo que se celebre el “Día de las Madres en México” tuvimos la oportunidad de pasear en la ciudad de Sahuayo, visitar los “Lugares Sagrados” como el Santuario de Joselito, Cristo Rey, Catacumbas del Sagrado Corazón y la capilla de San Francisco donde trabaja el MCCJ P. Tonino; así como también tiendas de Artesanía Mexicana, Huaraches (zapato tejido) y el Mercado Municipal donde el padre pudo saludar a la familia de Mónica ya que tienen un puesto de semillas y chiles secos. Por la tarde fuimos a comer con la Familia a una granja y en la noche a disfrutar de un cafecito frente a la plaza principal. Sabemos que a su regreso se encontraría con Katarzyna y Adán un matrimonio de la cd. De México y antes de hacer su viaje de retorno se encontraría con el MCCJ P. Gustavo asesor de los LMC en México.

“Que su visita de Frutos Misioneros” Gracias por su compartir P. OTTORINO.

Beatriz, LMC México

Pasar a la otra orilla

Atardecer

Comentario a Mc 4, 35-41 (Duodécimo domingo del T.O., 20 de junio 2021)

Atardecer

Superar  fronteras

El domingo pasado veíamos a Jesús junto al lago de Galilea conversando con una multitud de personas hambrientas de verdad sobre las cosas del Reino de Dios en un lenguaje cercano e inspirador. Hoy vemos como, terminada su conversación, al atardecer de aquel mismo día, invita a sus discípulos a atravesar el lago e ir “a la otra orilla”. Para mí esta expresión tiene un valor que va mucho más allá del primer significado literal. Sabemos que “en la otra orilla”, habitaban personas de otra cultura y otras prácticas religiosas, con las que Jesús quiere rencontrarse y compartir su cercanía. De hecho, varias veces, en los evangelios Jesús empuja a los discípulos a no permanecer estáticos, a caminar hacia otras aldeas y ciudades, a salir al encuentro de samaritanos, pecadores y paganos.

Esta actitud misionera de Jesús fue asumida por la Iglesia ya desde los primeros tiempos, inmediatamente después de la Resurrección, hasta nuestros días. Pablo fue empujado por el Espíritu a superar la frontera entre Asia y Europa, pasando a Macedonia; Francisco Javier expandió el Evangelio hacia las fronteras de China; Daniel Comboni contribuyó a abrir las fronteras de África a La Iglesia… Y así tantos otros.

También hoy la Iglesia no puede permanecer anclada en lo de siempre. También hoy el Espíritu de Jesús la invita a ir hacia otras orillas, cruzar otras fronteras: para compartir el Evangelio con la humanidad del siglo XXI en los cinco continentes: con los refugiados y emigrantes, con los jóvenes sin futuro, con los ancianos abandonados, con las personas sin un sentido para sus vidas… Todos debemos preguntarnos: ¿Cuál es la orilla hacia la que Jesús me invita a remar? ¿Cuál es la frontera que mi familia, mi parroquia, mi comunidad debería cruzar, para no quedar anclados en un pasado ya superado?

Lanzarse al mar y afrontar la tempestad

Sabemos que el mar en la Biblia representa muchas veces una imagen del mal que hay en el mundo, con sus peligrosos oleajes y tempestades, que pueden destruir nuestra pequeña embarcación personal o la misma Iglesia, muchas veces frágil y temerosa.

De hecho, si uno sale de su pequeño mundo protegido, en el que tiene todo controlado, seguramente va al encuentro de obstáculos y problemas, cuya dificultad no está seguro de poder superar. Cuando uno sale de los muros de la parroquia o de su comunidad (donde nos conocemos y nos protegemos en un ritmo estable de vida y de actividades), puede encontrarse con un mundo hostil, que no acepta nuestro modelo de vida, que se opone o hasta lo ridiculiza. A veces el mundo exterior puede desatar verdaderos vendavales que amenazan con destruir nuestra débil fe o nuestra frágil comunidad.

En esos momentos, los discípulos no actuaron como si nada, no se fingieron súper-héroes, reconocieron su miedo y oraron, como quizá pocas veces lo habían hecho. Era el momento de volverse hacia el Señor y gritar con sinceridad y convicción: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.

Aunque no parezca, el Señor va con nosotros

La narración de Marcos nos transmite la experiencia de los miembros de la primera comunidad que, siendo zarandeados por las persecuciones y otras dificultades, dudaron y pasaron miedo, pero al final experimentaron que el Señor estaba con ellos, a pesar de su poca fe.

Para ello es importante que, para cualquier iniciativa misionera que emprendamos, llevemos al Señor “en nuestra barca”. No vayamos en misión sólo con nuestro entusiasmo o nuestro ingenio y creatividad. Si la misión es solo una iniciativa nuestra, cuando llegue la tormenta, nos hundiremos. Pero, si llevamos al Señor con nosotros (en su Palabra, en sus sacramentos, en su Espíritu, en su comunidad), cuando llegue el momento, sentiremos su presencia, podremos gritar, él nos responderá… y llegaremos a la otra orilla de la misión.

P. Antonio Villarino

Bogotá

La semilla crece por sí misma

Semilla
Semilla

Comentario a Mc 4, 26-34 (XI Domingo ordinario, 13 de junio de 2021)

En este XI domingo ordinario, leemos una pequeña parte del capítulo cuarto de Marcos, pero yo les invito a leer todo el capítulo, para tener una idea más global de lo que el evangelista nos quiere transmitir. A partir de esa lectura les comparto dos reflexiones:

  • Una multitud junto al lago de Galilea

Como sabemos, Jesús tuvo su sede por algún tiempo en Cafarnaúm, una pequeña ciudad costera del lago de Galilea. Allí su presencia causó gran entusiasmo y la gente se agolpaba para escucharle, porque tenía palabras de una claridad, de una sencillez y de una relevancia que saltaba a la vista y “calentaba el corazón”.  Jesús, campesino entre campesinos, pescador entre pescadores, obrero entre obreros, se sentía a sus anchas con aquella gente sencilla, sometida a tantos sufrimientos y durezas de la vida, hambrienta de verdad y de sentido, que no encontraba respuestas en unas tradiciones religiosas rutinarias, esclerotizadas y poco relacionadas con la realidad de sus luchas cotidianas. Por el contrario, desde una cercanía afectiva a sus preocupaciones y luchas, así como desde una experiencia de contemplación en el desierto y la montaña, Jesús se explaya en relatos parabólicos, que explicaban el misterio de Dios y de su “Reino” en un lenguaje ligado a las experiencias del campo, del mar y del trabajo cotidiano.

Todos los que tenemos alguna responsabilidad en la transmisión del Evangelio de Jesus (padres, maestros, catequistas, sacerdotes…) debemos fijarnos en este Maestro que habla en parábolas, que expresa la fe en las categorías de la vida ordinaria, sabiendo que nuestra vida espiritual se mide, no por las palabras refinadas que usamos, sino por nuestro estilo de vida concreta, del que las palabras son expresión.

  • El trigo no necesita que tiren de él

Discúlpenme esta obviedad, pero me parece que sirve para entender bien lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “la semilla brota y crece… la tierra produce espontáneamente primero el tallo, luego la espiga y el grano”.

Jesús nos dice que el Reino de Dios es como una semilla que Dios siembra en nuestro corazón, en nuestra comunidad, en nuestra familia… y crece por sí solo, en la medida en que la tierra acoge la semilla y está bien cuidada. Para que el trigo produzca fruto no sirve de nada tirar de él hacia arriba, como quien quisiera estirarlo y hacerlo crecer a la fuerza, en contra de su naturaleza. No, el trigo debe crecer por sí mismo, según la fecundidad que Dios mismo le ha dado.

¿No les parece que a veces hay padres que pretenden hacer crecer a sus hijos a la fuerza, como si quisieran jalarlos hacia arriba y hacerles dar un fruto para el que a lo mejor no les ha destinado Dios? ¿No les parece que a veces, en la vida comunitaria o de familia queremos sustituirnos a las personas y obligarlas a ser como a nosotros nos gustaría que fueran? ¿No nos pasa a nosotros mismos que nos empeñamos en parecer todopoderosos, infalibles e inmaculados en un esfuerzo prometeico que nos vuelve amargos, hipercríticos y perenemente negativos?

Me parece que, con la parábola de la semilla que crece por sí sola, Jesús nos invita, no a ser indiferentes, pasivos o perezosos, pero sí serenos y confiados; confiados en la semilla de Verdad y de Amor que Dios ha sembrado en nosotros y alrededor de nosotros. Esa verdad y Amor crecen y dan su fruto de buenas obras por sí mismos. Lo que tenemos que hacer cultivar la tierra y liberarla de espinas y escombros que pueden ahogar la semilla y no permitir que brote y se desarrolle.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Proyecto Memoria de África: Enrique Bayo Mata

P Kike

Seguimos esta serie con el P Enrique Bayo Mata, misionero comboniano, ha pasado quince años en la República Democrática del Congo. Enrique nos cuenta su rica experiencia de aprendizaje de la liturgia africana y de su trabajo en el continente, que abarca, además del servicio pastoral, el terreno editorial, radiofónico y televisivo. Durante muchos años ha colaborado con los LMC en Congo, a nivel africano e incluso dentro del Comité Central de los LMC.