Laicos Misioneros Combonianos

Política y religión

Un comentario a Mt 22, 15-22 (XXIX Domingo ordinario, 22 de octubre del 2017)

Todos conocemos la famosa frase de Jesús “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Es una frase que se ha hecho muy popular para hablar de la separación entre religión y política y que muchos repiten con razón o sin ella.

Hoy la leemos en su contexto original: el de una disputa entre los fariseos y Jesús a propósito de una situación conflictiva que había en la Palestina del siglo I. Los romanos, que eran invasores y ejercían un poder dictatorial sobre los judíos, se financiaban con los impuestos que los mismos judíos pagaban al Imperio. Era una situación de injusticia institucionalizada, como muchas de las que tenemos hoy en casi todos los países, aunque en medidas distintas.

Ante esa situación injusta que se les imponía por la fuerza, algunos reaccionaban “con realismo”, pagando los impuestos a regañadientes porque no tenían más remedio. Otros, no sólo pagaban a regañadientes, sino que sacaban su propio provecho, aunque “de labios para fuera” la criticaran: el sistema imperial les facilitaba una vida cómoda y, aunque fuese tapándose la nariz para no oler la corrupción, se aprovechaban de ella. Otros decían que no había que pagar impuestos como una forma de rebelión contra aquel poder opresor e impío, contrario a las leyes de Dios, aunque pocos eran realmente coherentes, ya que al final dependían del sistema imperial para el comercio y para toda la vida económica.

La cuestión, que era muy debatida, se la presentan a Jesús, no para conocer su opinión, sino como una trampa, como tantas veces ocurre en la política. Muchas veces los políticos hacen declaraciones sobre cuestiones del momento, pero su intención no es solucionar los problemas sino atacar al adversario, aprovechando una situación compleja que ellos piensan que pueden aprovechar en su favor.

En este caso que comentamos, la respuesta de Jesús se ha vuelto, como decía, emblemática y mucha gente cita la frase para decir algo así como “no mezclemos religión y política”, aunque esa citación es muchas veces interesada.

A mí se me ocurren a este propósito tres ideas que les comparto por si les sirven:
-Por una parte, es imposible separar religión y política, ya que todo lo humano tiene que ver con la “polis”, es decir, con la organización política de una sociedad; al mismo tiempo, todo lo humano tiene que ver con la religión, ya que cualquier acto humano (personal, político, económico, artístico), precisamente en cuanto humano, tiene una dimensión religiosa y ética que no se puede soslayar. El ser humano es único y no puede dividirse: el político no deja de ser religioso y el religioso no deja de tener una dimensión política.

-Pero, por otra parte, es verdad que lo religioso y lo político son dimensiones diferenciadas, cada una con su propia responsabilidad, de tal manera que personas con la misma fe pueden adoptar decisiones políticas diferentes, según sus conocimientos o percepciones de la realidad y de lo que es necesario hacer. Las decisiones políticas pueden y deben tener una fundamentación religiosa (por ejemplo, las motivaciones de fondo o los objetivos de justicia a alcanzar), pero, en la toma de decisiones, hay además otras dimensiones (económicas, sociales, culturales, etc.) que yo debo discernir desde mi propia libertad y responsabilidad, sin escudarme en alguna instancia religiosa.

-Por eso la respuesta de Jesús se plantea a un nivel más hondo: el de la coherencia humana y la verdad, frente a la hipocresía y la mentira. El verdadero debate, viene a decir Jesús, no se plantea entre pagar impuestos a un Imperio o no, sino entre sinceridad e hipocresía, autenticidad y manipulación, verdad y mentira, lenguaje “políticamente correcto” y lenguaje verdadero y realista. Lo que Jesús nos pide es esta actitud de verdad, autenticidad y libertad.
Estos principios valen a la hora de tomar decisiones sencillas o complicadas, como a quien votar, qué negocios emprender, cómo usar el dinero público, etc.

P. Antonio Villarino
Bogotá
P.D.
Hoy se celebra en todo el mundo el DOMUND (Domingo Mundial de la Misión). Es una buena ocasión para sentirnos miembros de una Iglesia misionera, sin fronteras, abierta al mundo como testimonio del Reino anunciado por Jesús: Un Reino de amor y de paz, de verdad y justicia.

¿Acepto o rechazo la invitación al banquete del Reino?

Un comentario a Mat 22, 1-14 (XXVIII Domingo ordinario, 15 de octubre del 2017)

Las últimas semanas de la vida de Jesús en Jerusalén fueron muy tensas y la oposición a su predicación fue subiendo de tono hasta el punto que muchos proponían directamente su muerte.

Jesús quería renovar profundamente la vida del pueblo de Israel, invitando a todos a un cambio de vida, una conversión, que pusiera a Dios en el centro y, consecuentemente, llevara a todos a unas relaciones de fraternidad y verdadera paz. Esto no era para Jesús una propuesta moralizante, sino una invitación a vivir la vida como un banquete de fiestas, como una boda en la que predomina el amor y la alegría.

Algunos acogieron esta propuesta con entusiasmo y alegría, siguiéndolo por todas partes y contribuyendo a difundir el mensaje como misioneros en las aldeas y ciudades. Pero otros se opusieron radicalmente. La clase dominante de la nación (sacerdotes, fariseos, saduceos, políticos y guerrilleros) se oponía con tal violencia que empezaron a proponer su muerte.
A Jesús le dolió mucho esta oposición y comienza a anunciar severamente que Dios prescindirá de este pueblo rebelde para escogerse un pueblo hecho de pobres y marginados, como de hecho pasó después de la muerte de Jesús y sigue pasando hasta hoy: los orgullosos y poderosos se niegan a aceptar el Evangelio del Reino, mientras otros (sencillos y marginados) aprovechan la oportunidad y se unen a la fiesta del Reino.

Todo esto es lo que quiere decir la parábola que Mateo pone en boca de Jesús sobre los invitados a las bodas que rechazaron dicha invitación, mientras la sala del banquete se llenó con todo tipo de personas venidas de todos los caminos de la vida. Mateo recoge esta parábola de Jesús para explicar lo que estaba pasando en el primer siglo de nuestra era: Las autoridades de Israel rechazaron a Jesús, el enviado del Padre, rechazaron la invitación en participar en las “bodas” de su Hijo, no quisieron renovar su Alianza con Dios, con la consecuencia que Jerusalén fue arrasada y destruida. Mientras tanto, gentes de todas las culturas y naciones aceptaban el mensaje del Evangelio y participaban de este banquete de bodas, de esta alianza de Dios con su pueblo. Seguir a Jesús no es una obligación pesada, es la gran oportunidad de hacer de la vida un banquete, una fiesta de amor. Seguir a Jesús es acoger la invitación del Padre a hacer de la vida una fiesta de amor, un banquete de fraternidad.

¿Dónde estamos nosotros: entre los que aceptan la invitación o entre los que la rechazan?

P. Antonio Villarino
Bogotá

¿Cuál es la piedra angular de mi vida?

Un comentario a Mt 21, 33-43 (XVII Domingo ordinario, 8 de octubre de 2017)

No sé si han visto la película que sobre el evangelio de Mateo hizo el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini hace ya algunas de´cadas. En aquella película, que recuerdo haberla visto en mi juventud, me impresionó la imagen de Jesús que el famoso director de cine presentaba: un Jesús profeta, austero y serio, que denunciaba la falsa religión y se compadecía de los enfermos y los pobres. Era una imagen muy diferente de la que presentan algunas estatuas y cuadros que adornan nuestros templos o casas, imágenes heredadas de siglos anteriores, en las que se pinta a Jesús con la cara torcida y los ojos lánguidos, como sin nervio ni energía para combatir el mal y luchar por el bien. Me parece que Pasolini estaba más cerca del Jesús real que las imágenes a las que estamos acostumbrados.

Ciertamente, Jesús se distinguía por su bondad, por su cercanía a los niños, por su atención a los enfermos, por su misericordia infinita… Pero los evangelios nos muestran también a un Jesús que no esquivaba el conflicto, cuando era necesario, sobre todo, cuando llegó a Jerusalén y tuvo que enfrentarse a una clase dirigente que vivía una religiosidad hipócrita, oprimía al pueblo sencillo y no quería escuchar el llamado a la conversión y al cambio profundo.

En ese contexto se sitúa la parábola de los “labradores homicidas” que leemos hoy, una parábola fuerte que pone al desnudo la realidad de aquellos que decretaron la muerte de Jesús, desechándolo como si fuese una persona inútil y hasta contraproducente. Jesús les avisa que los desechados serán ellos, que se quedarán fuera del Reino de los cielos, mientras otros sabrán aprovechar la oportunidad. La clave de esta parábola está en el salmo que cita:

“La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; esto es obra del Señor y es realmente admirable” (Sal 118, 22)

Con esta cita Jesús, tal como lo recuerda Mateo, denuncia a los que le van a matar y avisa de que él se convertirá en la piedra angular de un nuevo edificio, el origen de un nuevo pueblo de Dios, un pueblo que dé frutos de justicia y de paz, de sinceridad y de humildad, de fidelidad a Dios y de fraternidad entre todos. Atrás queda el pueblo de los que se creían dueños del mundo, con derecho a abusar de todo y de todos.

También hoy muchos rechazan a Jesús y desprecian a la comunidad de sus discípulos, porque ellos se sienten los dueños de todo y no tienen que rendir cuentas a nadie. Por el contrario, los humildes y los sencillos, los “pobres de Yahvé”, escuchan la palabra de Jesús, la ponen en práctica y forman comunidades del Reino, que son la semilla de una humanidad nueva y renovada.

Al leer este texto, nosotros nos preguntamos: ¿De qué lado me pongo yo? Yo procuro ponerme del lado de Jesús, sabiendo que su mensaje y su presencia son la piedra angular sobre la que construir una vida que dé frutos de amor y verdad, de justicia y fraternidad, frutos de quien se reconoce hijo y no dueño. ¿Cuál es la piedra angular de mi vida: el dinero, el orgullo, las apariencias o el seguimiento de Jesús?

P. A ntonio Villarino
Bogotá

Oración por Brasil

Oracion BrasilEl grito de los excluidos, es un movimiento que sale a las calles el 7 de septiembre, día que se conmemora la independencia de Brasil.

Este grito es una manifestación del pueblo que denuncia como el gobierno no representa la voluntad popular, sino que, por el contrario, defiende los intereses de las élites.

Ya que no podíamos participar de esta manifestación simbólica y no pudiendo quedar indiferentes a esta causa, realizamos en la parroquia de Santa Luzia, una vigilia de oración por Brasil la noche del día 6. Fue un momento muy bonito y cargado de simbolismo, en el que unimos nuestros corazones a Cristo y recordamos el sufrimiento de los que son perseguidos y de todos los que ven negados sus derechos. Pedimos por un país más justo y una vida más digna. En este momento de encuentro con la comunidad y con Dios sentí mi corazón en alabanza, dando gracias por este pueblo:

… que se une en oración;

… que no baja los brazos ante las adversidades;

… que no sólo apunta el dedo, pero también se manifiesta ante los gobernantes corruptos;

… que no pierde la esperanza;

… que me enseña todos los días que parar es morir, que sufrir es vivir y que el amor es siempre posible.

Oracion BrasilFlávio y Liliana, LMC Brasil

Mensaje del Papa Francisco para la jornada Mundial de las Misiones 2017

PapaFrancisco

La misión en el corazón de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:

Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?

La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida

1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.

2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).

La misión y el kairos de Cristo

3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).

4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).

5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.

La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio

6. La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.

7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (ibíd., 49).

Los jóvenes, esperanza de la misión

8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado […]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (ibíd., 106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.

El servicio de las Obras Misionales Pontificias

9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización.

Hacer misión con María, Madre de la evangelización

10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.

Vaticano, 4 de junio de 2017
Solemnidad de Pentecostés

Francisco