Laicos Misioneros Combonianos

El amor verdadero se experimenta en el roce cotidiano

Un comentario a Mt 18, 21-35 (XXIV Domingo ordinario, 17 de septiembre del 2017

El capítulo 18 de Mateo está dedicado a la vida comunitaria; en ese capítulo Mateo juntó cuatro orientaciones básicas para la convivencia de los discípulos. Recordemos brevemente estas cuatro orientaciones:
-En la comunidad de los discípulos de Jesús el más importante es el que se sabe hacer como un niño, es decir, el que sabe ser sencillo y humilde como un niño, sin protagonismos exagerados ni pretensiones de “prima donna”.

-En la comunidad de los discípulos se da importancia a todos y no se desprecia a nadie; aunque uno solo se pierda, la comunidad hace todo lo posible por recuperarlo.

-En la comunidad de Jesús existe la corrección fraterna, es decir, la ayuda mutua para mejorar. En la comunidad no hay indiferencia, sino cuidado mutuo.

-En la comunidad de Jesús, por fin, existe el perdón sin límites hasta (setenta veces siete).

Sin perdón no hay amor
A este respecto, me gustaría recordar el testimonio de una mujer africana (de Kenya) que, junto con su marido, pertenecía a un movimiento de espiritualidad familiar.
Un día hablando de estas cosas me dijo:
-A mí me parece, padre, que las personas que viven solas no pueden hablar del amor.
-¿Por qué? -le dije- todas las personas podemos hablar de algo tan humano como el amor.
-Pero –me completó su pensamiento- quien no vive con otras personas no tiene ocasión de perdonar y ser perdonado, y quien no experimenta el perdón no sabe lo que es el amor.

Me dejó bastante sorprendido la opinión de aquella sensata mujer y me parece que tiene bastante razón. Ciertamente, uno tiene que amar a todo el mundo y uno puede amar, un tanto romántica o idealmente, a personas que están lejos, pero el amor verdadero es el que se experimenta en la convivencia y el roce cotidiano, en la acogida del otro tal como es, con sus dones y sus límites, con su semejanza a mí, pero también con su diferencia… Y en ese amor concreto, de cada día, dada la fragilidad humana, es prácticamente imposible no ofenderse alguna vez. La experiencia nos dice que es muy difícil, por no decir imposible, un amor “químicamente puro”, sin fallas ni errores. Por eso el amor exige paciencia y capacidad de perdonarse mutuamente. Por eso Dios, que es amor, es también perdón.

En la medida en que nos acercamos al amor verdadero, que es Dios mismo, en esa medida vamos aprendiendo a perdonar, de tal manera que, perdón a perdón, el amor se va fortaleciendo y se va haciendo más grande hasta parecerse al de Dios que perdona “setenta veces siete”, es decir, siempre.
Por otra parte, el texto de hoy nos habla de la comunidad como lugar del perdón, de la intercesión y de la presencia divina:
“Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo”.
P. Antonio Villarino
Bogotá

La acogida de los nuevos paradigmas y desafíos de la misión

Paradigma-missione

Paradigma-missioneRetomando la visión del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco ha elegido el paradigma de la “Iglesia en salida” en el programa misionero de nuestro tiempo. Esta recuperación es importante en el contexto del mundo de hoy, que está en fuerte discontinuidad con el pasado. “No vivimos en una época de cambio sino en un cambio de época”: con estas palabras el Papa nos recordaba que los viejos patrones con los cuales interpretamos el mundo y la misión ya no son eficaces para enfrentar los desafíos de hoy. La nueva realidad global requiere de una “misión global”, considerada en toda su complejidad y con suposiciones, estilo e instrumentos renovados respetan la tradición del pasado (EG, 33).

El esquema clásico que veía las iglesias del Norte enviar misioneros al hemisferio Sur está superado por los cambios en décadas, con la globalización y movilidad humana que han alcanzado niveles nunca antes vistos. También las circunscripciones combonianas reflejan este cambio en la composición del personal, enviando misioneros a otras provincias, en el hecho de la animación misionera que es un empeño presente en todas partes y ya no es un campo de servicio exclusivo de las provincias del norte del mundo.

El criterio geográfico de la misión ya no es el principal punto de referencia. Permanece la idea de frontera pero ésta ahora califica las periferias humanas y existenciales. Es un gran desafío para los institutos misioneros, cuya mayoría de miembros ha unido probablemente al Instituto mediante la identificación de la misión con un área geográfico particular. Hay un vínculo emocional con la geografía y la historia; la noción de “misión global” genera cierta incomodidad, temor a verse “bloqueados” en el hemisferio norte o en su provincia de origen por la idea de que “la misión está en todas partes”, o también “en Europa”. De hecho, esta preocupación comprensible y justificada –refleja aún el patrón geográfico, que es aquel que se decía superado. ¿Cómo pensar, entonces, en una alternativa, más sensible a la realidad de hoy?

El Papa Francisco nos invita a partir desde las fronteras, las “periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG. 20). Estos no son simplemente un dato geográfico, sino el resultado de un sistema financiero que genera la exclusión, la cultura de usar y tirar que produce el empobrecimiento y la violencia. Llevar la luz del Evangelio a estos suburbios implica la primera inserción, es decir:

  • una presencia arraigada en el territorio;
  • un compromiso en la vida cotidiana de las personas;
  • una solidaridad con sus sufrimientos y necesidades;
  • un acompañamiento a esta humanidad a lo largo de todos sus procesos, por cuánto tiempo y dificultades presenten.

Ahí radica la clave de este enfoque ministerial: este acompañamiento no es genérico, no es una Pastoral ordinaria llevada a las periferias. En el Capítulo General de 2015 ha surgido que estamos presentes en algunos barrios muy significativos por nuestro carisma, como entre los afrodescendientes y los pueblos indígenas en América Latina, o entre los nómadas y habitantes de suburbios de África. Pero a menudo no hay una atención pastoral específica que tenga en cuenta las peculiaridades del contexto, situaciones, cultura local, la singularidad de las personas. Una pastoral que, en la complejidad del mundo actual, requiere la articulación de diferentes ministerios y la evangelización como comunidad. Comunidades apostólicas que no sólo trabajan en conjunto identificando y compartiendo sus dones, sino que atestiguan el Reino viviendo la fraternidad y comunión en la diversidad.

Todos estos elementos no son “nuevos”; tomados en sí mismos ya pueden estar presentes en las diferentes experiencias del Instituto y ya se han expresado en varios Capítulos. Pero estamos llamados a asumirlos en una nueva perspectiva o paradigma, un punto de vista acerca de la misión que reorganice todos los aspectos fundamentales. La imagen de la “Iglesia en salida” es un icono que indica una idea de misión y metodología pastoral (tomar la iniciativa, comprometerse, acompañar, fructificar, celebrar, EG 24). Es paradigmática, porque también requiere que otras dimensiones fundamentales, como la formación y la organización del Instituto a diversos niveles, sean coherentes y dirigidas hacia esta misión.

En este punto, ¿cómo podemos acoger en práctica este paradigma y qué retos debemos afrontar? El capítulo nos sugiere que partamos de la misión, a partir de la identificación de las prioridades continentales, compartidas por otras circunscripciones y vividas en una mayor colaboración, a nivel interprovincial o continental. En el contexto de estas prioridades, estamos llamados a desarrollar pastorales específicas como la recualificación de nuestra presencia y servicio misionero. Manteniendo este punto central, tenemos un punto de referencia para repensar la formación y reorganización del Instituto.

  1. Desarrollar las pastorales específicas

Desarrollar una pastoral específica es una tarea eclesial, no puede realizarse en solitario. Exige diálogo, participación, colaboración, diversidad de conocimientos y experiencias. Sobre todo, necesitamos un método que mejorará todas las contribuciones, aceptar experiencias y perspectivas diferentes y crear comunión en la diversidad. Una atención pastoral específica se da cuando, a pesar de la variedad de opiniones, perspectivas teológicas, sensibilidad y ministerios, todos pueden reconocerse sin tener que anular la propia identidad. Es un punto de fundamental importancia, especialmente en una Instituto que está creciendo en el internacionalidad y que comienza a experimentar el desafío de la interculturalidad.

Todo esto es posible a partir del compartir la base de las experiencias más transformadoras en relación a la pastoral específica tomada en consideración, con un enfoque de “indagación apreciativa” (Appreciative Inquiry). La reflexión común sobre estas experiencias regeneradoras hace surgir nuevas intuiciones  y comprensiones de lo que hace un ministerio fructífero en ese contexto.

Para entender mejor por qué de la efectividad y para profundizar las dinámicas, estas experiencias se confrontan entonces con un análisis socio-cultural de los contextos de la pastoral específica, para captar en el panorama general, las dinámicas y las tendencias.

Asimismo, una reflexión teológica y ministerial específica sobre esa realidad nos ayuda a enfocar mejor nuestros ministerios y a identificar los instrumentos operativos más adecuados.

El siguiente paso es el discernimiento participado de ciertos principios que puedan guiarnos en ese particular contexto de pastoral específico. Precisamente porque estas directrices no dan soluciones prefabricadas, pero dejan espacio para adaptarse a situaciones específicas y para la creatividad. Sobre esta base se podrá construir un camino de comunión para experimentar, descubrir, aprender, compartir, intercambiar experiencias y personal, documentando hallazgos y resultados, y así sucesivamente en posteriores ciclos de acción-reflexión (Action Learning).

  1. La reorganización

Para desarrollar con éxito y apoyar pastorales específicas es necesario llegar gradualmente a una reorganización de nuestra presencia y manera de operar. Hasta ahora nuestra presencia misionera se ha basado principalmente en criterios geográficos: los hermanos se asignan a una provincia y luego, dependiendo de las necesidades, se asignan a una comunidad. Esta estructura refleja la suposición de que – más allá de algunos servicios especiales – generalmente el trabajo misionero consista en fundar o llevar a la maduración las comunidades cristianas o parroquias. Pero esta no es la única forma posible de pensar la organización del trabajo misionero.

Por ejemplo, los jesuitas desde hace varias décadas han empezado a pensar en su servicio misionero en respuesta a las necesidades humanas de refugiados (JRS), personas afectadas por el SIDA (AJAN) y las situaciones de injusticia (centros de fe-Justicia.-. Faith-justice). El personal viene adecuadamente capacitado y asignado a estos servicios.

En los últimos años, también el Instituto Comboniano emprendió una reflexión sobre el enfoque ministerial, mirando en particular a ciertos grupos de personas que sufren exclusión y ministerios en áreas prioritarias (CA ’03 n. 43 y 50; CA ’09 n. 62-63; CA ’15 n. 45). Obviamente la característica geográfica es inevitable, ya que incluso estos grupos humanos son colocados en sitios espaciales, la inserción en la iglesia local exige también una presencia parroquial, pero el criterio guía es el ministerio específico hacia estos pueblos que requiere:

  1. Equipos pastorales. Se componen de varios ministros, con competencias específicas y una gran variedad de habilidades personales, que colaboran como un equipo. Dada la complejidad del mundo actual, es apropiado reunir habilidades de diferente género, como por ejemplo aquellas de ciencias humanas y sociales.La diversidad de habilidades ayuda en la colaboración; la diversidad de nacionalidades y culturas dentro del equipo, vivida en la fraternidad, son un signo profético en un mundo cada vez más dividido y en conflicto. Esta comunión/solidaridad es lo que distingue a un equipo de pastoral, que no sólo es un equipo de trabajo compacto y eficaz, sino una fraternidad de discípulos y misioneros.Evidentemente, las comunidades de tamaño mediano tendrán mayor probabilidad de ser significativas, pudiendo reunir habilidades complementarias y transversales (como el de GPIC), cubrirán  mejor las ausencias por razones de vacaciones o salud, desarrollarán una reflexión más rica y compartirán recursos y conocimientos con otras comunidades comprometidas con el mismo cuidado pastoral específico. Esto requiere una reducción en el número de comunidades, pero facilita la red, desde el nivel local hasta el interprovincial.
  2. Creación de redes. El equipo pastoral no funciona aisladamente, sino que ante todo se inserta y colabora con la iglesia local. Va aún más lejos mediante la cooperación con diversos componentes de la sociedad civil para la transformación social inspirada en los valores del Reino. También hay otros niveles de colaboración que la experiencia nos señala como críticos: por ejemplo el establecimiento de una red con otras comunidades y equipos ministeriales, tanto a nivel regional como a escala internacional. Sin este apoyo y estímulo continuo a la apertura y crecimiento, al intercambio y compartir de recursos, un equipo local pronto se quedará sin oxígeno. Especialmente en materia de investigación, experimentación, aprendizaje continuo y la reflexión sobre las buenas prácticas y la innovación. El mundo continúa moviéndose, mientras que el equipo está en peligro de detenerse y fosilizarse, o de reaccionar a las situaciones en lugar de responder creativamente.
  3. Estructuras de apoyo. Los diversos equipos comprometidos con una pastoral específica a nivel local necesitan estructuras de conexión y de apoyo. Este sería también el mejor contexto para ofrecer cursos de formación permanente, investigación y experiencias para acompañar mejor a las personas en su camino de inclusión y transformación. La colaboración con instituciones académicas y de investigación, por ejemplo, pueden ser un recurso útil, así como secretariados específicos y procesos de investigación y de acción participativa.También tenemos que repensar las estructuras en las que vivimos o que administramos en nuestro ministerio. Estas, en efecto, pueden poner cierta distancia entre el pueblo y los misioneros, o incluso simplemente absorben tanto para la administración que nos hacen perder el contacto directo con la gente o la disponibilidad de caminar junto a ellos. Debe señalarse también que el Fondo Común Total es una oportunidad que nos puede ayudar a hacer una programación participativa y responsabilizada en el contexto de una atención pastoral específica a nivel provincial. La dimensión económica, de hecho, se refiere a las opciones hechas del estilo de vida, medios, cooperación y programación de un sector pastoral, con las cuales interactúan proyectos comunitarios. Por último, la reducción de compromisos y la recualificación de las presencias, y servicios misioneros requeridos por el último Capítulo General se convertirá en una realidad si tenemos las herramientas y el método para alcanzarlos a través de caminos de comunión, incluyentes y participativos. En este modo se juega la efectividad de un liderazgo que no es sólo administrativo, sino que nos lleve hacia una nueva primavera.

3. Objetivo de la formación

Formación de base, incluso, debería revisarse para desarrollar habilidades ministeriales, especialmente en relación con el currículo de los escolásticos. Los programas teológicos, que típicamente ofrecen una preparación académica teológica, no necesariamente preparan para las actitudes y habilidades útiles para el enfoque ministerial, ni nos brindan apoyo, metodologías y herramientas prácticas que beneficiarían a una pastoral específica. Ni que decir tiene que un currículo será más útil cuanto más se aproxime a las opciones ministeriales específicas del Instituto. Se podría pensar, por tanto, en la posibilidad de caracterizar la formación en los escolasticados con las directrices coherentes con las prioridades ministeriales del continente donde se encuentran. Aunque si posteriormente un hermano fuera a trabajar en otros contextos, las habilidades ministeriales recibidas, serán en parte transferibles y le servirán de base para aprender otros nuevos.

En conclusión, la recepción del nuevo paradigma de misión no significa desechar el pasado para introducir cosas totalmente nuevas. Más bien, es enfocar e integrar los diferentes aspectos de la vida y del servicio misionero (pastorales específicas, personas, reorganización, economía) alrededor de la visión de misión indicada por Capítulo y a los procesos participativos de mejoramiento de nuestras presencias y servicio misionero.
Hno. Alberto Parise mccj

Preguntas

  1. Para desarrollar la pastoral específica se requiere una lectura minuciosa de la realidad. ¿Es práctica común (en las comunidades, circunscripciones, regiones y continentes) una interpretación de la realidad (por ejemplo, a través de la adopción del círculo hermenéutico) para identificar necesidades pastorales y adoptar modalidades de presencia e intervención que den respuesta a estas necesidades?
  2. ¿Qué pasos se han dado en la circunscripción para replantearse los objetivos, la estructura, el estilo y los métodos de evangelización según una perspectiva ministerial?
  3. Determinados ministerios (relacionados con, por ejemplo, los afro-descendientes y los pueblos indígenas en América Latina, los pueblos nómadas (pastoralistas) en África y los habitantes de suburbios, refugiados etc.) requieren, además de los equipos pastorales, un trabajo en redes y estructuras de apoyo que tienen perspectivas pastorales continentales. ¿Hasta qué punto nuestra planificación pastoral consigue superar los límites geográficos de la circunscripción y adoptar un enfoque continental? ¿Qué estructuras continentales deben fortalecerse para fomentar un criterio continental para las necesidades pastorales comunes?

Corregir, pedir ayuda y acoger la presencia divina

Comentario a Mt 18, 15-20, XIV Domingo, 10 de septiembre de 2017

El evangelio de Mateo, que leemos hoy en la liturgia, nos da tres indicaciones muy valiosas para la vida en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, incluida la familia. Veamos:

1.- “si tu hermano, te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano”. ¡Qué importante es esta enseñanza! Cuando uno vive en comunidad –y todos los hacemos de alguna manera- es imposible no ofender alguna vez o no recibir ofensas. Todos los seres humanos somos limitados y cometemos frecuentemente errores que nos dañan a nosotros mismos y hacen mal a otros. ¿Cómo reaccionamos ante esta realidad? ¿Con indiferencia? ¿Con orgullo herido e irritación? ¿Con impaciencia? ¿Con insultos o palabras humillantes? La propuesta de Jesús es que tomemos en serio al compañero o compañera que, a nuestro juicio, ha fallado. Y, tomándolo en serio, dialoguemos sinceramente con esa persona. Dialogar, no insultar, ni acusar altaneramente, no proceder a un desahogo que eche por la boca más amargura que verdad, más fastidio que interés por el otro, sino con humildad ayudar al hermano o hermana a corregirse. Así le habremos ayudado a salvarse, a madurar, a crecer humana y espiritualmente.

2.- “Si no te hace caso, toma contigo uno o dos”, es decir, acude a la comunidad, pide ayuda. En las familias o en las comunidades es frecuente que las ofensas se enquisten, que las personas, por miedo a perder su autoestima, se resistan a reconocer sus errores y a cambiar. Quizá es el momento de acudir a la comunidad más grande de pedir ayuda, antes de que las cosas se vuelvan peores. ¡Cuántas familias –o miembros de grupos apostólicos- se dañan por no pedir ayuda a tiempo, por no acudir a la comunidad. Cuando hay algún problema serio, es muy importante pedir ayuda.

3.- “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Dios se manifiesta en la soledad de cada uno, en la interioridad, pero también en la comunión; allí donde hay comunión, allí está Dios. Pero se trata de “comunión”, no de una simple reunión. No siempre cuando las personas se reúnen abren espacio a la presencia de Dios. Se trata de reunirse “en su nombre”, es decir, reconocer humildemente su amor, su grandeza, su palabra y obedecerla. Y en esa obediencia Dios se manifiesta como comunión, que supera las ofensas y los límites, haciendo nuestra relación más fuerte, realista y enriquecedora.

Corregirse humildemente, pedir ayuda y acoger la presencia divina es una manera segura de que nuestra experiencia de amor y comunión crezca y supere todas las dificultades.

Antonio Villarino

Bogotá

El amor exige a veces endurecer el rostro

Un comentario a Mt 16, 21-28 (XXII Domingo ordinario, 3 de agosto del 2017)

Continuamos leyendo el evangelio de Mateo en su capítulo 16. Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que leímos el domingo pasado, leemos hoy lo que podríamos considerar la “confesión de Jesús”, es decir, una declaración de su decisión de ir a Jerusalén, donde le esperaba un enfrentamiento a vida o muerte con el sistema de poder que reinaba en su propio país.

Endurecer el rostro
Lucas, en el texto paralelo (9,51), dice que Jesús “endureció su rostro”. Es una manera plástica de decir que “ir hacia Jerusalén no fue para Jesús una elección cualquiera, sino la elección de su vida terrena, la decisión que calificó toda su misión y su obra y de la que todo dependería. Análogamente deberá estar en la vida del discípulo: El amor… nunca es solo un movimiento afectivo, sino que es también un empuje de toma de decisiones. Es la decisión que yo tomo a favor de Dios, en la fidelidad a Él y en el servicio al hombre” (M Grilli).

A Pedro, que Jesús mismo había elogiado en la lectura del domingo pasado, le costaba aceptar esto; él parecía creer en un Jesús “blando”, que hacía propuestas bonitas y fascinantes, pero que no caería en la “tontería” de dar la vida por ellas. Jesús, sin embargo, no juega a decir cosas bonitas o a proclamar verdades sin consecuencias. Jesús no se deja desviar de su propósito por las buenas y cobardes intenciones de Pedro, sino que se muestra dispuesto a ser coherente hasta el final.

¿Qué significa seguir a Jesús en su camino hacia la cruz y la resurrección?

1.- Contemplar la meta definitiva de la vida
Lucas dice que ha llegado para Jesús el tiempo de “ser elevado al cielo”, en una expresión que recuerda al profeta Elías (2 Re 2, 35). A Jesús le llegó el tiempo de “ser elevado al cielo” y de cumplir la misión para la que vino a la tierra.
“La vida se nos da gratis y la merecemos dándola”, dijo un sabio hindú. La meta de la vida es su consignación, su consumación en esperanza de que el grano de trigo que cae en tierra da fruto.

¿Cuál es la meta de mi vida? ¿Sobrevivir? ¿Ser grande a los ojos de la humanidad? ¿Amar hasta dar la propia vida por amor?

2.- Vivir como peregrinos

El camino de la vida es una “subida”. El Papa actual puso de moda la expresión “Una Iglesia en salida”. En realidad, todos nosotros somos peregrinos, llamados constantemente a salir de nuestra tierra, como Abraham: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que to te indicaré” (Gn 12, 1).
Para “subir”, para alcanzar la meta, lo primero es saber “salir” de nuestra comodidad, de nuestro estado actual, incluso de nuestro grado de santidad actual. Como a Abraham, como a Jesús, el Señor nos pide que nos pongamos en camino, que miremos a la meta de nuestra madurez, de nuestro encuentro con el Padre.

El famoso filósofo polaco Bauman habla de tres tipos de caminantes:
-turistas: se mueven atraídos por la belleza del mundo, sin atarse a nada.
-vagabundos: se mueven porque ya nadie los aguantan donde están.
-peregrinos hacia un santuario, hacia una meta.

¿Qué tipo de caminante soy yo? ¿Camino hacia una meta o voy escapando de las situaciones, porque no aguanto más o porque no me aguantan?

La vida humana es un caminar hacia la madurez del amor, hacia la propia entrega; en eso consiste la madurez humana, lo que implica cargar con la propia cruz, asumir la responsabilidad de nuestro amor, incluso hasta la donación total, como hizo Jesús.
La vida se vive dándola, gastándola, exponiéndola desde el amor y para el amor. Vivir consiste precisamente en eso, en gastar la vida en aras del amor. Si uno quiere agarrarse al don precioso de la vida, sin ponerla al servicio, se parece a aquel que recibió un denario y, en vez de negociar con él, lo guardó bajo tierra; terminará perdiendo lo poco que ha recibido.
No es que Jesús quiera morir, lo que quiere es vivir plenamente conforme a la voluntad de su Padre. Pero ese vivir plenamente no se logra si uno no se arriesga, si uno no se expone, si uno no es coherente y fuerte.

P. Antonio Villarino
Bogotá

¿Qué piensan las personas de Jesús (y de mí)?

Un comentario a Mt 16, 13-20 (XXI Domingo ordinario, 27 de agosto del 2017)

Mateo nos sitúa hoy en Cesarea de Felipe, una ciudad romana, en la frontera norte de Israel. Allí, lejos de Jerusalén, Jesús plantea la pregunta sobre su identidad. Podemos imaginar a Jesús, meditando, en sus largas noches de oración, sobre su propia identidad y sobre la misión que debe desempeñar en este mundo. Por otra parte, él, como todos nosotros, necesita confrontarse con los demás y, especialmente, con sus discípulos. Se pregunta: ¿Qué piensan las personas de mí ¿Entienden lo que soy y lo que anuncio? ¿Será que mis discípulos sintonizan realmente conmigo o buscan sus propios intereses?

Como Jesús, también nosotros necesitamos pararnos de vez en cuando para reflexionar sobre el camino que estamos haciendo en la vida, escuchar qué piensan los demás de nosotros y asumir nuestra identidad con claridad y coherencia, aunque no siempre nos comprendan.

A esa pregunta sobre la identidad de Jesús se dan en el texto tres respuestas:
1. La visión de las masas. Es evidente que Jesús aparece ante la gente como un gran profeta: enseña de manera nueva, curas enfermos, arroja malos espíritus, propone un cambio profundo en la sociedad y en la vida religiosa…

Esta visión se parece bastante a la de muchas personas de nuestro tiempo, para quienes Jesús es un personaje histórico interesante, casi fascinante, pero uno más de los grandes hombres que de vez en cuando surgen en la humanidad.

Estas personas se quedan en la superficie, no logran captar la verdadera personalidad de Jesús, como nos pasa a veces a nosotros mismos: ¿No les pasa que a veces los demás no logran captar lo que nosotros somos realmente?

2. La visión de los discípulos: Mateo pone la respuesta de los discípulos en boca de Pedro: “Tú eres el Cristo”, es decir, el Mesías esperado, el Ungido por Dios para liderar a su pueblo.

Esta visión es la de tantos que, al leer los evangelios y al orar, se sienten en sintonía con la persona y el mensaje de Jesús, como “ungido por Dios”. En sintonía con Jesús también nosotros nos sabemos “ungidos”.

3. La visión de Jesús mismo: Todo lo dicho por la gente y por los discípulos es verdad (él es un profeta, es el Mesías de Dios), pero, ¡ojo!, no se hagan una falsa idea. Este Mesías luminoso y fascinante está llamado a pasar por Jerusalén, es decir, a ser sometido a dura prueba, a pasar por la muerte antes de convertirse en semilla de una esperanza que no muere nunca.

Aceptar este paso por la cruz es la “piedra de toque” de una fe verdadera, que va más allá de un entusiasmo pasajero. A Pedro le costó mucho dar este paso, como a todos nosotros. La presencia del Espíritu le ayudó a comprender a este Jesús, que es el Cristo de Dios, pero, no como rey y jefe dominador, sino como “siervo de Yahvé”, como quien está dispuesto a ser rechazado, despreciado y torturado, pero sin perder su condición-identidad de hijo.

La experiencia de Jesús vale también para nosotros. Digan lo que digan los demás, como Jesús, nosotros sabemos que somos, sobre todo, hijos. En eso consiste nuestra más profunda identidad, aunque a veces debamos afrontar contradicciones y sufrimientos.

No nos dejemos engañar por las opiniones ni por nuestras propias dudas: Si nos dejamos iluminar por el Espíritu, también nosotros sabremos, en el fondo del corazón, que nuestra identidad principal es ser hijos amados y elegidos, a pesar de las cruces que nos toque cargar.

P. Antonio Villarino
Bogotá