Laicos Misioneros Combonianos

Dos vidas recuperadas

Comentario a Mc 5, 21-43 (XIII Domingo del TO: 1de julio del 2018)

Marcos sigue presentando a Jesús actuando en las dos orillas del lago de Galilea, con un mensaje claro de cercanía divina a los pobres y a los corazones “rotos”; un mensaje que se expresa, no sólo en palabras inspiradoras, sino también en gestos concretos que confirman las palabras y les dan concreción “física”; Jesús realiza lo que podemos llamar “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que se convierten en manifestaciones de la presencia de Dios en medio de su pueblo, tanto entre los habitantes de Gerasa (en la “otra orilla”) como entre los de Cafarnaúm.

De “impuras” a hijas
En la lectura de hoy se nos cuenta la historia de dos mujeres (una niña de doce años y una adulta enferma el mismo número de años), que, siendo impuras (una cadáver y la otra perdiendo sangre) son tocadas por Jesús y recuperan, no sólo la vida, sino también su dignidad de hijas, capaces de levantarse (“a ti te lo digo, levántate”), de creer (“tu fe te ha salvado”) y de participar en el banquete de la vida (“denle de comer”).

A veces leemos estos episodios como si Jesús fuera un mago que, con poderes especiales, produce efectos mágicos… Ciertamente, yo no dudo de los poderes extraordinarios de Jesús. Pero creo que esa no es la perspectiva adecuada para entender lo que pasó en la rivera del lago de Galilea ni lo que sigue pasando hoy. La perspectiva adecuada es la del “signo mesiánico”, es decir, una acción, un gesto que nace de la confluencia de dos elementos fundamentales:

-La extraordinaria capacidad de Jesús de amar y entrar en sintonía con las personas en su situación concreta, a pesar de estar condenadas por la tradición; su cercanía afectiva profunda, que, tomando muy en serio la realidad de cada persona, le transmite su propia experiencia de la cercanía amorosa del Padre. Como dice Benedicto XVI, sólo el amor salva. Cuando alguien se sabe amado, recobra su dignidad, es capaz de levantarse y de realizar una vida plena.
– La fe de personas sencillas, que, amenazadas por la enfermedad y la muerte, levantan sus corazones y sus esperanzas a Dios como único refugio… En mi vida misionera en África, Europa y América, he encontrado muchas personas que son como el papá de la niña moribunda o la mujer desesperada ante una enfermedad humillante, prolongada y esterilizante.

Ante una situación así, esas personas buscan una salida por cualquier parte: la medicina, la oración, el buen consejo… Cualquier cosa que ayude a recuperar la vida amenazada. Muchos les dicen que no hay nada que hacer, que se resignen; se burlan de su búsqueda, de su fe, de su no contentarse con lo peor. Sin embargo, esa búsqueda merece ser respetada y tomada muy en serio. Eso es lo que hace Jesús, que, desde una experiencia extraordinaria de comunión con el Padre de la Vida, se siente también en comunión con los hijos e hijas que pasan por momentos difíciles, que, marginados, dudan de su propia dignidad y de ser amados.
Palabras y gestos

Todos los seres humanos, incluso los que se creen más seguros y prepotentes, somos criaturas débiles expuestas a enfermedades, sufrimientos, desprecios, peligros y, en definitiva, a la muerte, aunque algún “milagro” aleje la muerte de nosotros por algún tiempo, como sucedió a la hija de Jairo, la hemorroísa o Lázaro. Por eso no creo que el objetivo de los milagros de Jesús fuese el de dar a las personas un poco más de tiempo en una vida, de todos modos, mortal, sino una vida diferente, una vida con amor y dignidad, como hijos e hijas de un Padre amoroso, que se interesa por nosotros y toma en serio todo lo que nos pasa. Las dos mujeres, después de la acción de Jesús, podían decir en verdad: “Yo soy importante para Dios, yo soy importante para Jesucristo, yo soy importante en la comunidad de los amigos de Jesús. Yo no soy una enferma o una muerta. Soy HIJA”.

Ese es el mensaje central de Jesús. Para manifestarlo se sirve de palabras, pero también de signos “mesiánicos”, que, tal como aparecen en Marcos, tienen una doble condición:
-son concretos y prácticos, ligados a la vida de la gente; ayudan a las personas de manera “física”; resuelven un problema real de la vida.
-transcienden la materialidad, para transmitir algo que va más allá del gesto concreto en su estricta materialidad: no se reducen a una “ayuda material”, sin alma, desconectada del amor; comunican una confianza en la persona y la llevan a superarse a sí misma, a levantarse y ponerse ella misma a servir.

Por eso, tomando como modelo a Jesús, la misión cristiana camina siempre por ese doble raíl de la palabra y la acción, de la caridad y la fe, de lo material y lo espiritual. Ambas dimensiones son esenciales y se reclaman mutuamente: la palabra sin acción se hace mentirosa, la acción sin palabra pierde su sentido.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Retiro sobre “la misión de los Laicos Misioneros Combonianos: desafíos, sueños, esperanzas”

retiro LMC

retiro LMCDurante el sábado 16 y domingo 17 de junio nos encontramos en la Osservanza en Bolonia para un tiempo de convivencia, rezar juntos y reflexionar sobre la “Misión de los Laicos Misioneros Combonianos: desafíos, sueños, esperanzas”, dirigido por el Padre João Munari.

El sábado por la tarde estuvieron presentes del grupo de Bolonia: Micaela, Emma, ​​Chiara, Eileen, Agostino, Giuliana, Annalisa y Michele y del grupo de Padova: Fabrizio, Francesca, Dorella y Roberto.

Comenzamos a partir del significado del término “Misión” y de la Palabra.

Para empezar, el padre Juan nos recordó que el Evangelio es una propuesta para todos, tanto para los laicos como para los sacerdotes, hermanas, etc. Las bienaventuranzas son un ideal de vida para todos, no sólo para los religiosos.

El bautismo recibido da pleno derecho (y deber) a cada uno para sentirse parte integrante de la Iglesia, anunciar el Evangelio, trabajar por la Iglesia, es un “derecho de ciudadanía” dentro de la Iglesia para todos los bautizados. Y si queremos construir algo, debemos hacerlo desde la Palabra, no desde documentos.

Nos hicimos algunas preguntas: ¿Qué significa hacer del Evangelio el ideal de nuestra vida? ¿La iglesia se perdió hoy? ¿Qué es lo que el Espíritu nos pide? ¿Por qué el Papa Francisco habla tanto sobre la necesidad de renovar la liturgia? ¿También sentimos esta necesidad? ¿Sentimos fe y vida en las liturgias de nuestras iglesias?

Partiendo de quiénes somos y recordando que el fundamento de nuestra fe es la Palabra, que celebramos en la liturgia, nos concentramos en nuestra relación con el mundo como Iglesia.

La gran revolución es entender que la Iglesia no es el centro del mundo, sino que es la Iglesia la que gira en torno al mundo, así como ocurrió en la revolución copernicana.

Y la renovación de la Iglesia también pasa por la liturgia.

Más adelante dimos tiempo para hablar de los dos grupos: como grupos de Bolonia y Padua hablamos sobre los compromisos asumidos en el territorio durante este año. Hemos enfatizado la riqueza que cada uno de nuestros grupos tras años de camino y que se corre el riesgo de perderlo, disipándolo y no reconociéndolo, por falta de una memoria común.

Después de reflexionar, en torno a la Palabra, cada uno de nosotros presentó una señal del camino de este año: el folleto de los “aperitivo de los Pueblos” organizados en Padua, el folleto de reuniones en las parroquias sobre los “nuevos estilos de vida” organizados en Bolonia, algunos libros significativos (incluyendo Ave María de la escritora Murgia), Wipala, un lápiz 80% reciclado que no rompe y hasta escribe sin punta, la tarjeta con nuestro nombre, el aceite de Nardo.

Después de la cena nos reunimos para escuchar los testimonios de vida misionera de las Hermanas Elisabetta y Federica, Misioneras Combonianas, respectivamente, en Chad y en Centroáfrica. Fue bueno sentir como la alegría y la pasión guían sus pasos, incluso en las dificultades que encuentran diariamente en sus trabajos entre esas poblaciones. Elisabetta, una médica que trabaja diariamente con heridos muy graves debido a las armas de fuego a causa de la guerra interna en Chad; la hermana Federica, una enfermera que trabaja entre los pigmeos en el bosque.

El domingo por la mañana partimos del Evangelio de Juan (6.1-14): Jesús pide a los discípulos, después de la multiplicación de los panes, que recojan las sobras: “Recoger los pedazos que quedan para que no se pierda nada”.

¿Qué hicieron? “Recogieron los pedazos y llenaron doce cestos con las sobras de los cinco panes, dejados por los que habían comido. ¿Cuál será el motivo de tanta riqueza?

Debemos tener cuidado para que nada se pierda. Pensando en nuestros grupos este Evangelio nos invita a redescubrir la riqueza de nuestros grupos en toda Italia.

A continuación, leímos algunas partes de la carta de 1994: Carta del Superior General y su Consejo a todos los cohermanos sobre el Laicado Misionero Comboniano. Aconsejamos a todos para releerla, nos sorprendió leer algunas definiciones, negro en el blanco, afirmando la importancia de la identidad del laico misionero comboniano (“tocado, inspirado y contagiado por el carisma de Comboni”) “Los LMC constituyen un hecho nuevo que nos obliga como religiosos a confiar, tener disponibilidad y creatividad…”, escribe el padre general y muchas otras cosas bonitas que fortalecen la fuerte relación entre religiosos y laicos dentro de la familia Comboniana. En primer lugar, sin embargo, este documento nos recuerda que ser LMC es una vocación. Y aquí todos debemos reflexionar sobre nuestra vocación.

En septiembre, comenzaremos nuevamente a dar forma y contenido a nuestra caminata para el próximo año, preparándonos para enfrentar con fe y coraje los desafíos que nos serán presentados, ¡seguros de que no estamos solos en este camino!

retiro LMC

Grupo LMC de Bolonia, Italia

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”

 Comentario a Mc 3, 20-35, X Domingo ordinario (10 de junio del 2018)

Después del tiempo de Pascua y Pentecostés -y los domingos extraordinarios dedicados la Santísima Trinidad y al Corpus Christi-, retomamos ahora la lectura continuada del evangelio de Marcos en su capítulo tres. En el texto de hoy se mezclan varios temas aparentemente diferentes: (la familia de Jesús, el rechazo de Jerusalén, el discipulado), pero a mí me parece que todo lo leído se puede reducir a una sola cuestión: ¿Rechazamos o aceptamos a Jesús como Maestro? ¿Estamos abiertos a es- cuchar su llamado a la conversión?

Precisamente, el gran pecado de Jerusalén, de los escribas en este caso, (y al parecer también de una parte de la familia natural de Jesús) fue no reconocer el Reino de Dios que se hacía presente de una manera muy clara y fuerte en la persona de Jesús. Los escribas confundían el mal con el bien, diciendo que Jesús llevaba dentro un espíritu del mal. Y algunos de sus familiares llegaron a pensar que Jesús no estaba en su sano juicio.

Hoy se habla mucho de la “posverdad”, es decir de una mentira tan repetida en las redes sociales que muchos la confunden con la verdad, a pesar de ser una clara mentira. Pues algo parecido ya les pasaba a los escribas de Jerusalén y a algunos parientes de Jesús: preferían mantenerse en la mentira que abrirse a la verdad de Dios.

Esto les pasa por tener los oídos tapados por sus intereses egoístas, los ojos del espíritu cerrados para ver las maravillas del Reino y los corazones endurecidos para cambiar y convertirse. Nos puede pasar a nosotros también que, cuando intuimos que Dios nos habla y nos pide un cambio, preferimos no escuchar, no ver, no abrir el corazón. Como dice el dicho, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Esto es lo que en el evangelio se llama “blasfemia contra el Espíritu santo”, es decir, “el rechazo obstinado a reconocer los signos y la acción de Dios en los signos de su santo Espíritu, en cerrar los ojos a la positividad de la predicación profética y de la actividad de Jesús, interpretándolas como acción demoníaca” (R. Pesch).

Pero, por otra parte, hay algunas personas sencillas que, al escuchar a Jesús y al ver las obras de misericordia que hace, abren los oídos y los ojos, se dejan tocar el corazón y se ponen a caminar detrás de Jesús como discípulos. Estos –dice Jesús- son “mi madre y mis hermanos”. Estos son mi familia verdadera, porque comparten conmigo el amor del Padre y la pasión por cumplir su voluntad, su proyecto del Reino de verdad y de amor, de justicia y libertad.

A estos se les dirá más tarde: “Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer…”.

La pregunta para nosotros hoy es: ¿De qué parte estoy yo? ¿Me encierro en mí mismo o escucho la propuesta de renovación de Jesús? ¿Soy un escriba interesado en mantener mi propia “posverdad” (falsedad) o estoy abierto al cambio que Dios me pide en este momento de mi vida?

P. Antonio Villarino

Bogotá

El corazón de Jesús – misión de la compasión

Corazon de Jesus Comboni

Corazon de Jesus ComboniCompadecido, extendió su mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41)

Esta acción simple de Jesús está llena de significado y expresa fuertemente su actitud hacia los marginados. Es también un acto de rebelión contra la injusticia basada en un sistema socio-religioso de exclusión. Así, el Padre se revela a nosotros (Col 1,5), en un hijo que, a lo largo de los caminos de Palestina, es capaz de tocar a un leproso para curarlo. Marcos, ya en el primer capítulo, nos revela a Cristo que es capaz de amar, con un corazón que rebosa compasión, la cara visible de Dios que lo ha enviado (Mc 1,1).

La devoción al Corazón de Jesús es, desde los inicios de nuestro Instituto, una fuente de espiritualidad donde nuestra misión está firmemente arraigada. En ella entramos en la intimidad de la persona de Jesús, en sus actitudes, en sus deseos y en la visión del mundo nuevo que anuncian las Bienaventuranzas. Por lo tanto, su contemplación nos revela el núcleo de nuestra vida consagrada: la centralidad del amor de Dios como clave para la lectura de la historia de la salvación. Un amor que se encarna y se define como pasión total por la humanidad (AC 2015, no. 22). Para profundizar este misterio la oración personal es un espacio cualificado porque es un encuentro íntimo con Jesús en la humildad. Se convierte así en una experiencia de perdón, de acogida y de gratuidad, que nos transforma y nos moldea según su Corazón.

El Corazón traspasado del Buen Pastor nos llama a la donación constante de nosotros mismos, con todo lo que somos. La misión es donarse sin esperar nada a cambio, para vaciar nuestra vida por los otros. Esta es nuestra consagración: hacer de nuestra vida un instrumento de la misericordia del Padre encarnado en el carisma dado a Comboni. Nuestra historia, con todas sus limitaciones e inconsistencias, nos deja testimonios imborrables de hermanos que han consumido sus vidas hasta el fin por el Evangelio. Hombres que se han dejado modelar en un ciclo de conversión permanente a través de la experiencia de la relación con el amor del Padre, se convierten en pan para los hambrientos y esperanza para los desesperados (AC 2015, no. 14).

Marcos nos habla de la vida de un hombre que tiene como característica principal la compasión, porque este es el rostro que el Padre ha querido mostrarnos. Su atención a los más pobres se convierte así en un elemento constitutivo de la misión de la Iglesia. Un aspecto claramente presente en Comboni (S 2647). La contemplación del Corazón de Jesús nos empuja a una proximidad particular con los excluidos y nos llama a buscarlos en nuevos ámbitos, donde la vida es marginada. Al mismo tiempo, nuestro estilo de vida, que puede ser un obstáculo para el dinamismo y la flexibilidad de la misión actual, está siendo puesto en discusión. Toda nuestra actividad y reflexión debe venir desde abajo, del contacto con la humanidad crucificada. Esta es la expresión más radical de la donación total del Hijo y todavía está muy presente en algunos de los países donde trabajamos que sufren guerra u otras formas de violencia. Nuestra presencia misionera es un signo del amor que fluye del Corazón de Jesús (RV 3,3).

Comboni, hombre marcado por la experiencia religiosa de su tiempo, ha desarrollado su propia dimensión misionera de la espiritualidad del Corazón de Jesús. El don total del Padre en el Hijo es un signo de amor que nos abre a una nueva esperanza. El Reino es un programa para la liberación de la vida en plenitud (S 3323). Esta profunda convicción lo llevó a recorrer miles de kilómetros a través del Nilo y el desierto, poniendo en peligro su vida porque el Cristo traspasado es también una fuente de vida para los más alejados. La audacia de nuestro Fundador al abrir nuevas fronteras a la evangelización es parte de nuestra espiritualidad y misión. La re-visitación de la Regla de Vida es también una oportunidad para crecer en la pasión por el evangelio en busca de los olvidados.

Los desafíos mundiales actuales hacen que nuestra misión sea urgente. Vivimos tiempos llenos de expectativas y deseos de nuevas estructuras políticas, económicas o sociales. Hay una búsqueda profunda y sincera de sentido, pero fácilmente puede caer en respuestas efímeras que conducen sólo a la alienación o al nihilismo. La locura del Evangelio (1 Cor 1,25) transforma el corazón y el mundo; nuestro Instituto sigue siendo llamado a caminar, con la compasión de Jesús, a tocar a los leprosos de hoy.

La fiesta del sagrado corazón nos de la gracia de seguir creciendo en el amor.

 

El Consejo General, mccj

 

Tú, yo y el nosotros que Dios nos llama a ser

LMC Peru

LMC PeruFuiste la comunidad que nunca escogí pero con la que siempre deseé hacer camino. Tal vez porque en la diferencia encuentro un poco más de mí y en el conjunto revelamos un poco más de nosotros.

Contigo aprendí que la misión no se hace sola, y lo que necesito de ti. Te cruzaste en mi camino y aunque incomprendidamente abriste el corazón y me aceptaste como compañera de camino, sí, en el fondo es un camino lo que hacemos todos los días en este pedazo de tierra del otro lado de la realidad que ambas conocíamos.

Tuviste la mano extendida cuando pensé que nada tenía sentido. Me di cuenta, aquella noche cuando orábamos juntas y todo en mí parecía desmoronarse que, no hay errores en los planes de Dios para cada uno de nosotros. Fuiste y eres el sostén cuando todo parece duro y difícil. Eres una palabra que no se esconde, ojos que hablan, eres tú.

Contigo aprendí las dimensiones del compartir y de la donación, en este triángulo del amor, en una dinámica entre el yo, el tú y el nosotros.

Eres muchas veces los ojos que ven más allá de lo que yo consigo ver. El corazón que me escucha, cuando necesito hablar. Los abrazos que apoyan y sostienen. La mano que siempre se hace presente cuando en el camino aparecen los obstáculos. Dios sabe porque te ha puesto en mi camino y ahora yo también lo sé. Que Dios me ayude a cuidarte y a saber descifrar tu presencia en mi vida y en nuestro caminar.

Lo que juntas conseguimos ser es lo que mueve a esta comunidad en busca de la misión que Jesús tiene para el mundo. Somos silencio, somos risas, somos críticas y exigencia, somos límites e infinito, somos también desde la terquedad de nuestras vidas pasadas y aprendizajes, somos lágrimas muchas veces compartidas entre mis lágrimas y tu hombro o abrazo. Somos oración muchas veces cuando en silencio miramos la misma realidad donde vivimos ahora.

Venga quien venga y diga lo que digan, no importa más. Lo que verdaderamente importa es lo que en nuestras imperfecciones logramos ser de Dios.

Somos testigos de quienes aceptan crecer juntas. Somos Andrea y Paola (Paula en su tierra natal), vidas que Dios unió para caminar en la dirección de un amor que se aprende diariamente, un amor fruto de errores, hecho de oración, hecho de silencios y muchas veces miradas que dicen todo, hecho, de manos extendidas y de tareas compartidas, de mal humor y terquedad, de perspectivas diferentes y de dos maneras que se completan al hacer las cosas.

Somos lo que cada una tiene de sí para dar. Somos en lo que eres y en lo que me enseñas a ser. Somos en lo que aprendemos mutuamente. Somos desde donde sabemos que somos. Amor.

CLMC Peruuando me reconocí llamada a la misión me supe llamada a ser comunidad. En ese camino supe que Dios me llamaba a ser comunidad con Andrea (como humildemente llaman a la Neuza en Perú). Llegar al Perú fue comprender que era un tiempo de travesía del desierto. Aun así cuando llegué al Perú me sentí feliz, irremediablemente feliz y reconocí que Andrea formaba parte de esa felicidad. Una felicidad repleta de obstáculos, dificultades, alegrías y carcajadas y por eso una felicidad completa. Cuando fui llamada a caminar con Andrea supe que Dios tenía y tiene algo que enseñarme a través de ella. Encontramos a la gente en nuestra vida para hacernos crecer, para hacernos más santas, para enseñarnos a caminar y acercarnos a Dios. Caminar con Andrea exige aceptar que van a haber momentos complicados, difíciles, pero que incluso en el silencio ella está siempre allí. Ella sabe cuándo te despiertas a llorar y viene a abrazarte y sólo se vuelve a acostar cuando está segura que te quedas bien. Ella está ahí mirándote cuando parece que el mundo te cayó encima e inevitablemente va a llorar contigo uniéndose a tu dolor. Vivir con Andrea es subir y bajar montañas con dolor en la barriga de tanto reír. Con Andrea me siento capaz de enfrentarme a las mayores dificultades que aparezcan en nuestro camino. Con Andrea no hay viajes o espera en autobús aburridos. Con Andrea hay alegría en cada paso en la misión. Andrea soporta el cansancio, dolor, sufrimiento y me acompaña calle arriba y calle abajo. Con Andrea encuentro a Jesús en cada esquina. Vivir con ella es un aprendizaje continuo y un camino que me propongo recorrer todos los días. Soy feliz y confío que somos felices incluso en los días en que estoy frágil y todo parece gris, tú estás ahí siempre a mi lado para amarme tal como soy. Tal como el amor de Dios, ser comunidad con Andrea no es fácil, pero simplemente basta con saber amar y ser amada. Ser comunidad con Andrea me recuerda continuamente la frase del Papa Juan Pablo II “Amar es un acto de voluntad” porque quiero amarla todos los días en cada paso de nuestro camino.

No es fácil vivir en comunidad y compartir todo en nuestra vida. Pero cuando queremos y lo hacemos con amor y por amor, cuando lo hacemos sabiendo que es Dios quien nos une, quien está en medio de nosotros, en todo momento y a todas las horas, todo está bien. Ser comunidad es estar disponible a caminar no en mí ni en ti, sino en nosotros. Ser comunidad es permanecer unidos en las alegrías y compartir las cruces. Ser comunidad es saber dar espacio y abrazos de oso. En comunidad compartimos el mayor don que Dios nos ha dado, nuestra vida. Juntas, en comunidad, alegramos cualquiera casa que podamos visitar, rezamos allá donde sea, cantamos allá donde sea y vivimos en Vila Ecología en nuestra hermosa casa a la que llamamos hogar.

Somos yo y tú, somos nosotros.

LMC Peru

Comunidad Ayllu, Neuza (Andrea) y Paula (Paola)