Laicos Misioneros Combonianos

Laicado y Ministerialidad

Laicado
Laicado

Laicado y ministerialidad

Vamos a intentar hacer una reflexión sobre la ministerialidad desde una perspectiva laical y en particular desde la vocación misionera y comboniana. Pero antes de adentrarnos en esos ministerios o servicios desde la fe, creo que es importante encuadrarlo todo.

Nuestra vida da un vuelco cuando nos encontramos personalmente con Jesús de Nazaret. Compartimos esta sociedad con muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Cada persona con unos principios y unos valores que orientan sus acciones y opciones vitales. Pero para nosotros existe un antes y un después de conocer a Jesús. Como los primeros discípulos, un día nos encontramos con Jesús en el camino. Nuestro corazón dio un vuelco y nuestros labios preguntaron: “¿dónde vives?” Y su respuesta fue “ven y verás”. A partir de ese momento nuestra vida cambió.

Son muchos los caminos por los que hemos llegado a este encuentro, para muchos ha sido gracias a nuestras familias, a nuestras comunidades cristianas, a nuestros amigos, a circunstancias de la vida que nos arrastraron al camino… Sin duda la casuística es muy grande. Lo realmente determinante es la respuesta dada, desde la libertad, y las consecuencias de esa respuesta en cada una de nuestras vidas.

La respuesta es libre, nadie nos obliga a darla, es una gracia que recibimos y como consecuencia el reconocer una nueva vida.

El laico es por encima de todo seguidor de Cristo. No consiste en seguir una ideología, no se trata simplemente de luchar por unas causas justas que ayuden a una nueva humanidad más justa y digna para todos y todas, ni siquiera consiste en seguir todos los preceptos de la religión que nos pueden ayudar en nuestra relación con Dios. Ser cristiano es por encima de todo seguir a Jesús. Salir de nuestra zona de confort y ponerse en camino. Tomar lo esencial para ir ligero y estar siempre abierto y disponible en ese seguimiento. Jesús nos irá mostrando en ese camino cuál es nuestra parte de responsabilidad en el anuncio y construcción del Reino.

Nosotros hablamos de estar en estado de discernimiento constante, que no es sino un estado de diálogo constante con el Señor. Es verdad que existen momentos especiales de discernimiento en la vida de toda persona. Estos tienen que ver con su vocación central como es el caso del matrimonio o de la vocación a la que nos sentimos llamados, como la vocación misionera e incluso el tipo de profesión a través de la cual queremos o sentimos que podemos servir a los demás escogiendo un tipo de estudios u otros, un trabajo u otro… Es fundamental en la vida de toda persona el entender su llamada a ser enfermero, médico, profesora, directora de una empresa, abogada, educador o trabajador social, político, carpintero y así un largo etcétera.

Momentos vitales que en nuestra adolescencia, juventud y edad adulta se presentan de manera significativa. Pero además de esos momentos, que nos mantendrán en el camino en los momentos difíciles, nosotros queremos permanecer a la escucha en este camino. No queremos acomodarnos. En la vida siguen apareciendo nuevos retos y nuevas llamadas por parte de Jesús. Para nosotros como misioneros el tener la maleta pronta es algo que forma parte de nuestra vocación. Estamos llamados a acompañar a las personas, a las comunidades por un tiempo determinado, para después marchar, porque el salir es parte esencial. Salir o seguir creciendo. No permanecemos siempre igual por años y años pues reconocemos que las necesidades cambian. Somos llamados a dejar nuestra tierra y a viajar a otros países, a otras culturas… somos llamados posteriormente a realizar nuevos servicios, retornar a nuestro lugar de origen, asumir nuevos compromisos… todo ello forma parte de nuestra vocación. En cada llamada, en cada nuevo cambio, debemos entender qué planes tiene el Señor para nosotros. Por qué nos convoca a viajar a otro continente o a regresar a nuestro lugar de origen cuando tan bien estábamos, cuando tanto bien estábamos haciendo junto a otras personas, cuando hasta parecíamos tan necesarios en ese lugar, la vida nos hace tener que desplazarnos, comenzar de nuevo…

¿Por qué cuándo parece que habíamos llegado a puerto definitivo hay algo que en nuestro interior nos cuestiona, nos inquieta? Es el Señor que se comunica con nosotros. Con Él tenemos una relación de amistad que nos ayuda a crecer. Como amigos vamos compartiendo la vida y los nuevos proyectos que la van atravesando. Con momentos de mayor estabilidad, pero también con momentos de nuevos desafíos. No hemos venido a descansar a esta tierra sino a disfrutar de la vida y a permitir y luchar porque otros también puedan disfrutar.

Nosotros respondemos a esta llamada a caminar no solo de manera individual sino desde una comunidad. No caminamos solos. Está es parte de nuestra vocación cristiana, la pertenencia a la Iglesia como también nos sentimos parte de toda la humanidad. Y como parte de esta Iglesia nos sentimos llamados a un servicio común. Como Laicos Misioneros Combonianos (LMC) sentimos esta pertenencia a la Iglesia de Jesús. Y sentimos que esta vocación específica que recibimos es una vocación y una responsabilidad comunitaria. Tenemos una llamada personal pero también una llamada como comunidad y comunidad de comunidades. Reconocemos la Iglesia como sacramento universal de salvación, cada uno desde su especificidad, dones y carisma por el anuncio y construcción del Reino.

Jesús llama a sus discípulos a vivir, a recorrer el camino en comunidad. Sabemos que solo de la mano de Jesús podemos caminar y como comunidad necesitamos de esa espiritualidad profunda que nos une a Jesús, al Padre y al Espíritu. Un camino donde la oración, la vida de fe y la comunidad se convierte en alimento y referencia de la vida del LMC.

La centralidad de la misión en Comboni. La Iglesia al servicio de la misión

Comboni tenía muy clara la centralidad de la misión en su vocación y la necesidad de la misma en la Iglesia. Frente a las necesidades de nuestras hermanas y hermanos más necesitados estamos llamados a dar una respuesta. Y es de tal importancia y complejidad esta respuesta que no estamos llamados a darla individualmente sino como Iglesia. Todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a responder a esta llamada. Sin importancia de nuestro estado eclesial, cada uno debemos dar una respuesta de fe. Jesús llama a cada uno a caminar. Y es tal la complejidad de las necesidades que existen que el Espíritu suscita en el mundo y en su Iglesia diferentes vocaciones, diferentes carismas que aporten a esta realidad. Identificar a la Iglesia con el clero e incluso con los religiosos y religiosas es no entender a Jesús, es no escuchar al Espíritu. La labor y la llamada al sacerdocio o la vida religiosa en sus numerosas vertientes es fundamental para el mundo, pero no más que el compromiso de todos y cada uno de los laicos. La Iglesia no solo tiene una responsabilidad ligada a la religiosidad o espiritualidad de las personas. Tenemos una responsabilidad social, familiar, medioambiental, educativa, sanitaria, etc. Con todo el mundo. Las cosas del día a día son las cosas de Dios. Las pequeñas cosas son las cosas de Dios. La atención a cada persona en lo concreto y en las necesidades globales son responsabilidad de los seguidores de Jesús. Y en todas ellas el papel del laicado es fundamental, del hombre y de la mujer, en lo material y en lo espiritual… así lo entendió Comboni y así también lo entendemos nosotros.

Comboni

El laico en el mundo

En esta llamada global que recibimos, la Iglesia se muestra como comunidad de referencia. Es alimento para el servicio. Lugar donde reponer fuerzas, donde alimentarse de manera privilegiada, aunque no única.

Como laicos estamos llamados a crear raíces que asienten el terreno y lo haga rico, estamos llamados a crear redes de solidaridad y relación que articulen la sociedad, desde la familia, las pequeñas comunidades de vecinos, de barrio, entidades sociales, empresas… somos grandes creadores de redes de relación, colaboración y trabajo. Vivimos envueltos en todas estas redes y estamos llamados a animarlas, a dotarlas de una espiritualidad que las pongan al servicio de las personas, y en especial de los más vulnerables. Estamos llamados a incluir a todas las personas. Nuestra mirada debe centrarse en los más pobres y abandonados que hablaba Comboni, en los excluidos de esta sociedad, una mirada que nos anima a estar en las periferias porque es desde abajo que las cosas se ven de manera diferente. No podemos conformarnos con una sociedad donde todos no tengamos una vida digna. Una sociedad donde se premie el tener al ser y el consumo que está devastando un planeta finito que nos grita y reclama nuestra responsabilidad global.

Toda esta visión que debe cuestionar nuestra vida nos reclama acciones concretas.

La llamada del laico es una llamada al servicio de la humanidad. Una llamada que para pocos será de servicio interno de nuestra Iglesia. No podemos pensar que el buen laico es aquel que está ayudando en la parroquia y perder de vista nuestra vocación de servicio al mundo. Algunos servicios internos son necesarios pero la Iglesia está llamada a salir. Con Jesús a salir al camino, a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a ayudar en lo pequeño y en lo grande. Estamos llamados a ser sal que sala, levadura en la masa, … llamados a estar en el mundo y contribuir de manera significativa. No podemos quedarnos en casa donde estamos a gusto, donde nos comprendemos unos a otros. Estamos llamados a salir. La Iglesia no nace para sí misma sino para ser comunidad de creyentes que sigue a Jesús y sirve a los más desfavorecidos.

Por todo ello nos sentimos llamados a ayudar en el crecimiento de las comunidades humanas (también las cristianas).

¿Cómo es la respuesta que como LMC estamos dando a esta llamada?

Actualmente existe una gran reflexión en toda la Iglesia sobre lo específico misionero. Sobre cuáles son o deberían ser nuestros servicios como misioneros, nuestros ministerios específicos. Una vez perdida la referencialidad geográfica de la misión, la referencia entre un norte rico y un sur por desarrollar, donde la desigualdad y las dificultades se encuentran en unos países y en otros, si bien todavía en algunos pocos se sigue concentrando la mayoría de la riqueza y posibilidades frente a otros muchos donde las dificultades son mucho mayores… Es cierto que la miseria campa a sus anchas en las personas sin hogar en los llamados países ricos, las migraciones forzosas por la pobreza, las guerras, las persecuciones por diferentes motivos, el cambio climático y demás están haciendo que un fenómeno siempre presente en la humanidad se esté agravando. La última pandemia del COVID-19 nos recuerda la globalidad de nuestra humanidad por encima de vayas y fronteras. Nos afecta a todos y todas por igual. Parecía que hasta ahora el dinero era el único que podía viajar sin pasaporte, parece que los virus también pueden.

Solo en un mundo justo todos podremos vivir en paz y prosperidad. Las desigualdades salariales, los conflictos, el consumo desmedido que derrite los polos y un largo etcétera terminan influyendo y teniendo consecuencias en toda la humanidad. Las vallas y la policía ya sean en las fronteras o en las casas o urbanizaciones de los que más tienen no lograrán un mundo mejor para todos, ni siquiera para los que se refugian detrás.

Frente a todo esto el debate y la reflexión sobre lo específico del laicado misionero en esta nueva época está servido. No pretenderé entrar en ello de manera teórica. Os ofrezco ahora simplemente algunas de las actividades donde como laicos estamos presentes dando respuesta a la llamada recibida. Esa es nuestra ministerialidad, nuestro servicio al que nos sentimos llamados. La respuesta de vida y no en teoría que estamos dando. No me extenderé, tan solo enunciaré algunos casos que nos puedan dar luces y otros muchos permanecerán en el anonimato… no en balde somos llamados a ser piedra escondida.

Tenemos compañeros y compañeras trabajando con los pigmeos y el resto de la población en República Centro Africana, un país donde llevamos más de 25 años. Junto a un pueblo que es considerado casi como sus siervos por la población mayoritaria que lo consideran menos. Siendo puente de inclusión o responsabilizándonos de una red de escuelas primarias en un país que ha pasado por varios golpes de estado y está en una situación de conflicto desde hace años que no permite al gobierno dar este servicio.

Estamos en Perú viviendo y acompañando a la gente en la periferia de las grandes ciudades. En barriadas de ocupación donde los que llegan del campo van tomando un terreno a la ciudad para vivir, sin luz, sin agua o alcantarillado. Unas familias que luchan por tener una vida digna, que se fueron de sus pueblitos a la ciudad para poder comer, dar una vida mejor a sus hijos. Y donde encontramos mucha solidaridad entre sus vecinos y acogida pero también dificultades traídas por el alcohol, la violencia machista o la desestructuración de muchas familias.

En Mozambique colaboramos con la educación de sus jóvenes, chicos y chicas, que saliendo de sus comunidades extendidas por el interior buscan poder formarse para levantar el país. Se necesitan escuelas que les den esa formación profesional e internados que les permitan vivir durante ese periodo escolar pues sus casas quedan a muchos kilómetros. Acompañar a estos jóvenes y a las comunidades cristianas es también parte de nuestra llamada.

Por otro lado, estamos presentes en Brasil en la lucha contra las grandes compañías extractivistas que desplazan a las comunidades de sus tierras, que envenenan los ríos o el aire de las comunidades, cortan la comunicación o las aíslan con sus trenes kilométricos que socaban los minerales de la zona sin preocuparse por el medio ambiente o el bien de las personas.

También en muchos países de Europa estamos involucrados en la acogida de inmigrantes. Intentamos devolver todo lo recibido cuando también nosotros fuimos extranjeros. Llamados a recibir a aquellos que huyen de la miseria o las guerras, a aquellos que buscan un futuro mejor para sus familias y que encuentran grandes muros a su llegada, no solo de hormigón y alambre sino también de miedo e incomprensión por parte de la población. Ser puentes con una población que sigue siendo hospitalaria y solidaria, presentes en medio de las organizaciones sociales y eclesiales que se movilizan para acoger e integrar a sus nuevos vecinos. Desde el recibimiento en costa, hasta la ayuda en la lengua, en la búsqueda de empleo, vivienda, la tramitación administrativa o el reconocer la valía que nos traen y la riqueza que su presencia trae a la nueva sociedad. Poniendo en valor lo que son y sus culturas y siendo referente de las mismas en un mundo que no siempre les entiende.

Cuando la sociedad fracasa y el ser humano falla no sabemos qué hacer con esas personas. La reclusión en prisiones es la solución que hemos dado como sociedad. Pero esas prisiones se convierten muchas veces en escuelas de más delincuencia y no de rehabilitación como debieran. En medio de ellas están las APAC que nacieron en Brasil y que se van extendiendo poco a poco. Un sistema de reclusión donde la persona que llega es considerada como un recuperando no un preso, que se le llama por su nombre propio y no por un número. Protagonista de su vida, se la ayuda a entender su falta y la necesidad de pedir perdón y reinsertarse como un miembro activo de la sociedad. Un método donde la comunidad se vuelca y crea puentes recuperando a sus hijos e hijas que un día cometieron un error. Donde los recuperandos tienen las llaves de las puertas y entre todos van entendiendo la dignidad de hijos de Dios, el arrepentimiento y su valor como personas para la sociedad.

La manera en la cual estamos viviendo en los países con más recursos está esquilmando un planeta finito. Las relaciones comerciales internacionales están empobreciendo a muchos para el beneficio de pocos… promover un nuevo estilo de vida es algo fundamental para cambiar los paradigmas y valores que se muestran como los únicos válidos para el éxito social y la felicidad. En una sociedad donde lo que se prima es tener y consumir sobre el ser, hay que proponer nuevos estilos de vida. En eso también estamos implicados en Europa. Proponiendo nuevos estilos de vida, de compromisos, de responsabilidad en el consumo, en la economía, etc.

Y así podríamos seguir con acciones ligadas a una educación comprometida con los más excluidos en las periferias de nuestras ciudades, en el cuidado de los enfermos mostrando el rostro de Dios que les acompaña y la mano de Dios que les cuida, en la atención a personas sin hogar, a personas con adicciones…

Como misioneros somos y debemos hacer a todos conscientes de la realidad de un mundo globalizado que requiere de una acción conjunta, un nuevo posicionamiento. Por ello, cada una de nuestras pequeñas acciones, nuestros pequeños granitos de arena conforman pequeñas montañas donde subirse, ver y soñar un mundo diferente. Subirnos con la gente con las que vivimos nuestro día a día. Especialmente llamados a aquellos que viven hundidos sin poder ver un horizonte, una salida a sus dificultades, estamos llamados a levantar la barbilla y mirar adelante, a animar y acompañar esas comunidades. Estamos llamados a estar allí donde nadie quiere ir.

Todos llamados a luchar de manera global por los problemas que son globales, a unirnos y a ser dinamizadores de redes de solidaridad en esta humanidad que habita la casa común, que cada día se demuestra es más pequeña. Y en medio de ella colocar a Jesús, la persona que cambió nuestra vida. Dios es un derecho de todo hombre y de toda mujer. Nos sentimos responsables de dar a conocer la Buena Noticia, de presentarles un Dios vivo que está entre nosotros, que camina con nosotros, que como nos mostró Jesús de Nazaret no nos abandona y nos acompaña siempre. En el interior de cada persona, en el más necesitado, en la comunidad, Dios espera por cada uno de nosotros para transformar nuestra vida, para llenarla de felicidad, de una felicidad profunda. Dios nos espera para darnos agua viva, esa agua que colma la sed del ser humano.

Que el Señor nos dé fuerzas para poder estar presentes y acompañar, ser un medio que lleve a las personas a su encuentro y nos mantenga siempre en camino a su lado.

LMC

Alberto de la Portilla, LMC

El pastor que huele a oveja

Buen pastor

Un comentario a Jn 10, 1-10 (Cuarto Domingo de Pascua, 3 de mayo de 2020)

Leemos hoy –cuarto domingo de Pascua- el bien conocido capítulo 10 de Juan, en el que se nos habla del Buen Pastor que, a diferencia de ladrones y bandidos, ha venido para “dar la vida a los hombres y para que la tengan en abundancia”. A este propósito, les ofrezco estas breves reflexiones.

1.- Una experiencia: “Sólo buscamos la vida”

Visitaba yo, hace años, una aldea del sur de Ghana (África occidental), cuando me encontré con un grupo de personas que estaban realizando unos ritos ligados a la religión del vodú, mayoritaria en aquella zona. Les pregunté:

  • ¿Por qué y para qué hacen esto? Su respuesta fue sencilla y, a mi juicio, profunda y de valor universal.
  • ¡Agbe ko dim míele loo!: “¡Sólo buscamos la vida!”, me dijeron

En efecto, la vida es, no sólo el don fundante que todos hemos recibido, sino también nuestra primordial tarea y misión. Vivir y dar vida es, sin duda alguna, nuestra primera misión y en ella se insertan todas las demás.

Pero vivir, como sabemos, es mucho más que “sobrevivir”, arrastrando una existencia sin sentido. Es, ante todo, desarrollar una identidad personal, única e intransferible, hecha de amor recibido y otorgado, un gastar la propia vida, un “desvivirse”, conscientes de un don recibido y de una meta hacia la que se camina, creando vida…

2.- Como ovejas sin pastor

El evangelio de Mateo nos cuenta que “Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia. Y, al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 35-37). Me parece que, veinte siglos más tarde, la situación sigue siendo igual. Si nos miramos a nosotros mismos y a nuestro alrededor, podemos afirmar que muchos seres humanos no vivimos la vida en plenitud. Muchas personas, incluidos quizá nosotros mismos, somos “como ovejas sin pastor”, que, como el hijo pródigo, andamos buscando como ser felices, pero no sabemos cómo.

3.- El pastor “bello”, que da vida

En el versículo de Juan que sigue a los que leemos hoy, Jesús se define a sí mismo como el “buen pastor”, según las traducciones bíblicas que manejamos comúnmente. En realidad, según los expertos, la palabra usada por Juan para referirse a Jesús es “khalós”, que significa “bello”; por tanto parece que Juan no se refirió a Jesús como pastor “bueno” sino como pastor “bello”.

De hecho, en español decimos a veces, refiriéndonos a alguien conocido con expresiones como esta: “que bella persona es”. Con ello no queremos decir que dicha persona tiene una especial belleza física, sino que en ella resplandece una belleza totalmente especial, que tiene más que ver con su manera de ser que con su apariencia física.

En todo caso, lo que el evangelista nos transmite es claro: que Jesús, a diferencia de otros líderes o seudo-líderes, que se parecen más a los ladrones y a los bandidos, es el pastor bello-bueno, que es reconocido tanto por el “guardián” (el Padre Dios) como por las “ovejas” (aquellos de nosotros que son amantes de la bondad y la belleza).

En Jesús se manifiesta el mismo Espíritu que procede del Padre y habita en las “ovejas”. Por eso hay un reconocimiento mutuo. Como diría el papa Francisco, el Padre, el Pastor bello y las ovejas tienen el mismo “olor”, comparten el mismo deseo de bondad, de belleza y de amor. Por eso se reconocen mutuamente. Por el contrario, los que no tienen ese “olor”, los que prefieren la mentira, el orgullo exagerado, el robo, la malicia… esos son “ladrones”, buscan abusar de las “ovejas” y no reconocen ni al Padre ni al Hijo.

La pregunta para nosotros es: ¿A quién preferimos seguir? ¿Nos dejamos guiar y conducir hacia la vida plena por este pastor que huele a oveja o preferimos que nos pastoreen ladrones y bandidos?

P. Antonio Villarino

Bogotá

¡La epidemia del coronavirus como un impulso para actuar!

LMC Etiopia

Me gustaría contarles cómo trabaja Dios cuando Satanás trata de destruir con el ejemplo de mi misión.

Como sabemos, el coronavirus está llegando lentamente a todas partes. Algunas personas creen que Dios quiere castigar al mundo por sus pecados o ha enviado una plaga para convertirnos. Yo no creo eso. Sin embargo, creo que Dios puede sacar el bien de cada mal. La epidemia obviamente destruye, mata y es generalmente mala, pero creo que todos admitirán que también tiene muchas ventajas – nos une, reconstruye las relaciones en la familia y más. Definitivamente podríamos multiplicar los ejemplos. Y este es el trabajo de Dios. No la epidemia, sino todo lo bueno que salió de ella.

LMC Etiopia

El coronavirus cuando llegó a Etiopía nos empujó a la acción. El año pasado, constituí la Fundación “Barkot” Niños de Etiopía. Junto con mi marido, llevamos un centro infantil en Awassa desde octubre del año pasado. El proyecto asume la rehabilitación gradual de los niños y la búsqueda de su reintegración en la familia y la sociedad. Desde el principio llevamos a cabo actividades abiertas a las que invitamos a los niños de la calle. Contratamos a algunos empleados que salían a la calle para animarlos a participar en ella. Y de hecho muchos de ellos vinieron desde el principio. Organizamos clases recreativas, deportivas, educativas, psicológicas, artísticas y otras.

El siguiente paso fue elegir a los participantes regulares, contactar a sus familias y extender el programa especialmente para ellos, incluyendo las comidas. El tercer paso era recibir a los más perseverantes en el centro con alojamiento completo, para prepararlos directamente para el regreso a casa y a la escuela.

Pero… siempre había un pero. Nos preocupaba si tendríamos suficientes fondos para esto. Además, fui a Polonia para dar a luz a nuestra hija. Además de trabajar para nuestra organización, mi marido tiene otro trabajo y, aparte de coordinar el trabajo del centro, no podía estar presente allí constantemente. Además, se iba a Polonia por un mes. Así que esperamos hasta que volviera a Etiopía. Luego más problemas – a veces la policía atrapa a los niños de la calle por la noche y los coloca en refugios colectivos. Si empezamos el segundo paso, no se sabe si nuestros niños desaparecerían de la noche a la mañana (lo que lamentablemente ya ha sucedido). Nuestro presupuesto todavía parece insuficiente para proporcionar cierta estabilidad durante mucho tiempo. Entonces, ¿cómo podríamos trabajar? Me di cuenta de que incluso entre los empleados había cierta resignación, falta de motivación, no trabajaban con el mismo compromiso que al principio…

Y finalmente el coronavirus apareció en el país. El gobierno cerró las escuelas y comenzó a introducir restricciones. Para nosotros, la realización de clases para los niños que venían directamente de la calle, sobre todo de los lugares más concurridos, todas nuestras actividades se pusieron en tela de juicio. Muchas organizaciones dejaron de trabajar. ¿Qué hacer? ¿Cerramos el centro hasta que todo termine? Entonces tendríamos que pagar el alquiler de la casa y los salarios de los trabajadores. No evitaríamos los gastos corrientes que no son tan pequeños.

Entonces se nos ocurrió la idea (creo que fue del Espíritu Santo) de elegir a los niños a los que daríamos cobijo durante la epidemia. Comenzamos los preparativos, comprando, buscando fondos a través de Internet. Nos hemos vuelto activos en Facebook, la gente ha empezado a interesarse en nosotros de nuevo y a hacer donaciones. Ya hemos recibido siete niños y por supuesto no queremos mantenerlos sólo en el centro, sino trabajar con ellos para que después de algún tiempo puedan volver con sus familias y comenzar la escuela. Todos han recuperado su voluntad de trabajar. Hemos establecido un programa semanal y planes específicos sobre qué hacer con los niños. Ya se puede ver un cambio positivo en nuestros chicos. En total, nos estamos preparando para tener diez de ellos. El coronavirus aún no ha llegado a Awassa (¡y esperamos que no lo haga!)

LMC Etiopia

Hemos superado este paso de transición y creo que es mejor así. Necesitábamos un impulso como en esta situación del coronavirus para confiar de nuevo en Dios que nos guiará y nos dará lo que necesitamos para implementar su plan. No tenemos dinero para mucho tiempo, pero creemos en la acción de Dios y en la bondad humana. Después de todo, nuestra fundación se llama “Barkot”, que en español significa “Él la bendice”.

Magda Soboka, LMC en Etiopía

Emaús: Superar la derrota

Emaus
Emaus

Un comentario a Lc 24, 13-35 (Tercer Domingo de Pascua, 26 de abril de 2020)

El texto es muy conocido, pero sabemos que cualquier texto bíblico, si lo leemos desde la realidad de nuestra vida y abiertos a la acción del Espíritu Santo, es siempre nuevo y siempre iluminador. Hagamos de entrada algunas breves observaciones:

a)            El contexto en el que escribe Lucas:

Lucas escribe hacia el año 85 para la comunidad de Grecia y del Asia Menor que vivían en una difícil situación, tanto interna como externa. Aquellas comunidades vivían su fe en medio de graves conflictos, con diferencias internas y con sensibilidades diversas, como nosotros ahora. Entre ellos había aperturistas y tradicionalistas, unos más fieles a Pablo y otros a Apolo. En su entrono el mundo les era hostil y sufrían persecución y desprecio. A esa comunidad le escribe Lucas sobre esta experiencia de fe que hacen los discípulos de Emaús, que, decepcionados, encuentran a Jesús vivo y vuelven a la comunidad.

b) Las actitudes de los discípulos que refleja Lucas:

-Huyen de Jerusalén, el lugar de la cruz y de la muerte, del fracaso histórico. A pesar de saber que Jesús era un profeta y que su propuesta del Reino venía de Dios, ahora consideran que fue una experiencia bonita, pero que, como todo lo bonito, se acaba.

-Están “ciegos” y tristes: Sus ojos estaban incapacitados, como los de la Magdalena en el huerto, o los de Pablo al caerse del caballo. Su dolor, su orgullo herido, su concentración en el pasado, su decepción, les impiden “abrir los ojos” y ver lo que sucede realmente. No ven los signos de la presencia de Jesús en sus vidas. Todo lo ven negativo, como personas derrotadas y fracasadas

-Han perdido la esperanza. Creían que Jesús iba a ser el Mesías, el salvador del pueblo, el gran líder…Y no fue así. Nos pasa a nosotros también cuando ponemos mucho entusiasmo en algo. Cuando las cosas no salen como esperábamos, reaccionamos con despecho y perdemos toda esperanza, negándonos a empezar de nuevo. 

c) La actitud de Jesús

-Se acerca, camina con ellos y se interesa por sus vidas y sus preocupaciones. Es impresionante las veces que en el evangelio Jesús se acerca a la situación de las personas concretas. No sólo camina con la gente; muchas veces, Jesús se presenta pidiendo un favor, como es el caso de la Samaritana. Jesús no empieza ofreciendo algo, sino pidiendo agua. (Juan 4).

-Relee la Escritura con ellos. Después de entender cuál era el problema de los discípulos, Jesús repasa con ellos la Escritura. Lo hace de tal manera que la Biblia ilumina la situación y transforma la experiencia de la cruz de señal de muerte en señal de vida y esperanza. Así lo que impide ver, se convierte en luz y fuerza a lo largo del camino.

-Reconstruye la comunidad. Jesús, no sólo se acerca y se interesa por sus vidas y relee las Escrituras con ellos, sino que entra en su casa y come con ellos, compartiendo el pan y restableciendo los lazos afectivos con la comunidad. Sabe crear un ambiente orante de fe y fraternidad, donde el Espíritu pueda obrar y hacer que la Eucaristía sea algo más que un gesto banal. La Eucaristía se hace gesto de memoria, de pertenencia, de misión compartida.

d) Y lo reconocieron

Al final los discípulos piden a Jesús que se quede con ellos; Jesús comparte el pan (celebra la Eucaristía) y los ojos de los discípulos “se abren” para reconocerlo, recuperar la esperanza y volver a la comunidad, dispuestos a continuar con la misión que Jesús les ha encomendado en todo el mundo. De derrotados pasan a ser testigos entusiastas.

También hoy si leemos la Palabra con el corazón sincero, si celebramos la Eucaristía, si volvemos a la comunidad, el Espíritu nos hablará al corazón y recuperaremos la alegría de la fe y podemos decir: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? No hay derrota que pueda con nosotros.

P. Antonio Villarino

Bogotá