Laicos Misioneros Combonianos

Palabras de verdad, hechos de liberación

Jesús

Comentario a Mc 1, 21-28 (IV Domingo ordinario, 31 de enero del 2021)

Jesús

La tercera lectura del cuarto domingo del tiempo ordinario está tomada del primer capítulo de San Marcos y nos narra la primera parte de lo que se conoce como la “jornada de Cafarnaum”, donde aparece un día típico de Jesús y de la primera comunidad de amigos que le acompañaba, después del encarcelamiento del Bautista. Para profundizar un poco en esta lectura, me voy a detener en tres puntos de reflexión: el lugar en el que la acción se realiza, la calidad de la palabra de Jesús y la lucha entre los espíritus “inmundos “ y “el Santo de Dios”.

  1. El lugar geográfico

Nos encontramos en Cafaranum, una ciudad del norte de Galilea, a orillas del lago de Genesaret, un cruce de caminos comercial y cultural entre Palestina, Líbano y Asiria. Podemos suponer que Cafarnaum, como otras ciudades de aquella época y de ahora, era un hervidero de vida, con sus elementos positivos y negativos. Seguramente contaba con sus riquezas; sus líderes políticos, militares y religiosos; sus lugares de diversión; sus vías “imperiales” que la ponían en contacto con la globalización de entonces; su apertura a la modernidad… Pero tenía también, con toda seguridad, bastante confusión, corrupción política y religiosa, injusticia, desprecio de los pobres, abandono de la fe y otras presencias del mal en las vidas privadas y en las estructuras públicas… Había también una sinagoga, a la que cada sábado acudían algunas buenas gentes, aunque quizá a veces lo hacían con un cierto sentido de cansancio y aburrimiento.

Cafarnaum puede ser la imagen de la ciudad y de la civilización en la que nosotros vivimos ahora. También en esta “civitas”, en esta cultura nuestra, hay tanta vida, buena y menos buena; hay tanta riqueza y tanta pobreza; hay liderazgo responsable y corrupto; hay generosidad y mezquino egoísmo; hay confusión y búsqueda de la verdad; hay descreimiento y también no poca fe… Y para nosotros, discípulos del Maestro de Cafarnaum, hay también presencia del Dios del Reino. Nosotros sabemos que Jesucristo sigue vivo entre nosotros y que nosotros estamos llamados a estar presentes en esta ciudad, en este mundo en cambio, no para ganar puntos o adeptos, sino para testimoniar que Dios sigue cercano a los suyos. Como comunidad de Jesús, vivimos en la ciudad, en ella crecemos como discípulos y en ella somos misioneros de su Reino entre tantas personas que buscan verdad y belleza, sentido, amor y liberación.

  • La palabra relevante de Jesús

Jesús hablaba en todas partes, también en la sinagoga, donde muchos habían acudido con fidelidad, aunque quizá con una cierta resignación, a escuchar las acostumbradas palabras del rabino de turno, que no tocarían su vida. Pero aquel día hubo una sorpresa grande. Aquel predicador era diferente; de su boca salía una palabra que tocaba la vita, que producía admiración, alabanza y deseo de cambiar.

Podemos preguntarnos de dónde procedía aquella autoridad de Jesús, aquella relevancia.

A mí me parece que la palabra, cualquier palabra, adquiere autoridad y relevancia, cuando es sincera y auténtica y expresa alguna dimensión de la vida concreta. Cuando es así, encuentra en el oyente un eco que sabe a verdad. Una vez tuve la oportunidad de escuchar a la Madre Teresa de Calcuta en directo, en un salón abarrotado de gente, admirada y contenta, como la que escuchaba a Jesús en Cafarnaum. ¿Qué tenían de especial sus palabras? Podemos decir que nada. Ella repetía, sin grandes recursos oratorios, la doctrina y los conceptos que todos conocemos. Y, sin embargo, al escucharla, todos estábamos emocionados, tocados por la sinceridad y autoridad de vida que emanaban aquellas palabras sencillas, pronunciadas in pretensiones. Aquellas palabras tenían el sello y la autoridad de lo auténtico, de su correspondencia con la vida.

Así –y mucho más– eran las palabras de Jesús. Así, pienso yo, serán nuestras palabras si transmiten algo de lo que Dios hace con nuestras vidas, algo de su luz poderosa, algo de su perdón indefectible, algo de su consuelo verdadero, algo del amor que se nos revela cada día en Jesucristo resucitado y vivo en nosotros, como le sucedió a Pablo.

 Con Jesús, también nosotros estamos llamados a ser, en las Cafarnaum de hoy, portadores de palabras auténticas, palabras de verdad y de justicia, palabras de amor y de perdón, palabras de vida. Muchos de nosotros ejercemos, de hecho, de “palabreros”, si se me permite la expresión; en la vida nos toca comunicar, enseñar, cada uno desde su profesión o ministerio: maestros, padres, curas, tertulianos caseros… ¿Cómo hacer para que nuestras palabras no sean banales, para que sean relevantes? Me parece que la respuesta es una sola: verdad y autenticidad. Los hijos, por ejemplo, descubren enseguida cuando sus padres les cuentan la verdad o cuando les cuentas historias en las que ellos mismos no creen. Y así en todos los órdenes de la vida.

El discípulo misionero de Jesús se deja tocar por la palabra auténtica de Jesús y se convierte, a su vez, en un testigo de palabras verdaderas, que iluminan, curan y guían a otros: en casa, en el trabajo, en la iglesia, en todas partes.

  • La batalla entre los “espíritus inmundos” y el “Santo de Dios”

En la Biblia, también en los evangelios, se habla bastante de “espíritus inmundos” o de “espíritus impuros”. Es un lenguaje que ya no usamos en nuestro tiempo. Pero la realidad y la experiencia que tal lenguaje indicaba es hoy tan real como entonces. Podemos decir que con estas palabras nos estamos refiriendo a toda esa parte del mundo que se opone a Dios y a la verdadera felicidad de los seres humanos: esa parte que genera mentira, confusión, injusticia, desorden, caos, esclavitud, que nos impide crecer como hijos libres y liberadores.

Pensemos, por ejemplo, en la absurda violencia que nos golpea en los últimos tiempos, en la corrupción generalizada, en la brutal desigualdad entre ricos y pobres, en la arrogancia que humilla a los pobres y sencillos, en las muchas dependencias que nos acechan a todos: de la droga, del alcohol, del consumo desenfrenado, del sexo desordenado, del orgullo estúpido…

Este mundo corrupto, inmundo, impuro, injusto, que está en nosotros y alrededor de nosotros, se vuelve nervioso, violento, agresivo, cuando se encuentra con el “santo de Dios”, cuando se confronta con la palabra límpida y veraz de Jesús. Y se entabla una “guerra” a muerte.

Pero Jesús es capaz de hacer callar a este espíritu ruidoso, gritón, arrogante, destructivo. Lo hace a cuerpo limpio, con la limpieza de un poder que no procede de las armas, de la riqueza o de la arrogancia, sino de su anclaje en el amor del Padre, que le hace Hijo liberado y liberador.

Nosotros, en la medida que somos “cuerpo de Cristo”, comunidad de discípulos reunidos en torno a su nombre, también tenemos el poder de vencer el orgullo de un mundo corrupto. No con sus mismas armas, sino con las de Jesús: la coherencia de una palabra y de una vida, enraizadas en la verdad de Dios, que no es otra que su amor gratuito e incondicional. Esa es la mayor fuerza misionera de la Iglesia. Esa es nuestra arma para vencer el mal en el mundo.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Mc 1,14: No desaprovechen esta oportunidad.

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(24 de enero 2021, III Domingo del tiempo ordinario)

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Este año la liturgia nos ayuda a leer, en los domingos del tiempo ordinario, el evangelio de Marcos. Hoy leemos los versículos 14 al 20 del primer capítulo, en donde se nos transmite el núcleo del mensaje de Jesús y la primera elección de discípulos. Por mi parte, les invito a detenerse en el primero de estos seis versículos, el 14. Ahí encontramos cuatro expresiones, que son fundamentales para entender el evangelio. Veamos:

  1. “El tiempo se ha cumplido”. Esta expresión de Jesús no se refiere ciertamente al tiempo cronológico: no se trata, por ejemplo, de que se haya terminado una época del año o de una vida. Ese tiempo no está en nuestras manos y corre independientemente de nuestra voluntad. Lo que quiere decir es que el tiempo cronológico se está haciendo “kairós”, es decir, “tiempo de gracia”, tiempo de salvación, oportunidad que aprovechar. Y esta es la Buena Noticia para aquellos que escuchaban a Jesús en aquel momento histórico, de hace 2.000 años. Al escucharlo hoy, también a nosotros se nos dice: “Este es un momento de gracia, no lo desaprovechen”. Dios nos ofrece siempre nuevas oportunidades para mejorar, para amar, para arrepentirnos… Como diría el Papa, no nos dejemos robar esta oportunidad de cambiar.
  2. “El Reino de Dios está cerca”. ¿Dónde está este Reino? ¿En la Iglesia, en mi familia, en el trabajo? De nuevo hay que decir que aquí no se habla de un lugar geográfico o sociológico. Se trata de la victoria de Dios sobre el mal. Jesús nos dice que, si estamos abiertos y dóciles, Dios es capaz de vencer el mal en nosotros y en nuestro entorno. Miren a su alrededor, miren con el corazón abierto y con fe, y descubrirán que Dios está presente con su amor vencedor, con su Reino, en todas partes. Es cuestión de saber verlo y de aceptarlo.
  3. Conviértanse. Lo que nos impide ver-escuchar-tocar el Reino de Dios es la actitud de Adán (que pervive en nosotros) de intentar ser nosotros mismos un “dios”, autosuficiente y arrogante, de escondernos después de nuestros fracasos en vez de reconocerlos y cambiar de actitud. Jesús nos llama a reconocer nuestra realidad de creaturas limitadas y a veces pecadoras, cambiar página, no seguir justificando nuestros fallos, acogernos a su misericordia y acoger el Reino de Dios que vive dentro de nosotros y en nuestro entorno.
  4. Crean en la Buena Noticia. Jesús nos invita a superar nuestro escepticismo y desconfianza, fiarnos del amor de Dios, y lanzarnos a vivir como herederos del Reino de Dios; vivir con fe, con esperanza y caridad.

Si aceptamos esta noticia y nos disponemos a cambiar, el paso de los años acumula gracia en nosotros, la Palabra es una luz que ilumina nuestros pasos, la vida es un banquete festivo, del que la Eucaristía es signo y adelanto.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Cómo encontrar a Jesús?

apostoles
apostoles

Un comentario a Juan 1, 35-42, II Domingo ordinario

Después de su famoso prólogo, el evangelio de Juan introduce una serie de testigos que encuentran a Jesús: Juan el Bautista, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael. Hoy nos fijamos en Juan, Andrés y Pedro.  Su testimonio nos sirve para ilustrar el proceso por el que las personas se encuentran con Jesús como Maestro de sus vidas. Yo quisiera resaltar los siguientes elementos:

Se parte de una búsqueda

Andrés y Simón (como Natanael y Felipe) eran probablemente discípulos del Bautista, que se distinguía por su austeridad y por proclamar la necesidad de un gran cambio (conversión) en la vida del pueblo, con la esperanza de ver al Mesías. Juan y sus discípulos no estaban conformes con el mundo tal como estaba y levantaban los ojos al cielo en busca de una respuesta a su oración, a su inquietud y a su esperanza. De hecho, Jesús les pregunta: ¿Qué buscan? Esa pregunta se le hace a quien busca algo. Al que está satisfecho, al que no busca nada, es inútil proponerle algo. Si uno no está en búsqueda, nunca encontrará a Jesús.

El Espíritu Santo inicia el movimiento de respuesta, haciéndole comprender a Juan quien era Jesús y que en Él estaba la respuesta a sus inquietudes.

Como en cualquier encuentro de amor, no basta con buscar; es necesario estar abierto a lo inesperado, tener el corazón disponible, aceptar el regalo de un encuentro, que no depende totalmente de nosotros mismos, sino que nos supera. La acción del Espíritu actúa en, desde y con el testimonio de otras personas cercanas por lazos familiares, trabajo o sintonía espiritual y humana: El Bautista orienta a Andrés y a otros discípulos; Andrés a su hermano Simón; en el mismo pueblo se encuentra Felipe; éste transmite la experiencia a Natanael… Se establece una onda expansiva de testimonios, que afecta a un número cada vez más grande de personas. Hoy se dice que lo que no aparece en la televisión (o en las redes sociales) “no existe”. Y, sin embargo, las verdades más entrañables, las que nos tocan el corazón se transmiten de boca en boca, entre amigos.

La Escritura (la lectura asidua de la Biblia) actúa como trasfondo de esperanzas, referencias y criterios de discernimiento.

La lectura regular de la Biblia es como “el caldo de cultivo”, la atmósfera en la que el encuentro se produce. Hay un tiempo de convivencia y diálogo con el mismo Jesús, que probablemente se refiere, no tanto a un encuentro fugaz, como a todos los meses pasados con Él, caminando por los pueblos de Palestina y escuchando los mensajes, participando en sus acciones y luchas, contagiándose del amor que Él tenía por el Padre y por su Reino. Cuando uno se involucra en las causas de un amigo termina aumentando la amistad. Lo mismo sucede con Jesús.

Las celebraciones dominicales del año litúrgico -y la lectura cotidiana de la Biblia, especialmente de los evangelios- son una buena oportunidad para incrementar nuestra amistad con Jesús e identificarnos progresivamente con su manera de pensar, sentir y actuar.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El Bautismo del Señor (10 de enero de 2021)

Bautismo

Un comentario de Benedicto XVI

Bautismo

Les comparto algunos párrafos del comentario de Benedicto XVI el 11 de enero del 2009.

Queridos hermanos y hermanas, las palabras que el evangelista Marcos reproduce al inicio de su evangelio (“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”) nos introducen en el corazón de la Fiesta del Bautismo que celebramos hoy y con la que cerramos el tiempo de Navidad. El ciclo de las solemnidades natalicias nos hace meditar sobre el nacimiento de Jesús, anunciado por los ángeles, circundados por el esplendor luminoso de Dios; el tiempo de Navidad nos habla de la estrella que guía a los Magos de Oriente hasta la casa de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán mientras se oye la voz de Dios. Son signos a través de los cuales el Señor no se cansa de repetirnos: “Sí, estoy aquí, les conozco, les amo. Hay un camino que de mí va hacia ustedes. Y hay un camino que de ustedes llega hasta mí”. El Creador ha asumido en Jesús las dimensiones de un niño, de un ser humano como nosotros, para dejarse ver y tocar. Al mismo tiempo, con este su hacerse pequeño, Dios ha hecho resplandecer la gloria de su grandeza. Porque es precisamente abajándose hasta la impotencia inerme del amor que Él demuestra su verdadera grandeza, lo que significa ser Dios….

Queridos amigos, estoy muy contento de que se me haya dado la oportunidad de bautizar a estos niños. Sobre ellos desciende hoy la “complacencia” de Dios. Desde que el Hijo unigénito del Padre se hizo bautizar, el cielo está realmente abierto y sigue abriéndose, y podemos confiar toda vida nueva a las manos de Aquel que es más poderosos que los poderes oscuros del mal. Esto, en efecto, comporta el Bautismo: Restituimos a Dios lo que de Él ha venido. El niño no es propiedad de los padres, sino que es confiado por el Creador a su responsabilidad, libremente y de manera siempre nueva, para que lo ayuden a ser un hijo libre de Dios….

Regresando al texto evangélico, tratemos de comprenderlo un poco más. Dice San Marcos que, mientras Juan Bautista predicaba a la orilla del Jordán y proclamaba la urgencia de la conversión como preparación a la llegada próxima del Mesías, he aquí que Jesús, escondido entre la gente, se presenta para ser bautizado. El bautismo de Juan es un bautismo de penitencia, diferente del sacramento que instituyó Jesús. De todos modos, en este momento se intuye ya la misión del Redentor, porque, cuando sale del agua, se oye una voz del cielo y sobre él desciende el Espíritu santo (cfr. Mc 1, 10). El Padre celeste lo proclama su hijo predilecto y atestigua la universal misión salvífica, que llegará a su culmen con la muerte en cruz y la resurrección… Con el Bautismo no nos sumergimos simplemente en el agua del Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que se derrama sobre nosotros la sangre redentora de Cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que encuentra su complacencia, que nos consigue la dignidad y la alegría de ser realmente “hijos” de Dios.

P Antonio Villarino

Bogota

“No el mucho saber aprovecha, sino el mucho amar”

Reyes Magos

Un comentario a Mt 2, 1-12 y Mt 3, 13-17

Reyes Magos

 La Navidad concluye con la Epifanía, que significa “manifestación”. En algunos países, la Epifanía coincide con la fiesta de los “Reyes magos” (6 de enero) y el domingo próximo se celebra el Bautismo del Señor; en otros lugares, la Epifanía pasa al domingo anterior. En este comentario hago algunas consideraciones, uniendo Epifanía y Bautismo:

Los sabios de Oriente

Los sabios de Oriente (“reyes magos”) observaban la naturaleza y en ella descubrieron una estrella, algo que para ellos fue un signo de la nueva presencia de Dios en el mundo.

De hecho, la naturaleza es el primer libro que los seres humanos tenemos para entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con los demás y con Dios. El mundo técnico y urbano, llevado por una prepotencia exagerada,  quiso alejarse durante un tiempo de esta naturaleza, lo que está trayendo bastantes problemas a la humanidad. Ahora ha vuelto un  cierto respeto a la naturaleza. Ojalá eso nos ayude a integrarnos mejor con la naturaleza y en esa integración encontrar a Dios, como fuente de vida, de armonía, de luz y de paz.

Juan Bautista

Por otra parte, Juan, iniciador de un gran movimiento de cambio radical, manifestado en el bautismo, supo percibir en la masa de “convertidos” la presencia de Uno, una persona especial sobre la que se abría el cielo, es decir, que tenía una relación especial con Dios del que era el “hijo amado”. A nosotros se nos invita a identificarnos con este Jesús de Nazaret y con él sabernos hijos amados, perdonados y renovados. No se trata tanto de que seamos moralmente perfectos cuanto de que tomemos conciencia de ser hijos amados. No cambiamos para amar, cambiamos porque somos amados.

Herodes y los adormecidos

Frente a los sabios de Oriente y al profeta del Jordán, nos encontramos con las personas endurecidas, que se encierran en sus privilegios y son incapaces de comprender los caminos de Dios en su tiempo. Herodes no era capaz de percibir los signos de Dios, porque estaba cegado por sus intereses políticos. Lo único que le interesaba era conservar su poder y todo lo demás, no sólo no existía, sino que “no podía existir”. Cualquier amenaza contra su poder debería desparecer por las buenas o por las malas. Lo que no sabía Herodes es que, a pesar de su poder, el amor de Dios terminaría por triunfar. Los seguidores de Jesús sabemos que el mal existe, pero el Bien de Dios termina triunfando.

Junto a Herodes había también los “expertos” (sacerdotes y escribas) que conocían las tradiciones y la sabiduría acumulada en las Escrituras, pero esos conocimientos no le servían para “ver” el paso de Dios por sus vidas. Se miraban demasiado a su propio ombligo, estaban demasiado pagados de sí mismos. “No el mucho saber aprovecha, sino el mucho amar”, dijo San Ignacio.

La Epifanía es un buen momento para mirar alrededor (al mundo, a los demás) y al interior de nosotros mismos para percibir los signos del paso de Dios por nuestra vida. Ojalá nuestro corazón sea humilde y abierto, de manera que nuestros ojos puedan “ver” a este Dios que se nos revela y como, los sabios de Oriente, lo reconozcamos y lo adoremos.

P. Antonio Villarino

Bogotá