Laicos Misioneros Combonianos

Erguidos, sobrios y vigilantes

velas
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Un comentario a Lc 21, 25-28.34-36 (I Domingo de adviento, 28 de noviembre del 2021)

Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

No hay que olvidar que en la Biblia frecuentemente el mar es el lugar de una violencia incontrolada y una maldad que a veces parece amenazar a la humanidad, como en el caso del Diluvio o del Mar  Rojo que impedía la liberación el pueblo elegido. El mar es imagen de un tiempo de desazón, desorden y confusión que produce temor e inquietud.

En los museos capitolinos de Roma hay una sala dedicada a la “era de la angustia”, en referencia a los siglos de transición de la cultura romana antigua a la era de la cristiandad. Era un tiempo en el que un mundo viejo desaparecía y el nuevo no acababa de afirmarse. Algo así vivieron las primeras comunidades cristianas en el siglo Primero, con la destrucción del Templo, de Jerusalén y del Sistema judío al que pertenecían.

Hoy no usamos ese lenguaje, pero sí hablamos de una época de crisis, en la que parece que ya no vivimos los valores de la Tradición, en la que abunda la confusión y una cierta violencia que nos hace perder la confianza en nosotros mismos y en Dios.

Ante tal situación, la conclusión del evangelista es: cuando suceda todo esto, no se asusten, levántense, alcen la cabeza, manténganse vigilantes y orantes. Quien está con Dios no tiene por qué temer ante las convulsiones de la historia. Como dice San Pablo, ¿quién nos separará del amor de Dios?

Vivir el adviento es renovar esta actitud de esperanza y de orante vigilancia. No se trata de ponernos nerviosos ante los males de nuestro tiempo, sino de mantenernos erguidos, sobrios y vigilantes para ver las nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

¡Buen Adviento! ¡Buena preparación de la Navidad!

P. Antonio Villarino

Bogotá

Profetas, sacerdotes y reyes

Jesus

Comentario a Jn 18, 33-37 (Solemnidad de Cristo Rey, 21 de noviembre de 2021)

Estamos al final del año litúrgico, que se concluye con esta Solemnidad de Cristo Rey, que hay que entender bien, si no queremos cometer una grave equivocación en la manera de comprender la figura de Jesús. Ciertamente, Jesús no era rey a la manera de los reyes o gobernadores del poder civil, como Pilatos, por ejemplo. Más bien Jesús se había presentado, en su subida a Jerusalén, como un Mesías humilde (montado sobre un pollino) y ahora, ante Pilatos, se presenta como un testigo (mártir) de la Verdad.

Efectivamente, en este domingo, la liturgia abandona la lectura de Marcos y nos presenta un breve pasaje de la narración que Juan hace de la Pasión del Maestro. En ese pasaje el evangelista pone frente a frente dos personajes contrapuestos: Pilato (representante de un poder que se impone a sí mismo por la fuerza de las armas, aunque eso suponga asesinar a un inocente) y Jesús (testigo de la Verdad de Dios en libertad soberana, con serena humildad y total ausencia de temor o sometimiento de la conciencia).

Si estamos atentos a la lectura de Juan, podemos darnos cuenta que el evangelista nos presenta a Jesús como un hombre libre y, por tanto, soberano frente a un hombre poderoso pero carente de libertad propia; de hecho termina haciendo aquello a lo que otras personas le fuerzan en contra de su propio criterio. Pilato no es libre, Jesús sí. Porque, como diría en otra ocasión,  a él la vida nadie se la arrebata, sino que la entrega libremente (Jn 10,8). San Pablo explicaría más tarde, después de años de discipulado, que él “nos ha amado y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef 5, 2.25).

Esa profunda libertad interior que posee Jesús le hace protagonista de un Reino que no es de este mundo, es decir, del mundo de la arrogancia, la mentira, el abuso. Jesús pertenece al reino del Padre, hecho de verdad y justicia, de amor y perdón. Y por ese Reino Jesús está dispuesto a “entregar” su vida, porque ni siquiera el temor a perder su vida le ata como a la mayoría de nosotros. Él no es esclavo del temor a perder la vida, como nosotros. Él es libre y verdadero y por eso es soberano.

Celebrando esta fiesta, los discípulos de Jesús renovamos la dulce certeza de ser amados por el Enviado del Padre de una manera incondicional. Esa certeza de ser amados nos da una gran soberanía frente a tantos miedos interiores y presiones exteriores. El amor de Jesús, experimentado hoy por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nos libera del reino de este mundo (mentira, arrogancia, orgullo, búsqueda desordenada de riquezas o placeres) y nos introduce en el reino del Padre, es decir, nos hace libres y capaces para vivir en libertad y dignidad, en verdad y amor, como testigos de la Verdad del Padre para nosotros y para los demás. Por algo cuando nos bautizaron, nos llamaron “profetas, sacerdotes y reyes”.

El discípulo de Jesús, como su Maestro, se hace una persona libre y liberadora. Eso es lo que celebramos hoy,

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Todo acabará mal?

Cizaña
Cizaña

Comentario a Mc 13, 24-32 (XXXIII Domingo ordinario, 14 de noviembre del 2021)

Estamos al final del Año Litúrgico (después de este domingo ya solo nos queda el último dedicado a Cristo Rey) y leemos parte del último capítulo de Marcos antes de la Pasión.

En este capítulo Marcos añade al discurso de las Parábolas y a la narración de los hechos de Jesús el discurso apocalíptico, es decir, sus palabras sobre el final de la historia. Para ello parte de la experiencia histórica de los primeros discípulos de Jesús y de la esperanza que les ayudaba a vivir y dar sentido a sus vidas.

¿Final de la Historia?

Hace algunos años (décadas ya), cuando cayó el Muro de Berlín y colapsó todo el sistema marxista que había resistido por setenta años en la Unión Soviética y otros lugares del mundo, un famoso escritor estadounidense de origen japonés, Fukuyama, escribió un ensayo titulado “el fin de la Historia”.  En realidad, el título era exagerado. La Historia no se acababa tan pronto. Pero el autor tenía razón en que una importante época de la Historia dejaba paso a una nueva.

Esta experiencia de cambio radical, similar al que  a veces parecemos experimentar en nuestro tiempo,  la ha hecho la humanidad en diversas transiciones históricas. Una de estas transiciones la vivieron las primeras comunidades cristianas, que experimentaron dos acontecimientos que para ellas fueron inmensas tragedias: la muerte de Jesús en la cruz y la destrucción de Jerusalén, ambas cosas impensables. No podían concebir que el Mesías fuera asesinado y que Jerusalén, la ciudad santa, fuera destruida. Y sin embargo ambas cosas sucedieron. ¿Significaba eso el fin de la Historia? ¿Se acababa el mundo? ¿La maldad y la muerte saldrían triunfantes?

La respuesta que las comunidades cristianas tuvieron, recordando a Jesús, nos la transmite Marcos: Ciertamente parece que el sol se apaga, que la luna ya no alumbra, que la Creación se desmorona, pero todavía no es el final. En todo caso, después de la “aflicción”, Jesús se hará presente como Juez y Señor de la Historia.

Nuestra historia hoy

Leyendo este texto apocalíptico de Marcos hoy, nosotros nos sentimos alentados a mantener la esperanza “contra toda esperanza”, sabiendo que los sufrimientos personales, las crisis económicas y afectivas, los desmoronamientos de algunas instituciones no son el final de las cosas. Son solo signos, como las yemas de la higuera en primavera, de una nueva vida, una nueva época en la Historia, una nueva oportunidad para nuestra vida personal. De hecho, así fue: las comunidades cristianas dieron origen a una nueva manera de vivir en un mundo que por mucho tiempo les era hostil y por mucho tiempo caminaba en sentido opuesto.

Así, los discípulos de Jesús seguimos caminando hoy por la Historia de edad en edad, de época en época, purificándonos constantemente, acogiendo las nuevas oportunidades, sabiendo que al final de nuestro camino personal –y de la Historia del mundo- no nos espera la destrucción y la muerte, la maldad o la injusticia, sino el encuentro con Jesucristo que “reunirá a sus elegidos” en un mundo nuevo, donde reine para siempre la verdad y el amor.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Celebración de envío para Linda, destino: ¡Kenia!

LMC Linda

El sábado 23 de octubre, durante la oración de la Vigilia del Domingo de las Misiones en la Catedral de Bolonia, Linda recibió oficialmente la bendición y el mandato como Laica Misionera Comboniana en Kenia de manos del Cardenal Arzobispo de Bolonia Matteo Zuppi, del director del Centro Misionero Diocesano P. Francesco Ondedei y de toda la diócesis de Bolonia. Con ella, Katia, misionera de la Inmaculada-Padre Kolbe, recibió también su mandato para Brasil.

Con Linda y Katia, hoy, “todos recibimos un mandato”, dijo el cardenal, agradeciendo su valiente elección, que “nos anima, a su vez, a pasar a la acción, mostrándonos que sí es posible, que todos podemos dar nuestra vida para que el Evangelio llegue a todos los rincones de la tierra, sin fronteras”.

Fue un momento muy intenso, no sólo para Linda sino para todo el grupo de Bolonia, que la ha acompañado durante estos meses de preparación y discernimiento. Significativamente, nuestros amigos los misioneros de Villaregia, la comunidad en la que Linda vivió durante unos meses este año, también estuvieron presentes y participaron activamente en la organización de la misma Vigilia de oración. Y las palabras del cardenal reflejaron bien nuestros propios sentimientos y visiones, ya que continuó diciendo: “La misión consiste en preocuparse no sólo por la vida, sino también por la vida”: “La misión consiste en preocuparse no por mi propio bien, sino por el NUESTRO, cuidando de los demás, incluso de los que aún no he conocido (…) La misión comienza cuando, lleno de Su Amor, puedo sentir el escándalo de demasiado sufrimiento e injusticia, y doy testimonio del amor de Jesús viviéndolo yo mismo y hablando de Él.”

Y también: “En el corazón de la vida de todo misionero está la fraternidad”… todo lo contrario de lo que experimentamos en nuestra vida cotidiana: el individualismo, el pensar cada uno sólo en sí mismo y en sus propias necesidades y temores… Sin embargo, continuó Zuppi, “si esperamos encontrar todas las seguridades necesarias, las verdades más justas e innegables, las herramientas para entendernos a nosotros mismos y a los demás, éstas nunca serán suficientes”…

El cardenal nos recordó que nuestra misión no comienza sólo después de haber encontrado todas las respuestas, sino cuando el Amor de Jesús, que hemos visto y experimentado, ¡no nos permite permanecer callados o silenciosos ante todo el sufrimiento y la injusticia que vemos!

También Linda, ante la asamblea, explicó en pocas palabras lo que la motivó a hacer su elección de ser Laica Misionera Comboniana, a pesar de los temores que a menudo obstaculizaron su camino hacia el descubrimiento de su vocación misionera. Recordó algunos momentos significativos en su camino de discernimiento, como cuando, en la capital de Sudán, Jartum -donde trabajaba como profesora de inglés-, en su tiempo libre solía dar clases de alfabetización a un grupo de jóvenes refugiados de Sudán del Sur, como voluntaria en una parroquia dirigida por los padres combonianos. Ver a estos alumnos adultos que poco a poco iban aprendiendo a leer y escribir, y que gracias a ello conseguían mejores trabajos, era una fuente de gran alegría y satisfacción. 

A través de las palabras y el entusiasmo de Linda, casi podíamos sentir esa misma alegría que ella decía haber experimentado cuando se dio cuenta, en algún momento, de lo inmenso que era el amor de Jesús por ella. Y esta alegría fue tan extrema y abrumadora que poco a poco fue derritiendo todos los miedos y finalmente le dio el valor para decidir que quería donar todo su tiempo y servir totalmente al Señor. Esto, y la fuerza que encuentra en los Laicos Misioneros Combonianos, así como en toda la comunidad diocesana, a través del mandato que se le dio hoy, es lo que seguirá motivándola en esta vocación.

Mientras nos alegramos por la decisión de Linda de dejar su casa y su familia por un bien mayor, esperamos que, a través de ella, se desarrollen nuevos proyectos comunes, proyectos que puedan unir a nuestra comunidad en Bolonia y a su comunidad en Kenia, construyendo nuevos puentes de esperanza.

En palabras de San Daniel Comboni: “¡Ánimo para el presente, y sobre todo para el futuro!”.

LMC Bolonia