Laicos Misioneros Combonianos

La montaña y el nombre de Dios

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Santísima Trinidad, 31 de mayo del 2015

Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad es, de alguna manera, el punto álgido del año litúrgico. Al discípulo misionero, que trata de identificarse con Jesucristo, se le ofrece en contemplación y adoración una aproximación al el misterio de Dios, una realidad que le es la más íntima que su propia intimidad (como dice San Agustín) y, al mismo tiempo, le supera por todos los lados. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, en los que, casi de pasada, se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Detengámonos un poco a meditar sobre algunos conceptos que aparecen en estos últimos versículos de Mateo:

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1) Subir a la montaña:
Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. De hecho, todos nosotros estamos marcados por la geografía. En mi vida personal, hay muchas montañas que han dejado huella. Pienso, por ejemplo, en los majestuosos picos del Sinaí que me han ayudado a intuir como Moisés y Elías pudieron experimentar allí la presencia inefable de Dios (Ex 19, 20; 1Re 19,8); pienso en la montaña del Machu Pichu (Perú), donde tuve la impresión de estar en el centro de la Tierra y entrar en comunión con las tradiciones de los antiguos peruanos… Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.
Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, solo o con sus discípulos, logrando unos niveles de conciencia y comunión con el Amor Infinito, que son un regalo para nosotros, sus discípulos y seguidores. También nosotros necesitamos, más que grandes elucubraciones, subir constantemente la “montaña” de nuestra propia conciencia, con la ayuda de un lugar geográfico que nos invite a apartarnos del ruido y de la rutina superficial.

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2) Adoración y duda
Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios. Las palabras sobran o casi parecen a veces como una “blasfemia”, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

3) El nombre de Dios
Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. Cuando uno da nombre a una cosa, de alguna manera, toma posesión de ella y la manipula. Pero de Dios no se puede tomar posesión ni se lo puede manipular. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Al bautizar, no damos nombre a Dios, sino que somos nosotros quienes, en su nombre, somos consagrados, para ser parte de esta “familia” divina. Nosotros –y toda la humanidad–estamos llamados a ser parte de este misterio divino, uno y múltiple.

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4) Dios-Comunión
Las religiones más importantes se han esforzado por llegar a la elaboración del concepto de un Dios único. Y ese es un dato importante. Pero Jesús, desde su experiencia en la “montaña” de su conciencia, nos manifiesta que Dios, siendo único, no es “monolítico” sino plural; no es “individualista” sino comunitario. De la misma manera nosotros, creados a imagen de Dios, somos llamados a vivir en comunidad. Ninguno de nosotros es completo en sí mismo, sino que necesita de los otros para parecerse a Dios Padre, Hijo y Espíritu. Cuando uno niega a un miembro de su comunidad está negando a Dios. Por eso adorar a Dios es acogerlo, al mismo tiempo, en el santuario de la propia conciencia y en la realidad concreta de cada ser humano, en su maravillosa singularidad y diversidad.

P. Antonio Villarino
Roma

Espíritu Santo, ven

ORACION al Espíritu Santo: Jn 15, 26-27.12, 12.15 (24 de mayo, Domingo de Pentecostés)

P1010024En este Domingo de Pentecostés leemos dos de las cinco promesas del Espíritu Santo que Jesús hace en el evangelio de Juan.
¿Cuál es la diferencia entre un profesor de religión y un profeta, entre un profesional del culto y un testigo, entre un teórico de la solidaridad y la justicia y un hermano, entre un “hablador” sobre Dios y un creyente poseído por el amor? ¿En qué se diferencia un grupo humano bien organizado de una comunidad creyente y misionera, una Iglesia de una gran y potente ONG?
La diferencia está evidentemente en la presencia o no del Espíritu, el mismo que está presente en el mundo desde la creación, que acompañó a Jesús en su encarnación, en su caminar terreno y en la Pascua, el mismo que fundó la Iglesia, el que, como el viento, sopla donde quiere.
A este propósito, más que un comentario, comparto con ustedes una oración al Espíritu Santo, que cada uno de nosotros puede completar, reducir o adaptar según su propia experiencia de vida:

Espíritu Santo, venP1000909 - copia - copia
Rompe las barreras de mi rutina;
da verdad y hondura a mi oración;
hazme vivir con plenitud cada momento,
cada acción, cada pensamiento.
Dame “ganas” de hacer el bien,
de estar disponible,
de gozar de la vida con sencillez, humor y amor.
Desbórdate por mi espíritu y mi cuerpo,
mi inteligencia y mis afectos.
Espíritu Santo, ven
Dame tu confianza.
Ayúdame a superar los miedos
a mí mismo,
al qué dirán,
al fracaso,
a reconocer mis fallos.
Dame la confianza de los hijos en brazos de su papá.
Espíritu Santo, ven
Sé tú mi instructor,
conecta mi interior con el corazón del Padre.
Facilita la Alianza,
que me permita conocer desde dentro,
amar desde dentro,
superar toda falsedad.
Espíritu santo, ven
Hazme sensible,
abierto, disponible.
Hazme reaccionar ante los demás como un hermano,
superando toda indiferencia.
Ayúdame a ser servicial,
capaz de poner mi tiempo y mis energías
al servicio de quien los necesite.
Espíritu Santo, ven
Dame libertad y valentía,
para ser yo mismo,
para dejarme guiar por tus inspiraciones.
Que no confunda la libertad con el capricho,
ni la valentía con la tozudez orgullosa.
Sé tú la luz que ilumina mi camino en libertad,
y el viento que me empuja
por la senda de la generosidad.
Espíritu Santo, ven
Hazme misionero, aquí y ahora,
en las actuales circunstancias de mi vida.
Infúndeme un espíritu de diálogo,
enséñame a saber escuchar.
Ayúdame a estar abierto a nuevas ideas
y propuestas,
a estar dispuesto siempre a aprender.
Hazme ver la parte positiva de los que me rodean
y de lo que me dicen.
Espíritu santo, ven
Lléname de tu alegría y gozo.
Dame contento y humor.
No me dejes confundir fidelidad con severidad.
Que los problemas no llenen de amargura mi vida.
Haz de mi vida un monumento de alabanza
y un testimonio de gratitud
por el amor indefectible del Padre
y por tu presencia en toda la creación.
 Espíritu Santo, ven
Hazme resistente ante los tropiezos de la vida,
pequeños o grandes.
Que no me desanime la incoherencia de los hermanos,
los pecados de tu Iglesia,
o la corrupción de la sociedad.
Regálame tu humilde verdad y tu amor gratuito.
Ahora y siempre. Amén.

P.Antonio Villarino
RomaP1010397

Jesús nos pasa el “testigo” de la misión

Comentario a Mc 16, 15-20: Solemnidad de la Ascensión, 17 de mayo de 2015

Esta vez la lectura evangélica de la liturgia da un salto. Del evangelio de Juan, que veníamos leyendo en los domingos de Pascua, pasamos a leer hoy la última parte del último capítulo de Marcos, que los expertos aseguran que fue añadido al evangelio original con un poco de retraso, lo cual no quiere decir que no sea evangélico; al contrario, se trata de un mensaje muy importante, que revela un dato significativo de la fe de los primeros cristianos. Los cinco versículos que leemos hoy hablan de cómo el testigo de la misión pasó de Jesús a la Iglesia, que continúa su obra en el mundo. Veamos brevemente cada uno de estos versículos:

P10109601.- “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda criatura”
Más claro no se puede decir. Los amigos y discípulos de Jesús entendieron muy pronto tres cosas: a) que la experiencia de amistad y discipulado que ellos habían hecho con Jesús de Nazaret era una perla preciosa, lo más importante que les había pasado en sus vidas; b) que a pesar de su muerte –o precisamente en y por ella– Jesús no era un perdedor, sino un triunfador –no por la prepotencia sino por el amor– y que ahora vive junto al Padre –por lo que sigue presente en cada época de la historia humana–; c) que esta maravillosa noticia no podían reservársela para ellos solos, que debía llegar a todos los rincones de la Tierra. Proclamar esta “Buena Noticia”, este “Evangelio” no es un mandato para imponer a otros una ideología o unos ritos, es un mandato para compartir con todos el enorme don recibido.

2.- “El que crea y se bautice se salvará”
Los discípulos y discípulas tienen claro también que la misericordia de Dios se les ha revelado a ellos y a todos los seres humanos en la persona de Jesucristo. Y para entrar en esta misericordia no hay que ser “los mejores”, sólo hay que creer, es decir, no encerrase en el propio orgullo o hipocresía y abrirse gratuitamente al Amor que gratuitamente se nos ofrece. El bautismo es el signo elocuente de esta aceptación, de este reconocimiento del propio pecado y de este dejarse purificar y liberar por el amor sin fin revelado en Aquel que, “siendo Dios no se agarró a su ser divino, sino que se despojó para hacerse igual a nosotros”.

3.- “Impondrán las manos a los enfermos y estos se curarán”
A veces nos parece que la misión de Jesús consiste en predicar. Y es verdad que la palabra es muy importante; ella nos permite comprender muchas cosas, iluminar nuestro camino, abrirnos a los demás y a Dios. Pero el Mensaje cristiano es mucho más que palabras. Es vida, es acción, es salud, es educación, es libertad…actúa en nuestra vida concreta, en cuerpo y alma. Es interesante notar como desde los inicios la misión cristiana ha creado todo un mundo de solidaridad (hospitales, escuelas, centros para ancianos y para niños, etc.). Estas acciones sociales no pretenden ganarsla simpatía de la gente. Son “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que muestran el amor concreto de Dios por cada persona en su situación concreta. Por otra parte, esta “sanación”, que a veces en el mundo occidental reducimos a una pura curación física, es mucho más que eso: es una sanación de la persona misma, lo que evidentemente tiene efectos inimaginables de sanación física y psíquica, de las relaciones sociales y de la sociedad misma. No hay duda, el Evangelio, cuando se anuncia y se escucha desde la sinceridad, tiene en sí mismo una extraordinaria fuerza sanadora y liberadora.

4. “Fue elevado al ci???????????????????????????????elo y se sentó a la diestra de Dios”
Naturalmente estos tres términos –elevarse, sentarse, diestra– son un lenguaje simbólico para transmitirnos una verdad con varias vertientes, entre otras, que ahora Jesús, estando “en el cielo”, más allá de la tierra, no tiene las limitaciones histórica de una galileo del primer siglo; ahora es contemporáneo de todos nosotros, de cualquier cultura, de cualquier género y de cualquier experiencia humana. En su nueva situación, Jesús no es manipulable por ninguno de nosotros (“no me toques”, dijo a la Magdalena), pero es cercano a todos, en cualquier condición de la vida: hombre o mujer, blanco o negro, más o menos pecador, moderno o anticuado… Todos podemos estar en comunión con el que está “sentado a la diestra de Dios”.

5.- “Ellos sincinnati (combonianos)alieron a predicar y el Señor cooperaba con ellos”
Los discípulos y discípulas no se quedaron en Jerusalén, paralizados por el recuerdo o la nostalgia del Maestro. Se hicieron responsables del Evangelio en el mundo y se pusieron  en marcha, con una fidelidad libre y creativa, sintiendo siempre que el Señor seguía con ellos, aunque de otra manera. Esa es la Iglesia, la comunidad de los discípulos, que se hace cargo del Evangelio en el mundo. Cada uno de nosotros es parte de esta Iglesia y tiene su parte de responsabilidad en esta misión.
P. Antonio Villarino
Roma

Una entrañable declaración de amistad

Comentario a Jn 15, 9-17: VI Domingo de Pascua, 10 de mayo de 2015

Seguimos leyendo el evangelio de Juan, como en los domingos anteriores, pero esta vez pasamos de las alegorías (el Buen Pastor, la Vid y los sarmientos) a una directa y conmovedora declaración de amistad en un círculo del que forman parte Jesús, el Padre y los discípulos. Les invito a leer este texto, como si nosotros mismos estuviéramos en aquella habitación del “piso superior” de una casa de Jerusalén, en la que el Maestro estaba con sus amigos, antes de enfrentarse a la hora decisiva de su vida. Vayamos por partes:

1.- La hora deDSC00431cisiva, la hora de la verdad
Desde el capítulo 13 hasta el 17, Juan nos cuenta gestos, sentimientos y palabras de Jesús en aquellas últimas horas de su vida, cuando él ya percibía la gravedad del enfrentamiento que estaba viviendo con las autoridades de su pueblo y cuando parecía que todo su proyecto de renovación profunda, el proyecto del Reino de su Padre, se venía abajo. El texto respira una especial fuerza emotiva, porque está en juego mucho más que una idea o un proyecto, están en juego las relaciones profundas entre Jesús, sus amigos y el Padre.
En efecto, aquella tarde del Jueves Santo era uno de esos momentos cruciales, en los que podemos volvernos cobardes y traidores (escapando para salvar nuestra piel) o llegar al máximo de la generosidad, reafirmando nuestra fidelidad sin condiciones y nuestra capacidad de dar incluso la vida en un acto supremo de confianza en Dios y en el proyecto de vida al que nos Él llama. En ese momento supremo y sublime, Jesús celebra con sus amigos el rito más importante de su tradición religiosa, la Pascua, actualizándolo y haciéndolo suyo, y, como el pueblo en Egipto, se prepara a “pasar”, en su caso, “pasar de este mundo al Padre”. En un momento así la vida se juega en su valor más auténtico y uno se centra en lo más fundamental, en lo que más le importa.

DSC005472.- Al final, sólo queda el amor
Jesús ha compartido tres años muy intensos con sus discípulos y discípulas; juntos hicieron largos viajes, juntos realizaron extraordinarias acciones de sanación de enfermos, anuncio del perdón a los pecadores, banquetes fraternos, disputas con los fariseos, propuestas de renovación moral… Ahora, cuando el final está cerca, todo eso parece hasta cierto punto secundario. En efecto, lo que más le importa a Jesús en estos momentos aparece bien claro en este texto que leemos hoy: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo. Permaneced en mi amor”. Esto es la clave de todo. Lo demás “vendrá por añadidura”.
Este es el secreto de su vida: Jesús no duda, ni siquiera en los momentos más trágicos en los que experimenta el fracaso, de ser una persona amada por el Padre. Esa es la fuente de su serenidad profunda, de una alegría que le permite gozar de la belleza de los lirios y los cantos de los gorriones, proclamar su alegría porque los sencillos encuentran a Dios y los corazones rotos son recompuestos. Esa es la fuente segura de su libertad frente a moralismos fanáticos de derechas o de izquierdas. Y esa experiencia de ser amado por el Padre, él la extiende con toda naturalidad y fidelidad al pequeño grupo de sus amigos, aquellos que le han seguido desde Galilea y que, aunque no lo entienden del todo, le permanecen fieles. No necesita que sean perfectos, ni que entiendan siempre sus palabras o el proyecto en el que ha querido embarcarlos. Todo eso importa, pero lo que más le importa es que tangan clara una cosa: que Él les ama por encima de todo. No son sus “siervos”, no son funcionarios de un proyecto o de una causa; son sus “amigos”, sus “hermanos” y con ellos lo comparte todo: las tristezas y las alegrías, los sueños y los fracasos y, sobre todo, el amor del Padre.

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3.- Permanecer

A sus amigos sólo les pide eso: que se amen los unos a los otros, que permanezcan en su amor. Pero el amor que corre entre Jesús y sus discípulos no es un sentimiento “barato” para personas de poco calado personal o superficiales, sin raíces (como una planta en tierra arenosa). Es más bien una amistad sólida, enraizada en la conciencia de ser hijos del mismo Padre y en compartir el sueño de una humanidad nueva. No se trata de una amistad de conveniencia (que dura mientras duran los beneficios), sino una amistad que va más allá de los fracasos y los éxitos, una amistad que permanece en el tiempo y que se abre a todos aquellos y aquellas que aceptan el camino de Jesús. Una amistad que implica “aceptar los mandamientos”, seguir la enseñanza del Maestro, no tanto porque “está mandado”, sino porque vienen de Él y a Él queremos ser siempre fieles. Una amistad que se traduce en cercanía afectiva, concreta ayuda mutua, capacidad de perdón y comprensión, fidelidad gratuita y tantas otras cosas que cada uno de nosotros está llamado a nombrar en su experiencia concreta de vida.
En cada Eucaristía que celebramos, sellamos esta amistad, la hacemos crecer y esperamos que se vuelva fecunda, haciendo que nuestra alegría sea plena, como Jesús nos prometió.
P. Antonio Villarino
Roma

Vivir el presente con pasión

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P. Fernando Domingues

Las presentes reflexiones quieren ser simples comentarios sobre el segundo objetivo propuesto por el Papa Francisco en su carta apostólica a todos los Religiosos con ocasión del Año de la Vida Consagrada del pasado noviembre de 2014, con el fin de ayudarnos a vivir como misioneros combonianos este tiempo en el que nos encontramos. “El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión”, escribe P. Rogelio Bustos Juárez, mccj.

 

VIVIR EL PRESENTE CON PASIÓN

“El pasado es memoria y el futuro es imaginación a las que recurrimos desde el presente”
(San Agustín)

  1. El seguimiento de Cristo, como referente primero

Cuando se habla del surgimiento de los carismas, la historia de la vida religiosa nos enseña que la primera cosa de la que partieron los(as) fundadores(as) ha sido el Evangelio. De la lectura atenta de la Buena Noticia conocieron a Jesucristo, se empararon de la Palabra y descubrieron por dónde podían seguirlo. A algunos les llamó la atención el Jesús taumaturgo que curaba a los enfermos, a otros el Jesús Maestro que, con autoridad, enseñaba cosas nuevas; a nosotros nos cautivó el Jesús itinerante que debe anunciar el Evangelio a todos los pueblos, pues para eso ha sido enviado.

De allí surgieron las normas o constituciones que servirían como marco teórico para hacer vida la intuición carismática. En las Reglas de 1871 nuestro Fundador decía: Es cierto que un espíritu humilde que ame sinceramente su vocación y quiera ser generoso con su Dios, las observará de corazón considerándolas como el camino trazado por la Providencia; pero, es importante dejar en claro que las Constituciones, la Regla de Vida y las tradiciones de cualquier instituto mantendrán su vigencia siempre y cuando sigan inspirándose en los valores evangélicos. Por ello el Papa escribe: La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si éste es realmente el vademécum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio sigan siendo de máxima importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.

No estoy seguro si, después de concluida nuestra formación de base, todos hemos tomado en serio nuestra formación permanente. Hoy se habla de sociedad líquida y amor líquido (cfr. Z. Bauman) para aludir a esa rapidez con la que va cambiando el mundo, la sociedad, la Iglesia y la vida religiosa.

Y el Evangelio puede ser esa fuente que, con su dinamismo y actualidad, puede indicarnos sendas por dónde encaminar nuestros pasos. Al respecto, un buen instrumento de revisión puede ser el capítulo tercero de la Evangelii Gaudium (n° 111-173) en el que el Papa Francisco nos invita a hacer una revisión de la manera como nos acercamos a la Palabra, y cómo la anunciamos.

Pero no basta ser expertos en teología bíblica o buenos pastoralistas sino somos capaces de poner en práctica aquello que anunciamos. Se nos invita a revisar el lugar que ocupa la Palabra en nuestra vida; si en verdad es esa guía segura a la que recurrimos cotidianamente y que nos va asemejando poco a poco al Maestro.

  1. Conformar nuestra vida al modelo del Hijo
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P Manuel Pinheiro. Perú

Si aceptamos que seguimos a Jesucristo, nos ayudará la reflexión sobre la segunda parte de nuestro nombre: ‘del Corazón de Jesús’, porque nos permitirá profundizar en nuestra identidad. Cuando en 1885 a través de Mons. Sogaro, la Santa Sede nos concede transformarnos en Congregación religiosa se nos llamó: Hijos del Sagrado Corazón de Jesús.

En 1979 se llegó a la reunificación, renacimos con el nombre de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Es interesante que se mantiene la referencia al Corazón de Jesús.

El Papa Francisco en su carta sostiene que si el Señor es nuestro primero y único amor, podremos aprender de él lo que es el amor y sabremos cómo amar porque tendremos su mismo corazón, es decir, nos identificaremos con Él. Es aquello que reflexionaron y nos compartieron algunos Padres de la Iglesia:

San Ireneo de Lyon, por ejemplo, habla de «Jesucristo que, a causa de su amor superabundante, se convirtió en lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que Él es» (Prefacio del libro V Contra las Herejías).

San Gregorio Nacianceno desarrolla otro aspecto: “En mi condición terrenal, estoy ligado a la vida de aquí abajo, pero por ser también una parcela divina, llevo en mi seno ese deseo de la vida futura”. El hombre no está sólo ordenado moralmente, regulado por un decreto sobre lo divino, sino que es del génos de la raza divina; como dijo san Pablo: “Somos linaje de Dios” (Hech 17, 29). San Atanasio, en el tratado Sobre la encarnación del Verbo, sostiene que el Logos divino se hizo carne, llegando a ser como nosotros, por nuestra salvación. Y, con una frase que se ha hecho justamente célebre, escribe que el Verbo de Dios “se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad” (54, 3).

Nuestro Fundador, San Daniel Comboni, haciendo suya la espiritualidad de su tiempo, supo responder a los desafíos de la misión inspirándose en la espiritualidad del Sagrado Corazón, ampliando su significado, dándole un cariz más social y misionero.

A manera de síntesis, si quienes aprobaron el nombre que llevamos vieron oportuno y necesario incluir en nuestro nombre la alusión al Corazón de Jesús, entonces se vuelve apremiante que cada vez más nos identifiquemos con sus sentimientos y los traduzcamos en actitudes. Seguimos a Jesucristo no de cualquier manera, sino esforzándonos en ser cordiales en nuestro trato, en ser reflejo y expresión de los sentimientos del Hijo de Dios y todo esto tiene consecuencias, como veremos, en la vida personal y comunitaria. Al punto de convertirnos en parábola existencial, signo de la presencia del mismo Dios en el mundo (cfr. Vita Consecrata N° 22).

  1. Siendo fieles a la misión confiada

El tercer punto nos invita a revisar nuestra fidelidad al legado que hemos recibido de nuestros fundadores. Una intuición carismática es, al mismo tiempo, don y responsabilidad. Don porque no hicimos nada para recibirlo, a través de la persona y el trabajo de nuestros fundadores; pero, al ser reconocido por la Iglesia, tenemos la responsabilidad de no tergiversarlo ni alterarlo sino la de ser continuadores de ese regalo que ha sido puesto en nuestras manos.

Aquí podrían hacerse dos lecturas: la primera es la de aferrarnos al pensamiento y a la obra de nuestro Padre y fundador pretendiendo que, por fidelidad carismática, tengamos que reproducir tal cual, sine glosa, aquello que éste hizo. La segunda, en cambio, es actuar de tal modo que aquello que hacemos no se parezca absolutamente en nada a lo sugerido o propuesto por nuestros fundadores y movernos en entera libertad; interpretando los nuevos desafíos a nuestro antojo desdibujando la herencia que recibimos hace más de 150 años.

Me parece sano evitar ambos extremos. Es necesario coger la estafeta de manos de quienes nos precedieron pero manteniendo la lucidez para descubrir cómo tenemos que responder a los desafíos del presente sin desvirtuar la originalidad carismática. Éste, me parece, que ha sido el objetivo de la Ratio missionis y el trabajo de recalificación de nuestros compromisos en los que el Instituto ha venido insistiendo en los últimos años.

El Papa Francisco nos exhorta para que en este Año de la Vida Consagrada nos preguntemos si nuestros ministerios, nuestras obras y presencias, ¿responden a los que el Espíritu Santo ha pedido a nuestros fundadores? En una palabra, se nos invita a vivir en actitud de discernimiento continuo para no engañarnos y ser así, reflejo y expresión de ese carisma eclesial que recibimos.

  1. Hacerse expertos en comunión
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P Gino Pastore. Mozambique

Estando así las cosas y, considerando el valor que tiene para nosotros la vida fraterna, sería oportuno que nos preguntáramos sobre la calidad de nuestra vida en común, característica y condición ineludible para quienes abrazamos la vida cenobítica. Al respecto, nuestro fundador fue muy claro al describir las características de su Instituto:

Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigricia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden (Escritos 2648).

Es interesante la imagen que utiliza San Daniel: “cenáculo de apóstoles”. El cenáculo es la habitación del piso superior donde el Maestro confió a sus discípulos aquello que llevaba en su corazón en vísperas del gesto máximo de donación. El estar juntos, es esa realidad que nos trasciende y nos acerca a Dios cuando vivimos en comunión con los hermanos. Es también espacio de intimidad donde podemos abrir nuestro corazón a los compañeros de camino y nos revelamos como somos. Allí donde compartimos lo que somos descubriendo los dones y límites propios y aquellos de quienes viven con nosotros. Teológicamente la Trinidad es nuestro modelo: tres personas distintas pero sólo un Dios. El vivir juntos nos ayuda a compartir nuestros dones y acoger la riqueza de quienes viven a nuestro lado. Somos diferentes, pero cultivamos y promovemos la unidad, a través del respeto y la tolerancia. En un instituto internacional como el nuestro, el desafío es mayor, pero no imposible.

Pero, en el icono usado también se hace referencia a la apostolicidad. De ese ‘cenáculo de apóstoles’ saldrán como ‘rayos’ solícitos y virtuosos misioneros para iluminar situaciones de oscuridad: el Papa hablará del enfrentamiento, del choque de las diferentes culturas, de la prepotencia con los débiles, de las desigualdades […] y podríamos continuar con una lista de situaciones que conocemos o con las que nos hemos encontrado en nuestro servicio en las diferentes partes del mundo donde trabajamos. A todas ellas estamos llamados a llevar una palabra de esperanza y aliento, iluminando oscuridades y compartiendo una experiencia de fraternidad, fruto de la comunión que hemos experimentado. Ya no basaremos la fuerza y eficacia de nuestra vocación misionera en los recursos materiales que podamos llevar a la misión, sino en la disponibilidad para compartir la experiencia auténtica de Dios que tengamos y en la dosis de humanidad que podamos transmitir. La calidad de la vida misionera dependerá del tiempo que estemos dispuestos a dedicar a aquellas personas que están marginadas por la sociedad. Nuestro lugar como misioneros, y esto la mayoría de las iglesias locales nos lo reconoce, es allí donde hay tensiones y diferencias, donde hay situaciones que contradicen la condición humana. Allí tenemos que llevar la presencia del Espíritu tratando de dar testimonio de unidad (Jn 17, 21), nos recuerda el Papa.

Todo esto se traduce en un estilo propio que tiene que ver con la escucha, el diálogo y la colaboración con las personas con las que interactuamos. Podemos ser personas muy dinámicas y capaces, pero si no sabemos trabajar en equipo, difícilmente daremos testimonio del amor trinitario en el cual se funda la vida comunitaria. Las diferencias no tienen que impedir que busquemos dar testimonio de unidad ante la Iglesia o el mundo.

  1. Apasionados por el Reino

Una última consideración: el seguimiento de Jesucristo, el querer asemejarnos a su corazón, el mantenernos enamorados de la misión y el ser constructores y no meros consumidores de comunidad, será posible en la medida que mantengamos siempre viva la pasión por el Reino. Si nos fijamos bien, a muchos de nosotros nos acompaña una buena dosis de irresponsabilidad en la manera como administramos el tiempo y los bienes que llegan a nuestras manos. Si perdemos contacto con la población, nos será difícil imaginar las penurias que vive la mayoría de nuestra gente. La Carta del Papa Francisco citando a Juan Pablo II dice: “La misma generosidad y abnegación que impulsó a los fundadores debe moverlos a ustedes, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino”.

¿Por qué algunos de nuestros candidatos pierden el entusiasmo con el que llegan cuando ya son parte del Instituto? ¿Por qué para muchos de nosotros nos resulta tan sencillo dejar de ser combonianos cuando aparecen las dificultades o hay desacuerdos? ¿Por qué cada vez nos resulta más difícil obedecer y responder a los desafíos que se nos presentan? ¿Por qué ha disminuido nuestra pasión por el Evangelio y todo aquello que tiene que ver con la misión? ¿Por qué hay muchos que viven como jubilados antes de tiempo? ¿No será que hemos descuidado algunos referentes fundamentales relacionados con nuestra identidad que hace que nos despistemos y perdamos el rumbo?

El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión.
P. Rogelio Bustos Juárez, mccj