Laicos Misioneros Combonianos

Carta a la familia comboniana en ocasión del ‘año de la misericordia’

Daniel ComboniEste Corazón adorable, […] exuberante de toda gracia, no conoció un instante desde su formación en que no palpitase del más puro y misericordioso amor por los hombres. Desde la sagrada cuna de Belén se apresura a anunciar por primera vez la paz al mundo: niño en Egipto, solitario en Nazaret, evangelizador en Palestina, comparte su suerte con los pobres, invita a que se le acerquen los pequeños y los desdichados, conforta y cura a los enfermos, devuelve los muertos a la vida, llama al buen camino a los extraviados y perdona a los arrepentidos; moribundo en la Cruz, en su extrema mansedumbre ruega por sus mismos crucificadores; resucitado glorioso, manda los Apóstoles a predicar la salvación al mundo entero (E 3323).

Queridos todos, miembros de la Familia Comboniana:

Con esta carta, fruto de la oración y reflexión que compartimos juntos al final del Año de la Vida Consagrada y al inicio del Año Jubilar de la Misericordia, queremos ofrecer a todos ustedes, miembros de la Familia Comboniana, algunas reflexiones y, sobre todo, deseamos invitar a cada uno(a) de ustedes a vivir en profundidad los desafíos y las oportunidades que el Año Jubilar nos ofrece a cada uno y a todos, como familia.

Con este propósito, les proponemos una Jornada de oración, recordando aquello que decía nuestro Fundador: la omnipotencia de la oración es nuestra fuerza (E 1969).

Miserando atque eligendo: amados-perdonados / llamados-perdonados

Llamadas(os), por gracia de Dios, a seguir a Cristo en las huellas de San Daniel Comboni – nos ha escogido antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante Él en la caridad” (Ef 1, 4) – tenemos, como parte integrante del DNA carismático, la invitación a contemplar el Corazón traspasado de Cristo en la Cruz, expresión más elocuente de la misericordia infinita de Dios por la humanidad entera para dejarnos transformar, y para que también nosotros nos convirtamos en abrazo de amor y misericordia para todas(os). Esto, “para alabanza y gloria de su gracia che nos ha sido dada en su amado Hijo, en el cual obtenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados según la riqueza de su gracia” (Ef 1, 6-7).

Como todas(os) discípulas(os) de Cristo, somos conscientes que el evangelio que queremos anunciar nos supera. Sabemos bien que el seguimiento de Jesucristo, que nos llama a testimoniarlo con nuestra vida y palabras, es exigente y no siempre estamos a la altura del mensaje que Él nos confía: nos falta, a veces, la profundidad para vivir conforme a nuestra vocación.

En la oración personal, en la vida sacramental, en la dirección espiritual y en el encuentro con nuestras hermanas y hermanos experimentamos la misericordia de Dios. Estamos agradecidos con el Espíritu Santo que actúa en nuestro corazón, donándonos el espíritu de arrepentimiento y purificación. Agradezcamos a Dios por esa alegría de sentirnos perdonadas(os) pues nos renueva y hace capaces de recomenzar cada día.

Misericordes sicut Pater: dentro de nuestras comunidades y familias

Dios nos ama y perdona haciéndonos experimentar este misterio a través del encuentro personal con Él y expresa su misericordia a través de nuestros hermanos y hermanas. En nuestras comunidades y familias estamos llamados(as) a reconocernos recíprocamente, gracias al Espíritu Santo que nos une alrededor de Jesús y nos convierte en cenáculos de apóstoles.

En la vida diaria, en los momentos de corrección fraterna y en nuestros encuentros y reuniones, descubramos la manera en la que podemos experimentar la misericordia recíproca. Nos ayudamos a crecer, a purificarnos y a reconciliarnos cuando todos nos esforzamos en vivir la buena noticia del amor misericordioso de Dios.

Los hermanos, hermanas y familiares demuestran que nos perdonan cuando caminan pacientemente a nuestro ritmo; nos acercan al amor cuando nos dan confianza, pese a nuestros límites. Cuando la comunidad y la familia viven la misericordia, convirtiéndose en espacio de gracia, lugar de sanación y reconciliación en el que se construye la comunión de vida, sin negar las fatigas, debilidades y limitaciones propias y ajenas.

Todo esto califica la experiencia de misericordia que se vive entre nosotros. La misericordia no es contraria a la justicia cuando expresa la actitud de Dios hacia el pecador, ofreciéndole siempre la posibilidad para arrepentirse, convertirse y creer” (MV 21).

Misericordes sicut Pater: en la comunidad apostólica

Dios nuestro Padre nos ha llamado a servirlo y a trabajar juntos, como comunidad apostólica. En este lugar de colaboración, nosotras(os) somos desafiadas(os) a ponernos en actitud ‘de salida’ saliendo de nosotras(os) mismas(os) para configurarnos a Cristo, siervo obediente. Llamadas(os) a vivir el nuevo mandamiento del amor: que se amen unos a otros; como yo los he amado, así ámense también ustedes unos a otros (Jn 13, 34-35), el Señor nos dona las gracias necesarias para compartir su misericordia y nos da la capacidad de perdonarnos.

El don de la misericordia nos permite salir de nosotras(os) mismas(os), de practicar gestos de ternura y de ser caritativas(os) entre nosotras(os), es decir, practicar las obras de caridad espirituales y corporales entre nosotras(os).

Con frecuencia, es difícil para nosotros ‘vivir la misericordia’, hacer nuestros los sentimientos del corazón de Jesús. A veces, nos es fácil ser caritativas(os) con las personas que están fuera de nuestras comunidades/familias, olvidando aquellos con los cuales vivimos y trabajamos cotidianamente, como comunidades evangelizadoras. Dios, que nos quiere misericordiosas(os) desea que practiquemos la misericordia, antes de todo, entre nosotros y con los más cercanos.

Misericordes sicut Pater: con el pueblo de Dios

Nuestro ministerio, nos invita a confiar en el pueblo de Dios que nos acoge en Su nombre. La experiencia nos enseña que si somos humildes y abiertas(os), nuestras(os) y hermanas(os) serán misericordiosas(os) con nosotras(os). Actitudes arrogantes o de superioridad de parte nuestra darán pie a otro tipo de respuesta. La llamada a vivir de misericordia, como la vivió Comboni, nos obliga a emprender un camino de conversión y sanación, para poder vivir nuestras relaciones con sencillez, humildad y humanidad.

Misericordes sicut Pater: con nuestros institutos

El hecho de sentirnos miembros de un Instituto, grupo o familia comboniana, tendría que fortalecer el sentimiento de amor, de sano orgullo y de gratitud hacia el mismo. Pero, a veces, en su lugar encontramos sentimientos de amargura, crítica destructiva, “el terrorismo de las habladurías”, como lo llama el Papa Francisco. Se podría decir que esto es parte de nuestra condición humana, marcada por el pecado, todavía en el camino de la transformación. Nuestras debilidades no deberían sorprendernos o ser motivo de escándalo, poniendo en riesgo nuestro sentido de pertenencia y la alegría de ser combonianas(os), o disminuir el deseo y el propósito de vivir, en forma digna, la llamada a ser Santos y Capaces, siguiendo las huellas de san Daniel Comboni.

En este año de la Misericordia, dejémonos reconciliar con nuestros límites y heridas y revistámonos verdaderamente… de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia…” (Col 3, 12) y, así, reavivar nuestro amor hacia la gran Familia Comboniana.

Misericordes sicut Pater: instrumentos de la misericordia

La experiencia de la misericordia nos llena de alegría y nos empuja a proclamar que su misericordia y su amor es desde siempre (Sal 25, 6).

A ejemplo de san Daniel Comboni, la experiencia de la misericordia divina nos dilata el corazón y hace que abramos los brazos hacia la humanidad sufriente a fin de que …podamos también nosotros consolar a aquellos que se encuentran en cualquier tipo de aflicción con el consuelo con el cual también nosotros somos consolados por Dios (2 Cor 1, 4). A través de nuestro testimonio, servicio y presencia entre el pueblo de Dios, a través de nuestro ser misión, somos llamadas(os) a participar en la obra salvadora del Dios misericordioso revelado en Jesús.

Y entonces… Celebramos la misericordia

En este Año Jubilar, por intercesión de María, Madre de la Misericordia, pedimos a Dios Padre el regalo de reconocernos necesitadas(os) de su Misericordia y deseosas(os) de ser reconciliadas(os): con nosotras(os) mismas(os), con las hermanas y hermanos en comunidad, con nuestros parientes, con nuestras(os) colaboradoras(os), con los Pueblos a los que servimos, con nuestros Institutos y grupos combonianos.

Les invitamos, pues, a todos los miembros de la Familia Comboniana; SMC, ISMC, MCCJ, LMC y a los otros Grupos/Movimientos que se inspiran en el carisma comboniano, a celebrar, el 17 de marzo próximo, el XX Aniversario de la Beatificación de San Daniel Comboni, con una Jornada de oración-contemplación de la Misericordia de Dios en Comboni. Es una invitación, como hijas e hijos a dejarnos transformar por la Misericordia de Jesús y reavivar nuestra compasión y compromiso de anunciar, con palabras y acciones, al Dios-Misericordia a las hermanas y hermanos más abandonados y sufrientes.

Con grande afecto les saludamos:

Los Consejos Generales y el Coordinador del Comité Central de los LMC:

SMC – Hermanas Misioneras Combonianas,

ISMC – Instituto de las Misioneras Seculares Combonianas

MCCJ – Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús

LMC – Laicos Misioneros Combonianos

 

Roma, 28 de febrero de 2016

Malas noticias

Un comentario a Lc 13, 1-9 ( tercer domingo de Cuaresma, 28 de febrero del 2015)

siloe¡Hay que ver la pasión malsana (“morbo”, dicen algunos) que tenemos los seres humanos por los hechos negativos! Basta ver nuestros noticieros de TV para comprobar la insistencia en noticias sobre bombardeos, asesinatos, atropellos, corrupciones y una larga lista de hechos de violencia extrema y de inmoralidad manifiesta.

En tiempos de Jesús no había televisión, pero no faltaban los relatos de barbaridades muy parecidas a las de nuestros tiempos, tal como nos cuenta Lucas en el pasaje de su evangelio que leemos hoy. Y casi parece que a Jesús le cuentan los hechos de sangre con un cierto “regocijo”, como diciendo: ¡Mira que mala gente hay en el mundo! ¡Menos mal que de vez en cuando les cae un castigo gordo!

Pero Jesús no cae en la trampa de pensar que los malos son siempre los otros; que andan sueltos muchos criminales y corruptos, pero que nosotros no somos así, que nosotros no somos violentos ni corruptos. Jesús nos pone sobre aviso de no ser auto-complacientes, como aquel fariseo que en el templo veía todo lo malo de los otros y solo lo bueno suyo.

Jesús nos invita a mirar dentro de nosotros y descubrir en nosotros mismos los gérmenes de violencia, corrupción y maldad. Él nos llama a dejarnos “tocar” por la Palabra de Verdad, reconocer nuestro pecado y estar dispuestos a cambiar. En eso consiste precisamente la cuaresma: en hacer un alto en el camino, mirarnos con humildad en el espejo de nuestra verdad, limpiar lo que haya que limpiar y producir frutos de verdad, de bondad y de amor.

No podemos pensar que la violencia y la corrupción de la sociedad en la que estamos no nos afecta, es algo ajeno a nosotros. Nosotros somos parte de esta sociedad y, si se degrada, también nosotros nos degradamos con ella; si va a la guerra, también nosotros sufriremos las consecuencias; si se corrompe, también nosotros seremos corruptos. No podemos cambiar el mundo alrededor de nosotros, si no cambiamos nosotros mismos en nuestro corazón. Como alguien decía, “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”.

A este propósito, Jesús cuenta la parábola de la higuera que llevaba tres años sin dar fruto. Esa higuera merecería ser arrancada por su inutilidad, pero el dueño decide darle un año más de cuidados para ver si da fruto. El mensaje es muy claro: tenemos un tiempo de gracia y misericordia, una oportunidad para cambiar nuestra vida y dar frutos abundantes de bondad y generosidad. No desaprovechemos este tiempo.
P. Antonio Villarino
Madrid

La montaña

Un comentario a Lc 9, 28b-36 (II domingo de Cuaresma, 21 de febrero del 2015)

MTabor10 (1)Veamos el contexto de este texto que leemos hoy: el Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Mesías de Dios”, comienza a decir que “es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho” y “el que quiere venir en pos de mí, que cargue con su cruz y me siga”. “Ocho días después”, es decir, cuando empieza una nueva semana (un nuevo tiempo), Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y subió al monte con ellos.

Les propongo algunas reflexiones a propósito de esta experiencia tan singular de Jesús con Pedro, Santiago y Juan:
• el monte: lugar de teofanías en todas las religiones y, muy especialmente, en la historia de Israel. Implica alejamiento de la rutina diaria con lo que se rompe el ritmo de lo acostumbrado, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino…

• intimidad: Jesús quiere compartir con sus discípulos el secreto más íntimo de su personalidad y de su experiencia religiosa. Va más allá de los tópicos y de los niveles exteriores de la personalidad y la convivencia (cómo vistes, qué comes, qué música te gusta, qué opinas del Papa…). Jesús va a compartir con los amigos lo más profundo de sí mismo: “A ustedes les considero amigos”; “todo lo que oí al Padre se lo he contado”…

• a solas: Jesús no quiere testigos extraños, ni medios de comunicación, ni propuestas revolucionarias. Incluso más tarde les dirá que no cuenten a nadie lo que han vivido. Hay experiencias que son incomunicables, que uno tiene que reservarse para sí mismo o para los íntimos. No son experiencias para vender a los periódicos, ni siquiera para anunciar en el púlpito de las Iglesias. “Entra en tu habitación y allí ora al Padre que te ve en el secreto de tu corazón”. Hay momentos para el testimonio, para la comunicación. Pero también hay momentos para la oración a solas. De lo contrario es muy fácil corromper hasta lo más sagrado.

• “transfiguración”: Rostro y vestidos brillantes. Con ello el evangelista parece querer decirnos que los discípulos vieron a Jesús desde otra perspectiva. Comprendieron que aquel hombre que caminaba con ellos, sudaba, comía y bebía y se comportaba como cualquier otro ser humano, era en realidad Alguien especial, la presencia divina habitaba en su carne. Es la experiencia que a veces tenemos nosotros hoy, gracias a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en nuestros corazones.

diálogo de Jesús con la Ley y los profetas: Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para entender a estos es importante volver la mirada a Jesús.

• el gozo del encuentro: “Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo que fue “llevado al quinto cielo”, a Ignacio de Loyola, a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.

• la revelación del Padre: “Este es mi hijo, el elegido, escúchenlo”. Es la misma revelación del Bautismo de Jesús. Los discípulos comprendieron que en su amigo Jesús Dios se revelaba en su grandiosa misericordia. Y que, desde ahora, su palabra sería la que señalara el rumbo de su vida, lo que estaba bien y mal, las razones de vivir… Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios. Algunos lo buscan siguiendo las enseñanzas de Buda, de antiguos escritos, de nuevas teorías; o el placer material, el orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la experiencia de Jesús como rostro del Padre. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros.

Este segundo domingo de cuaresma estamos llamados a “subir a la montaña” y buscar un espacio de encuentro con Dios y con su Hijo Jesucristo, de modo que así podamos comprender el sentido profundo de nuestra vocación humana, que a veces, entre tantas dificultades y pecados, podemos perder de vista.

P. Antonio Villarino
Madrid

Entre el Jordán y el desierto

Un comentario a Lucas 9, 1-13 (Primer Domingo de Cuaresma, 14 de febrero de 2016)

Río-JordánLa Cuaresma es una oportunidad de oro para todos nosotros. No se trata, como algunos pueden pensar, de un tiempo para estar tristes o para hacer sacrificios, como una obligación ancestral, sin saber muy bien porqué y para qué.
La cuaresma nos puede ayudar, si queremos, a renovar nuestra decisión de seguir caminando hacia una vida plena, llena de amor y de bendición, superando los obstáculos, errores y fracasos que experimentamos. En ese camino seguimos los pasos de Jesús y del pueblo de Israel en su marcha hacia la libertad.
El evangelio de Lucas, que leemos en la Eucaristía de hoy, es la palabra luminosa que, como una lámpara, ilumina nuestra andadura. Ustedes lo leerán con calma y sacarán sus propios rayos de luz. Por mi parte, me voy a fijar, en primer lugar, en el primer versículo del capítulo cuarto de Lucas, que tiene como eje al Espíritu Santo y dos anotaciones geográficas, el Jordán y el desierto. Veamos.
a) “Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu”
El Jordán es el río que hace de frontera. Para el pueblo de Israel atravesarlo (con un milagro parecido al paso del Mar Rojo), significó entrar en la “tierra prometida” e iniciar su andadura histórica como nación libre, soberana, sobre una tierra propia. El paso del Jordán confirmó el paso del Mar Rojo.
A ese mismo río acudió el Bautista para proponer a su pueblo, en tiempos de crisis moral y social, una regeneración a fondo, purificándose de sus pecados mediante un bautismo-lavatorio en aquellas aguas tan significativas. Muchas buenas personas pecadoras, pero básicamente honestas, aceptaron el llamado de Juan. Otros lo rechazaron. Jesús estuvo entre los primeros; se hizo solidario con los pecadores, entró en el agua de la renovación y allí experimentó la revelación del Padre, que le dijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.
b) “El Espíritu lo condujo al desierto”
La experiencia del río Jordán, como la del Mar Rojo para Israel, fue luminosa para Jesús: la revelación del Padre fue como un fogonazo, una gran intuición que señalaba su identidad más profunda: ser HIJO AMADO, no hijo que escapa de la casa paterna (hijo pródigo), no esclavo como los judíos en Egipto, ni falsos aspirantes a “dioses” como Adán y Eva.
Ahora sabe cuál es el sentido y la meta de su existencia terrena. Hacia ahí debe caminar. Pero en ese camino, como le sucedió al pueblo de Israel, el Espíritu lo conduce al desierto, a un tiempo y lugar de purificación y lucha, de discernimiento y de fortaleza en la decisión tomada.
También para nosotros aceptar la gran revelación de ser hijo amado, comprender que estamos llamados a algún cambio importante en nuestra vida, es un gran paso adelante. Es el comienzo de un camino, pero no todo está hecho ni mucho menos. Hay que pasar por un período largo de prueba y consolidación. En el desierto, Jesús se enfrenta a las tres consabidas tentaciones con las tres respuestas, sacadas de la Palabra de Dios:
-“No solo de pan vive el hombre”. No se puede reducir la vida a pura materialidad: comer, beber, tener dinero… El Hijo no olvida la Palabra de Dios como alimento cotidiano.
-“Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto”. Ojo con hartarse de poder y capacidad de mando, como si nosotros fuésemos dioses. Sólo Dios es Dios. No nos dejemos emborrachar por el afán de poder o de ser más que los otros.
“No tentarás al Señor tu Dios”. Todos estamos expuestos al error, a la enfermedad, a la muerte. No aceptar nuestros límites es tentar a Dios. No estemos demasiado preocupados de nuestra propia seguridad, como si fuéramos eternos.
Ahora sí, con los principios claros, Jesús, y nosotros con él, emprendemos nuestra marcha por el mundo con una convicción profunda: SOY HIJO AMADO.

P. Antonio Villarino
Madrid

Oración de los Laicos Misioneros Combonianos Polacos

espiritualidadJesucristo, Tú eres el primer misionero del mundo, gracias por la gracia de la fe y por todas las personas que me ayudaron a llegar a conocerte.

Te pido que me enseñes a escuchar tu voz para descubrir humildemente mi vocación y aceptar las tareas que pones delante de mí.

Ayúdame a crecer en una mayor conciencia de mí mismo y enviame el Espíritu Santo para superar mis debilidades. Déjame seguir el ejemplo de San Daniel Comboni, con energía y sensibilidad para servir a Dios y a su pueblo toda mi vida como Laico Misionero Comboniano.

Sostén a los misioneros que trabajan allí donde les envías para que “toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor”.

Amén

LMC Polonia