‘Encuentros Vida Nueva’ aborda los desafíos a los que se enfrenta la Iglesia en este campo
Magdalena, Anastasio y Carmen, ‘portavoces’ de los misioneros para Vida Nueva (revista española).
FRAN OTERO. Fotos: LUIS MEDINA |
Quizá se pregunte, si no lo ha escuchado ya, qué significa #YoSoyDomund. No será el único, también se lo han preguntado obispos. La respuesta es sencilla: es la campaña que, en lenguaje tuitero, ha lanzado Obras Misionales Pontificias-España para que seamos conscientes de que todos formamos parte de la Jornada Mundial de las Misiones, un día –este año se celebra el 20 de octubre– que fue descrito por el papa emérito Benedicto XVI como “un nuevo pentecostés”.
Y Vida Nueva, en su compromiso con los misioneros y con la misión, ha decidido sumarse a la campaña a través de una nueva edición de los Encuentros Vida Nueva, tal y como afirmó su redactor jefe, José Lorenzo, en la apertura del diálogo: “Desde Vida Nueva, hemos seguido siempre a la misión con muchísimo interés. Es un testimonio muy importante para el mundo de hoy y siempre nos encontrareis para ayudaros en esta labor tan necesaria”.
Participaron el director nacional de Obras Misionales Pontificias, Anastasio Gil (AG); la misionera comboniana con 35 años de trabajo misionero en Chad Magdalena Rivas (MR); y Carmen Aranda (CA), una joven Laica Misionera Comboniana, que se irá a República Centroafricana el próximo año.
PREGUNTA.- ¿Cómo vive la misión?
AG.- Desde mi dedicación, casi “profesional”, estoy descubriendo la hondura de fe, humanidad y generosidad en cada uno de los misioneros. No he encontrado a ninguno que me desdiga de esto. Los misioneros, independientemente de la edad, son gente joven porque no tienen nada que llevar en la mochila; no se cuestionan por qué ir a un sitio u otro. Además, cuando están en la misión son personas reposadas, tranquilas, que muestran la paciencia de Dios. Saben bien que la hierba crece de noche.
MR.- Creo que nos idealizas demasiado, porque somos humanas, pobres, pequeñas… y muchas veces tenemos una misión tan grande que nos absorbe. Cuando yo me fui en 1977 al Chad, creía que me tenía que comer el mundo. Trabajé siempre en el campo de la sanidad: allí enseñé las cosas más básicas, como lavarse las manos o filtrar el agua, y también dirigí un hospital de 130 camas. He trabajado en pueblos, debajo de un árbol, en un cobertizo, con niños malnutridos, poliomielíticos. Es un camino en el que creces, descubres y te sientes cada vez más pequeña. No he hecho catequesis nunca, pero me he sentido misionera al cien por cien sanando en el hospital. Intentaba ser un poco la sombra de ese Dios que pasa y deja un poco de amor en un país en permanente conflicto y en una situación de extrema pobreza.
CA.- Para mí, la misión es la vida en mayúsculas. Estuve tres meses en Etiopía y sentí que Dios me citó allí para quedar conmigo. A la vuelta, África salía por todas partes. Así que dejé mi trabajo, mi coche y mi casa. No pude hacer nada, porque lo que me está ofreciendo es algo mucho mejor. Necesitaba que Dios fuera mi prioridad, y en África lo he conseguido. Ha sido una llamada a estar con los últimos muy bonita. Dios lo hace muy bien: te cuida, te mima y te dice las cosas que sientes. En mi caso, no ha habido renuncias y, en ese sentido, ha sido muy fácil.
MR.- Vivir en misión es fácil y muy difícil. Es fácil si tienes vocación y si has encontrado tu sitio. No importa lo que hagas, porque serás feliz. Y es terriblemente difícil, porque no tienes medios y atiendes situaciones extremas. Pero podemos seguir viviendo porque hay gente en España, Italia o Francia que reza por nosotros, nos apoya, nos sostiene. Eso sí, he llorado muchísimo.
CA.- Yo también lo pasé fatal el último mes en Etiopía…
MR.- He llorado mucho. Te sientes hundida, destruida. Por ejemplo, el Hospital Sant Joseph, el único que hay en el sur del Chad y donde trabajaba, está a punto de cerrar porque no tenemos fondos. Te sientes pequeñita, pobre y que no puedes hacer lo que deberías. La providencia ha hecho que muchos médicos que vienen desde España se hayan enamorado de él y hagan campañas y fiestas para recoger fondos.
P.- ¿Y qué es el Domund para usted? ¿Cómo lo viven desde cada una de sus realidades?
MR.- En Chad lo vivimos de la misma manera. Celebramos una vigilia, se reza y se hace una colecta, porque los pobres pueden dar de su pobreza para ayudar a otros pobres y pueden rezar por otros pobres. El Domund lo vivimos con profundidad, son jornadas muy grandes para nosotros. En definitiva, es vivir para el otro, con el otro y ponernos en su piel. Otra cosa es que necesitamos medios y sustento, pues no hemos aprendido a vivir del aire. Tenemos necesidades materiales, pero creo que hay que dar más fuerza a la parte espiritual del Domund, a esa unión. A mí me ha ayudado muchísimo a no tirar la toalla que se celebrase en mi parroquia una Eucaristía por los misioneros en peligro. Me decía: “No aguanto más, pero no puedo tirar la toalla”.
AG.- Hay una comunión eclesial, de espíritu, de oración y de familia. Por razones obvias, nos deslizamos a identificar el Domund con la cooperación económica, pero es una consecuencia de la cooperación espiritual. Tenemos que abrir el horizonte y ver lo que pasa en otros países. El Domund es la mejor expresión de la universalidad de la Iglesia. El 20 de octubre se va a orar en todas las iglesias por las personas que han recibido la vocación misionera, nos vamos a sentir solidarios con ellos. La cooperación económica es imprescindible, pero no es lo más importante. El Domund es la fiesta de la universidad de la Iglesia, “el nuevo pentecostés”, que dijo Benedicto XVI.
CA.- La gente que está sufriendo son nuestros hermanos y yo no puedo vivir de espaldas a ellos. El Domund nos conecta a todos y nos recuerda que todos, como cristianos, somos responsables de nuestro hermano. Quiero sentir que aquellos que viven en otras partes del mundo son mis hermanos. Me voy pronto a la misión y nos están diciendo que nos desmontemos todo para no sentirnos abrumados en el lugar de destino. He nacido en una familia maravillosa y eso es gratis. Espero que todo mi bagaje lo pueda utilizar sabiendo que allí también tienen muchas cosas que ofrecer. Como dice Francisco, voy a llevar a Jesucristo.
MR.- En una ocasión, en el hospital, intentaba animar a un hombre que tenía allí a un hijo con meningitis, enfermedad por la que ya había perdido a otros dos, y con la mujer embarazada. Le decía que Dios le liberaría de aquel sufrimiento, porque Dios es padre. Me contestó: “Dios es el padre de los blancos. Mis niños han muerto porque no hay un hospital cerca, los que tengo en casa tienen que andar 15 kilómetros para ir a la escuela y sin desayunar… Vosotros tenéis hospitales, colegios, médicos y medicinas. Vosotros podéis llamar a Dios padre”. Te quedas tan chiquitita que no sabes lo que tienes que contestar. Yo digo que soy la escoba detrás de la puerta, que la gente va a buscar cuando la necesita. No está en un lugar visible, pero siempre está. Antes, los misioneros éramos los protagonistas; ahora lo es el clero nativo, que tiene que ser fuerte. Los misioneros hoy debemos ser los que los sostenemos a los nativos y nos retiramos como la escoba. Por la guerra, me ha tocado firmar tres veces en la embajada diciendo que renunciaba a salir del país bajo mi responsabilidad. No puedo ser un mercenario que, ante una situación de peligro, se va. Comparto el peligro con ellos.
“Estoy descubriendo la hondura de fe,
humanidad y generosidad
en cada uno de los misioneros.
No he encontrado a ninguno
que me desdiga de esto”.
Anastasio Gil, director de OMP España.
P.- ¿Cambia la vida?
MR.- A jóvenes que vinieron al Chad, la vida les cambió completamente. Una amiga de la infancia, tras hacer una experiencia conmigo en 1996, dejó su trabajo y un importante sueldo a la vuelta para trabajar por muchísimo menos en Cáritas. También tengo que decir que tras muchos años fuera, es muy difícil vivir aquí. Es otra vida, todo es diferente.
AG.- Cuando uno va a la misión también se da cuenta de su radical debilidad. Que no sabe comer, hablar, moverse. Por eso, uno tiene que entrenarse para ser la escoba detrás de la puerta. Eso sí, a la vuelta hay algunos problemas, uno tan importante como la falta de cobertura social de religiosos, religiosas y laicos. Cuando retornas, no tienes nada.
MR.- Hay que buscar una solución a ese problema. Una hermana ha venido de África con un dengue y ha tenido que estar ingresada 20 días en un hospital. Ahora tenemos que pagar la factura porque no tiene derecho a la asistencia sanitaria.
AG.- España no tiene, como otros países, una ley de voluntariado internacional. Además, a los misioneros se les excluyó del Estatuto del Cooperante por razones ideológicas. Ahora mismo hay problemas económicos, jurídicos y un vacío legal.
“No he hecho catequesis nunca,
pero me he sentido misionera al cien por cien
sanando en el hospital.
Intentaba ser un poco la sombra de
ese Dios que pasa y deja un poco de amor
en un país en permanente conflicto
y en situación de extrema pobreza”.
Magdalena Rivas, comboniana, 35 años en Chad.
P.- ¿Cómo ven el futuro de la misión?
AG.- Me gusta mucho esa idea esperanzada de Juan Pablo II en Redemptoris Missio de que estamos ante una primavera. El futuro de la misión está cargado de esperanza y vitalidad. Hay muchas nubes que oscurecen el panorama, pero la vitalidad de las iglesias en formación es tan grande y tan fuerte que en un futuro inmediato serán pujantes. Los datos siempre dan un cierto fundamento: la Iglesia ha crecido en los últimos 30 años un 150% en África, un 50% en América, un 30% en Asia, un 11% en Oceanía y un 5% en Europa. Estos datos nos vienen muy bien para caer en la cuenta de que los europeos no somos el ombligo del universo. Debemos quitarnos la boina y pensar que el futuro de la Iglesia pasa por esos territorios de misión. También es cierto que los misioneros españoles, por ejemplo, tienen edades avanzadas, pero es que de los territorios de misión están saliendo muchas vocaciones. De Vietnam, por ejemplo. El único peligro que veo es esa percepción de que la misión está aquí, de la nueva evangelización, que nos cerremos en nosotros mismos. Los problemas existen desde que existe el hombre. Hemos de ser universales y no poner puertas al campo. Los misioneros ahora están saliendo del sur: Vietnam, Laos, India, Brasil, Colombia, Nigeria…
MR.- En Chad hay japoneses, polacos, vietnamitas, indios, mexicanos, colombianos… Y en mi comunidad, que somos seis, hay una ugandesa, una etíope, una mexicana, una española y dos italianas. Por otra parte, en África los jóvenes no pueden entrar en el seminario hasta que terminen los que están dentro, pues no hay recursos para mantenerlos a todos. Si fuéramos conscientes de todo lo que supone esto, compartiríamos de otra manera; el Domund no sería solo una vez al año. No lo vivimos como algo nuestro, y son nuestros hermanos.
AG.- Esto es importante, porque podemos creernos el ombligo del mundo.
CA.- Aspiro a que la misión sea también fuente, que de allí venga lo mucho que se ha perdido aquí, que ellos sean misión aquí. Europa no es el centro. Entre otras cosas, volver a la familia, como espacio para el crecimiento de los niños, de modo que puedan ser capaces de todo. La cooperación no es solamente asegurar la comida y la salud, es garantizar una calidad de vida. Y en esto, ellos tienen mucho que decirnos.
MR.- En África dan mucho valor a la vida. De hecho, cuando una persona se muere, no se destaca el patrimonio, sino los hijos, nietos y bisnietos que deja.
“Aspiro a que la misión sea
también fuente, que de allí venga
lo mucho que se ha perdido aquí,
que ellos sean misión aquí.
Europa no es el centro”.
Carmen Aranda, Laica Misionera Comboniana, el año que viene a Rep.Centroafricana.
P.- Volviendo a las vocaciones, ¿cómo perciben la situación desde aquí?
CA.- Hay que promover otros modelos entre los niños. Hoy se muestra al cristiano como el que no sabe vivir, como un pánfilo. Eso no es así. Debemos proponer otro modelo para que el niño pueda elegir.
MR.- Son muchos los que no tienen el valor para cortar el cordón umbilical. Es más difícil hoy, pues es menor el número de hijos.
AG.- Desde las OMP realizamos encuentros con los jóvenes que han vivido o viven una experiencia temporal en la misión. A lo largo del año, pero sobre todo en verano, hay unos 10.000 jóvenes que viven una experiencia misionera. Descubren la figura del misionero, la gratitud con la que son acogidos y, finalmente, se interpelan. Esto es lo que se está suscitando hoy. Las vocaciones no son tan numerosas como hace 30 años, pero van surgiendo. Por ejemplo, ahora aparecen en la vida laical, con el mismo compromiso que una religiosa o un sacerdote. El laico tiene su singularidad y particularidad. Va a la misión como laico, no como un sacerdote de segunda división o como un auxiliar. Va con su propia responsabilidad laical. Tiene que tener un trabajo profesional, voluntario, no remunerado, garantizando su sostenimiento, y misionero, que es el adjetivo que cualifica el sustantivo. No es un cooperante; va a construir el Reino de Dios. En este contexto, están surgiendo vocaciones y estamos muy satisfechos.
P.- ¿Qué puede aportar Francisco a la misión?
AG.- El papa Francisco habla mucho de la misión. Hay dos documentos importantes: uno del pasado 17 de mayo, a los directores nacionales de las OMP, y el mensaje con motivo del Domund. Además, en la semana del 14 al 18 de octubre decidió invitar a la Eucaristía diaria en Santa Marta a los grupos que trabajan en Propaganda Fidei. De sus palabras, me llaman la atención dos cosas: que la actividad misionera es el paradigma de cualquier actividad pastoral, esto es, tener a los misioneros como referencia; y que el compromiso misionero no es algo facultativo, sino algo que está en la esencia del ser cristiano.
CA.- Me gustó mucho cuando dijo que la Iglesia no es una ONG y esa idea de que, siguiendo a Jesús, lo demás sobra. Es decir, eres más rico cuanto más capaz eres de empobrecerte.
MR.- Solo la sencillez y sus gestos nos invitan a despojarnos de nuestros entornos e ir hacia los pobres, los necesitados. Él, que viene de los territorios de misión, lo siente, lo ha vivido y ha crecido con ello.
Con Francisco concluyó un diálogo abierto y sincero, un diálogo que pone rostro al Domund, un rostro que es presente y futuro. José Lorenzo cerraba así el encuentro: “Os damos la gracias. Vuestros testimonios son muy elocuentes. En este campo, estáis en primera línea, ofreciendo un ejemplo que revitaliza”.
En el nº 2.867 de Vida Nueva.