Laicos Misioneros Combonianos

“¿Y tú María, que nos dices de la misión?”

Pedro LMC PortugalDurante los días 29 a 30 de abril de 2017, fuimos acogidos con mucho cariño en la casa de las Misioneras Seculares Combonianas en Oporto, donde se realizó la 8ª sesión formativa de los LMC, con el tema “Y tú, María, ¿qué nos dices de la Misión?”. Esta sesión tuvo como formador al LMC Pedro Moreira.

El encuentro comenzó el viernes por la noche con la llegada de los formandos. Para mí, en especial, fue un gran momento de reencuentro, que me llenó el corazón de alegría, por estar de nuevo con quienes me siento familia en camino. Cada uno somos una verdadera Gracia de Dios y prueba que “no hay lejanía ni distancia”.

El tema fue abordado durante todo el día de sábado y la mañana del domingo.
“¿Queréis ofreceros a Dios?” Esta es la misma pregunta que Nuestra Señora hizo a los Pastorcitos en Fátima, fue nuestra pregunta inicial para que supiéramos dónde nos dirigíamos y dónde volver siempre.

A través del “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” de San Luis María Grignion de Montfort y de la Encíclica “Redemptoris Mater” de San Juan Pablo II, Pedro Moreira nos fue guiando y dándonos su testimonio desde la sencillez, su hermosa relación de intimidad, devoción y amor con, en y por María, nuestra Madre.

“Cuanto más profundizamos en María, más misioneros somos”. Fue una de las afirmaciones que resuenan dentro de mí y que me inquietó durante el encuentro.

A través del trabajo en grupo meditamos la palabra de Dios buscando las virtudes misioneras en María, fue una oportunidad para redescubrir lo misionera que fue María, desde el momento de su “Sí” hasta el Cristo Crucificado, que allí en la cruz nos la entregó como Nuestra Madre, haciendo que así, ella renovase su “Sí” con gran obediencia, fidelidad y confianza a la voluntad de Dios. Todo para mayor gloria de Dios.

Tuvimos momentos de reflexión personal que nos permitieron profundizar nuestra relación con Nuestra Señora y ayudarnos a ser misioneros como María.

Al oír estas palabras ella se turbó“. Lc. 1, 29.

“Y yo, ¿cómo reacciono ante la voz de Dios que se manifiesta en mi conciencia? Especialmente cuando siento que sé cuál es el camino correcto pero no tengo el coraje para seguirlo…”.
“Ser misionero exige tener conciencia de nuestra pequeñez y fragilidad, porque es ahí donde Dios se manifiesta”.

Es desde dentro que María obra en nosotros la conversión. El anuncio de Jesús es profundamente íntimo, porque en él se expresa el amor de Dios hacia nosotros y nuestro destino eterno”.

“Feliz en aquella que creyó que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor”.

Les dejo estas citas que me tocaron, o hasta perturbaron, al percibir cuánto tengo que crecer en mi relación con la Madre. María que es el camino de Amor hacia Jesús. ¿Quién mejor conoce al hijo que Su Madre? Y si seguimos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos, éste el camino que estamos llamados a recorrer como misioneros.

En comunidad rezamos el rosario, entregando nuestras intenciones y entregándonos al Inmaculado Corazón de María, Reina de la esperanza y de la paz. Recordando la Consagración de África hecha por San Daniel Comboni a la Virgen de La Salette: “Oh María, muéstrate también reina y madre de los pobres negros, porque también ellos son tu pueblo. … Sí, buena madre de misericordia, tú eres la Madre de los negros. En este momento, yo, su padre y misionero, los pongo todos a tus pies, para que tú los metas todos en tu corazón; ¡muéstrate Madre!” (E 1639-1644).

El sábado por la noche asistimos a la película “María, hija de su hijo”, que mostró el papel fundamental de María en la obra de su hijo Jesús, que incluso sin comprenderlo, confió y esperó con fidelidad, uniendo su vida a la misión y realidad divina de su hijo.

El domingo fue una ocasión más para reflejar la dimensión “Nosotros y (en) María”, como hijos de María, a través de la meditación sobre la historia bíblica de Rebeca y Jacob.

Terminamos nuestro encuentro con la participación en la Eucaristía en la parroquia de Nuestra Señora de la Areosa, donde tuvimos la oportunidad de practicar durante la sagrada comunión la devoción sugerida por San Luis María Montfort, porque cuanto más dejemos a María actuar en la comunión, más será glorificado Jesús.

¡Muy agradecida por estos momentos y por la dedicación de cada uno!

“Quien no tiene María por Madre, jamás tendrá a Dios por Padre.” San Luis María Montfort

Que el carisma y la fe de San Daniel Comboni siga siendo nuestro ejemplo en esta caminata como Familia Comboniana, para que seamos humildes misioneros. Os dejo este extracto de Comboni, en el Acto de consagración del África Central, a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, el 08 de diciembre de 1875, recemos juntos:

“Y Vos, oh María, oh Virgen del Sagrado Corazón de Jesús, cuida de nosotros pobres hijos, guardadnos como herencia y propiedad vuestra.

Sed nuestra guía en los viajes, nuestra maestra en las dudas, nuestra luz en las tinieblas. Sed nuestra salud y vigor en la enfermedad, nuestra abogada, nuestra madre cerca del Corazón de vuestro bendito Hijo Jesús en toda nuestra vida.

LMC Portugal

Por: Vanessa Sofia Pedro

LMC Portugal

Con María, peregrinas del Amor

LMC comunidadAl igual que el que se pone en camino y sale de la comodidad de su casa, también nosotros, mochila a la espalda y con el corazón repleto de certezas y dudas, nos pusimos en camino… Peregrinas, en una carretera que no tiene inicio ni fin, por caminos ya recorridos y otros que jamás serán recorridos. Avanzamos por terrenos descubiertos, por suelos llenos de historia, por calles cubiertas de amor, avanzamos con Él, y plenas de María.

En el alma la certeza de que somos eternos peregrinos, de que somos a ejemplo de Jesús, simples refugiados en busca de Dios, en busca de plenitud y libertad…

Partimos y nacemos como comunidad en el mes de María, en el mes del centenario de las apariciones de Fátima. Nos sentimos enviados por María. Nos inspiramos en ella, misionera del sí. Buscamos seguir sus pasos. Ser misionero es sentirnos como María, embarazadas de Jesús, es ser sagrarios vivos de Jesús, es llevar a Jesús.

Estamos lejos pero nos sentimos peregrinos del Amor y nos sentimos en camino con todos los que se reúnen en Fátima festejando la gracia y la misericordia de las apariciones de Nuestra Señora junto al Papa. Sentimos que hoy, y tantos otros días, María aparece en nuestro corazón revistiéndonos de Gracia, Amor y Misericordia. Todos estamos llamados a seguirla. Todos estamos llamados a ser misioneros, como ella.

No tengas miedo. Pues hallaste gracia delante de Dios – dijo el ángel a María. Dios creándonos a su imagen nos mira constantemente con una ternura inmensurable, encuentra en cada uno de nosotros un refugio donde habitar. Nos llama. Nos envía continuamente ángeles para decirnos que no tengamos miedo, que Dios ha hallado gracia en nosotros y nos llama a ser misioneros del amor. Y nosotros le respondemos tantas veces con un ¿Yo? Pero… ¿yo, Señor? Nosotros, mirando a un lado y a otro lado, pensando que se equivocó. Nosotros, que tantas veces quedamos atrapados por las heridas que tenemos dentro, en nuestras angustias y en los caminos ya recorridos, prisioneros de las heridas e imperfecciones que tenemos. Nosotros que tantas veces dudamos de la llamada de Dios. Impidiendo recibir la llamada. ¡Confiemos! Seamos como María, respondamos SÍ, llevémoslo dentro de nosotros, donde quiera que vayamos.

La misión nos necesita. La misión nos convoca. La misión es difícil, pero si vamos juntos, cogidos de la mano, nos unimos a Dios, convirtiéndonos en instrumento de Dios, permitiendo que Él nos ame y trabaje en nosotros.

Digamos como María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador“.

Familia Comboniana
Comunidad “Lisanga”
Aitana, David, Neuza y Paula

Nueva comunidad de formación en Granada-España (entre LMC de Portugal y España)

El Espíritu renueva la faz de la Tierra

Un comentario a Jn 14, 15-21 (Sexto domingo de Pascua, 21 de mayo del 2017)

Estamos acercándonos a la fiesta de Pentecostés, en la que hacemos memoria de como el Espíritu Santo inundó el corazón y la vida de los primeros discípulos, llenándolos de inteligencia y entusiasmo, haciendo de ellos hermanos y testigos de la humanidad nueva nacida en Jesucristo. Hoy leemos, en el capítulo catorce de Juan, la primera de las cinco promesas que Jesús hizo a los suyos de enviarles el Espíritu.

1.- La promesa
“Si mi amáis, obedeceréis mis mandatos; y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en vosotros y está en vosotros” (Jn 14, 15-17).
Podemos destacar de este texto que una condición para que Jesús ruegue al Padre es que le amemos. El Espíritu es libre de actuar donde quiere, pero no todos lo conocen. Una manera de conocerlo es amar a Jesús y cumplir sus mandatos. En todo caso, Jesús promete orar para que Él esté siempre con nosotros.

2.- Actitudes para recibir el Espíritu
La presencia del Espíritu lo cambia todo, como la gasolina en el motor o el espíritu humano en el cuerpo. Sin él el motor no camina y el cuerpo se vuelve carne amorfa. Pero la pregunta que nos podemos hacer es cómo hago para recibir el Espíritu. Les propongo algunas actitudes:

a) Tener sed: “Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba”. Si uno está satisfecho y cómodo, no es fácil que nada ni nadie se abra hacia él. Difícilmente recibiremos el amor, si no estamos abiertos y disponibles. Nuestra oración auténtica y sincera debe ser como la del salmista: “Como busca la cierva corrientes de agua, así, mi Dios, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42).

b) Saber contemplar: una actitud de silencio exterior e interior, que nos haga capaces de percibir su presencia en el mundo, en las personas, en la palabra meditada… Dentro de esta actitud está la atención a la realidad que nos circunda (en sus dimensiones políticas, económicas, culturales y religiosas). Saber mirar, saber escuchar, saber concentrarse en la realidad de las cosas, venciendo la superficialidad y la distracción constante.

c) Amar a Jesucristo: Amor a Él y a todo lo que Él representa: Su Padre Dios, sus hermanos más pequeños (los pobres, los humillados), la comunidad de sus discípulos; amar su Evangelio y su estilo de vida… Porque, si alguien le ama, el Espíritu hará morada en él.

d) Estar dispuesto a cambiar: Disponibilidad para emprender la marcha de la propia vida por los caminos que Él nos señala. Esta conversión implica disponibilidad para cambiar de ideas, de actitudes, de comportamientos. Alguien ha dicho que si no actuamos como pensamos terminamos por pensar como actuamos.
El camino litúrgico nos está acercando a Pentecostés. Ojalá también a nosotros se nos conceda prepararnos para esta experiencia fundamental en el camino cristiano.
¡Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra!

P. Antonio Villarino
Bogotá

Sólo el amor redime

Un comentario a Jn 14, 1-12 (Quinto domingo de Pascua, 14 de mayo del 2017)

Leemos hoy una parte del último discurso que, según el evangelio de Juan, pronunció Jesús en la última cena a modo de gran testamento. En este párrafo se nos presenta unas de las cumbres de la enseñanza de Jesús: “El que me ve a mí, ve al Padre”. “Ver” al padre es una de las claves de toda existencia humana. A este respecto les ofrezco los siguientes elementos de reflexión:

1.- Sólo el amor redime (Benedicto XVI)
El Papa Benedicto XVI escribió unas palabras memorables que nos explican la verdad fundamental del Evangelio: En Jesús “vemos”, conocemos el amor del Padre y eso nos “redime”, nos hace tener “vida eterna”. Así dice el Papa emérito:

No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20).

2.- Vivir en diálogo amoroso con el Padre
Si uno es redimido por esta experiencia de amor, su vida se vuelve un constante diálogo amoroso con el Padre, lo que transforma su vida y le hace:
-Vivir reconciliado con el mundo, con una mirada bondadosa sobre la naturaleza y los seres humanos, como Francisco de Asís, que hablaba de la “hermana tierra”, el “hermano sol” y hasta la “hermana muerte”;
-Vivir en Iglesia-comunidad, como lugar en el que se pone en común la experiencia de este amor redentor, no por nuestra perfección, sino por el testimonio de ese milagro de amor experimentado y testimoniado ante el mundo;
-Vivir dejando que rebose el amor en nosotros, superando todo egoísmo, todo miedo, toda pereza, todo temor a la muerte;
-Vivir en misericordia, sabiendo que cada ser humano es amado entrañablemente por el Padre, a pesar de sus límites, errores y pecados. Como el Padre, también nosotros nos hacemos misericordiosos, de corazón grande.

3.- Amar desde mi realidad cotidiana
“Ver” al Padre no es salirme de lo que vivo cada día, sino abrirme a su presencia a través de la realidad concreta de mi vida. En ese sentido, les comparto la siguiente oración:

Señor, tú eres espíritu,
pero yo sólo puedo llegar a Ti a través de mi cuerpo.
Tú transciendes el mundo,
pero yo sólo puedo verte en los árboles, las montañas, la luz , el viento, las personas…
Tú superas el tiempo,
pero yo sólo puedo seguirte día a día, semana a semana, mes a mes.
Tú estás más allá de toda conciencia humana,
pero yo sólo puedo entenderte desde mi razón, sentimientos y emociones, desde mi propia conciencia.
Tú eres más que el amor de un padre, una madre o una esposa,
pero yo sólo puedo entenderte como Padre, Madre, Hijo, Hermano, Compañero…
Te “veo” cuando contemplo a Jesús curando, perdonando, enseñando, clavado en la cruz…
Te experimento cuando me siento amado y capaz de amar,
entregando mi tiempo, mi inteligencia,
mis fuerzas físicas, mi disponibilidad.
Sólo así puedo “verte” y gozarte como hijo y misionero tuyo en el mundo.
Amén.

P. Antonio Villarino
Bogotá

El pastor que huele a oveja

Un comentario a Jn 10, 1-10 (Cuarto Domingo de Pascua, 7 de mayo de 2017)
Leemos hoy –cuarto domingo de Pascua- el bien conocido capítulo 10 de Juan, en el que se nos habla del Buen Pastor que, a diferencia de ladrones y bandidos, ha venido para “dar la vida a los hombres y para que la tengan en abundancia”. A este propósito, les ofrezco estas breves reflexiones.

1.- Una experiencia: “Sólo buscamos la vida”
Visitaba yo, hace años, una aldea del sur de Ghana (África occidental), cuando me encontré con un grupo de personas que estaban realizando unos ritos ligados a la religión del vodú, mayoritaria en aquella zona. Les pregunté:

– ¿Por qué y para qué hacen esto? Su respuesta fue sencilla y, a mi juicio, profunda y de valor universal.
– ¡Agbe ko dim míele loo!: “¡Sólo buscamos la vida!”, me dijeron

En efecto, la vida es, no sólo el don fundante que todos hemos recibido, sino también nuestra primordial tarea y misión. Vivir y dar vida es, sin duda alguna, nuestra primera misión y en ella se insertan todas las demás.
Pero vivir, como sabemos, es mucho más que “sobrevivir”, arrastrando una existencia sin sentido. Es, ante todo, desarrollar una identidad personal, única e intransferible, hecha de amor recibido y otorgado, un gastar la propia vida, un “desvivirse”, conscientes de un don recibido y de una meta hacia la que se camina, creando vida…

2.- Como ovejas sin pastor
El evangelio de Mateo nos cuenta que “Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia. Y, al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 35-37). Me parece que, veinte siglos más tarde, la situación sigue siendo igual. Si nos miramos a nosotros mismos y a nuestro alrededor, podemos afirmar que muchos seres humanos no vivimos la vida en plenitud. Muchas personas, incluidos quizá nosotros mismos, somos “como ovejas sin pastor”, que, como el hijo pródigo, andamos buscando como ser felices, pero no sabemos cómo.

3.- El pastor “bello”, que da vida
En el versículo de Juan que sigue a los que leemos hoy, Jesús se define a sí mismo como el “buen pastor”, según las traducciones bíblicas que manejamos comúnmente. En realidad, según los expertos, la palabra usada por Juan para referirse a Jesús es “khalós”, que significa “bello”; por tanto parece que Juan no se refirió a Jesús como pastor “bueno” sino como pastor “bello”.
De hecho, en español decimos a veces, refiriéndonos a alguien conocido con expresiones como esta: “que bella persona es”. Con ello no queremos decir que dicha persona tiene una especial belleza física, sino que en ella resplandece una belleza totalmente especial, que tiene más que ver con su manera de ser que con su apariencia física.

En todo caso, lo que el evangelista nos transmite es claro: que Jesús, a diferencia de otros líderes o seudo-líderes, que se parecen más a los ladrones y a los bandidos, es el pastor bello-bueno, que es reconocido tanto por el “guardián” (el Padre Dios) como por las “ovejas” (aquellos de nosotros que son amantes de la bondad y la belleza).
En Jesús se manifiesta el mismo Espíritu que procede del Padre y habita en las “ovejas”. Por eso hay un reconocimiento mutuo. Como diría el papa Francisco, el Padre, el Pastor bello y las ovejas tienen el mismo “olor”, comparten el mismo deseo de bondad, de belleza y de amor. Por eso se reconocen mutuamente. Por el contrario, los que no tienen ese “olor”, lo que prefieren la mentira, el orgullo exagerado, el robo, la malicia… esos son “ladrones”, buscan abusar de las “ovejas” y no reconocen ni al Padre ni al Hijo.

La pregunta para nosotros es: ¿A quién preferimos seguir? ¿Nos dejamos guiar y conducir hacia la vida plena por este pastor que huele a oveja o preferimos que nos pastoreen ladrones y bandidos?

P. Antonio Villarino
Bogotá