Descubrir la misión y cuidarla es también mirar pequeños rostros e imágenes que capturan la inmensa alegría de ser misión, en este caso, entre los GUMUZ. Los Gumuz (habitantes de la región de Benishangul-Gumuz) son el pueblo que Dios ha destinado a nuestros amigos LMC en Etiopía como lugar de misión y de compartir. Fueron allí para encontrar el amor y hoy, en este vídeo, vemos un poco (sólo un poco…) de lo que es el trabajo misionero. El resto de lo que se puede compartir (y que es mucho) queda para una buena conversación y escuchar el testimonio de estos misioneros.
Entre las novedades que nos ha traído esta tristemente famosa pandemia del Covid-19 es que no da demasiado margen a la acción caritativa ni al heroísmo en favor de los demás. En viejas épocas de peste, quien optara por ello se podía dedicar totalmente a los apestados aun a riesgo de sus vidas. Así lo hicieron personas que más tarde fueron declarados santos, como Luis Gonzaga, el rey Luis de Francia o Daniel Comboni. Pero eso ahora está prohibido. Estamos en una sociedad superorganizada que actúa por criterios de higiene científica, y lo que se nos dice es que la mejor manera de ayudar al prójimo es estarse quietecitos en casa para disminuir los riesgos de contagio. Con todo, siempre hay espacios para la generosidad, aun en tiempos del coronavirus.
Digo todo esto desde un rincón de África donde, a Dios gracias, ni ha llegado “todavía” el coronavirus y donde las medidas gubernativas de aislamiento no son tan draconianas como lo han sido en Europa. Pero igualmente estamos condicionados de muchas maneras por el virus, el cual es como una espada de Damocles que pende amenazadora sobre nuestras cabezas.
Vivo en la misión de Gilgel Beles, en Etiopía, con dos jóvenes laicos misioneros combonianos, uno español y el otro portugués, que han llegado aquí hace un año. Del coronavirus nada se sabía entonces y venían llenos de ilusión por hacer muchas cosas en favor de los demás. Se dieron sin medida en servicios como la enseñanza de todo aquello que eran capaces de enseñar, las visita a los poblados, llevar al centro de salud a los enfermos que caían en su camino…Trabajaban como a destajo para disfrutar al máximo el breve período de dos años de su permanencia.
Luego, inesperadamente, en mitad de la faena, por así decirlo, llegó el coronavirus. Muchas organizaciones llamaron a sus miembros a volver a la nación de origen. También ellos fueron llamados. Si se quedaban, era bajo su responsabilidad. Y ellos no dudaron en la elección: se quedaban “bajo su propia responsabilidad”, incluso cuando la madre de uno de ellos está pendiente de una delicada operación de cáncer e incluso cuando ellos mismos están aquejados de continuos ataques de tifus y fiebre tifoidea, que los debilitan…
Y aquí siguen. Como ya dije, no es que las medidas de confinamiento sean particularmente duras. El margen de movimiento es todavía bastante amplio,
al menos mientras no asomen por nuestra zona los primeros contagios. Sin embargo, todo el rimo de las actividades se ha resentido. Al paralizarse totalmente la vida académica y al estar prohibidas las reuniones, ya no pueden enseñar .a grupos y la biblioteca que habían abierto ya no tiene clientes.
A pesar de todas estas limitaciones, intentan resistir hasta el límite. Se han encariñado con esta gente y, aunque no puedan hacer muchas cosas “por ellos”, pueden sí estar “con ellos”. Y ellos sienten que la simple presencia en estos momentos de tribulación es un valor que de por sí ya justifica tanto el haber venido como el quedarse el mayor tiempo posible.
Espero que este e-mail os encuentre bien. Espero que toda la
familia esté bien.
Gracias a Dios que estoy bien.
Estoy empezando a sentir el fuerte calor que tenemos, casi
siempre 40 grados por aquí. Un calor que no se compara con el calor que siento
cuando visito a las familias, juego con los niños o trabajo con esta gente
maravillosa. Como dijo San Pedro, “qué bueno es estar aquí” (Mt 17,
4).
Aquí continúo involucrado en la Biblioteca. Gracias a Dios y
a la generosidad de algunas personas, fue posible comprar algunos libros más
para la Biblioteca. De esta manera los estudiantes que se presentan pueden
tener acceso a los libros escolares básicos. Dos señoras portuguesas, que
vinieron aquí, trajeron calculadoras y otro material. A menudo intento tener
libros y bolígrafos escolares y ofrecerlos a aquellos que no tienen
posibilidades económicas, pero muestran gran interés. Siempre que piden un
libro específico intentamos comprarlo. Su tiempo no es como el mío y puedo
tener días en solo 2 o 3 me parecen como otros días que me encuentro con 20.
Pero, yo los entiendo. Son jóvenes, con trabajo en el campo, que estudian, con
familia y algunos con 2 o 3 hijos, ya. ¿Cómo pueden tener tiempo para la
Biblioteca? La verdad es que lo consiguen sacar y cuando vienen a estudiar, hay
silencio y eso me hace muy feliz.
Continuo con un grupo fiel en las clases de inglés y de
informática. Les gusta, quieren aprender y yo, no siendo un experto, estoy muy
contento de poder enseñarles.
Tengo un grupo de estudio de Biblia, en inglés, con 4
catequistas. Leemos la Biblia, explico las palabras en inglés, meditamos los
textos, a veces vemos películas religiosas en inglés. Me siento muy feliz con
ellos.
Continúo jugando en la escuela que aún alberga a familias de
refugiados. Compramos una pelota y eso es suficiente para reunir a los jóvenes
y disfrutar de buenos momentos.
Dos veces por semana, al menos, acompañamos a los
catequistas en las aldeas, visitamos a las familias, jugamos con los niños. Son
momentos que llenan nuestros corazones. Estar con la gente es fundamental en
nuestra vocación misionera.
Con los Misioneros Combonianos con los que vivimos, todos
los días tenemos la misa a las 6.30 y todos los sábados una hora de adoración
eucarística. Los jueves vamos a casa de las Hermanas Misioneras Combonianas,
también con ellas, tenemos una hora de adoración eucarística y cenamos juntos.
Los miércoles David y yo tenemos una oración comunitaria.
A pesar de todo este trabajo, es el deseo de los Laicos
Misioneros Combonianos, yo mismo y de David (mi compañero de comunidad)
incluido, de iniciar una nueva presencia misionera entre el pueblo Gumuz. No
somos los primeros LMC de Etiopía, pero somos los primeros en trabajar y vivir
entre los Gumuz.
Por lo tanto, estamos visitando las comunidades, hablando
con la gente, analizando la situación concreta de cada pueblo y de las
familias.
Desafortunadamente el coche que tenemos no nos permite este
trabajo continuo. Las carreteras son terribles y requieren un coche que esté en
unas condiciones razonables. Después de un mes, acabamos de reanudar los juegos
con los niños de los pueblos porque nuestro coche estaba en el mecánico, lo que
ocurre muy a menudo. Además de que estamos continuamente pagando estos gastos.
Será necesario comprar un nuevo coche que nos permita continuar nuestro
trabajo.
Además, tenemos la intención de construir una casa en uno de
los pueblos, cerca de la gente, y vivir con ellos. Junto con la casa comenzaremos
los proyectos. Seguimos trabajando en los proyectos, como la construcción de
una guardería para los niños que pasan el día solos, sin adultos, y una
residencia de Estudiantes, que permite a los estudiantes ir a la escuela,
cuando muchos no pueden ir o deben hacer más de 30 kilómetros al día para ir a
la escuela, son los proyectos que consideramos más viables, teniendo en cuenta
lo que ya hemos analizado y escuchado de los jóvenes y los adultos.
Desafortunadamente, se necesitará dinero para llevar a cabo
estos proyectos. Por eso pido sus oraciones para que podamos cumplir la
voluntad de Dios con este hermoso pueblo. Si saben de alguna ONGs que financie
este tipo de proyectos, por favor háganoslo saber. Toda ayuda, por mínima que
sea, es preciosa para Dios. Y como sé que no estoy solo aquí, ¡estoy seguro de
que estás conmigo!
A veces aparecen adversidades, como el tifus o la fiebre
tifoidea, pero me alegro de haber sido enviado a este lugar donde Dios ya
estaba entre esta gente.
¡Llevo casi un año en este hermoso país! No lo dudo. ¡Es un
país maravilloso! ¡Estoy feliz! ¡Estoy feliz! ¡Vivo feliz! Eso no significa que
no haya sufrimiento. Significa que, a pesar de todos los contratiempos que
aparecen, vale la pena estar aquí, ¡significa que Dios nos fortalece y nos da
las herramientas necesarias para llevar a cabo su voluntad!
Os tengo presentes en mi oración, siento vuestra amistad muy
cerca de mí, continúo aprendiendo que la distancia no rompe los lazos sino que
los fortalece, recordándome diariamente lo importante que es vuestra amistad y vuestro
amor para mí.
Besos y abrazos de este amigo que os quiere tanto,
Talvez esto de vivir en
constantes llegadas y partidas sea la manera más bonita de Dios mostrar su amor
para con nosotros y sea la fórmula secreta de vivir en el servicio al otro.
La misión siempre será así un
encuentro de vidas que se cruzan como que por magia, como se todo estuviese ya
planteado en nuestras historias. La misión siempre será la manera más concreta
de ser testigo vivo de un amor que no muere. Renace y haz renacer.
Hoy les hablamos bien cerca de
ustedes. Para tras se queda la certeza de que fuimos y siempre seremos enteros
cuando nos donamos sin interés sin tiempo u hora, cuando bajamos de todo lo
fuimos construyendo al largo del tiempo y volvemos a ser como niños en medio de
ellos. Somos familia donde las sonrisas parecen no ter fin y las lágrimas a
veces surgen. Somos casa donde hay siempre espacio para uno más. Siempre
seremos. La misión no ha terminado. Jamás acabará. Porque el amor vence
siempre. La misión te espera y siempre te esperará.
Excursiones en comunidad: Pedro, David, el padre Endrias y yo
Entrar en la nueva cultura es un viaje que requiere
dedicación, ir conociendo de todo un poco. No solo para ver el gris del panel,
sino también, y sobre todo, para contemplar los diferentes colores del panel y
pintar con más fuerza los rosas, los verdes, los azules, los amarillos, los
rojos… Es saber apreciar, como un niño pequeño curioso por descubrir este
mundo y el otro, embelesados sobre cómo funcionan las cosas. Sin juicios.
Siempre con nuevos ojos. Lo cual es muy difícil, especialmente cuando eres
adulto, cuando tienes ya un bagaje, vicios, opiniones sobre todo y muchas otras
cosas.
Entrar en la nueva cultura, la tan escuchada bendita inculturación, es también disfrutar de
los momentos en que estamos en la escuela con los compañeros de clase de
amárico y otros idiomas, las tardes con la comunidad MCCJ (Misioneros Combonianos
del Sagrado Corazón de Jesús), las oraciones en comunidad, las visitas a
museos, la comida (que es bastante diferente aquí y casi siempre con un toque
de berber, una especia típica de aquí, que le da a todo su sabor picante), las
salidas con la comunidad para comer helado o tomar una coca cola (¡sí, aquí
también hay de esto!).
Entrar en la nueva cultura no es solo beber del choque cultural del que hablaba en el
último artículo, un choque que nos lleva a bajar la montaña. También es sentir
la sed de encontrar a Dios en medio de todo esto y subir la montaña. Escúchalo,
reza cada dificultad que surja. Como hago ahora, subo al monte. Tuvimos unas
dos semanas de descanso de las clases de amárico (mientras la escuela estaba de
vacaciones), lo que nos dio la posibilidad de ir una semana a
Benishangul-Gumuz, donde comenzaremos la misión en septiembre (si Dios quiere),
y también para hacer una semana de ejercicios espirituales.
Es en los Ejercicios donde me encuentro ahora. Un tiempo que
ha sido importante para mí, para renovarme, subir la montaña y hablar con Dios.
Ha sido un momento de rezar todo lo que vi en Benishangul-Gumuz.
¿Y qué viste allí? Recuerdo como si fuera ahora el día que
fuimos a los pueblos de esta región, donde solo viven los Gumuz, para celebrar
la catequesis. Salimos de casa alrededor de las 4:30 pm. Viajé en la parte
trasera del 4×4 al aire libre, aunque había un lugar para mí dentro, que era
más seguro ya que en cualquier momento podía empezar a llover fuerte (lo cual
es muy típico aquí en esta época del año, porque estamos en kremt gizê
(traduciendo del amhárico, la estación lluviosa.) ¡Pero preferí la vista afuera
porque siempre es más original! El viaje afuera también daría paso a poder
convivir con los catequistas Gumuz con los que nos reuniríamos (no imaginé que
la parte trasera se llenaría de ellos). Pero así fue: por el camino hacia una
de las aldeas de Gumuz estuvimos reuniendo a muchos de los jóvenes catequistas.
Contemplé que los jóvenes catequistas, hablaban y se reían mucho entre ellos,
hablaban en su idioma, Gumuzinha (otro que tendré que aprender), ¡así que no
entendía nada! En mi cabeza hice historias y frases en amárico para tratar de
hablar. También hablan amárico, pero no todos los gumuz lo hacen. Estos son
catequistas elegidos por los MCCJ porque pueden ser puente entre los misioneros
y el pueblo Gumuz. Además de darles catequesis, también hacen la traducción
amárico-gumuzinha, siendo intermediarios entre nosotros y el pueblo gumuz.
Allí gané coraje y comencé la conversación con uno de los
catequistas. Intercambiamos media docena de frases. Sentí amistad y la mirada
de que soy diferente. La gente Gumuz es una gente amigable. A diferencia de la
reacción común de muchos otros etíopes, que a nuestro paso nos llaman Farengi
(extranjeros), los Gumuz nos miran con una sonrisa. Ellos nos ven como amigos,
como aquellos que han recordado a su pueblo y que los han estado protegiendo.
Son muy negros, a diferencia del típico etíope que generalmente tiene un color
de piel más marrón. Esta es también la razón por la cual son personas tan
marginadas, ya que muchos no los consideran la verdadera “raza” de
los etíopes.
Uno de lso catequistas Gumuz preparando la catequesis
En un cierto momento, los catequistas fueron distribuidos
por diferentes casas. Con ellos salimos de la camioneta y estuvimos llamando a
niños y jóvenes a participar en la catequesis. Un apretón de manos, una mirada
a los ojos… ¡cómo me gustaba mirarlos a los ojos! Llamamos a muchos, pero no
todos vinieron. Todavía tienen miedo de abandonar sus hogares, dado los
acontecimientos que ocurrieron en junio (cuando fueron atacados por el pueblo
amara). Aún así, puedo deciros que muchos fueron los catecúmenos que, en la
oscuridad de esa noche, llenaron esa casa hecha de palos, donde celebramos las
diversas catequesis.
Lo que vi y viví esa semana en Benishangul-Gumuz despertó en
mí una doble sensación de emoción. Entre las ideas surgieron proyectos para
comenzar, pero también vino el miedo, la sensación de incapacidad. Y aquí, durante
esta semana de Ejercicios, fue un momento para renovar la confianza, lo mismo
que me hizo decir SÍ, el día de mi envío, como María, “He aquí la sierva del
Señor. Deja que tu palabra se cumpla en mí”. Al subir la montaña, me doy cuenta
de que no soy capaz de realizar esta misión. No lo soy, y no lo somos. Pero no estamos
solos. ¡Asumir nuestra incapacidad humana, nuestras debilidades y nuestra
dependencia del Amor de Dios a veces es tan difícil! Ser humano es querer con
tanta frecuencia tener el control de nuestra vida. Pero no nos equivoquemos. No
te confundas Carolina, no eres dueña de tu vida. Ella es un regalo de Dios.
Aquí, curiosamente durante los Ejercicios Espirituales, viví el día de la
Transfiguración del Señor, encarnándola. Recé. Dejé (y dejo) que esta
transfiguración del Señor se haga en mí. De hecho, solo tengo que “no temer”.
Porque aquí, en esta montaña, acepto nuevamente la invitación de Dios:
“Levántate, mira, cruza, sígueme, tal como eres… con miedos, debilidades,
errores, pero también dones. ¡Acéptate como te creé! ¡Sígueme! Y lo sigo.
Y es siguiéndolo que os dejo mi tierno abrazo. Os pido una
oración especial por la misión que Dios quiere que construyamos allí. Que no sea
el fruto de nuestras ideas de misioneros europeos, sino que sea la inspiración
del Espíritu Santo, porque la misión nunca será nuestra. La misión es de Dios.
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