Laicos Misioneros Combonianos

Amor humilde y gratuito

amigo
amigo

Un comentario a Lc 14, 1.7-14 (XII Domingo ordinario, 1 de septiembre de 2019)

En la liturgia leemos el primer versículo del capítulo 14 de Lucas, saltamos los seis siguientes, que hablan de la curación de un enfermo, y nos detenemos en los versículos 7 al 14, que hablan del buen comportamiento que debe observar un invitado. Parecen normas de buenas relaciones sociales, pero es mucho más. A mí se me ocurren las siguientes reflexiones:

1.- Compartir la comida, gozar de la vida y la amistad

Comer con alguien es un signo claro de amistad y una manera de celebrar la vida, con gratitud y alegría. Jesús compara frecuentemente el Reino de Dios con una comida. Por eso sus seguidores estamos lejos de ser unos seres amargados, tristes y criticones, como parecen ser algunas personas aparentemente religiosas, que todo lo ven mal y no gozan de la vida que Dios nos regaló. Por el contrario, el Padre de Jesús y Padre nuestro es el padre del hijo pródigo que sabe preparar un banquete incluso para el hijo rebelde. Jesús goza de la vida y nos invita a vivirla como un banquete compartido.

2.- En la comida, los seres humanos solemos manifestar lo que somos

En la comida, como en el juego, aparece claramente lo que somos. Algunos quieren ser siempre los primeros, como si ellos fueran el centro del mundo y los demás personas sin importancia. Otros parecen estar siempre haciendo negocios, sacando provecho inmediato de todo, sin vivir nada gratuitamente, por pura amistad; usan la comida para ganar favores y hacer méritos ante algunas personas de relieve. No es es que se comporten así sólo en las comidas, sino que su comportamiento en la mesa es la revelación de lo que ellos son.

3.- Jesús recomienda dos actitudes, válidas, no sólo a la hora de comer, sino de vivir:

a. La humildad:

“Todo el que se ensalce será humillado, todo el que se humille será ensalzado”. Así como el orgullo es quizá el defecto más feo de una persona, la humildad es la virtud más bella. A este respecto, me gustaría recordar las palabras de santa Teresa de Jesús:

“Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante a mi parecer sin considerarlo, sino de presto esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira.”

 (Moradas VI, 10, 7)

b.  La gratuidad:

“Cuando des un banquete, invita a los pobres”. La gratuidad es una actitud que nos acerca a Dios, que actúa siempre gratuitamente, sin esperar nada a cambio. En esa gratuidad se mide nuestra capacidad de amor verdadero. A este respecto, les comparto unas preguntas que formula el gran teólogo alemán Karl Rhaner:

– ¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendernos, de nuestra capacidad para ello y de nuestra razón?

– ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa y cuando el silencioso perdón era aceptado por evidente, aunque nos costase sangre?

– ¿Hemos sido alguna vez buenos para con una persona cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión?

Aquí estamos tocando las fibras más profundas del verdadero seguidor de Jesús: un constante y progresivo salir de sí mismo para poder encontrar al otro. No es algo que se pueda hacer por obligación. Se hace porque el amor de Dios nos ha ganado y ha inundado nuestros corazones, nuestros ojos, nuestras manos, nuestra existencia cotidiana. Y ese amor nos hace ser humildes y gratuitos, alegres en el compartir nuestra vida con otros.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Cuántos se salvan?

Dos caminos
Dos caminos

Un comentario a Lc 12, 21-30 (XXI Domingo ordinario, 25 de agosto 2019)

Durante la tercera etapa del viaje de Jesús hacia Jerusalén, alguien le hace una pregunta que, al parecer era común en aquella época, como lo sigue siendo ahora en algunos ambientes: ¿Son muchos los que se salvan? La respuesta ordinaria entre los compatriotas de Jesús sería: “Se salvan los judíos que cumplen la ley”.  De hecho, incluso algunos decían que los primeros discípulos que venían de la cultura greco-romana, para ser cristianos, tenían que hacerse primero judíos y por eso querían obligarlos a circuncidarse, hasta que San Pablo se opuso rotundamente, diciendo que salva la gracia de Dios y la muerte-resurrección de Jesucristo, no la Ley judía o cualquier otra.

¿Cómo responderíamos nosotros hoy a esa misma pregunta? Algunos dirían que se salvan solo los católicos o los cristianos; otros que se salvan las personas buenas de cualquier religión; otros que se salvan todos; algunos dirían que la salvación no les importa…

¿Que respondió Jesús?

A mí me parece que podemos interpretar las palabras de Jesús en estos términos: la salvación está abierta a todos  -“Dios quiere que todos se salve”, dirá más tarde San Pablo -, de Oriente y de Occidente, judíos o no, cristianos o no. Pero para todos es una cuestión seria, que exige emprender la senda estrecha de la conversión al amor y a la misericordia. Cada uno debe hacer su propio camino; no vale acudir a los méritos de nuestros padres, de nuestra nación o de nuestra comunidad religiosa. Cada uno hace su propio camino.

Necesito ser salvado

La salvación puede entenderse a diversos niveles. Por ejemplo, yo puedo necesitar salvarme, liberarme, de una adición que me esclaviza (drogas, alcohol, sexo…); puedo necesitar salvarme (ser perdonado) de un grave pecado que me humilla y me hunde en el abismo de la culpa; puedo necesitar salvarme de mi orgullo y egoísmo y de otras actitudes que me esclavizan; y, en definitiva, necesito salvarme como persona humana con una historia llena de aciertos y fracasos, pero hambrienta de un amor gratuito y firme que sólo Dios me puede dar, aunque yo no me lo merezca, un amor que se hace eterno y definitivo.

En todos esos casos, la salvación (liberación) tiene mucho de don gratuito, ya que “sólo el amor salva”, como dice Benedicto XVI. Pero al mismo tiempo, la salvación requiere que me la tome en serio, que sepa escoger la “puerta estrecha”, que no me abandone a la comodidad o la indiferencia.

Hay algunas puertas por las que no entran las personas demasiado gordas, porque no caben. De la misma manera, cuando nosotros permitimos que nuestro “yo” se infle y se agrande con una vanidad exagerada o una cómoda flojera, no podemos pasar por la “puerta estrecha” del amor, de la misericordia y de la confianza en Dios. Por eso Jesús nos avisa: la salvación no se hereda ni se obtiene por derecho de pertenencia a un determinado pueblo o comunidad.

La salvación exige una cierta “lucha” espiritual, un saber “desinflarse” para dejar que el amor gratuito de Dios nos llene, nos libere y nos dé una vida que dura hasta la eternidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Ser cristiano: sólo para valientes

Jesus
Jesus

Un comentario a Lc 12, 49-53 (XX Domingo ordinario, 18 de agosto de 2019)

Lucas, en su narración evangélica, nos va acercando cada vez más a Jerusalén, donde Jesús se va a enfrentar a la “batalla” de su vida. Jesús propone el Reino de Dios (Reino de Verdad y Justicia, de Amor, de Misericordia y de Paz), pero las autoridades y todos los que tienen sus privilegios asegurados (basados en la mentira y la injusticia, el egoísmo, el desprecio y la violencia) se le oponen tenazmente. Ante ese conflicto, Jesús no reacciona nunca con violencia, pero tampoco con debilidad o cobardía; él no se “ablanda”, sino que permanece firme y dispuesto a dejarse incluso la vida en ello, como así ha sucedido.

Lo mismo le sucedió a sus seguidores, después de la Pascua. Los discípulos del Maestro pronto se dieron cuenta de que seguir a Jesús tiene su costo y de que, a pesar de su actitud pacífica, encontrarán mucha oposición de parte de las autoridades y de los poderosos e incluso de sus propias familias, porque son muchos los que no quieren que las cosas cambien, son muchos los que no quieren el Reino de Dios, porque ellos quieren ser los reyes absolutos y dominadores de otros.

Por eso Lucas les recuerda la vida y las palabras de Jesús: “He venido para prender fuego a la tierra” y estoy dispuesto a “pasar por la prueba de un bautismo”, un bautismo de sangre (su muerte). Yo les doy la paz –dijo en otra ocasión Jesús-, pero no “la paz del mundo”, la paz de la injusticia y de la mentira. Yo les doy la paz que es fruto de la Verdad, de la Justicia y del Amor.

A veces parece como si ser cristiano fuese igual a ser pusilánime, tímido, apagado… No. Todo lo contrario. El cristiano es un apasionado del Reino de Dios, un enamorado de la vida, un amante de la verdad y la justicia. El cristiano no acepta las mentiras de nuestro mundo, se rebela contra ellas; el cristiano no acepta dictadores que se imponen por la fuerza de su poder político, económico o cultural. El cristiano es una persona libre que se sabe hijo de Dios y hermano de todos. Por eso nunca acepta la violencia, pero tampoco la pasividad, la cobardía o la comodidad. El cristiano sabe que le puede tocar afrontar oposición y sacrificio, pero como Jesús está dispuesto a todo,  confiando, como Jesús, en el Padre.

Como dice el papa Francisco, el cristiano “sale” al mundo, con el “fuego” del Espíritu, con mucha paz interior y con mucha misericordia, pero sin arrugarse ante las dificultades y la oposición.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Vivir es aprender a amar

Lampara
Lampara

Un comentario a Lc 12, 32-48 (XIX Domingo Ordinario, 11 de agosto de 2019)

Jesús era un Maestro ambulante, es decir, que no tenía una sede fija, sino que caminaba siempre por pueblos y aldeas para ir al encuentro de campesinos y pescadores, que a veces eran fieles cumplidores de los ritos judíos y a veces pecadores, que vivían al margen de la religión oficial. Todos tenían acceso a él, para todos tenía un gesto y una palabra oportuna, iluminadora, liberadora, porque hablaba con gran verdad y autenticidad, comunicando la sabiduría y el amor que bebía en su contacto permanente con el Padre.

Lucas nos lo describe, a partir del capítulo nueve, como un peregrino que camina con decisión hacia Jerusalén, al frente de un grupo de discípulos y amigos que creen en él y le siguen, a veces  con entusiasmo y a veces entre dudas y un poco desconcertados. Por el camino, Jesús les va “amaestrando”, enseñando, consolando y fortaleciendo, para que cuando Él no esté, ellos sepan como comportarse.

En la parte del evangelio que leemos hoy, Lucas hace memoria de algunas de estas enseñanzas, que yo definiría como “pistas” de conducta para los discípulos que se quedarán en el mundo como “administradores” durante un tiempo de espera que puede ser largo.  El Reino no va a venir como algo mágico, sino como una semilla que hay que cuidar y que requiere algunas actitudes básicas: confianza, vigilancia, fidelidad, servicio. Repasemos estas actitudes brevemente:

1.- Confianza. “No temas, rebañito mío”. A veces parece que los discípulos de Jesús somos una minoría insignificante, que los malos tienen más poder, que nosotros no logramos hacer el bien que queremos… La respuesta de Jesús a su pequeña Iglesia y a todos nosotros es: “No temas”; no te preocupes por acumular dinero o poderes políticos, como si las armas del mundo fuesen más poderosas que las del cielo; confía en el Padre.

2.- Vigilancia. Confíen, pero no se duerman. Estén atentos; mantengan los ojos abiertos, los “lomos ceñidos” (es decir, dispuestos a la faena, al trabajo, al compromiso) y las “lámparas encendidas” (con la fe, con la oración, con el amor). En cada época de la historia, en cada circunstancia de nuestra vida, Dios está con nosotros y nos hace señales; pero, si estamos dormidos o si nos dejamos llevar por la pereza, esas señales nos pasarán desapercibidas.

3.- Fidelidad. Pase lo que pase, sigan fieles al Maestro, como la Magdalena junto al sepulcro, como los mártires en tiempos de persecución. En las duras y en las maduras, sean siempre fieles al camino enseñado por Jesús.

4.- Servicio. Esta vida en la que estamos es como un encargo de “administradores” que el patrón, el Padre, nos ha entregado para que sirvamos a sus hijos. Aprovechemos este tiempo que tenemos para hacer siempre el bien, para servir a las personas que se nos han encomendado (hijos, esposos, amigos, pobres). Como dijo el Abbé Pierre, un famoso cura francés que hizo mucho por los pobres después de la II Guerra Mundial:

“Vivir es un poco de tiempo concedido a nuestras libertades para aprender a amar y prepararse al eterno encuentro con el Amor Eterno. Esta es la certeza que quisiera dejar en herencia”

A veces parece que el Reino de Dios no se ve por ninguna parte y uno puede tener la tentación de abandonarse, de no confiar, de pensar que, al final, da lo mismo ser bueno que malo. ¡Ojo! No caigamos en la tentación. Al contrario, mantengámonos vigilantes, fieles y serviciales. Todo el bien que hagamos tendrá su recompensa.

P. Antonio Villarino

Bogotá

“No me des pobreza ni riqueza”

Dinero
NO ME DES POBREZA NI RIQUEZAS; MANTENME DEL PAN NECESARIO; NO SEA QUE ME SACIE, Y TE NIEGUE, Y DIGA: ¿QUIEN ES JEHOVA? O QUE SIENDO POBRE, HURTE, Y BLASFEME EL NOMBRE DE MI DIOS PROVERBIOS 30 (8-9)

Un comentario a Lc 12, 13, 21 (18º Domingo Ordinario, 04 de agosto de 2019)

Lucas nos va guiando, domingo tras domingo, tras las huellas de Jesús en su camino hacia Jerusalén. El domingo pasado se nos recordaba la importancia de la oración y, sobre todo, la manera de orar al estilo de Jesús. En este domingo se da un paso más en nuestro aprendizaje como discípulos del Maestro de Galilea.

Hoy Jesús aprovecha un conflicto entre hermanos sobre la herencia recibida para alertarnos sobre la correcta relación con los bienes materiales y las riquezas.

Es un tema de mucha importancia, que hay que afrontar con la necesaria sabiduría. No vale decir que a mí el dinero o los bienes materiales no me interesan, porque es mentira. Todos nosotros necesitamos alimento, vestido, vivienda y muchas otras cosas que nos ayudan a vivir mejor, a desarrollarnos como personas e incluso a ser caritativos y generosos con los demás. El ser humano no es un ser puramente “espiritual”, sino que es un hombre hecho, como dice el Génesis, del polvo de la tierra y del soplo divino. Materia y espíritu son dos dimensiones esenciales, que deben relacionarse entre sí de manera equilibrada y sabia. Y la relación con el dinero y la riqueza, es parte de este equilibrio. Jesús no es un anacoreta que huya del mundo, como si el dinero contaminase necesariamente a todos. En su grupo había un encargado de la bolsa, porque sin dinero no es posible vivir, al menos en nuestra sociedad de hoy. De lo que se trata no es de prescindir del dinero, sino de ponerlo al servicio de una riqueza superior: la de ser hijos de Dios en un sociedad justa y fraterna.

Uno puede pecar ciertamente de “espiritualismo”, de pretender vivir de sueños, como si fuésemos ángeles. Pero la tentación más común es la de agarrase al dinero, la de acumular bienes, por miedo a lo que nos pueda pasar, por el afán de ser más que los demás, por el deseo de protegernos de cualquier enfermedad o contingencia negativa, etc. En ese afán de acumulación podemos caer en el peligro de volvernos egoístas, avaros, codiciosos… y perder la capacidad de compartir con nuestros hermanos, como el niño que quiere todos los juguetes para sí, sin importarle lo que le pase a los otros hermanos.

Jesús nos dice que ese afán por acumular y protegernos es inútil, porque al final somos débiles y cualquier pequeño accidente puede acabar con todas nuestras pretendidas seguridades. Lo mejor, insiste Jesús, es crecer en la riqueza del amor ante Dios y ante los hombres, crecer como personas que aman y se dejan amar. Esa riqueza humana y espiritual resistirá todas las dificultades y sobrevivirá incluso más allá de la muerte. Esa es una riqueza que nadie nos podrá robar.

Recordemos la sabia petición del libro de los Proverbios (30, 8-9):

“Aleja de mí falsedad y mentira; no me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: ¿Quién es Yahvé?; y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios”.

Escuchemos a Jesús: No caigamos en la necedad de pensar que la riqueza nos puede defender de todo. Sólo el amor nos hace verdaderamente ricos ante Dios y ante los mismos seres humanos. Vivamos con un sabio equilibrio nuestra relación con los bienes materiales, que son necesarios, pero no lo son todo.

P. Antonio Villarino

Bogotá