Laicos Misioneros Combonianos

No asustarse ante el mal

Cizaña
Cizaña

Un comentario a Mt 13, 24-43 (XVI Domingo ordinario, 19 de julio de 2020)

En tres domingos consecutivos (el anterior, el actual y el próximo), leemos el capítulo 13 de Mateo, que está dedicado a exponernos siete parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios. El domingo pasado nos detuvimos en la parábola del sembrador y los diferentes tipos de tierra en la que cae la buena semilla. Hoy leemos tres parábolas: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura. Las tres empiezan con la siguiente fórmula: “Sucede con el reino de los cielos como…” y nos va explicando a qué se parece el reino de los cielos:

                -a la buena semilla, que crece junto a la cizaña en el mismo campo;

                -un grano de mostaza, que siendo insignificante, se convierte en un árbol grande;

                -la levadura que, sien do poca cosa, fermenta toda la masa.

Como vemos, son tres características que, según Jesús, tienen las cosas de Dios:

1.- Lo bueno crece en medio de lo no tan bueno. Un santo ha dicho una frase que muchos repetimos con mucha esperanza: “Siembra amor y recogerás amor”. Eso es verdad, pero no podemos ser ingenuos; en este mundo, junto a la semilla del bien existe también la semilla del mal: orgullo, envidia, oposición injusta, intereses egoístas…

Ante la existencia del mal podemos adoptar tres actitudes:

                -Ignorarlo, como si no existiese, en una actitud de irresponsable ingenuidad. El peligro es que la fuerza del mal acabe ahogando el bien que hay en nosotros, en la familia, en la sociedad. Lo primero para vencer el mal es tomar conciencia de su existencia.

                -Arrancarlo violentamente, con el riesgo de eliminar también el bien que va mezclado con el mal, dado que nada en este mundo es totalmente puro. Hay quien, en un acto de orgullo imperdonable, se cree totalmente justo y acertado en sus actitudes, condenando tajantemente a los demás. Esta actitud ignora dos realidades: el mal que hay junto a la bondad y el bien que hay normalmente junto a la maldad.

                -El discernimiento y la paciencia que propone Jesús. Con mucha sabiduría y realismo, Jesús afirma, como ya lo hacía el libro del Génesis, que todo lo que Dios ha creado es bueno, que en el campo del mundo crece la semilla del bien que Dios ha sembrado en las personas y grupos humanos. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que “un enemigo” ha sembrado también semillas de mal. Ante esa realidad –que todos podemos constatar en nuestra experiencia diaria- Jesús nos propone no asustarnos, no hacer aspavientos, no tomar actitudes fanáticas o violentas, sino permanecer tranquilos, saber esperar… De hecho, a veces uno puede hacer poco o nada por arrancar el mal que nos rodea. Sólo en el momento de la “cosecha”, cuando pasa el tiempo, la verdad de la buena semilla triunfa dando “harina” para el buen pan, mientras los frutos de la mala semilla terminan en el fuego. Dios usa todo para el bien, incluso la astucia del enemigo.

2.- El Reino parece pequeño y empieza de manera casi insignificante, pero termina creciendo y dando sombra. Las cosas de Dios no empiezan de manera llamativa, sino humilde. Puede ser una palabra dicha en una reunión, un gesto de comprensión, una ayudita en el momento preciso… Muchas pequeñas cosas que pueden contribuir a formar un hijo, levantar a una persona de su tristeza, poner en marca una obra de caridad que termina ayudando a cientos de personas, dando un primer paso hacia la reconciliación…

3.- El Reino trabaja desde dentro, transformando las personas desde el corazón y las sociedades desde las personas. A veces parece poca cosa en comparación con las muchas necesidades, con las enormes injusticias, con la prepotencia de las estructuras poderosas. Pero nunca debemos despreciar el poder de la levadura de la verdad, la justicia y el amor.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Encuentro LMC Europeo online

LMC Europa

Este pasado fin de semana tuvimos la oportunidad de encontrarnos a nivel europeo de manera online.

LMC Europa

El encuentro organizado por el comité europeo para todos los LMC de los diferentes países tuvo como tema central “Los desafíos de vivir nuestra vocación misionera como Laicos en Europa

Tuvimos la oportunidad de exponer cada país su realidad.  Muchas de las aportaciones nos ayudaron a entrar en la realidad de la Iglesia en Europa, las dificultades que vamos encontrando al compartir nuestra fe, el retroceso de la religiosidad y de la cultura religiosa entre los jóvenes y la falta de vocaciones.

El componente geográfico de la misión es algo que poco a poco vamos superando y entre todos descubrimos las necesidades misioneras que encontramos en Europa. El viejo continente necesita de nuestra presencia misionera, de la esperanza del evangelio y de la solidaridad, que es expresión de nuestra fe, entre los grupos más vulnerables.

Tuvimos la oportunidad de compartir cómo estamos realizando nuestro servicio misionero en Europa y también compartimos los difíciles momentos que hemos atravesado con la pandemia del coronavirus y cómo ésta nos ha animado a ser creativos.

Las experiencias de cada uno de los cinco grupos nos dan nuevas ideas para estar presentes en estos momentos donde la gente necesita de una presencia esperanzadora.

Redescubrir las video llamadas como manera de permanecer unidos, de rezar juntos, de continuar nuestra formación y de realizar acciones solidarias. Hemos redescubierto la Iglesia doméstica, responsable y protagonista de su fe.

El confinamiento que en un primer momento nos desconcertó fue dando paso a numerosas iniciativas que nos permitían permanecer unidos y en oración y a la vez iniciativas que íbamos abriendo a otros que también buscaban compartir y seguir creciendo en esos momentos.

También compartimos las dificultades de movilidad de estos momentos y de cómo esto ha afectado a nuestras compañeras y compañeros que ya estaban prontos para salir del país a servir en América o África.

Son momentos donde ser solidarios con todos aquellos que lo están pasando mal. Las dificultades se agudizan para muchos, en especial para aquellos que ya estaban en el escalón más bajo como la población inmigrante y otros sectores precarizados. Por otro lado, debemos permanecer atentos a las necesidades de los demás hermanos de otros continentes. La pandemia está azotando a casi todos los países e incluso aquellos que no sufren un gran número de casos se están viendo castigados económicamente por la necesidad de recluir a su población. Ahora más que nunca entendemos lo pequeña y necesitada que es nuestra casa común y la necesidad de solidaridad entre todos.

Debemos ser partícipes de un cambio de prioridades en el mundo de hoy, seguir comprometidos con la educación de los más jóvenes para que crezcan conociendo esta necesidad, pero a la vez continuar luchando por un mundo más justo desde donde estemos.

Europa es lugar de presencia misionera, de una presencia misionera que se hace cercana y signo de esperanza entre los más necesitados del continente (material y espiritualmente pues no podemos olvidar que alimentar este espíritu y los valores que hacen posible una sociedad más solidaria es fundamental). Pero a la vez una presencia misionera que continúe abriendo Europa al mundo, motivando hacia la responsabilidad por un mundo mejor, más humano, más fraterno. Que acabe con las desigualdades que el sistema económico impone en tantos países, colocando a la persona en el centro y donde la economía y las estructuras se pongan al servicio de la sociedad.

La misión sigue siendo más necesaria que nunca. Anunciar que todos somos hermanos y hermanas, que debemos solidarizarnos los unos con los otros, construyendo un mundo mejor para todos, cuidando la naturaleza que es un préstamo de las generaciones venideras y permitiendo una vida digna para todos los pueblos de la tierra.

Nuestro encuentro terminó con una oración donde cada uno, en su propia lengua, puedo compartir esperanzas, peticiones y dar las gracias poniendo todo en las manos del Padre que nos cuida y acompaña.

Comboni dijo que si tuviera mil vidas las daría todas por la misión. Nosotros queremos ofrecer la nuestra y queremos animar a todos los que compartáis estas inquietudes para que os unáis en esta gran labor tan necesaria.

LMC Europa

Un saludo

Alberto de la Portilla

¿Tengo piedras en mi corazón?

Sembrar

Comentario a Mt 13, 1-23 (XV Domingo ordinario, 12 de julio de 2020)

Sembrar

En este XV domingo ordinario, leemos una buena parte del capítulo 13 de Mateo, que nos transmite una parábola muy conocida: la del sembrador, cuya semilla (siendo muy buena) produce cantidades diversas de fruto, según los tipos de tierra en que cae. La parábola nos lleva con toda naturalidad a preguntarnos: ¿Qué tipo de tierra soy yo? ¿Soy una tierra fértil, que sabe acoger la buena Palabra sembrada en mí o soy como la tierra dura, sobre la que resbala la semilla sin dar fruto alguno?

El relato de Mateo provoca en mí tres reflexiones que comparto con ustedes:

1.- Un Maestro que habla el lenguaje del pueblo

Mateo dice que la gente se agolpaba para escuchar a Jesús, porque tenía palabras de una claridad, de una sencillez y de una relevancia que saltaba a la vista y “calentaba el corazón”.  Campesino entre campesinos, pescador entre pescadores, obrero entre obreros, Jesús se sentía a sus anchas con aquella gente sencilla, sometida a tantos sufrimientos y durezas de la vida, hambrienta de verdad y de sentido, que no encontraba respuestas en unas tradiciones religiosas rutinarias, esclerotizadas y poco relacionadas con la realidad de sus luchas cotidianas. Por el contrario, desde una cercanía afectiva a sus preocupaciones y luchas, así como desde una experiencia de contemplación en el desierto y la montaña, Jesús se explaya en relatos parabólicos, que explicaban el misterio de Dios y de su “Reino” en un lenguaje ligado a las experiencias del campo, del mar y del trabajo cotidiano.

La verdad del Evangelio tiene más que ver con la vida de cada día que con los libros. Todos los que tenemos alguna responsabilidad en la transmisión del Evangelio de Jesús (padres, maestros, catequistas, sacerdotes…) debemos fijarnos en este Maestro que habla en parábolas, que expresa la fe en las categorías de la vida ordinaria, sabiendo que nuestra vida espiritual se mide, no por las palabras refinadas que usamos, sino por nuestro estilo de vida concreta, del que las palabras son expresión.

2)     El trigo no necesita que tiren de él

Discúlpenme esta obviedad, pero me parece que sirve para entender bien lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “la semilla brota y crece… la tierra produce espontáneamente primero el tallo, luego la espiga y el grano”.

Jesús nos dice que el Reino de Dios es como una semilla que Dios siembra en nuestro corazón, en nuestra comunidad, en nuestra familia… y crece por sí sola, en la medida en que la tierra acoge la semilla y está bien cuidada. Para que el trigo produzca fruto no sirve de nada tirar de él hacia arriba, como quien quisiera estirarlo y hacerlo crecer a la fuerza, en contra de su naturaleza. No, el trigo debe crecer por sí mismo, según la fecundidad que Dios mismo le ha dado. ¿No les parece que a veces hay papás que pretenden hacer crecer a sus hijos a la fuerza, como si quisieran jalarlos hacia arriba y hacerles dar un fruto para el que a lo mejor no les ha destinado Dios? ¿No les parece que a veces, en la vida comunitaria o de familia queremos sustituir a las personas y obligarlas a ser como a nosotros nos gustaría que fueran? ¿Nos empeñamos a veces en parecer todopoderosos, infalibles e inmaculados en un esfuerzo prometeico que nos vuelve amargos, hipercríticos y perennemente negativos?

3) El crecimiento depende de la semilla, pero también de la tierra

La Palabra sembrada puede ser acogida y fecunda, pero también puede ser pisoteada, sofocada, robada, inutilizada, estéril. Por eso es tan importante cultivar la tierra, limpiarla de espinas y durezas.

A este respecto, recuerdo el testimonio de Etty Hillessum, una joven judía holandesa muerta en 1943 en Auschwitz. En su diario ha escrito: “26 de agosto (1941), martes tarde. Dentro de mí hay un manantial muy profundo. Y en este manantial está Dios. A veces logro alcanzarlo, pero más frecuentemente está cubierto de piedras y arena: en aquel momento Dios está sepultado, hay que desenterrarlo de nuevo”.

Hoy es un buen día para preguntarme: ¿Tengo piedras en mi corazón o en mi mente? ¿Es mi mente una “tierra” acogedora a la verdad de Jesús? ¿Es mi corazón un espacio limpio de maleza y acogedor del fecundo amor de Dios?

P. Antonio Villarino

Bogotá

Hno. Alberto Parise: “¿Qué metodología para la Iglesia ministerial?”

Alberto Parise
Alberto Parise

En la serie de artículos y reflexiones que proponemos en este año dedicado a la Ministerialidad, no puede faltar uno sobre la cuestión metodológica. En Evangelii gaudium (EG 24), el Papa Francisco ilustra con cinco verbos los elementos esenciales de una acción ministerial: tomar la iniciativa, participar, acompañar, fructificar, celebrar. Pero desde un punto de vista práctico, ¿cómo se puede realizar todo esto de una manera orgánica y sistemática? En esta reflexión sugerimos que la metodología del ciclo pastoral es un patrimonio eclesiástico que tiene mucho que ofrecer en este sentido.

El ciclo pastoral

El ciclo pastoral es una evolución del método de “revisión de la vida” desarrollado por Joseph Cardijn en la década de 1920, también conocido como “ver – juzgar – actuar”. El sacerdote belga, que contaba con una formación sociopolítica, desarrolló este enfoque en el contexto de su ministerio con el movimiento juvenil cristiano de la clase obrera, para acompañar a los jóvenes que vivían en entornos donde proliferaba la orientación socialista y comunista, con prejuicios anticlericales. Había sentido, de hecho, la necesidad de un método adecuado para la pastoral de una iglesia en salida.

La gran intuición de Cardijn fue vincular las ciencias sociales y el ministerio pastoral, en un proceso integrado. Con el tiempo, esta metodología se extendió por todo el mundo católico, hasta que fue reconocida oficialmente en la encíclica Mater et magistra (1961) como la metodología de la pastoral social (No. 217 en la versión italiana de la encíclica – curiosamente se encuentra en el número 236 de la versión inglesa del texto). Más tarde fue adoptado en América Latina, gracias al movimiento de la teología de la liberación y continuó extendiéndose en diferentes contextos, adaptándose a lugares y tiempos particulares. Hoy en día esta metodología es conocida con nombres diferentes (círculo pastoral, o ciclo, o espiral, etc.) y se articula en cuatro, cinco e incluso seis fases, pero básicamente es el mismo método. El patrón básico sigue siendo el de ver – juzgar – actuar. Pero luego le fue agregado un primer momento de inserción, un paso fundamental para un enfoque ministerial. A esto le sigue el análisis sociocultural (ver), que hace uso de las ciencias humanas y sociales, y la reflexión teológica (juzgar), en la que se confronta con el Evangelio y la tradición social de la Iglesia. La fase del actuar, puede articularse formalmente en varios pasos para subrayar la importancia de algunos aspectos que, a menudo, se olvidan o se descuidan, como la verificación y la celebración.

La actualidad del ciclo pastoral: la fuerza de la inserción

Hoy es claro que esta metodología es invaluable no sólo para la pastoral social, sino también para cualquier iniciativa ministerial. En primer lugar, porque el acompañamiento pastoral requiere desarrollar relaciones que generen vida, de ver la experiencia humana, las situaciones, los problemas de las personas desde su punto de vista y con empatía. Sobre todo, es esencial saber comprender el punto de partida para un acompañamiento que conduzca a la regeneración de las personas y las comunidades, que generalmente está vinculada a su experiencia, la motivación y la energía emocional que puede generar, y lo crítico de la situación. Es gracias a la inserción que un agente de pastoral es capaz de captar todo esto, tomar la iniciativa, salir a las periferias humanas y existenciales y participar en ellas. Desde el punto de vista comboniano, el anuncio es una característica carismática (cf. Ratio missionis), en la que se expresa la causa común y se capta la hora de Dios en el contexto en el que se lleva a cabo el ministerio, especialmente en situaciones de crisis.

Un análisis sociocultural que despierta esperanza

Aquí entra el acompañamiento pastoral, entendido en el sentido de hacer a las personas protagonistas de su propio camino, superando el paternalismo y las situaciones de dependencia (cf. la regeneración de África con África). Se trata de caminar con las personas hacia una regeneración con el Resucitado, un camino de transformación que surge de las situaciones particulares en las que uno se encuentra. Cuando una comunidad, un grupo humano no percibe claramente las causas de su propia condición de desventaja, o pobreza, es incapaz de influir significativamente en ella y tiende a desanimarse, resignarse, a replegarse en sí misma para recuperar su espacio propio de control, de su vida. Además, le resultan atractivas interpretaciones simples y lecturas engañosas de la realidad, una herramienta hoy utilizada para manipular a las personas en una lógica de dominación. Pero cuando comprende críticamente su condición y el contexto global, la esperanza renace y recupera su poder para cambiar las cosas.

Reflexión teológica: clave para la transformación

La fase del análisis ayuda a poner en evidencia las contradicciones propias y dilemas, que ofrecen un excelente punto de partida para una reflexión sobre la experiencia en clave de fe, que completa el discernimiento. Esta reflexión teológica caracteriza el ciclo pastoral y da lugar a la decisión para emprender un curso de acción. Este es realmente el punto de inflexión del viaje de regeneración en el Resucitado, es un don de gracia. Es también el lugar donde se desarrolla el diálogo entre la experiencia de las personas, su historia y las perspectivas de significado que las orienta, para interpretar los acontecimientos y las situaciones: un diálogo entre los valores culturales, una cosmo-visión y el Evangelio, o incluso un proceso que ofrece las condiciones para una encarnación del Evangelio. Es también un momento propicio para la conversión del corazón, para tomar conciencia de un auténtico encuentro con el Resucitado, descubriendo así también la vocación para responder a la situación sobre la que se ha reflexionado.

Como también se pone de manifiesto en el Plan de Comboni (S 2742), esta reflexión nos lleva a mirar la realidad a través de los ojos de la fe y a responder con determinación, concreción y profecía a las invitaciones del Espíritu.

El estilo colaborativo de acción

Por último, la fase de acción es bastante articulada. Por lo general requiere de una programación y, a veces, también puede tomar tiempo y energía para equiparse con el fin de adquirir o desarrollar las habilidades necesarias. El acompañamiento ministerial, de hecho, requiere facilitar la formación y organización continua de los grupos y comunidades con los que compartimos el proceso, que es aún más eficaz en la medida que es más participativa, a partir de la programación propia. Es bueno que contenga los mecanismos de supervisión y verificación, que de lo contrario se olvidan o ignoran fácilmente.

Este enfoque ministerial se basa en la colaboración de los equipos pastorales, en la sinodalidad, la creación de redes y un estilo de servicio, todo ello desde una perspectiva de proceso y camino compartido. Claramente todo esto no es improvisado, requiere organización y actitudes de apertura, humildad y confianza. No basta con actuar, pero también debemos reflexionar juntos sobre lo que se está haciendo, cómo lo hacemos, los resultados de la acción, lo que se está aprendiendo y, sobre todo, la presencia y la acción de Dios en el proceso o camino. En el momento de la celebración todo esto emerge, se profundiza, se enriquece con nueva toma de conciencia, nuevos dones, inspiración renovada, así como la posibilidad de regenerar las relaciones y construir la comunión. Así celebramos la vida dada y recibida en el caminar, lo que no significa tanto “celebrar los éxitos”, sino reconocer que “las obras de Dios nacen al pie de la cruz”. De ahí el impulso para iniciar un nuevo ciclo ministerial.

En conclusión, se deben tomar en cuenta dos consideraciones: en primer lugar, el hecho de que el ciclo pastoral, como metodología ministerial, requiere habilidades que deben adquirirse y desarrollarse. No es que todo el mundo deba saberlo todo, pero en un contexto de formación ministerial es bueno que podamos dominar un conjunto articulado de instrumentos, una especie de “caja de herramientas”. Y, en segundo lugar, debemos preguntarnos cómo podemos facilitar la adquisición de estas habilidades tanto a nivel de formación básica en nuestras casas de formación como en la acción misionera y en un contexto de formación permanente que tenga en cuenta la especificidad de las situaciones y necesidades.
Hno. Alberto Parise mccj

La verdadera sabiduría

Alegría

Un comentario a Mt 11, 25-30 (XIV Domingo ordinario, 5 de julio de 2020)

Alegría

La filósofa francesa Simone Weil –de origen judío y no creyente- cuenta que, en una visita a Asís, entró en Santa María de los Ángeles y ante tanta belleza sintió una fuerza interior que la llevó a arrodillarse –algo que no había hecho nunca- y reconocer una presencia divina en tanta belleza.

¿No les ha pasado a ustedes algo similar en alguna ocasión? A mí me ha sucedido varias veces; por ejemplo, la primera vez que visité el Machu Pichu, cuando me acerqué a la catedral de Burgos o contemplé algunos paisajes extraordinarios. En esas circunstancias y en otras muchas, algo dentro de mí se conmovía y me hacía exclamar: ¡Cuánta belleza! ¡Bendito sea Dios!

Pero esa reacción surge en mí –y creo que también en ustedes-, no sólo cuando contemplo las catedrales, la naturaleza o el arte en general. Surge también ante algunas personas, como la Madre Teresa de Calcuta o la señora Rosa de un barrio de Bogotá: son personas con una belleza interior que se trasluce en lo físico … Viendo a personas como ellas, que generalmente están alejadas de los focos de los medios de comunicación, algo dentro de mí se remueve y me lleva a reconocer en ellas una presencia divina y alegrarme por ello.

La alegría de Jesús

Esa experiencia de belleza espiritual es la que, según el evangelio de Mateo, experimentó Jesús. Mateo lo cuenta con unos versículos fuertemente inspirados en los libros sapienciales (proverbios, Eclesiástico, Sabiduría…). Según Mateo, Jesús se encuentra con un grupo de personas sencillas, humildes, rectas de corazón, abiertas a la verdad, que aceptaban con gozo la Buena Nueva del amor misericordioso de Dios. Personas como Leví o Zaqueo, como María de Magdala y el centurión que tenía un hijo a punto de morir; y tantos otros a los que la Biblia conoce como anawin o “pobres de Yahvé”. Y en ellos Jesús reconoce un reflejo del mismo Padre, una presencia divina, que le maravilla y le hace exultar de alegría. Jesús se siente identificado con todas esas personas sencillas, que frecuentemente son ridiculizadas por los grandes de este mundo y les dice:

“Vengan a mí los que están cansados”, quizá indignados, enojados por muchas cosas injustas que pasan en nuestro mundo:

-la corrupción de todo tipo: política, económica, social, religiosa.

-las mentiras, exageraciones, manipulaciones simplificaciones interesadas, banalizaciones que aparecen en los medios de comunicación social

-una Iglesia entrampada en la tentación del poder, las estructuras que le quitan libertad o una religiosidad superficial, arcaica o quizá hipócrita

-la propia incoherencia personal y la incapacidad de superar algunos vicios o pecados.

Vengan a mí ustedes que sienten hambre y deseo de un mundo diferente:

-un mundo más justo y equitativo, gobernado desde la rectitud moral y el respeto a los pobres e indefensos,

– unas relaciones sociales más verdaderas, auténticas y respetuosas,

-una religiosidad más sincera y pura, que ayude a encontrar la verdad y el amor de Dios,

– una libertad interior, que permita liberarse de cadenas y opresiones que impiden crecer como personas maduras y libres

Ustedes, vengan a mí y les renovaré. Asuman el “yugo” de mi enseñanza en nombre del Padre. Su hambre de verdad, de bondad y de justicia encontrará respuesta. Acepten la sabiduría que el Padre me ha revelado y que he aprendido en la humildad y la obediencia amorosa. Será un “yugo” fácil de llevar, un “yugo” que les permitirá ser fecundos y portadores de belleza, de justicia, de amor, de verdad y libertad. Esa es la verdadera sabiduría, la sabiduría de Jesús y de sus seguidores.

P. Antonio Villarino

Bogotá