Laicos Misioneros Combonianos

PASCUA LMC España 2015: “Escuchar a Dios donde la vida clama”

Bajo el lema “Escuchar a Dios donde la vida clama” nos reunimos la semana pasada en Madrid el grupo de Laicos Misioneros Combonianos para celebrar la Pascua como comunidad.

Han sido unos días intensos de oración y de encuentro con el Señor en su Palabra, en los hermanos, en la naturaleza… pero sin olvidar mirar al mundo y a la realidad, con sus esperanzas y dolores, sus anhelos y propuestas, con sus historias…, pues como misioneros estamos llamados a descubrir y escuchar a Dios allí donde la vida está clamando.

Desde aquí damos las gracias a todos los que habéis hecho posible este encuentro. Gracias por compartir y por ser compañeros/as de camino.

LMC España

Paz, alegría, perdón, misión

Comentario a Jn 20, 19-31:Segundo Domingo de Pascua, 12 de abril del 2015

vigo-hermanitas++++En este segundo domingo de Pascua, seguimos leyendo el capítulo 20 de Juan, que nos habla de lo que pasó “en el primer día de la semana”, es decir, en el inicio de la “nueva creación”, de la nueva etapa histórica que estamos viviendo como comunidad de discípulos misioneros de Jesús. La presencia de Jesús vivo en medio de la comunidad se repetiría después a los ocho días, para tocar el corazón de Tomás, exactamente como sucede con nosotros cada domingo, cuando cada comunidad cristiana se reúne para celebrar la presencia del Señor.
El evangelio nos dice que Tomás no creyó hasta que puso sus manos en el costado herido de Jesús. Precisamente de ese costado herido de Jesús, de su corazón que se da hasta el final, surge, el Espíritu que permite a la Iglesia seguir viviendo de Jesús. Con el Espíritu la comunidad recibe los siguientes dones: paz, alegría, perdón, misión. Veamos brevemente:

P10009071) “Paz a ustedes”
Jesús usa la fórmula tradicional del saludo entre los judíos, una fórmula que algunas culturas siguen usando hoy de una manera o de otra. En nuestro lenguaje de hoy quizá podríamos decir: “Hola, cómo estás, te deseo todo bien, soy tu amigo, quiero estar en paz contigo”. ¿Les parece poco? A mí me parece muchísimo. Recuerdo cuando el actual Papa Francisco, recién elegido, salió al balcón de la basílica de San Pedro y simplemente dijo: “Buona sera” (Buena tardes). Bastó ese pequeño saludo para que la gente saltara de entusiasmo. No se necesitaba ninguna reflexión “profunda”, ninguna declaración especial; sólo eso: una sencilla palabra de reconocimiento del otro desde una actitud de apertura y amistad.
Pienso en la importancia y belleza de un saludo cordial y cariñoso entre los miembros de una familia, reafirmando día a día esa cercanía amorosa que nos da vida y alegría; pienso en el saludo respetuoso y positivo entre compañeros de trabajo que hace la vida más llevadera y productiva; pienso en esa mano que nos damos durante la Misa reconociendo en el otro a un hermano, aunque me sea desconocido; pienso en el gesto de comprensión y apoyo hacia el extranjero… Pienso en una paz mundial que necesitamos tanto en tiempos de gran violencia y conflictividad. En todas esta situaciones, Jesús es el primero en decirme: “Hola, paz a ti”.
Es interesante anotar que, saludando, Jesús muestra sus manos y su costado que mantenían las huellas de la tortura que había padecido. Es decir, la paz de Jesús no es una paz “barata”, superficial; es una paz que le está costando mucho, una paz pagada con su propio cuerpo. Nos recuerda que saludar con la paz a nuestra familia, a nuestro entorno laboral, a nuestra comunidad… no siempre es fácil; más bien a veces es difícil. Pero Jesús –y nosotros con él- es un “guerrero” de la paz”, un valiente, que no tiene miedo a sufrir.

2) Alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
La llegada de Jesús, con su saludo de paz, produce alegría. Como produce alegría la llegada de un amigo; como hay alegría en una familia o en una comunidad cuando hay aceptación mutua. No se trata de una alegría tonta, que oculta las dificultades, los problemas o hasta los pecados; no es la alegría de quien falsea la realidad o se droga con el vino, la droga, los placeres de cualquier tipo o un orgullo inconsciente e insensato.
Es la alegría de quien se siente respetado y respeta; la alegría de quien se siente valorado y valora; la alegría de quien se sabe amado gratuitamente y ama gratuitamente; la alegría de quien se reconoce como Hijo del Padre. Es la alegría honda de quien ha encontrado un sentido a su vida, una misión a la que entregar sus días y sus años, aunque eso implique lucha y sufrimiento. Es la alegría de quien ha encontrado en Jesús a un amigo fiel, a un maestro fiable, a un Señor que vence el mal con el bien.

3) Perdón; “a quienes perdonen les quedará perdonado”.
La alegría del discípulo, como decíamos, no es la del inconsciente ni la del “perfecto”, que pretende hacerlo todo bien. Es la alegría de la persona que acepta ser perdonada y sembrar semillas de perdón. Jesús infundió en su Iglesia el Espíritu del perdón, de la misericordia y de la reconciliación. El Papa Francisco ha recuperado para nuestro tiempo este “principio misericordia”. La Iglesia no es el espacio de la Ley o de la condena; la Iglesia de Jesús es el espacio de la misericordia, de la reconciliación, el lugar donde siempre es posible comenzar de nuevo. Sin misericordia, la humanidad se hace “invivible”, “irrespirable”, porque, al final, no somos capaces de vivir de solo ley. Necesitamos la misericordia, la paz, la alegría de la fraternidad.. y eso solo viene realmente como fruto del Espíritu.

4) Misión: “Como el Padre me envió, así les envío yo”.
La comunidad de discípulos, pacificada, perdonada, convertida en espacio de misericordia, se hace comunidad misionera, enviada al mundo para ser en el mundo precisamente eso: espacio de misericordia, de reconciliación y de paz. ¡Cuánto necesita nuestro mundo este espacio! ¡Cuán necesario es extender por el mundo estas comunidades de discípulos para que humildemente creyentes sean lugares de saludo pacífico, de perdón y de alegría profunda!
P. Antonio Villarino
Roma

Damos gracias a Dios por la vida de Joan Forns (LMC de España)

“Que se alegren los que buscan al Señor”

(Sal. 104)

Joan Fons(1955-2015)

En medio de la alegría que supone celebrar la Pascua del Señor, recibíamos ayer domingo con sorpresa y tristeza la noticia de la muerte de Joan Forns, LMC de España.

Desde muy joven sintió la llamada misionera viviéndola intensamente en su parroquia y en diversos compromisos sociales. Con una fuerte experiencia de Dios, a lo largo de su vida supo combinar su trabajo como fotógrafo con otra serie de compromisos en favor de los más necesitados lo que le llevó a formar parte del Movimiento de los LMC de España desde el 2008.

El sueño de su vida era servir a la misión fuera de nuestras fronteras, pero debido a problemas de salud no pudo hacerlo realidad. No obstante, aceptó su realidad con mucha fe, continuando con total entrega su labor misionera.

Como familia LMC nos unimos en oración y damos gracias a Dios por su vida y por su entrega.

Descanse en paz.

Coordinadora LMC España

Pascua: María Magdalena, Pedro y el “otro discípulo”

Comentario a Jn 20, 1-10, Domingo de Pascua, 5 de abril 2015

En este Domingo de Pascua, leemos la primera parte del capítulo 20 de Juan, en el que encontramos una comunidad de discípulos formada por tres protagonistas: María de Magdala, Pedro y el “otro discípulo”, al que podemos llamar Juan siguiendo la tradición. Los tres, además de ser ellos mismos, nos representan a nosotros y a todos los discípulos que quieren aprender del Maestro a vivir la vida verdadera. Les invito a leer con calma, lentamente, este pasaje del evangelio, a partir de la propia vida. Por mi parte, me detengo brevemente en cada uno de estos tres personajes:

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1) María Magdalena: amor fiel e incondicional
María de Magdala (el pueblo del que procedía) era seguramente una mujer extraordinaria, con una gran fuerza interior. No conocemos su historia previa, pero sabemos que había encontrado en Jesús un Amigo fiel, un Maestro indiscutible, un señor del que fiarse… Ella le siguió desde Galilea hasta Jerusalén, en las duras y en las maduras, y le ha permanecido fiel hasta la muerte, y más allá de la muerte, como demuestra el episodio de hoy.
Precisamente, en el evangelio de hoy, la vemos caminando hacia el sepulcro, movida por una absoluta fidelidad, aunque no sabía cómo remover la piedra que cerraba la entrada al sepulcro y a pesar de pensar que su Amigo y Maestro estaba muerto. Nada de eso le importaba a ella, cuyo amor era sin condiciones, absoluto. Y aquel amor, que no se rendía ni ante la muerte, obtuvo el premio de encontrar la piedra removida, supo reunir la comunidad y recuperar la esperanza, que más tarde se verá confirmada: Verá a Jesús como es realmente, en su realidad más auténtica, no como un hombre muerto, sino como el Hijo del Padre, viviendo para siempre.
Contemplando a esta mujer, nos vienen ganas de imitarla en la radicalidad de su amor, contra toda tentación de abandono, y de entregarnos totalmente a Jesús sin condiciones, en las duras y en las maduras, sin miedo a las posibles “piedras” –pecados, fracasos, oposiciones– que se nos atraviesen en el camino, con una fidelidad sin fisuras, sabiendo que, como ella y como San Pablo, “sabemos de quien nos hemos fiado” y que también a nosotros Jesús se nos manifiesta vivo y presente en nuestra historia personal, en la Iglesia y en el mundo de hoy. Y es a partir de esta experiencia de Jesús viviendo en nosotros que somos llamados a ser misioneros, testigos ante un mundo incrédulo, que piensa que la muerte y el mal tienen la última palabra.

2) Pedro: el pecador que se deja guiar
Pedro era, según todos los indicios, el jefe de aquel pequeño grupo de discípulos, pero no parece que fuera el más creyente, ni el más lúcido, ni el más rápido en comprender las cosas.. De hecho, no fue el primero en ir al sepulcro, ni fue el primero en llegar: era el más lento, aquel al que le costaba más comprender los caminos de Dios. Pero era humilde, sabía reconocer sus errores y abrirse a los otros, aprovechándose de su lucidez.
Contemplando a Pedro, muchos de nosotros nos vemos representados en él. También nosotros tenemos nuestra historia de pecado e infidelidad; también nosotros tenemos dificultades para comprender los caminos de Dios en nuestra vida; también a nosotros nos cuesta creer que Dios sigue vivo y operante en nuestra Iglesia y en nuestro mundo de hoy; también nosotros tenemos miedo de ser engañados y estamos tentados de caer en la decepción… Pero también nosotros, como Pedro, estamos llamados a abrirnos a los otros, dejarnos acompañar por quien ha visto primero, dejarnos conquistar una vez más por Jesús y, como Pedro, decir: “Señor, tú sabes que te amo”.

Piazza S. Pietro (amanecer)
El “otro discípulo” supo ver el amanecer en el primer día la nueva semana de la nueva Creación.

3) El “otro discípulo”

Entre los discípulos hay uno (llamémoslo Juan), que parece ser el más veloz, el más intuitivo, el más capaz de percibir la novedad de Dios, de creer y ver más allá de la superficie. Ciertas cosas, en efecto, solo se comprenden con los ojos del amor, que nos permite ir más allá de las apariencias.
También entre nosotros, hay algunos que parecen ver con mayor rapidez los signos de los tiempos, percibir antes que nadie el “viento” de la historia con el que Dios está impulsando a la humanidad. Estos discípulos son un don para todos, aunque con una condición: que sepan permanecer “comunitarios”, que no vayan adelante en solitario, que sepan adaptarse al ritmo de los más débiles o más lentos… Solamente así se construye la comunidad, solamente así el Señor se revela verdaderamente como el centro del nuevo proyecto de humanidad, la nueva creación, la “nueva semana” o tiempo de gracia iniciado con el Domingo de Pascua.
En efecto, como Dios ha creado el mundo en una “semana” simbólica, según el Génesis, así también Dios está re-creando el mundo, re-generando la humanidad en esta nueva “semana”, en la cual actúa Jesucristo, eternamente vivo, Palabra eterna del Padre. Como María de Magdala, Pedro y Juan, también nosotros creemos en esta nueva creación, en este nuevo amanecer que despunta de las tinieblas de la muerte, porque el Amor de Dios es más fuerte que la muerte y el pecado.

P. Antonio Villarino
Roma

El asno y el perfume

Comentario a Mc 11, 1-11 y a Mc 14-15, Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015

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La liturgia nos ofrece hoy dos lecturas del evangelio de Marcos: la primera, antes de la procesión de ramos, sobre la bien conocida historia de Jesús que entra en Jerusalén montado sobre un pollino (Mc 11, 1—11); la segunda, durante la Misa, es la lectura de la “Pasión” (las últimas horas de Jesús en Jerusalén), esta vez narrada por Marcos en los capítulos 14 y 15.
Con ello entramos en la Gran Semana del año cristiano, en la que celebramos, re-vivimos y actualizamos la extraordinaria experiencia de nuestro Maestro, Amigo, Hermano y Redentor Jesús, que, con gran lucidez y valentía, pero también con dolor y angustia, entra en Jerusalén, para ser testigo del amor del Padre con su propia vida.
Toda la semana debe ser un tiempo de especial intensidad, en el que dedicamos más tiempo que de ordinario a la lectura bíblica, la meditación, el silencio, la contemplación de esta gran experiencia de nuestro Señor Jesús, que se corresponde con nuestras propias experiencias de vida y muerte, de gracia y pecado, de angustia y de esperanza. Por mi parte, como siempre, me detengo en tres puntos de reflexión:

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1) El rey montado sobre un pollino.
Hace algunos años he podido visitar Jerusalén durante diez días. Y, entre otras cosas, pude caminar desde Betfagé hasta el Monte de los olivos, desde el cual se contemplan los restos del antiguo Templo y la ciudad santa en su conjunto. Es un tramo no muy largo, pero en pendiente, por lo que exige un cierto esfuerzo. Según el texto de Marcos, Jesús hizo este recorrido montado sobre un pollino y aclamado por la gente.
Se trata de una escena que se presta a la representación popular y que todos conocemos bastante bien, aunque corremos el riesgo de no entender bien su significado. Para entenderlo bien, no encuentro mejor comentario que la cita del libro de Zacarías a la que con toda seguridad se refiere esta narración de Marcos:
“Salta de alegría, Sion,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en un joven borriquillo.
Destruirá los carros de guerra de Efraín
y los caballos de Jerusalén.
Quebrará el arco de guerra
y proclamará la paz a las naciones”.
(Zac 9, 9-10).
Sólo un comentario: ¡Cuánto necesitamos en este tiempo nuestro lleno de arrogancia, terrorismo y conflictos de todo tipo la presencia de este rey humilde y pacífico que no se impone por “la fuerza de los caballos” sino por la consistencia de su verdad liberadora y su amor sin condiciones!


2) El perfume “despilfarrado”

La narración de la “Pasión” según Marcos, que leemos hoy, comienza con un episodio también conocido, aunque menos que el de la procesión de ramos. Se trata de la historia del frasco de alabastro, “lleno de un perfume de nardo puro, que era muy caro”, y que una mujer anónima rompe para derramar el perfume sobre la cabeza de Jesús. Los presentes en la escena, según Marcos, consideran aquel gesto un “despilfarro” sin sentido. Pero Jesús la defiende diciendo que la mujer se ha anticipado a ungir su cuerpo para la sepultura.
Contemplando aquel precioso frasco de perfume, que se rompe y se “despilfarra”, uno no puede menos de pensar, de hecho, en el mismo cuerpo de Jesús, que será roto para entregar el precioso “perfume” del amor del Padre. La historia de la Pasión que leemos hoy nos habla de un Jesús traicionado por sus amigos, un Jesús angustiado ante el sufrimiento que le espera, un Jesús martirizado hasta el extremo, un Jesús que se siente abandonado… pero un Jesús que se entrega libre y amorosamente: “No se haga como yo quiero, sino como Tú quieres”.
Su muerte puede parecer un “despilfarro”, como la muerte de los misioneros muertos de ébola o de malaria cerebral, como ha sucedido a los dos Hermanos de San Juan de Dios (Liberia) o a algunos combonianos españoles, que yo he conocido personalmente. Uno puede preguntarse: ¿Por qué arriesgar la vida? ¿No es un gesto inútil? ¿No es mejor protegerse y no pasarse en generosidad? La respuesta es sencilla: el amor no tiene límites; quien ama no tiene dudas: quiere romper el frasco, para que su perfume se extienda en un mundo donde no falta el mal olor.
Lo mismo puede decirse de tantas madres y padres que rompen el frasco de su vida en favor de sus hijos, tantos sanitarios que se entregan generosamente a los enfermos, tantas religiosas dedicadas en alma y cuerpo a los ancianos… Cada uno de nosotros es invitado a romper el frasco de su vida a favor del prójimo necesitad.
Contemplar a Cristo en la cruz es identificarse con Él, es ponerse a caminar sobre las huellas de su entrega, confiando en que, aunque se rían de nosotros, el amor es más fuerte que la muerte.

P. Antonio Villarino
Roma