Laicos Misioneros Combonianos

El asno, la cena y el servicio

Comentario a Lc 19, 28-44 y a Lc 22, 14-23,56b5, (Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019)

La liturgia nos ofrece hoy dos lecturas del evangelio de Lucas: la primera, antes de la procesión de ramos, sobre la bien conocida historia de Jesús que entra en Jerusalén montado sobre un pollino (Lc 19, 28-44); la segunda, durante la Misa, es la lectura de la “Pasión” (las últimas horas de Jesús en Jerusalén), esta vez narrada por Lucas en los capítulos 22 y 23.
Con ello entramos en la Gran Semana del año cristiano, en la que celebramos, re-vivimos y actualizamos la extraordinaria experiencia de nuestro Maestro, Amigo, Hermano y Redentor Jesús, que, con gran lucidez y valentía, pero también con dolor y angustia, entra en Jerusalén, para ser testigo del amor del Padre con su propia vida.
Toda la semana debe ser un tiempo de especial intensidad, en el que dedicamos más tiempo que de ordinario a la lectura bíblica, la meditación, el silencio, la contemplación de esta gran experiencia de nuestro Señor Jesús, que se corresponde con nuestras propias experiencias de vida y muerte, de gracia y pecado, de angustia y de esperanza. Por mi parte, me detengo en dos puntos de reflexión:

El rey montado sobre un pollino.
Hace algunos años he podido visitar Jerusalén durante diez días. Y, entre otras cosas, pude caminar desde Betfagé hasta el Monte de los olivos, desde el cual se contemplan los restos del antiguo Templo y la ciudad santa en su conjunto. Es un tramo no muy largo, pero en pendiente, por lo que exige un cierto esfuerzo. Según el texto de Lucas, Jesús hizo este recorrido montado sobre un pollino y aclamado por la gente.
Se trata de una escena que se presta a la representación popular y que todos conocemos bastante bien, aunque corremos el riesgo de no entender bien su significado. Para entenderlo bien, no encuentro mejor comentario que la cita del libro de Zacarías a la que con toda seguridad se refiere esta narración:
“Salta de alegría, Sion,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en un joven borriquillo.
Destruirá los carros de guerra de Efraín
y los caballos de Jerusalén.
Quebrará el arco de guerra
y proclamará la paz a las naciones”.
(Zac 9, 9-10).
Sólo un comentario: ¡Cuánto necesitamos en este tiempo nuestro lleno de arrogancia, terrorismo y conflictos de todo tipo la presencia de este rey humilde y pacífico que no se impone por “la fuerza de los caballos” sino por la consistencia de su verdad liberadora y su amor sin condiciones!

La cena y el servicio
Lucas pone especial énfasis en la cena pascual, que es una cena de hermandad. Jesús, que comía con publicanos, pecadores, fariseos, come ahora con sus amigos y discípulos, fiel a la tradición e innovando un nuevo ritual que dura hasta hoy en forma de Misa. En torno a la Cena Jesús sella una nueva alianza con los más allegados, una alianza que nosotros renovamos cada vez que participamos conscientemente en la Eucaristía.
Seguir a Cristo hasta la cruz es disponerse a entregar la propia vida por amor.
Pero llama la atención que, inmediatamente después de la Cena, Lucas coloca el tema del servicio cristiano, como Juan coloca en el mismo contexto el lavatorio de pies. Me parece que el mensaje es claro: los discípulos de Jesús sellan entre sí y con Jesús un pacto de alianza cuyo sello es precisamente el servicio mutuo, no como los reyes de esta tierra. Eucaristía y servicio van juntos, son dos caras de la misma alianza.
Contemplar a Cristo en la cruz es identificarse con Él, es ponerse a caminar sobre las huellas de su entrega, confiando en que, aunque se rían de nosotros, el amor es más fuerte que la muerte.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Jesús y la pecadora


Un comentario a Jn 8, 1-11 (V Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2019)
Este texto emblemático que leemos hoy tiene muchas dimensiones. Me detengo en la actitud de Jesús hacia aquella mujer pecadora. Es interesante que Jesús no hace grandes discursos. Sus palabras son muy escuetas. Podemos detectar tres niveles:
-Un gesto que reconoce el pecado como una experiencia universal.
A veces cuando pecamos, tenemos un sentido exagerado de la enormidad de lo que hemos hecho. Nos abruma el orgullo herido de que precisamente nosotros hayamos hecho eso. ¿Cómo es posible que hayamos caído tan bajo? ¡Qué vergüenza tener que confesarlo!
Es curioso que esta experiencia es la misma que nos transmite la parábola del Hijo pródigo: El muchacho pecador se avergüenza de lo que ha hecho, sólo cuando se ve reducido a una piltrafa humana reconoce su fallo, cuando no tiene más remedio. Entonces, deseoso de vivir a pesar de todo, está dispuesto a humillarse, reconocer su pecado ante el Padre.
Éste, como ha hecho Jesús en este episodio, no dice nada: Simplemente le echa los brazos al cuello.
Más que el pecado mismo nos duele el hecho de que se sepa, de que nuestra imagen sufra a los ojos de los otros. Nos pasa a casi todos. Lo que nos duele en la experiencia del pecado es el sentirnos particularmente malos, el perder la propia estima y la de los demás. Jesús, con su simple gesto, dice: Ella no es tan diferente de nosotros. Por eso invita a no juzgar y a no abrumarse. Simple realismo: ni soy inocente, ni me he convertido en la personificación del mal.
-Una palabra liberadora: Yo tampoco te condeno.
Es difícil decir una frase más corta y más liberadora, una palabra que acompaña al gesto para reafirmar su valor liberador. ¿No les pasa a ustedes que uno va a confesarse, siempre un poco avergonzado, y no tiene ninguna gana de que el cura le eche un sermón? Si uno ya sabe todo eso que le dicen…. Uno sólo espera que le digan: Tus pecados son perdonados. Y a otra cosa.
-Una palabra de futuro.
Puedes irte y no vuelvas a pecar. Hay que situarse en la experiencia de la pecadora. Su pecado llevaba acarreada la muerte física. No tenía ningún futuro. Jesús le dice: La vida no ha terminado, se puede empezar de nuevo. En ella se cumple la promesa bíblica: Haré surgir ríos en el desierto y labraré surcos en el mar. El perdón se convierte en alegría y compromiso, tal como lo expresa una vez más el bello salmo 50:
“Hazme sentir el gozo y la alegría,
y exultarán los huesos quebrantados…
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Renueva dentro de mí un espíritu firme…
Devuélveme el gozo de tu salvación,
Afirma en mí un espíritu magnánimo;
Enseñaré a los malvados tus caminos,
Los pecadores volverán a ti….
Mi lengua proclamará tu fidelidad”.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Mozambique: Misionero nos actualiza sobre la situación en el centro del país

Mozambique
Mozambique

02 de abril de 2019

El P. Constantino Bogaio, Superior Provincial de los Misioneros Combonianos en Mozambique, nos cuenta como está la situación actualmente tras la destrucción causada por el paso del ciclón Idai.

El paso del Ciclón Idai, con vientos que llegaron a alcanzar entre 120 y 220 km por hora y con intensas lluvias, dejó en la ciudad de Beira y sus alrededores un rastro de destrucción nunca visto y vivido en la historia de Mozambique.

En poco tiempo, la ciudad se volvió desierta, fantasma, con la situación desoladora. Caminando por sus avenidas, calles y carreteras se podían contemplar las casas en ruinas, hospitales destrozados, los escombros de las iglesias, los árboles caídos, los postes de la corriente eléctrica y de teléfonos derribados por todas partes.

La ciudad de Chiveve tuvo un apagón en el que casi el 95 por ciento de sus edificios se vieron afectados, salvo el aeropuerto que se convirtió en un refugio para los nativos y extranjeros que llegaban para ayudar. En los barrios periféricos como Munhava, Muchatazina, Vaz, Chota, Ndunda y otros, además de la destrucción de las casas, también hubo grandes inundaciones.

Mientras la segunda ciudad del país empezaba a contabilizar los estragos causados ​​por el ciclón y a levantarse de su orgullo herido, por otro lado, recibía las malas noticias que llegaban a cuenta gotas de que su única conexión terrestre estaba interrumpida debido a la furia, de las aguas de los ríos Pungue, Búzi y Muda y sus afluentes que se desbordaron de sus lechos causando pánico en los distritos de Dondo, Búzi, Nhamatanda, Chibabava en la provincia de Sofala.

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La pequeña presa que almacenaba el agua para el abastecimiento de la ciudad de Beira en Dondo, se desmoronó en pocas horas y pasó a contribuir a las inundaciones en la Carretera nº 6, hace poco rehabilitada, y haciendo que cediera con cuatro enormes cortes que impiden el tránsito.

Esta es la única vía que permite la conexión entre Beira y otras ciudades. De esta manera aumentó la tristeza de los ciudadanos de Beira. Durante casi una semana quedaron totalmente aislados por tierra. Los productos de primera necesidad comenzaron a escasear y la lluvia no paraba de caer aumentando así la desgracia de los ciudadanos.

La comunidad internacional, que llegó para socorrer, asumió como prioridad salvar vidas en los distritos circundantes, trasladando su población a Beira. Así se crearon centros de alojamiento en varios puntos de la ciudad.

1. Algunos datos preliminares generales de las zonas afectadas

Tenemos que decir que no se sabe con certeza el número concreto:

Salas de Clases destruidas 3140.

Alumnos afectados: 90.756

Casas destruidas 19.730

Muertos: Las personas que murieron en toda la zona son más 500 y no se sabe hasta ahora la cantidad de personas desaparecidas.

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2. A nivel de los Misioneros Combonianos

En la ciudad de Beira trabajamos en la zona suburbana de Chota donde viven más de 70 mil personas. En este momento hay 270 familias que quedaron con sus casas destruidas y 170 familias que necesitan apoyo inmediato de alimentos y otros productos. Así, en esta primera fase, nuestra intervención será dar apoyo a estas familias.

La segunda fase será ayudar a reconstruir sus casitas y también construir una escuela y un centro juvenil parroquial donde los niños y jóvenes tengan actividades, porque el que existía era de maderas y barro y el ciclón lo arrasó todo. Queremos construir este centro juvenil que dé esperanza a los niños, adolescentes y jóvenes que se han visto afectados, pero con estructuras sólidas y resistentes. Queremos también desarrollar un programa de apoyo a las madres en educación sanitaria y nutricional.

3. La situación sanitaria

La zona de Chota es la continuación del mayor barrio periférico de Beira. En este momento ya comenzó a ser castigado por el cólera. Se habla de unas 200 personas afectadas, pero este número puede crecer. Ya va a comenzar una campaña de vacunación. El barrio de Chota está en alerta máxima. Se espera que el cólera no alcance este barrio, porque sería otro desastre ya que las aguas fluviales que inundaron el barrio aún no bajaron.

La malaria es otra preocupación inmediata. Pasados ​​quince días después del ciclón, las aguas paradas y los charcos son una gran fuente de incubación de mosquitos que provocan esta enfermedad.

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4. La situación de Muxúngue
La parroquia de Muxúngue se sitúa a casi 350 km de la ciudad de Beira. Las zonas más afectadas fueron Nhahápua, Goonda Madjaka y Gurudja donde pasan los ríos Muda y Búzi. Según calculan los misioneros de la zona son más de 120 hogares afectados. El promedio de cada familia es de seis hijos.

En esta área, nuestra intervención será plena después de que todas las personas regresen a la zona. Vamos a ayudar en la construcción de sus casitas. En este momento las autoridades civiles están apoyando en algo. La experiencia de los misioneros nos dice que después de esta avalancha de apoyo, es necesario hacer un programa de reconstrucción de todo lo que perdieron y ayudar a normalizar sus vidas.

Necesitamos su solidaridad y apoyo para esperanzar a esta gente. Su apoyo en esta fase inmediata será para comprar alimentos y otros productos básicos y en la fase siguiente para apoyar a reconstruir las infraestructuras necesarias para normalizar la vida de estos hermanos.

Desde ya queremos agradecer a aquellos que han enviado sus ofertas para apoyar a estos hermanos y esperamos que sigan ayudando en la segunda fase que será más dolorosa.

(Pueden participar en la campaña solidaria de los Combonianos en Mozambique).

Que la bendición de Dios descienda sobre cada uno de vosotros, por la intercesión de San Daniel Comboni.

P. Constantino Bogaio Mccj

Fuente: Boletin misionero Portugal

Donde hay misericordia, ahí está Dios

Hijo pródigo
Hijo pródigo

Un cometario a Lc 15, 1-32 (IV Domingo de Cuaresma,  31 de marzo de 2019)

Leemos hoy el capítulo 15 de Lucas, que es el centro de este evangelio y una obra literaria majestuosa, con enseñanzas de gran valor para la convivencia humana. Con tres parábolas maravillosas (la moneda perdida, la oveja descarriada, el hijo pródigo) Jesús responde a los que le criticaban por comer con pecadores y publicanos, mostrando que el gran signo mesiánico (el signo de la presencia de Dios en el mundo) es la cercanía de los pecadores a Dios. Al leer estas parábolas surge espontánea la pregunta:

¿Dónde me coloco yo? ¿Entre los necesitados de misericordia o entre los que se sienten con derecho a juzgar y condenar?

Podemos decir que Jesús es la expresión histórica de la misericordia divina, porque, como dice San Pablo, “en él habita corporalmente la misericordia de Dios”. En efecto, donde hay misericordia, ahí está Dios. Esa es la demostración más clara de que en Jesús está Dios, porque en él está la misericordia, que se hace palabra acogedora, gesto de bendición y sanación, esperanza para la pecadora, amistad para Zaqueo…

La Iglesia  es cuerpo de Cristo (presencia  de Cristo en la historia humana) en la medida en la que vive y ejerce la misericordia para con los ancianos y los niños, los pobres y los indefensos, así como para con los pecadores que se sienten abrumados por el peso de sus pecados.

En este sentido, somos cristianos y misioneros en la medida que experimentamos la misericordia y la testimoniamos hacia otros, de cerca y de lejos.

¿Cómo son nuestras relaciones familiares, por ejemplo? ¿Duras, condenadoras? ¿Sabemos mirar con ojos de misericordia a los que nos rodean? ¿Acepto la misericordia de otros hacia mí o me creo perfecto e intachable?

Pero, ¡atención!, misericordia no es indiferencia ante el mal, la injusticia, la mentira, el atropello, el abuso y el pecado en general. Misericordia es creer en la conversión del pecador.

Misericordia no es irresponsabilidad, sino creer en la posibilidad de re-comenzar siempre de nuevo, creer que el amor puede vencer al odio, el perdón al rencor, la verdad a la mentira.

La misericordia no juzga, no condena; perdona, da la posibilidad de comenzar de nuevo

Para ser misericordiosos se requiere un corazón que no se endurezca, un “yo” que no se hace “dios”, con derecho a juzgar y condenar. El juicio, la condena, la acumulación obsesiva de bienes, el resentimiento…  son armas de defensa del “yo”, ensoberbecido y auto-divinizado, que teme perder su falsa supremacía. Por eso sólo quien acepta a Dios como Señor de su vida es capaz de “desarmarse”, no necesita defensa y se vuelve generoso y  misericordioso con los demás.

Para concluir, les dejo con una breve reflexión de Juan Pablo II sobre la parábola del Hijo pródigo:

“El padre ama visceralmente a su hijo perdido, hasta el punto de sentir la pasión humana más profunda. Hemos encontrado el mismo verbo en el desarrollo de la parábola del buen samaritano: “Sintió compasión” (Lc 10, 33; 15, 20). La compasión del samaritano por el moribundo es la misma del padre por su hijo perdido. Sin compasión es imposible correr al encuentro del hijo, echarse a su cuello y reintegrarlo en la dignidad perdida (Cfr  Dives in misericordia, capitulo cuarto”.

P. Antonio Villarino

Bogotá