Laicos Misioneros Combonianos

Misión en tierra roja (Subir al monte)

[Excursiones en comunidad: Pedro, David, el padre Endrias y yo.]
[Excursiones en comunidad: Pedro, David, el padre Endrias y yo.]
Excursiones en comunidad: Pedro, David, el padre Endrias y yo

Entrar en la nueva cultura es un viaje que requiere dedicación, ir conociendo de todo un poco. No solo para ver el gris del panel, sino también, y sobre todo, para contemplar los diferentes colores del panel y pintar con más fuerza los rosas, los verdes, los azules, los amarillos, los rojos… Es saber apreciar, como un niño pequeño curioso por descubrir este mundo y el otro, embelesados ​​sobre cómo funcionan las cosas. Sin juicios. Siempre con nuevos ojos. Lo cual es muy difícil, especialmente cuando eres adulto, cuando tienes ya un bagaje, vicios, opiniones sobre todo y muchas otras cosas.

Entrar en la nueva cultura, la tan escuchada bendita inculturación, es también disfrutar de los momentos en que estamos en la escuela con los compañeros de clase de amárico y otros idiomas, las tardes con la comunidad MCCJ (Misioneros Combonianos del Sagrado Corazón de Jesús), las oraciones en comunidad, las visitas a museos, la comida (que es bastante diferente aquí y casi siempre con un toque de berber, una especia típica de aquí, que le da a todo su sabor picante), las salidas con la comunidad para comer helado o tomar una coca cola (¡sí, aquí también hay de esto!).

Entrar en la nueva cultura no es solo beber del choque cultural del que hablaba en el último artículo, un choque que nos lleva a bajar la montaña. También es sentir la sed de encontrar a Dios en medio de todo esto y subir la montaña. Escúchalo, reza cada dificultad que surja. Como hago ahora, subo al monte. Tuvimos unas dos semanas de descanso de las clases de amárico (mientras la escuela estaba de vacaciones), lo que nos dio la posibilidad de ir una semana a Benishangul-Gumuz, donde comenzaremos la misión en septiembre (si Dios quiere), y también para hacer una semana de ejercicios espirituales.

Es en los Ejercicios donde me encuentro ahora. Un tiempo que ha sido importante para mí, para renovarme, subir la montaña y hablar con Dios. Ha sido un momento de rezar todo lo que vi en Benishangul-Gumuz.

¿Y qué viste allí? Recuerdo como si fuera ahora el día que fuimos a los pueblos de esta región, donde solo viven los Gumuz, para celebrar la catequesis. Salimos de casa alrededor de las 4:30 pm. Viajé en la parte trasera del 4×4 al aire libre, aunque había un lugar para mí dentro, que era más seguro ya que en cualquier momento podía empezar a llover fuerte (lo cual es muy típico aquí en esta época del año, porque estamos en kremt gizê (traduciendo del amhárico, la estación lluviosa.) ¡Pero preferí la vista afuera porque siempre es más original! El viaje afuera también daría paso a poder convivir con los catequistas Gumuz con los que nos reuniríamos (no imaginé que la parte trasera se llenaría de ellos). Pero así fue: por el camino hacia una de las aldeas de Gumuz estuvimos reuniendo a muchos de los jóvenes catequistas. Contemplé que los jóvenes catequistas, hablaban y se reían mucho entre ellos, hablaban en su idioma, Gumuzinha (otro que tendré que aprender), ¡así que no entendía nada! En mi cabeza hice historias y frases en amárico para tratar de hablar. También hablan amárico, pero no todos los gumuz lo hacen. Estos son catequistas elegidos por los MCCJ porque pueden ser puente entre los misioneros y el pueblo Gumuz. Además de darles catequesis, también hacen la traducción amárico-gumuzinha, siendo intermediarios entre nosotros y el pueblo gumuz.

Allí gané coraje y comencé la conversación con uno de los catequistas. Intercambiamos media docena de frases. Sentí amistad y la mirada de que soy diferente. La gente Gumuz es una gente amigable. A diferencia de la reacción común de muchos otros etíopes, que a nuestro paso nos llaman Farengi (extranjeros), los Gumuz nos miran con una sonrisa. Ellos nos ven como amigos, como aquellos que han recordado a su pueblo y que los han estado protegiendo. Son muy negros, a diferencia del típico etíope que generalmente tiene un color de piel más marrón. Esta es también la razón por la cual son personas tan marginadas, ya que muchos no los consideran la verdadera “raza” de los etíopes.

Catequista
Uno de lso catequistas Gumuz preparando la catequesis

En un cierto momento, los catequistas fueron distribuidos por diferentes casas. Con ellos salimos de la camioneta y estuvimos llamando a niños y jóvenes a participar en la catequesis. Un apretón de manos, una mirada a los ojos… ¡cómo me gustaba mirarlos a los ojos! Llamamos a muchos, pero no todos vinieron. Todavía tienen miedo de abandonar sus hogares, dado los acontecimientos que ocurrieron en junio (cuando fueron atacados por el pueblo amara). Aún así, puedo deciros que muchos fueron los catecúmenos que, en la oscuridad de esa noche, llenaron esa casa hecha de palos, donde celebramos las diversas catequesis.

Lo que vi y viví esa semana en Benishangul-Gumuz despertó en mí una doble sensación de emoción. Entre las ideas surgieron proyectos para comenzar, pero también vino el miedo, la sensación de incapacidad. Y aquí, durante esta semana de Ejercicios, fue un momento para renovar la confianza, lo mismo que me hizo decir SÍ, el día de mi envío, como María, “He aquí la sierva del Señor. Deja que tu palabra se cumpla en mí”. Al subir la montaña, me doy cuenta de que no soy capaz de realizar esta misión. No lo soy, y no lo somos. Pero no estamos solos. ¡Asumir nuestra incapacidad humana, nuestras debilidades y nuestra dependencia del Amor de Dios a veces es tan difícil! Ser humano es querer con tanta frecuencia tener el control de nuestra vida. Pero no nos equivoquemos. No te confundas Carolina, no eres dueña de tu vida. Ella es un regalo de Dios. Aquí, curiosamente durante los Ejercicios Espirituales, viví el día de la Transfiguración del Señor, encarnándola. Recé. Dejé (y dejo) que esta transfiguración del Señor se haga en mí. De hecho, solo tengo que “no temer”. Porque aquí, en esta montaña, acepto nuevamente la invitación de Dios: “Levántate, mira, cruza, sígueme, tal como eres… con miedos, debilidades, errores, pero también dones. ¡Acéptate como te creé! ¡Sígueme! Y lo sigo.

Y es siguiéndolo que os dejo mi tierno abrazo. Os pido una oración especial por la misión que Dios quiere que construyamos allí. Que no sea el fruto de nuestras ideas de misioneros europeos, sino que sea la inspiración del Espíritu Santo, porque la misión nunca será nuestra. La misión es de Dios.

Vuestra amiga Laica Misionera Comboniana, Carolina Fiúza

En RED – Diócesis Leiria Digital Magazine – Fátima, No. 30, 25 de julio de 2019 (disponible en https://leiria-fatima.pt/noticias/subir-ao-monte/ )

Saber desprenderse

desprenderse
desprenderse

Un comentario a Lc. 14, 25-33 (XXIII Domingo ordinario, 8 de septiembre de 2019)

En su marcha hacia Jerusalén Jesús advierte a sus discípulos de la necesidad de tomar la decisión se seguirle con toda decisión y valentía, soltando las amarras que pueden ser afectos y riquezas, sin miedo a cargar incluso con la “cruz” que todo amor verdadero implica, incluido el amor de Jesús y de su Reino.

Veamos con un poquito más de detalle.

1. Antes de proseguir, aclaremos una expresión que puede resultarnos falsamente escandalosa. Se trata de la expresión que en algunas biblias dice: “Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre y a su madre”. A este propósito la Biblia de Jerusalén, una de las principales ediciones de la Biblia, afirma que se trata de un “hebraísmo”, es decir, un dicho coloquial propio de la cultura hebrea que, como otros tantos que hay en español, no hay que entender literalmente, sino buscar su fuerza expresiva. Y la Biblia de Jerusalén explica; “Jesús no pide odio, sino desprendimiento completo e inmediato”.

2. El desprendimiento de la familia, por el contrario, es una actitud necesaria, no sólo para seguir a Jesús, sino también para madurar como personas. Se sabe que algunos hijos nunca abandonan la protección de las “faldas de la mamá” y eso les impide crecer y desarrollar su propia vocación; por ejemplo, les impide realizarse en el matrimonio o en una vocación religiosa… La familia es algo muy valioso, que nos da la vida, nos sostiene y nos abraza con un amor gratuito y hermoso. Pero no podemos quedarnos en eso. Cada uno de nosotros tiene que “romper el cordón umbilical” y construir su propia historia. Y parte importantísima de esta historia es nuestro seguimiento de Jesús, para lo cual necesitamos ser libres y desprendidos incluso de afectos muy queridos. Los misioneros, que parten a tierras lejanas, conocen bien esta experiencia.

3. Pero Jesús dice más: A veces hay que saber renunciar incluso a la propia vida, porque sólo quien pierde la vida la ganará. De hecho, las personas que tienen miedo de arriesgar la propia vida terminan por no vivirla de manera completa. También para seguir a Jesús hay que saber arriesgar. Un misionero, por ejemplo, puede exponerse a enfermedades como la malaria o peligros de conflictos y guerras, pero eso mismo le permite vivir plenamente una historia de amor y entrega que le da “más vida”. Lo mismo se puede decir de una madre que se “desvive” por sus hijos: pierde la vida, pero la recupera más plena de amor.

4. En esa misma línea, hay que entender el necesario desprendimiento de las riquezas. Los bienes de este mundo son tan necesarios como la familia para que nuestra vida crezca y se desarrolle plenamente. Pero hay momentos en que los bienes y las riquezas pueden atarnos y ser un obstáculo en vez de una ayuda. Por eso Jesús pide a los suyos que sean libres, que no permanezcan atados a los bienes de este mundo, sino que pongan estos bienes al servicio de su amor y de su entrega al Reino de Dios.

Todo lo que leemos en los evangelios nos presenta a un Jesús que ama la vida, que sabe gozar de la vida y de los bienes de este mundo. Jesús no es un anacoreta que desprecia la vida o los bienes de este mundo. Pero Jesús es libre y se muestra disponible a renunciar a todo con tal de cumplir la voluntad del Padre. Ojalá el Espíritu nos haga comprender esto y hacer de nosotros personas libres, capaces de desprendernos de cualquier cosa que nos impida seguir a Jesús y amar plenamente.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Amor humilde y gratuito

amigo
amigo

Un comentario a Lc 14, 1.7-14 (XII Domingo ordinario, 1 de septiembre de 2019)

En la liturgia leemos el primer versículo del capítulo 14 de Lucas, saltamos los seis siguientes, que hablan de la curación de un enfermo, y nos detenemos en los versículos 7 al 14, que hablan del buen comportamiento que debe observar un invitado. Parecen normas de buenas relaciones sociales, pero es mucho más. A mí se me ocurren las siguientes reflexiones:

1.- Compartir la comida, gozar de la vida y la amistad

Comer con alguien es un signo claro de amistad y una manera de celebrar la vida, con gratitud y alegría. Jesús compara frecuentemente el Reino de Dios con una comida. Por eso sus seguidores estamos lejos de ser unos seres amargados, tristes y criticones, como parecen ser algunas personas aparentemente religiosas, que todo lo ven mal y no gozan de la vida que Dios nos regaló. Por el contrario, el Padre de Jesús y Padre nuestro es el padre del hijo pródigo que sabe preparar un banquete incluso para el hijo rebelde. Jesús goza de la vida y nos invita a vivirla como un banquete compartido.

2.- En la comida, los seres humanos solemos manifestar lo que somos

En la comida, como en el juego, aparece claramente lo que somos. Algunos quieren ser siempre los primeros, como si ellos fueran el centro del mundo y los demás personas sin importancia. Otros parecen estar siempre haciendo negocios, sacando provecho inmediato de todo, sin vivir nada gratuitamente, por pura amistad; usan la comida para ganar favores y hacer méritos ante algunas personas de relieve. No es es que se comporten así sólo en las comidas, sino que su comportamiento en la mesa es la revelación de lo que ellos son.

3.- Jesús recomienda dos actitudes, válidas, no sólo a la hora de comer, sino de vivir:

a. La humildad:

“Todo el que se ensalce será humillado, todo el que se humille será ensalzado”. Así como el orgullo es quizá el defecto más feo de una persona, la humildad es la virtud más bella. A este respecto, me gustaría recordar las palabras de santa Teresa de Jesús:

“Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante a mi parecer sin considerarlo, sino de presto esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira.”

 (Moradas VI, 10, 7)

b.  La gratuidad:

“Cuando des un banquete, invita a los pobres”. La gratuidad es una actitud que nos acerca a Dios, que actúa siempre gratuitamente, sin esperar nada a cambio. En esa gratuidad se mide nuestra capacidad de amor verdadero. A este respecto, les comparto unas preguntas que formula el gran teólogo alemán Karl Rhaner:

– ¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendernos, de nuestra capacidad para ello y de nuestra razón?

– ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa y cuando el silencioso perdón era aceptado por evidente, aunque nos costase sangre?

– ¿Hemos sido alguna vez buenos para con una persona cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión?

Aquí estamos tocando las fibras más profundas del verdadero seguidor de Jesús: un constante y progresivo salir de sí mismo para poder encontrar al otro. No es algo que se pueda hacer por obligación. Se hace porque el amor de Dios nos ha ganado y ha inundado nuestros corazones, nuestros ojos, nuestras manos, nuestra existencia cotidiana. Y ese amor nos hace ser humildes y gratuitos, alegres en el compartir nuestra vida con otros.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Cuántos se salvan?

Dos caminos
Dos caminos

Un comentario a Lc 12, 21-30 (XXI Domingo ordinario, 25 de agosto 2019)

Durante la tercera etapa del viaje de Jesús hacia Jerusalén, alguien le hace una pregunta que, al parecer era común en aquella época, como lo sigue siendo ahora en algunos ambientes: ¿Son muchos los que se salvan? La respuesta ordinaria entre los compatriotas de Jesús sería: “Se salvan los judíos que cumplen la ley”.  De hecho, incluso algunos decían que los primeros discípulos que venían de la cultura greco-romana, para ser cristianos, tenían que hacerse primero judíos y por eso querían obligarlos a circuncidarse, hasta que San Pablo se opuso rotundamente, diciendo que salva la gracia de Dios y la muerte-resurrección de Jesucristo, no la Ley judía o cualquier otra.

¿Cómo responderíamos nosotros hoy a esa misma pregunta? Algunos dirían que se salvan solo los católicos o los cristianos; otros que se salvan las personas buenas de cualquier religión; otros que se salvan todos; algunos dirían que la salvación no les importa…

¿Que respondió Jesús?

A mí me parece que podemos interpretar las palabras de Jesús en estos términos: la salvación está abierta a todos  -“Dios quiere que todos se salve”, dirá más tarde San Pablo -, de Oriente y de Occidente, judíos o no, cristianos o no. Pero para todos es una cuestión seria, que exige emprender la senda estrecha de la conversión al amor y a la misericordia. Cada uno debe hacer su propio camino; no vale acudir a los méritos de nuestros padres, de nuestra nación o de nuestra comunidad religiosa. Cada uno hace su propio camino.

Necesito ser salvado

La salvación puede entenderse a diversos niveles. Por ejemplo, yo puedo necesitar salvarme, liberarme, de una adición que me esclaviza (drogas, alcohol, sexo…); puedo necesitar salvarme (ser perdonado) de un grave pecado que me humilla y me hunde en el abismo de la culpa; puedo necesitar salvarme de mi orgullo y egoísmo y de otras actitudes que me esclavizan; y, en definitiva, necesito salvarme como persona humana con una historia llena de aciertos y fracasos, pero hambrienta de un amor gratuito y firme que sólo Dios me puede dar, aunque yo no me lo merezca, un amor que se hace eterno y definitivo.

En todos esos casos, la salvación (liberación) tiene mucho de don gratuito, ya que “sólo el amor salva”, como dice Benedicto XVI. Pero al mismo tiempo, la salvación requiere que me la tome en serio, que sepa escoger la “puerta estrecha”, que no me abandone a la comodidad o la indiferencia.

Hay algunas puertas por las que no entran las personas demasiado gordas, porque no caben. De la misma manera, cuando nosotros permitimos que nuestro “yo” se infle y se agrande con una vanidad exagerada o una cómoda flojera, no podemos pasar por la “puerta estrecha” del amor, de la misericordia y de la confianza en Dios. Por eso Jesús nos avisa: la salvación no se hereda ni se obtiene por derecho de pertenencia a un determinado pueblo o comunidad.

La salvación exige una cierta “lucha” espiritual, un saber “desinflarse” para dejar que el amor gratuito de Dios nos llene, nos libere y nos dé una vida que dura hasta la eternidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá