Laicos Misioneros Combonianos

Contraste entre vanidad y humildad

viuda pobre

viuda pobreComentario a Mc 12. 38-44 (XXXII Domingo ordinario, 11 de noviembre de 2018)

Marcos nos transmite hoy dos dichos de Jesús que contraponen dos situaciones opuestas, ante las que Jesús se manifiesta de una manera muy contundente, lo que seguramente nos impacta y nos cuestiona, si leemos el texto con el corazón sencillo y abierto.

Por un lado están los “maestros de la ley” que “se pasean con vestidos lujosos, buscan los puestos de honor y devoran los bienes de las viudas”. Por otro, está la viuda pobre que se acerca al lugar de las ofrendas en el templo y echa “dos monedas de muy poco valor”, que eran “todo lo que tenía para vivir”.

Ante esas dos categorías de personas, Jesús se pone claramente a favor de la viuda y nos enseña que lo que da valor al ser humano no son los “adornos” superficiales ni las apariencias, sino la autenticidad de la vida, el poner en juego todo lo que somos y tenemos con lealtad y generosidad.

Esta enseñanza podemos aplicarla a todos las dimensiones de nuestra vida: la profesional, la familiar, la religiosa. La pregunta es: como trabajadores, como miembros de una familia o de la Iglesia, ¿entregamos todo lo que somos o nos reservamos? ¿Somos auténticos en nuestro comportamiento o preferimos esconderos detrás de los adornos y las máscaras, como Adán se escondía detrás de unas hojas de parar?  ¿Buscamos el prestigio personal incluso a base de vivir una vida falsa?

Leyendo este texto de Marcos, me acuerdo de un breve salmo (el 130), que dice así:

                Señor, mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos.

                Nunca perseguí grandezas ni cosas que me superan.

                Aplaco y modero mis deseos;

                Estoy como un niño en el regazo de su madre.

                ¡Espera, Israel, en el Señor, ahora y siempre!

Como en los tiempos de Jesús, también hoy el mundo que vemos en los medios de comunicación vive mucho de apariencias, de imagen postiza, de vanidad, de enaltecer nuestro “ego”. Incluso a la hora de compartir, la mayoría comparte de lo que le sobra, como los ricos del evangelio. Son pocas las personas que dan de lo que les hace falta, como la viuda. ¿Doy yo alguna vez de lo que me hace falta? ¿Me expongo a compartir incluso cuando no tengo asegurado lo necesario?

Cuando uno da algo “a fondo perdido”, incluso algo que le “duele” perder, entonces crece enormemente en humanidad y se acerca a la realidad divina, como la viuda del evangelio.

Antonio Villarino. Bogotá

El testamento de Jesús

amor

amorComentario a Mc 12, 28-34 (XXI Domingo ordinario, 4 de noviembre de 2018)

El capítulo 12 de Marcos, que estamos leyendo estos domingos, nos sitúa en el medio de las polémicas definitivas de Jesús con los líderes de su tiempo, antes de que todo concluya violentamente en Jerusalén. De alguna manera, este texto cumple la misma función que los capítulos 13-17 del evangelio de Juan. Es decir, estamos ante una especie de testamento. Después de todo lo dicho y hecho por Jesús en Galilea, Samaria y Judea, ¿qué nos queda como enseñanza básica, como punto de referencia? El amor en su doble cara: Dios y prójimo.

Dos en vez de uno

Según Marcos, a Jesús se le pregunta por principal mandamiento, pero él responde, no con uno sino con dos, uniendo dos citas del Antiguo Testamento: Dt 6,5 y Lv 19,18. La primera cita proclama la soberanía de Dios y la segunda hace referencia al amor al prójimo. Uniendo estas dos citas, Jesús nos está revelando que amor a Dios y amor al prójimo son dos caras de la misma moneda, dos dimensiones fundamentales de toda vida humana.

La importancia de reconocer la paternidad de Dios

Jesús recuerda la famosa “shemá”, un texto que los judíos sabían de memoria y recitaban todos los días, como fruto de su experiencia religiosa. Para los judíos reconocer a Dios como Padre de su historia era tan importante como para un hijo reconocer a su padre. Los que trabajan con jóvenes hablan de lo importante que es para el desarrollo de un joven tener una relación sana con su padre. Nadie viene a la vida por sí mismo, todos debemos nuestro ser a un padre que nos engendró. No reconocer eso es como construir una casa sin fundamentos. Si esa relación está dañada o no es reconocida, el joven no logra crecer armónicamente. De la misma manera, me atrevo a decir que si no reconocemos la paternidad de Dios, como origen supremo de la vida y meta hacia la que caminamos, algo se tuerce en nuestra vida, algo queda incompleto.

Nuestro tiempo, marcado por una especie de ateísmo práctico y teórico generalizado, parece ignorar esta realidad, pero creo que los creyentes encontramos mucho sentido y alegría al escuchar el texto que hemos heredado de los judíos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Eso da pleno sentido a nuestra vida de hijos agradecidos por la vida recibida como un don.

El amor a todo lo que existe

Por otra parte, amar a Dios es amarnos a nosotros mismos, nuestro origen, y nuestra meta; amar todo lo que existe juntamente con nosotros; amar, sobre todo, a los seres humanos como parte de nosotros mismos y de este Dios Padre. Sobre esta dimensión, les comparto las palabras de San Agustín:

“Creo que ésta es la perla que buscaba el comerciante descrito en el Evangelio, que, al encontrarla, vendió todo lo que tenía y la compró (Mt 13, 46). Esta es la perla preciosa: la caridad. Sin ella de nada te sirve todo lo que tengas; si solo posees ésta, te basta (…) Puedes decirme: no he visto a Dios; pero ¿puedes decirme: no he visto al hombre? Ama a tu hermano. Si amas a tu hermano que ves, también verás  a Dios, porque verás la caridad”.

Antonio Villarino. Bogotá

Mensaje de la Asamblea Intercapitular MCCJ a los LMC

Intercapitular MCCJ

Mensaje de la Asamblea Intercapitular
de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
a los Laicos Misioneros Combonianos

Démonos la mano unos a otros: uno es el deseo, uno el propósito, uno el compromiso de todos los que aman a Jesucristo, conquistar África.
(Comboni, Escritos 2182).

Intercapitular MCCJQueridos hermanos y hermanas Laicos Misioneros Combonianos,

Os saludamos con la paz de cristo.

Al final del trabajo de la Asamblea Intercapitular, deseamos saludaros con este mensaje, en primer lugar, para agradecerles el camino recorrido juntos en estos últimos años, animado por el mismo amor y por la misma pasión de San Daniel Comboni, y también desearle una buena preparación y un buen desempeño en su próxima Asamblea General que se celebrará aquí en Roma del 11 al 18 de diciembre de 2018.

Durante el trabajo de la Asamblea Intercapitular, que tenía el objetivo de evaluar el viaje realizado desde nuestro último Capítulo General de 2015 hasta hoy, hemos reflexionado y evaluado el n. 35 de las Actas del Capítulo que afirman que nosotros, MCCJ, ”  Reconocemos  el  camino  realizado  por  los  Laicos  Misioneros  Combonianos  (LMC)  y  queremos  seguir  acompañando aquellos procesos de formación, organización y autonomía que ayuden a consolidar su identidad como  familia  laical,  misionera  y  comboniana  al  servicio  de  la  misión”. Reafirmamos nuestro compromiso de caminar con ustedes y con todos los demás miembros de la Familia Comboniana, respetando nuestras particularidades y autonomía, para realizar nuestro ideal misionero común.

Somos conscientes de su deseo de caminar para crecer en unidad entre ustedes, mirando a Jesucristo y Comboni, para que puedan ser un movimiento consistente tanto a nivel local como internacional. Esta unidad será la mejor manera de prepararse para el servicio misionero entre los empobrecidos y abandonados en sus países y más allá de sus fronteras.

Renovamos nuestros mejores deseos para la preparación y el desarrollo de su VI Asamblea General y le aseguramos nuestra cercanía, amistad y oraciones.

La Asamblea Intercapitular MCCJ

Roma, 29 de septiembre de 2018.

La capacidad de ver

Jesus

JesusComentario a Mc 10, 46-52 (XXX Domingo ordinario, 28 de octubre del 2018)

En el camino hacia Jerusalén Jesús pasa por Jericó, una de las ciudades más antiguas de Palestina y hasta el día de hoy un lugar emblemático. Marcos nos cuenta que, saliendo de Jericó para continuar su viaje hacia Jerusalén, Jesús se encuentra con un mendigo ciego llamado Bartimeo.

La postura del “mendigo ciego”

Les invito a releer este texto prestando atención a los detalles. Por mi parte, me permito llamar la atención sobre la figura de Bartimeo:

1.-  Estaba “sentado al borde del camino”. La ceguera no sólo impide ver, sino que también dificulta mucho el camino. Pero pienso que el evangelista no está pensando tanto en los ciegos físicos cuanto en muchos otros que, por decirlo de alguna manera, son ciegos “espirituales”, es decir, no saben qué camino seguir en la vida; están sentados e inmovilizados porque las tinieblas les rodean y no saben qué hacer en la vida ni cómo vivir.

Quizá deba preguntarme cómo ando yo en este momento de mi vida. ¿Acaso me he “sentado”, me estoy quedando inmovilizado al borde del camino, porque no sé qué hacer ni cómo actuar?

2.- Oye que Jesús pasa a su lado. Como sabemos, Jesús no era un predicador estático, sino que caminaba por los senderos de Palestina, buscando encontrarse con las personas y transmitirles el amor del Padre. Jesús resucitado sigue caminando hoy por nuestro mundo, a través, por ejemplo, de la Palabra que escuchamos en la Eucaristía, del Espíritu que me habla en el corazón, de las personas que testimonian su presencia. ¿Lo siento pasar o estoy “sordo”, además de  “ciego”? Bartimeo supo escuchar, supo dejarse ayudar para salir de su ceguera. ¿Me abro yo a la múltiple presencia de Jesús resucitado?

3.-  Grita insistentemente: “Ten compasión de mí”.  Bartimeo no se queda encerrado en un inútil “victimismo” (“que mal estoy”) ni en un falso orgullo (Yo solo me las arreglo solo), sino que supo pedir ayuda y confiar en el Caminante que pasaba a su lado. A veces, esto es una de las cosas más difíciles: nos cuesta reconocer nuestra necesidad y pedir ayuda. Dicen que muchos Santos Padres repetían constantemente la oración de Bartimeo: “Señor, ten compasión de mí”. Prueba a hacerlo tú también

La respuesta de Jesús

Tres son las palabras que pronuncia Jesús y que hoy podemos escuchar como dirigidas a nosotros, sea cual sea nuestra situación de “mendigos”:

-Llámenlo. Jesús no pasa de largo, presta atención a cada persona. Mi situación personal no le es indiferente.

-¿Qué quieres? Es importante que sepamos reconocer nuestras necesidades y nuestros deseos más profundos, verbalizarlos y expresarlos. En este sentido, la oración es un método excelente para reconocer ante nosotros mismos y ante Dios nuestras íntimas necesidades.

-Vete, tui fe te ha salvado. Es decir, en la medida que crees, tú puedes caminar. Tantas veces Jesús dice a las personas: “Levántate y anda”. Hoy nos lo repite a nosotros, en la persona de Bartimeo: cree, levántate, camina, ven detrás de mí como mi discípulo y mi misionero.

Antonio Villarino. Bogotá

Celebrar el recuerdo del verdadero nacimiento de San Daniel Comboni

Comboni

DAR LA VIDA PARA QUE TODOS TENGAN VIDA

Solemnidad de San Daniel Comboni

10 de octubre de 2018

“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y ofrezco mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil; a éstas también debo conducir; oirán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor”
(Jn 10,14-16)

ComboniQueridos hermanos,
Celebrar el recuerdo del verdadero nacimiento de San Daniel Comboni nos introduce en el gran misterio de la vida del Buen Pastor con el corazón traspasado que dio su vida para que todos tengan vida y vida en abundancia, especialmente los que aún no pertenecen a la mesa del cuerpo de Cristo, los más pobres y abandonados, para que se conviertan en un solo rebaño y un solo pastor.

Los Combonianos, fieles a esta tradición, al carisma y a la práctica pastoral de nuestro Fundador, estamos invitados a renovarnos cada día en este compromiso misionero para “ser testigos y profetas de relaciones fraternas, basadas en el perdón, la misericordia y la alegría del Evangelio” (AC ’15 n. 1).

La misión en la frontera exigía de Comboni la capacidad de permanecer firme en los momentos difíciles y la fidelidad al precio de la vida misma, porque tenía su mirada en el corazón traspasado del Crucificado, una visión de fe de los acontecimientos y el abrazo a la Nigrizia con un corazón marcado por el amor divino. Una santidad encarnada que sigue los caminos de la pobreza y de la marginación humana, acogiendo al otro, a los diferentes, a los pobres, en un abrazo de comunión y diálogo; una santidad que es la pasión divina que vive en un corazón humano.

Esto es lo que hemos intentado expresar en la reflexión y la oración en la Intercapitular que acabamos de concluir. Hemos estado constantemente atentos a la voz de las víctimas, de los marginados, de grandes multitudes de seres humanos cuyas vidas están amenazadas por un sistema sin corazón que produce la muerte anticipada y violenta de los más débiles.

Esta realidad sigue cuestionando proféticamente nuestra presencia y la calidad de nuestro servicio misionero como lo hizo Comboni en su tiempo. Para responder a estos desafíos, sin embargo, necesitamos acercarnos cada día al misterio del amor de Dios, revelado en Jesucristo, con el espíritu, la mirada y el corazón de Comboni, con un corazón abierto, desbordante de amor y misericordia del Traspasado y, como Él, dejarnos traspasar por tantas situaciones de pobreza y abandono.

Para San Daniel Comboni era evidente que la contemplación del misterio de Dios, crucificado por amor, tenía como finalidad conducir a sus misioneros a una forma de ser misión para testimoniar una vida vivida en “espíritu y verdad”, fruto de una oración jugosa y concluyente, de la práctica de la humildad y de la obediencia, como signos de una espiritualidad profundamente comboniana. Es decir, irradiar con nuestra vida el misterio del Dios Crucificado para acercar a Cristo, fuente de la Vida, a todos los que tienen hambre y sed de justicia.

Con estos sentimientos queremos celebrar esta solemnidad de San Daniel Comboni como Familia Comboniana. Entrar en este misterio del Buen Pastor del corazón traspasado y beber la savia que nos renueva, que nos hace mirar la realidad con los ojos de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos sana y humaniza, que nos hace ser una misión, un “cenáculo de apóstoles”, un don para los demás. “Hago causa común con cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por vosotros pueda dar la vida” (S 3159).

Que San Daniel Comboni interceda ante el Padre por cada uno de nosotros, por toda la Familia Comboniana y por las misiones que se encuentran actualmente en situaciones difíciles: Eritrea, Sudán del Sur, República Democrática del Congo y República Centroafricana.

Feliz Fiesta a todos.
P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie; P. Jeremías dos Santos Martins; P. Pietro Ciuciulla; P. Alcides Costa; Hno. Alberto Lamana.