Laicos Misioneros Combonianos

“No me des pobreza ni riqueza”

Dinero
NO ME DES POBREZA NI RIQUEZAS; MANTENME DEL PAN NECESARIO; NO SEA QUE ME SACIE, Y TE NIEGUE, Y DIGA: ¿QUIEN ES JEHOVA? O QUE SIENDO POBRE, HURTE, Y BLASFEME EL NOMBRE DE MI DIOS PROVERBIOS 30 (8-9)

Un comentario a Lc 12, 13, 21 (18º Domingo Ordinario, 04 de agosto de 2019)

Lucas nos va guiando, domingo tras domingo, tras las huellas de Jesús en su camino hacia Jerusalén. El domingo pasado se nos recordaba la importancia de la oración y, sobre todo, la manera de orar al estilo de Jesús. En este domingo se da un paso más en nuestro aprendizaje como discípulos del Maestro de Galilea.

Hoy Jesús aprovecha un conflicto entre hermanos sobre la herencia recibida para alertarnos sobre la correcta relación con los bienes materiales y las riquezas.

Es un tema de mucha importancia, que hay que afrontar con la necesaria sabiduría. No vale decir que a mí el dinero o los bienes materiales no me interesan, porque es mentira. Todos nosotros necesitamos alimento, vestido, vivienda y muchas otras cosas que nos ayudan a vivir mejor, a desarrollarnos como personas e incluso a ser caritativos y generosos con los demás. El ser humano no es un ser puramente “espiritual”, sino que es un hombre hecho, como dice el Génesis, del polvo de la tierra y del soplo divino. Materia y espíritu son dos dimensiones esenciales, que deben relacionarse entre sí de manera equilibrada y sabia. Y la relación con el dinero y la riqueza, es parte de este equilibrio. Jesús no es un anacoreta que huya del mundo, como si el dinero contaminase necesariamente a todos. En su grupo había un encargado de la bolsa, porque sin dinero no es posible vivir, al menos en nuestra sociedad de hoy. De lo que se trata no es de prescindir del dinero, sino de ponerlo al servicio de una riqueza superior: la de ser hijos de Dios en un sociedad justa y fraterna.

Uno puede pecar ciertamente de “espiritualismo”, de pretender vivir de sueños, como si fuésemos ángeles. Pero la tentación más común es la de agarrase al dinero, la de acumular bienes, por miedo a lo que nos pueda pasar, por el afán de ser más que los demás, por el deseo de protegernos de cualquier enfermedad o contingencia negativa, etc. En ese afán de acumulación podemos caer en el peligro de volvernos egoístas, avaros, codiciosos… y perder la capacidad de compartir con nuestros hermanos, como el niño que quiere todos los juguetes para sí, sin importarle lo que le pase a los otros hermanos.

Jesús nos dice que ese afán por acumular y protegernos es inútil, porque al final somos débiles y cualquier pequeño accidente puede acabar con todas nuestras pretendidas seguridades. Lo mejor, insiste Jesús, es crecer en la riqueza del amor ante Dios y ante los hombres, crecer como personas que aman y se dejan amar. Esa riqueza humana y espiritual resistirá todas las dificultades y sobrevivirá incluso más allá de la muerte. Esa es una riqueza que nadie nos podrá robar.

Recordemos la sabia petición del libro de los Proverbios (30, 8-9):

“Aleja de mí falsedad y mentira; no me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: ¿Quién es Yahvé?; y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios”.

Escuchemos a Jesús: No caigamos en la necedad de pensar que la riqueza nos puede defender de todo. Sólo el amor nos hace verdaderamente ricos ante Dios y ante los mismos seres humanos. Vivamos con un sabio equilibrio nuestra relación con los bienes materiales, que son necesarios, pero no lo son todo.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El Padrenuestro según San Cipriano

Jesus
Jesus

Un comentario a Lc 11, 1-13 (17º Domingo Ordinario, 28 de julio 2019)

La oración del Padrenuestro es la síntesis de las enseñanzas de Jesús.Hace tres años, cuando leíamos esta lectura, compartí con ustedes el comentario que hace Simone Weill. Este año les comparto algunas reflexiones de San Cipriano.

Hablar con el Padre

“El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a los suyos –dice el Evangelio- y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando padre suyo al Dios que está en el cielo”. ..

Pero este nombre no debe pronunciarse en vano. Puesto que “llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos en tenerlo como Padre. Sea nuestra conducta cual conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu”. (Breviario, Semana XI ordinaria)

Venga tu Reino

“Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca ha dejado de ser”.

“Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo” (id.)

Hágase tu voluntad...

“No en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere”.

“Nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divina”. El mismo Jesús se mostró débil (Padre mío, si es posible, que pase este cáliz), pero dio ejemplo de anteponer la voluntad de Dios a la propia (No se haga mi voluntad sino la tuya).(id)

Perdona nuestras ofensas

Cada  día pecamos, como nos recuerda San Juan: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es el Señor para perdonarnos.   

“Dos cosas nos enseña esta carta: que hemos de pedir perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón”.

“El Señor añade una condición necesaria e ineludible que es a la vez un mandato y una promesa, esto es, que pidamos perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden, para que sepamos que es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados si nosotros no actuamos de modo semejante  con los que nos han hecho alguna ofensa”. (id)

P. Antonio Villarino, Bogotá

La hospitalidad fecunda

Mesa
Mesa

(Comentario a Lc 10, 38-42 (XVI Domingo ordinario, 21 de julio del 2019)

El domingo pasado ya comenté este pasaje por haberme equivocado en la fecha. Pero ahora aprovecho para comentarlo desde otro ángulo, dado que cada vez que comentamos un texto bíblico nos quedamos en una de sus varias dimensiones. Por eso, si el domingo pasado me fijé en la queja de Marta por quedarse sola en el retiro, esta vez les invito a fijarse en su capacidad de acogida como discípula.

La hospitalidad de Marta como la de Abrahán

Este texto de Lucas se lee en la liturgia del domingo, después de haber leído (como primera lectura) el episodio de Abrahán que acoge en su casa a tres viajeros que le anuncian que Sara, su mujer, tendrá un hijo a pesar de ser anciana.

Los dos textos nos enseñan que la hospitalidad, la acogida del otro (en el que está presente Dios), da una fecundidad que el mero ajetrearse, preocuparse y agitarse no da. No por mucho angustiarse logra uno aumentar un centímetro de su estatura, comenta Jesús en otro lugar… Y si el Señor no cuida la casa, en vano trabajan los albañiles, dice un salmo.

Un amor que se apodera de uno

Por otra parte el Cantar de los cantares nos dice que, cuando uno encuentra el amor de su vida, “lo abraza y no lo suelta hasta meterlo en la casa de su madre” (Ct 3, 1-4). En este sentido la experiencia de María con Jesús es la de un amor total, que hace irrelevantes las demás cosas, es el tesoro valioso por el que alguien está dispuesto a venderlo todo.

¿Por qué me distraigo en tantos pequeños amores y no me agarro con todas mis fuerzas al amor de Dios? Ese amor es el que da sentido a todo lo que somos y hacemos. Sin ese amor todo se convierte en un agitarse sin sentido.

María está a los pies de Jesús como discípula que se deja amar y enseñar. De la misma manera nosotros acudimos a la Eucaristía como discípulos que nos dejamos amar por el Señor y acogemos con total disponibilidad su enseñanza para aprender de él a ser hijos.

Al acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra vida, nos ponemos a sus pies para aprender de él, para sabernos amados por él y así es como podemos volvernos fecundos y misioneros para un mundo que necesita su Palabra.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Por qué me dejan solo/a?

Marta
Marta

Un comentario a Lc 10, 38-42 (XV Domingo Ordinario, 14 de julio de 2019)

Lucas nos cuenta hoy que, en su camino hacia Jerusalén, Jesús entró en un pueblo, que la tradición conoce como Betania. Allí fue acogido en su casa por una mujer llamada Marta, que, al parecer, era muy activa, dinámica y servicial, poniendo su gran capacidad de trabajo al servicio de Jesús y, seguramente, de sus discípulos, ya que Jesús no andaba nunca solo. Mientras Marta se afanaba, María estaba tranquila, a los pies del Maestro, escuchando con mucha atención todo lo que él decía. Todo parecía marchar bien hasta que Marta, harta de cargar con toda la responsabilidad del servicio, explotó: ¿No te importa que mi hermana me deje sola? Conocemos la respuesta de Jesús: “Marta, Marta, te preocupas de muchas cosas… pero María ha escogido la mejor parte”.

Se pueden hacer muchas reflexiones sobre este episodio. Seguro que ustedes ya han escuchado varias cuando se lee este evangelio en la Misa, en algún retiro o en cualquier otra ocasión. Por mi parte, sólo quisiera detenerme un momento en la queja de Marta:

“¿No te importa que mi hermana me deje sola en la tarea?”

¡Cuántas veces uno tiene la sensación de quedarse solo en una tarea! ¡Qué sensación de injusticia y amargura! Nos duele que se nos deje solos en un trabajo, en una responsabilidad. Nos duele cuando nos dejan solos en casa o cuando volvemos solos y nadie nos espera.

Como si a los demás no les importase ni se diesen cuenta de lo mucho que estamos haciendo o de su importancia…

A veces servimos a nuestra familia, nuestra comunidad o los compañeros de trabajo y lo hacemos con generosidad, pero fácilmente nos deslizamos hacia el afán de protagonismo, la necesidad de ser reconocidos. Entonces ya no importa el bien que hacemos, sino que nos reconozcan. Cuando eso no sucede, nos cargamos de amargura. Por eso nos quejamos cuando los compañeros no nos toman en cuenta, el superior no nos valora, el esposo o la esposa parece no darse cuenta de lo mucho que trabajamos o dan por descontado nuestro servicio, como si simplemente fuera nuestra obligación.

En esos momentos, como la Marta del evangelio, olvidamos que solo una cosa es necesaria: amar gratuitamente. Olvidamos la gratuidad del amor. Olvidamos escuchar, ser discípulos, ser esposos amantes, ser padres amorosos, hijos obedientes, compañeros amigos… Nos convertimos en “maestros” y “patronos”, nos colocamos en el centro… casi ocupando el lugar de Dios.

El evangelio de hoy nos recuerda que servir es importante, pero también que acoger a alguien en la propia casa es, entre otras cosas: sentarse, escuchar, contemplar, percibir los signos de  Dios… Y no olvidemos que, en mi esposo o esposa, en mis hijos, en mis compañeros de comunidad está hoy Jesús que necesita de mi servicio, pero también de mi capacidad de escucha y contemplación, es decir, de un amor gratuito.

P. Antonio Villarino

Bogotá