Laicos Misioneros Combonianos

Una familia en el templo y en la vida

Belen

(Un comentario Lc 2, 22-40, Fiesta de la Sagrada Familia 2020)

Belen

Leemos hoy un texto del evangelio de la infancia de Lucas, en el que se nos narra la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén y el encuentro de sus padres con dos profetas (Simeón y Ana) que anuncian el cumplimiento en Jesús de las promesas hechas por Dios a Israel.

Entre las muchas reflexiones que se podrían sacar de este importante texto me detengo en algunas frases:

  1. “Según la ley de Moisés”. El texto usa esta expresión como una especie de estribillo que se repite varias veces. María y José, como esposos jóvenes y padres novicios, no buscan hacerse una familia a su medida, para ellos solos, sino que se inscriben con sencillez en la tradición de su pueblo y se someten a la ley de Moisés como garantía de su pertenencia al pueblo de Israel. En este sentido, pienso con gusto en los esposos jóvenes que llevan a sus hijos al templo o al catecismo, para que se vayan sintiendo parte de una comunidad de fe, con raíces en un pueblo y en una tradición, evitando así el riesgo de crecer desarraigados.
  2. “Llevaron al niño a Jerusalén para ofrecerlo al Señor”. Ofrecer al Señor algo quiere decir reconocer que aquello que ofrecemos no nos pertenece, no es propiedad nuestra; es más bien un don que hemos recibido. En familia se usa frecuentemente un lenguaje que denota cierto sentido de propiedad: “mi esposo”, “mi mujer”, “mi hijo”. Pero en realidad no son “míos” sino un don que Dios nos ha dado para enriquecimiento mutuo. Consagrarse al Señor (no solo los religiosos, sino los cristianos en el bautismo, los casados en el matrimonio) significa reconocer que mi vida, mi matrimonio, todo lo que soy pertenece al Señor de la Vida y lo reconozco consagrándome a Él y viviendo mi vida como un don recibido, don que acojo “con las dos manos”, con reverencia, con amor.
  3. “El padre y la madre se admiraban de las cosas que decían de él”. Parece que José y María no se habían dado cuenta de quién era verdaderamente Jesús. Fueron dos ancianos sabios los que le ayudaron a interpretar y conocer la grandeza de lo que tenían en su hogar. María y José han debido aprender a superar sus expectativas de padres para aceptar la realidad y la misión de Jesús que superaba con mucho lo que ellos imaginaban. En este sentido, pienso en aquellos padres cuyos hijos emprenden caminos que ellos no habían pensado. Permanecer abiertos a la vocación de los hijos, más allá de los propios planes, es una gran clave de la actitud paterna.
  4. “Una espada atravesará tu corazón”. María ha debido comprender que la misión del hijo, grandiosa, tendría una dimensión inevitable de cruz y sufrimiento. Pienso que esto lo experimentan, antes o después, todas las mamás. Aceptar la cruz de cada día, aceptar las contradicciones, afrontar con valentía el dolor es parte importante de la vida.
  5. “El niño crecía en sabiduría y gracia”. La experiencia de Jerusalén fue bella, maravillosa. Pero uno no puede vivir siempre en la maravilla, en la exaltación, no puede permanecer siempre en el templo…; debemos siempre volver a la vida ordinaria y aprender a crecer cada día, con paciencia, con sabiduría, abiertos a la gracia de Dios que no nos faltará.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Consejo General: “Queremos vivir esta Navidad junto con toda la humanidad”

Navidad

Os deseamos una Santa Navidad
y un Año Nuevo 2021 lleno de gran pasión misionera

“No temáis: os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor”
(Lucas 2, 10-11).

Navidad

Queridos hermanos
Se acerca la Navidad y nos preparamos para recibir a Dios que viene. El anuncio de los ángeles resuena en los cielos y en la tierra. Es una proclamación clara e inconfundible que trae alegría y esperanza: Hoy os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esta proclamación es para nuestro Hoy y es para todo el pueblo de Israel y para todos los pueblos de la tierra.

Sin embargo, toda la humanidad está experimentando una situación crítica y difícil que afecta a todos sin distinción. Todos sentimos el peso y el sufrimiento de esta pandemia que ha puesto al descubierto nuestras debilidades y limitaciones, revelado nuestros miedos y cambiado nuestro comportamiento. Entre las víctimas, hay también un buen grupo de nuestros hermanos que han experimentado el sufrimiento e incluso la muerte. ¡Realmente estamos todos en el mismo barco y seguimos en alta mar! A pesar del dolor y el desconcierto, no faltan gestos concretos de caridad y solidaridad para estar cerca del pueblo. En esta realidad oscura y al mismo tiempo llena de luz, hemos sido desafiados a leer los signos de los tiempos y lugares con los ojos de la fe y a descubrir la presencia de Dios en todo.

Es en este contexto de sufrimiento y desconcierto que estamos llamados a vivir con fe la Navidad este año 2020. En lugar de decir como tantos que no habrá Navidad, sentimos una profunda necesidad de celebrarla y de estar despiertos para recibir a Dios en nuestro mundo y vivir este acontecimiento con un espíritu de humildad y de oración contemplativa. Viene todos los días y en todas las circunstancias, viene sin cansarse, como una Luz que brilla en nuestra oscuridad para permitirnos ver la realidad con una mirada positiva y nueva. Se hace presente en la debilidad de nuestra carne para asegurarnos que es en ella donde se revela su poder salvador. Se acerca a la humanidad herida para sanarla y para estimular en todos el deseo de hermandad. Aparece como el amanecer de un nuevo día que derrota el miedo y abre a la esperanza. Fijando nuestra mirada en el Niño-Dios de Belén nos damos cuenta de que todo lo humano es tocado por su Presencia, muchas veces escondida en los pliegues de la historia. Él es realmente el Emmanuel. Al permitirnos envolvernos en el misterio de la Encarnación nos llenaremos de asombro y gratitud.

Durante su visita a Belén, Comboni se conmovió al contemplar el lugar donde nació Jesús: “entré, y aunque el nacimiento es más alegre que la muerte, quedé más conmovido que en el Calvario, al pensar en la condescendencia de un Dios que se humilló hasta el punto de nacer en ese establo” (S 111). También nos conmovemos con su presencia en nuestra vida diaria y en medio de los pueblos entre los que vivimos. El nacimiento del Niño-Dios nos impulsa a descubrirlo en las personas, especialmente en los más pobres y descartados, y a recorrer los caminos de la Vida con ellos. Se nos invita a romper la cáscara de la indiferencia y el individualismo, a construir una fraternidad abierta en la que cada persona sea reconocida, amada y apreciada más allá del lugar del mundo en el que nació o en el que vive (cf. Fratelli tutti 1). La contemplación del Verbo hecho carne nos lleva a la conversión, a elegir estilos de vida sencillos y a centrarnos en lo Esencial.

La difícil situación en la que nos encontramos es una llamada a estar atentos a los signos de Dios en la historia para encontrar nuevos caminos para la misión. La contemplación de la Encarnación de Dios nos hace conmovernos de gratitud y asombro y abrirnos a la solidaridad y al compromiso apasionado en favor de los hermanos más pobres y abandonados tras las huellas de San Daniel Comboni.

Queremos vivir esta Navidad junto con toda la humanidad, dejándonos mover por el amor que emana de la gruta de Belén y nos hace ser signos de alegría y esperanza. Que la Virgen María, que vivió de manera especial la espera del Salvador y lo acompañó desde su nacimiento hasta la cruz, nos guíe en nuestro camino, a menudo difícil, y nos transforme en testigos creíbles de la Salvación traída por Jesús.

Os deseamos una Santa Navidad y un Año Nuevo 2021 lleno de gran pasión misionera caminando hacia el XIX Capítulo General.

El Consejo General MCCJ