Laicos Misioneros Combonianos

Proyecto Memoria de África: Antonio Guirao

P Antonio Guirao

Seguimos esta serie con el P Antonio Guirao Casanova, sacerdote y misionero comboniano, ha estado veintitrés años en Kenia. En esta ocasión, nos cuenta su acercamiento y convivencia con la tribu seminómada de los Pokots. Durante ese tiempo, lleva a cabo una labor esencial en el terreno de la educación tanto de zonas rurales, como urbanas, en la capital, Nairobi.

Aniversario de la Fundación del Instituto comboniano: 1 de junio

Sagrado corazón

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

“Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza,
y al punto salió sangre y agua”
(Jn 19:34)

Queridos hermanos,
saludos fraternos en el Corazón de Jesús.

Este año, la celebración de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos encuentra en plena preparación de nuestro próximo Capítulo General, evento sinodal que nos da la oportunidad de crecer en fidelidad a nuestro carisma para encarnarlo en la misión particular de este momento de la historia. Un tiempo marcado por la pandemia causada por el COVID, que ha causado una conmoción a todos los niveles, con conflictos y guerras en diferentes partes del mundo, y por las tensiones en algunas Iglesias locales.

Nuestra Regla de Vida nos recuerda: “El Fundador ha encontrado en el misterio del Corazón de Jesús la fuerza para su compromiso misionero. El amor incondicional de Comboni por los pueblos de África tenía su origen y modelo en el amor salvífico del Buen Pastor, que ofreció su vida por la humanidad en la cruz” (RV 3).

El Corazón de Jesús es para nosotros el ancla que nos mantiene unidos a la fuente de la vida y de la misión; es la savia que da vida a nuestro Instituto, es sin duda un elemento fundamental del carisma, que nos ayuda a reciclar y renovar nuestro compromiso. La misión comboniana, 154 años después de la fundación del Instituto, continúa en el tiempo y en el espacio, enriquecida con matices que se concretan en nuevas formas de ser y vivir la misión. Uno de estos horizontes es, sin duda, la ecología integral, a la que estamos llamados a responder con la valentía y la creatividad propias de nuestro Fundador.

En esta fiesta renovamos nuestro deseo de seguir a Jesús en su entrega total por la salvación del mundo y de poner humildemente nuestros dones al servicio del Reino. Estamos invitados a encontrar en la contemplación del misterio del Corazón de Jesús la audacia y la energía para ponernos en camino hacia donde el Espíritu nos conduce. Nuestro compromiso misionero sólo dará fruto si emana de una experiencia de encuentro con Jesús y es expresión viva de ese amor que irradia desde la Cruz hacia todos los hombres, especialmente los más necesitados.

Celebrar el Corazón de Jesús, en el contexto de una pandemia que nos ha obligado a buscar nuevos caminos y a adaptarnos a los imperativos impuestos por una situación frente a la que somos impotentes, y nos ha hecho sufrir y llorar a las víctimas de la Familia Comboniana, de nuestras propias familias y de las personas con las que trabajamos, nos recuerda que todos pertenecemos a una única familia interdependiente. A la pérdida de vidas, se suma el tremendo aumento de la pérdida de puestos de trabajo en todo el mundo, que se traduce inmediatamente en pobreza. Que los extraordinarios gestos de solidaridad que hemos presenciado sean también signos de esperanza que nos ayuden a construir una humanidad que necesita encontrar nuevas coordenadas que permitan a todos tener vida en abundancia. La sangre y el agua que brotan del costado de Cristo son un signo de que nuestra fragilidad tiene como horizonte final la resurrección, y esto ilumina toda nuestra labor de anuncio del Evangelio. El Corazón partido de Jesús es un testimonio de la infinita compasión de Dios por la humanidad. Como Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús también hacemos nuestro este sufrimiento y renovamos nuestro compromiso con la misión que Jesús nos ha encomendado.

La renovación de nuestra consagración en esta fiesta es un acto de confianza y una invitación para seguir creciendo en la vocación que el Señor nos ha regalado como don a toda la humanidad.

Pidamos la intercesión de Santa María, nuestra Madre, que acompañó a su Hijo hasta el pie de la cruz, y la de San Daniel Comboni. ¡Feliz fiesta para todos!

Roma, 1 de junio de 2021
Día del Aniversario de la Fundación del Instituto

El Consejo General

La historia de Tarekegn, un niño que vivía en la calle

Etiopia
Etiopia

Me gustaría contaros la historia de Tarekegn, que era un niño de la calle. Tarekegn procede de una familia no acomodada. Tiene ambos padres y hasta siete hermanos. Tarekegn solía ir con su padre al barrio llamado Zero Amist. Su padre solía dar catequesis en una de las iglesias protestantes. Sin embargo, el niño empezó a juntarse con malas compañías. En la zona, conoció a niños de la calle que le animaban a consumir estimulantes, a salir con ellos y a mendigar.

Tarekegn se echó a perder tanto que una vez se escapó solo y se quedó en la calle. Empezó a pasar días y noches allí. Adquirió muy malos hábitos. Su familia lo sabía y tenía un contacto esporádico con él, ya que su casa está a las afueras de Awassa y su padre trabaja en la propia ciudad. Sin embargo, Tarekegn no escuchaba a nadie.

Un día acabó en el centro. Comenzó a asistir a las clases abiertas. Fue uno de los primeros chicos admitidos en el centro poco después de que comenzara la pandemia. El chico estaba contento de poder vivir con nosotros, pero debo admitir que no lo tuvimos fácil con él. Durante su rehabilitación, tuvimos varios problemas con él, que fueron relativamente mayores que con otros niños. Tarekegn ha cambiado mucho con el tiempo. Estuvo un año con nosotros. Al final, todo salió bien y se fue a casa. Vive con su familia y sigue estudiando. Creo que seguirá así y que nunca volverá a la calle.

Magdalena Soboka, LMC Etiopía

La montaña y el nombre de Dios

Trinidad

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Santísima Trinidad, 30 de mayo del 2021

Trinidad

Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad es, de alguna manera, el punto álgido del año litúrgico. Al discípulo misionero, que trata de identificarse con Jesucristo, se le ofrece en contemplación y adoración una aproximación al misterio de Dios, una realidad que le es la más íntima que su propia intimidad (como dice San Agustín) y, al mismo tiempo, le supera por todos los lados. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, en los que, casi de pasada, se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Detengámonos un poco a meditar sobre algunos conceptos que aparecen en estos últimos versículos de Mateo:

  • Andar a la montaña:

Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. De hecho, todos nosotros estamos marcados por la geografía. En mi vida personal, hay muchas montañas que han dejado huella. Pienso, por ejemplo, en los majestuosos picos del Sinaí que me han ayudado a intuir como Moisés y Elías pudieron experimentar allí la presencia inefable de Dios (Ex 19, 20; 1Re 19,8); pienso en la montaña del Machu Pichu (Perú), donde tuve la impresión de estar en el centro de la Tierra y entrar en comunión con las tradiciones de los antiguos peruanos… Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.

Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, solo o con sus discípulos, logrando unos niveles de conciencia y comunión con el Amor Infinito, que son un regalo para nosotros, sus discípulos y seguidores. También nosotros necesitamos, más que grandes elucubraciones, subir constantemente la “montaña” de nuestra propia conciencia, con la ayuda de un lugar geográfico que nos invite a apartarnos del ruido y de la rutina superficial.

  • Adoración y duda

Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios. Las palabras sobran o casi parecen a veces como una “blasfemia”, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte, parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

  • El nombre de Dios

Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. Cuando uno da nombre a una cosa, de alguna manera, toma posesión de ella y la manipula. Pero de Dios no se puede tomar posesión ni se lo puede manipular. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Al bautizar, no damos nombre a Dios, sino que somos nosotros quienes, en su nombre, somos consagrados, para ser parte de esta “familia” divina. Nosotros –y toda la humanidad–estamos llamados a ser parte de este misterio divino, uno y múltiple.

  • Dios-Comunión

Las religiones más importantes se han esforzado por llegar a la elaboración del concepto de un Dios único. Y ese es un dato importante. Pero Jesús, desde su experiencia en la “montaña” de su conciencia, nos manifiesta que Dios, siendo único, no es “monolítico” sino plural; no es “individualista” sino comunitario. De la misma manera nosotros, creados a imagen de Dios, somos llamados a vivir en comunidad. Ninguno de nosotros es completo en sí mismo, sino que necesita de los otros para parecerse a Dios Padre, Hijo y Espíritu. Cuando uno niega a un miembro de su comunidad está negando a Dios. Por eso adorar a Dios es acogerlo, al mismo tiempo, en el santuario de la propia conciencia y en la realidad concreta de cada ser humano, en su maravillosa singularidad y diversidad.

Antonio Villarino

Bogotá