Laicos Misioneros Combonianos

Pan para el camino

pan y vino

Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 19 de junio de 2022).

Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judios comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Presentación LMC en el XIX capítulo de los MCCJ

Capitulo

Ayer llegó el momento de la intervención de la Familia Comboniana en el XIX Capítulo General de los MCCJ.

Como el capítulo se desarrolla con fuertes medidas de prevención por causa de la pandemia, esta vez la intervención de los LMC se realizó de manera online.

Para todos nosotros como familia comboniana el capítulo de los MCCJ supone un momento muy importante. Un tiempo de reflexión y escucha de la realidad, un tiempo de discernimiento y de intuición misionera que a todos ilumina.

Nuestra intervención está ubicada en los informes que ayudan a ver la realidad y en particular a ver el camino recorrido como LMC a lo largo de los últimos años.

En un primer momento la idea fue centrar la intervención como parte de la familia comboniana, entender nuestro camino como parte del caminar que hacemos como familia al servicio de la misión y de manera particular recordar cómo queremos caminar en común, qué recorrido hemos realizado hasta ahora y las vías de colaboración abiertas.

Después, durante el bloque central, intentamos desarrollar los retos que como LMC queremos afrontar. En particular entendemos que es importante dar a conocer los acuerdos tomados en nuestra última asamblea internacional que marcan el rumbo que procuramos seguir.

También nosotros, a la luz del análisis de la realidad y los principios que compartimos, procuramos dar una respuesta común a las necesidades de un mundo cada vez más globalizado:

“¡Un mundo, una humanidad, una respuesta común!”

Nuestra interrelación con los religiosos combonianos es muy grande ya que compartimos nuestras presencias en los lugares donde también ellos están presentes y colaboramos de una manera estrecha. Por otro lado, recibimos mucha ayuda y apoyo de su parte y en la medida que conozcan nuestra realidad, fortalezas y debilidades, esa colaboración podrá ser mejor para el bien de la misión.

Nosotros como LMC soñamos un estilo de colaboración como familia comboniana que quisimos subrayar. Propuestas concretas desde donde entendemos que es más sencillo avanzar.

Antes nosotros está el gran reto de la colaboración desde la complementariedad. En la línea de la Sinodalidad en la que el papa Francisco ha desafiado a la Iglesia, y donde nosotros estamos llamados a ser luz como familia comboniana. Para nosotros no es una novedad sino más bien una vuelta a nuestras raíces, a la intuición carismática de Comboni que nos concibió como familia. Comboni que entendió la responsabilidad de toda la Iglesia, la complementariedad y necesidad de todos sus miembros (sacerdotes, hermanos, religiosas, laicos y laicas misioneros y locales, catequistas, artesanos, familias, etc.) para la consecución de la misión. Hoy nuevamente nos sigue iluminando en este camino de colaboración/sinodalidad por el bien de un Mundo, de una Humanidad que necesita del esfuerzo de todos y todas para seguir creciendo, ocupándose de los más débiles y excluidos.

Os dejo con la conclusión del informe donde nos atrevemos a parafrasear a Comboni en este sueño común.

La Obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana….

Todos los hombres y mujeres de buena voluntad deben ayudar a construir un mundo mejor, un mundo más justo donde cuidemos de manera especial a los más necesitados, a los excluidos y entre todos cuidemos a este planeta que es legado para las generaciones futuras.

Las iniciativas individuales, ya sean de los MCCJ, SMC, MSC o LMC sin duda han hecho y hacen mucho bien, pero no han conseguido acabar con tantas necesidades. Nuestro horizonte procura una colaboración que pueda partir de la Familia Comboniana pero que no puede terminar ahí, ni siquiera a nivel eclesial, sino que se debe abrir y promover con organizaciones civiles y de otras confesiones religiosas con las que compartir y alentar objetivos comunes. Hasta ahora vemos que continúa habiendo grandes injusticias y desigualdades en el mundo de hoy. Continúa habiendo gran necesidad y sed de Dios. El corazón humano anhela el encuentro con Dios como anhela una vida digna de hijos e hijas del Padre, hermanas y hermanos todos.

Por ello, nuestro Plan aspira a hacer presente el Reino de Dios en el mundo, un mundo más humano, más divino, alcanzando de manera especial hasta las comunidades más recónditas y olvidadas, los países más empobrecidos, castigados por la guerra, la pobreza material y espiritual de la precariedad y la miseria… donde la dignidad de la vida humana necesita defenderse.

Y para esto, me parece, se deben unir todas las obras ya existentes (eclesiales y civiles), todas las personas de buena voluntad que, con independencia de su estado civil o eclesial, su confesión religiosa, su cultura o ideología, procuran el bien para toda la humanidad, las cuales, teniendo desinteresadamente ante los ojos el noble fin, deberán dejar a un lado sus intereses particulares.

En eso creemos y debemos ser semilla que lo haga posible.

Alberto de la Portilla, coordinador del Comité Central LMC.

El maestro interior

Corazon

Un comentario a Jn 16, 12-15 (Solemnidad de la Santísima Trinidad, 12 de mayo de 2022)

Corazon

Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, una realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y  “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.

Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.

Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.

Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:

“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).

La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.

Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.

Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace algún tiempo una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.

Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el santuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si  sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Manifestaciones del Espíritu

pentecostes

Un comentario a Jn 20, 19-23 (Solemnidad de Pentecostés, 5 de junio del 2023)

Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, en la que hacemos memoria de una experiencia que la Iglesia –y todos nosotros- hace desde los primeros tiempos hasta hoy: que el Espíritu Santo la acompaña siempre, la ilumina, la fortalece, le ayuda a ser fiel y creativa a la vez.  Hoy, más que un comentario directo del texto evangélico, les comparto una rápida reflexión sobre algunas manifestaciones del Espíritu.

1.- Ebriedad: El Espíritu rompe los límites de una vida estancada y anodina, dando un entusiasmo casi embriagador; rompe las barreras étnicas o religiosas, acumuladas en siglos para crear una nueva comunión; Supera las limitaciones de la persona, como le promete el profeta a Saúl: “Te invadirá el Espíritu del Señor… y te convertirás en otro hombre”(1 Sam 10,6).

Cuando alguien tiene una experiencia de invasión del Espíritu, la gente pregunta: ¿Y a éste qué le pasó? Cuando una mujer está embarazada, se le nota en la lucidez de su rostro. Cuando uno veía de cerca de la Madre Teresa de Calcuta, uno se decía: ¿Qué tiene de especial? Me pregunto si muchas veces nosotros no nos hemos vuelto demasiado “sobrios”, previsibles, maniatados por la rutina y el escepticismo. Necesitamos que el Espíritu nos emborrache.

2.- Confianza: “No habéis recibido un espíritu que os haga esclavos, bajo el temor” (Rm 8, 14-15). El Ángel le dice a María: “No temas. El Señor está contigo, su Sombra descenderá sobre ti”. San Pablo afirma: “Sé de quien me he fiado”.

3.- Interioridad: El Espíritu nos hace conocer a Dios desde dentro, no como una imposición externa: 1Cor 2, 10-12. -María guardaba todo en su corazón.

En este tiempo vivimos muy preocupados por la imagen de nosotros mismos, de nuestra comunidad, de nuestra patria. ¿Vivimos desde fuera o desde dentro de nosotros mismos? El ejemplo de Benedicto XVI fue precisamente el de quien tiene una riqueza interior tan grande, que le permite ser libre y sereno en las más grandes dificultades.

4.- Sensibilidad: El Espíritu nos hace sensibles en dos direcciones aparentemente opuestas, pero que son parte de la misma realidad: por un lado, sensibilidad a los bello en todos sus sentidos (la naturaleza, la música, la poesía, un gesto elegante…); y, por otro, sensibilidad al dolor del otro: “vuestras alegrías son las mías y vuestras penas también son las mías” (Comboni en Jartum). El Buen Samaritano se para ante el desventurado y se pone a su servicio (Lc 10, 30.37).

5.- Libertad-Parresía (coraje lleno de libertad): Dónde hay Espíritu hay libertad (2 Cor 3, 17-18). San Francisco tuvo el coraje de desnudarse y descalzarse como signo de libertad. Comboni tuvo la audacia de lanzarse a una misión casi imposible… Pero esta audacia no es fruto del voluntarismo, sino del Espíritu que habita en la persona. (Hech 4,13; 5,20, 27-32);

6.- Dinamismo misionero: El Espíritu mueve a los Apóstoles a dejar Jerusalén (Hch 8, 26-39), a la comunidad de Antioquía a escoger a Pablo y Bernabé y enviarlos; a Pablo a romper con las tradiciones y a fundar una Iglesia universalista, más allá de las estrecha cultura judía… Hoy necesitamos un nuevo dinamismo, que nos lance a los nuevos desafíos del mundo de hoy, pero no será fruto de planificaciones, sínodos, encuentros… será fruto del Espíritu.

7.- Diálogo: Cuando estamos movidos por el Espíritu podemos entrar en diálogo profundo, yendo más allá de las apariencias y superficialidades. El Espíritu produce hombres inspirados, capaces de hablar lenguas (Hech 2, 4), es decir, de entenderse, más allá de las diferencias lingüísticas y culturales;

8.- Alegría: La alegría del Evangelio. “Les comunico una buena noticia, les ha nacido un salvador”

9.- Resiliencia, capacidad de resistir: A veces parece que el Reino de Dios no llega. ¿En qué ha quedado la promesa? Para el Señor mil años son como un día (2Pe 3, 3-9).

10.- Gratuidad: Contraposición entre la lógica de los perfumes y del dinero, de la gratuidad frente a eficiencia, como en la contraposición entre la lógica de Judas y la mujer que derrama el bote de perfume en los pies de Jesús (Mc 14, 3-9).

Es el mismo Espíritu de Jesús que habita en su Iglesia. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Cuando pierde el Espíritu, el discípulo divaga (inventa su propia Iglesia) o se convierte en un cadáver, supuestamente fiel, pero muerto, sin vida, sin una palabra iluminadora, sin signos de liberación, sin comunión auténtica, sin misión. La Iglesia, si es habitada por el Espíritu, no tendrá miedo a innovar, a dar respuestas nuevas a problemas y situaciones nuevas. Respuestas que ella no las daría por sí misma, como en el caso del concilio de Jerusalén, pero que, llegado el momento, se siente con autoridad para darlas.

P. Antonio Villarino

Bogotá