“Rezando se entiende la gente”, este fue el lema de la 8ª unidad formativa que tuvo lugar el fin de semana del 13 al 15 de abril. Como de costumbre, los misioneros combonianos nos abrieron su casa en Viseu, donde siempre nos sentimos bien acogidos y en nuestra casa. Damos gracias a Dios por esta acogida. La formación fue orientada por Carlos Barros y Susana Vilas Boas.
Esta unidad formativa tiene una importancia singular frente a las demás. Sin oración, la misión se vuelve estéril y sin sentido, se debilita en los momentos difíciles; sin oración, podemos ser voluntarios pero no verdaderos misioneros.
Nuestro santo Daniel Comboni alude insistentemente a la necesidad de la oración, ya sea a solas o en comunidad. La relación íntima con el Sagrado Corazón de Jesús impregna toda su acción evangelizadora, la misión “nace a los pies de la cruz” y se concreta con el envío de sus apóstoles por Cristo resucitado.
El centro de esta formación fue la Liturgia de las Horas, la base de la oración en comunidad y que los laicos misioneros deben saber manejar para aprovecharla bien. Las orientaciones de la Iglesia se encuentran en la “Instrucción General sobre la Liturgia de las Horas”, emanada del concilio Vaticano II. Los extractos más significativos se encuentran al inicio del breviario. Su lectura es imprescindible, donde podemos resumir o subrayar los aspectos más relevantes.
La campana de mi infancia, en la Vacariça, también marcaba el compás del tiempo. El sacristán (o un familiar) no se olvidaba de tocar la campana todos los días al amanecer, los “maitines” (y nos despertábamos), al mediodía (y se interrumpía el trabajo en el campo para la comida) y al caer el sol, las “trinidades” (y el trabajo terminaba y se regresaba a casa). En cada uno de esos momentos la gente hacía una pequeña oración silenciosa. En ese tiempo los cristianos eran convocados, en alto y con buen sonido, a orar al ritmo de las horas; pero esto son memorias del pasado que la sociedad contemporánea va apagando.
Que esta formación constituya también una campana que nos despierte y nos convoque a la oración, diálogo íntimo con el Padre, como savia de nuestra vocación y acción misionera.
Mário Breda