Comentario a Lc 1, 39-45 (IV Domingo de Adviento, 19 de diciembre 2021)
Leemos hoy este bello pasaje de Lucas en el que María, que representa a la Iglesia, e Isabel, que representa el pueblo del AT, se encuentran en la fe de que la promesa de Dios se cumple en ellas, lo que produce un ambiente de fiesta y alegría, muy propio de la Navidad.
Según el jesuita italiano Fausti, “Isabel está embarazada de dos milenios de esperanza, María lleva en sí al Eterno prometido. En su encuentro se da el abrazo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la promesa y su cumplimiento”.
La expresión de Isabel- Bendita tú que has creído- no envía a otra cita de Lucas (11, 28), en la que Jesús, ante la alabanza que alguien hace de su madre, dice: “Dichos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. Ahí radica la grandeza de María y de Isabel, en haber creído en que la promesa de Dios se cumplía en ellas.
La contemplación de esta escena nos invita a ser como estas dos mujeres, abrirnos a la promesa de Dios en este tiempo que estamos viviendo.
El gran escritor cristianos de los primeros siglos, Orígenes, se preguntaba frente al misterio de la Encarnación, al que nos estamos acercando: “¿De qué me sirve a mí que Cristo naciera una vez de María en Belén, si no nace por la fe en mi alma? ¿Para qué sirve? ¿De qué me sirve a mí que una mujer joven acogiera una vez el anuncio de Dios y se pusiera de prisa en camino? ¿De qué me sirve hoy a mí si no me fijo en estas actitudes para ponerme yo también en camino apoyado por el Espíritu del Señor?”
Creer y servir son dos frutos del Espíritu Santo que producen alegría y alabanza.
Antonio Villarino
Bogotá