Un comentario a Jn 6, 41-51: XIX Domingo del T.O.: 8 de agosto del 2021
Seguimos en el capítulo sexto de Juan, que se detiene en una larga meditación sobre el “pan de vida”. En esta meditación, que hemos iniciado el domingo pasado con la “multiplicación de los panes”, Juan usa un método literario muy característico, en el que parece moverse en círculos concéntricos para explicar su tema en “ondas” sucesivas de significado.
Hoy nos detenemos en una de estas “ondas” con algunas palabras clave que tienen un doble significado (“carne”: humanidad de Jesús; “comer su carne”: creer en él) que se combinan entre sí como las notas musicales de una sinfonía. Como en el caso de la sinfonía, no se trata de detenerse demasiado en cada una de las notas (que, aisladas, pueden carecer de sentido o parecer desproporcionadas), sino de acoger en el oído, en la mente y en el corazón la impresión de belleza, bondad, verdad y elevación espiritual que produce el conjunto de la obra musical o, en este caso, la composición literaria.
De hecho, al final del texto de Juan, uno recibe una resonancia clara de la fe de los primeros discípulos, que podemos expresar en algunas frases:
-Este Jesús de Nazaret es un tesoro que nos ha regalado el Padre Dios, más grande que Moisés y su pan del desierto. Pero no todos lo aceptan, como los fariseos y otros que se buscan a sí mismos en todo, sin abrirse a las inspiraciones de Verdad y de Bien que vienen de Dios. Sólo los que se dejan guiar por el Espíritu que procede del Padre lo entienden, de la misma manera que sólo los que se dejan amar pueden entender la experiencia del amor como un regalo más que como una conquista.
-El amor de Padre, revelado en Jesús, está lejos de ser algo “espiritual”, si se entiende por ello algo “abstracto”, “teórico”, alejado de la vida concreta de cada uno de nosotros. Este amor se manifiesta en dar la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la libertad a los oprimidos y poseídos por espíritus inmundos… en la realidad tangible de un cuerpo que trabaja, suda, toca, bendice, sufre y muere por amor, hasta convertirse en “pan de vida”, alimento de amor para nuestro camino, como el maná en el desierto.
-“Comer la carne de Jesús” es precisamente creer en este amor del Padre revelado en su frágil humanidad; es sintonizar con él y transformar la propia vida en pan para alimentar a otros, en amor concreto al servicio de pobres, enfermos, oprimidos y todos aquellos que están a nuestro lado. La vida “espiritual” de los discípulos es, en cierto sentido, poco “espiritual”, porque tiene mucho que ver con las realidades concretas de la vida, con la “carne”, con las debilidades y luchas de nosotros mismos y de los demás.
Por eso mismo participar en la Eucaristía no es un acto de “devoción” individual, sino un acto de fe y compromiso con las luchas concretas de la propia vida y del mundo. Es un compromiso por la justicia, por el cuidado de la tierra, por la defensa de los derechos de los pobres… El ser humano es, en cierta medida, lo que come; de la misma manera, el discípulo es lo que “come”, es decir, lo que asimila de Jesús en su concreta humanidad.
P. Antonio Villarino
Bogotá