Ya no es “la misma persona que se fue” en 2017, Simone Parimbelli, de 38 años, laico misionero comboniano de la diócesis de Bérgamo, que regresó en septiembre de 2020 de Mongoumba, en la República Centroafricana. Porque, como dice con luz en los ojos, “la misión abre el corazón y el horizonte, y el estar en salida te cambia: desde la concepción del estilo misionero hasta la relación con el tiempo y el espacio, con uno mismo y con Dios”. Sucede cuando se está “en estrecho contacto con los sufrimientos y las alegrías de los demás” y se vive durante tres años y medio en el corazón de la selva tropical, en la diócesis de Mbaiki, en Mongoumba, donde los Padres Combonianos trabajan con los pigmeos AKA desde hace más de 30 años.
“Parece absurdo, pero estas personas no son reconocidas por las demás etnias y no tienen acceso a la educación ni a la sanidad. Esclavizados por sus amos bantúes y sin partida de nacimiento, son fantasmas de carne y hueso”, dice Simone, denunciando un país que, a pesar de sus muchas riquezas, vive en un estado de colonialismo y miseria.
“Estando cerca de ellos, uno se convierte en una puerta a la que llamar”, continúa Simone que, como laico, a veces “ha conseguido entrar en la vida concreta de la gente mucho más que los sacerdotes, divididos entre la administración de la parroquia y las celebraciones eucarísticas en un vasto territorio”. Cuando llegó a Mongoumba, propuso varias actividades de animación, transformando por ejemplo la escuela de Ndobo, cercana a los campamentos de pigmeos, en un oratorio, como el de su parroquia de Osio Sopra, donde al crecer, en un momento dado, se preguntó “¿para qué sirve mi fe?”.
Desde la pregunta sobre la vocación hasta la respuesta a una llamada, el paso es, por así decirlo, corto: son 7.500 kilómetros junto con todo lo demás. Pero “cuando quizás hayas adivinado lo que puedes ser en el mundo y para el mundo, tienes que demostrarlo”.
Así, la diócesis de Bérgamo, el obispo Francesco Beschi, el Centro Misionero y el movimiento internacional de los Laicos Misioneros Combonianos le dan “la posibilidad y la gracia de vivir esta experiencia: 1.300 días de fragilidad y fraternidad” en una Iglesia joven “que sabe generar hijos en la fe y donde prevalece la alegría”.
Enviado y acogido: en un ciclo continuo que, en el futuro, tal vez, lo empuje a otro lugar, donde sopla el Espíritu Santo, que en sango, la lengua de la República Centroafricana, se llama Yingo-Gbya.
(Por Loredana Brigante, revista POPOLI e MISSIONE. Febrero 2021)