Laicos Misioneros Combonianos

“Donde hay caridad y amor, allí está Dios”

Un comentario a Mt 11, 2-11 (III domingo de Adviento, 11 de diciembre de 201egoismo-amor6)

Hoy se nos narra como Juan Bautista pregunta a Jesús si es él el Mesías o si hay que esperar a otro. El Maestro responde con la famosa frase: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan...”. Entre tantos comentarios posibles, yo quisiera ofrecerles una clave, quizá na, para entender este pasaje. Veamos.

Los deseos y la depresión
Una buena parte de lo que somos se expresa en los deseos que manifestamos y que a veces ocultamos o reprimimos. Una persona sin deseos es casi como un muerto. De hecho, cuando alguien cae en depresión, uno de los síntomas es que se vuelve apático, todo le da igual, no le interesa nada. Dicen que en nuestra época hay bastantes personas deprimidas, cansadas afectiva y espiritualmente, agotadas, sin esperanza y que ya casi no creen en nada. Podemos decir también que nuestra sociedad se muestra a veces bastante “deprimida”, es decir, que ya no se cree que la justicia sea posible, que la vida matrimonial sea una fuente de alegría y plenitud, que los errores se puedan corregir, que Dios sigue siempre ahí a nuestro lado… Y lo peor es que cuando estas situaciones de “depresión”, de indiferencia, de cansancio espiritual, se instalan entre nosotros terminamos por no creer en nada ni en nadie. Nos volvemos desconfiados y dudamos de todo.

Pienso que desde esta perspectiva podemos entender mejor el evangelio de hoy. Juan Bautista era un hombre apasionado, que deseaba ardientemente y luchaba por un cambio profundo en la sociedad y por la presencia de Dios como “rey” de una humanidad renovada. Cuando él andaba en esa lucha y en esa propuesta de renovación, junto al río Jordán, aparece Jesús en Galilea proclamando un tiempo de gracia y mostrando la cercanía sanadora de Dios para con los ciegos y los cojos, los pobres y los pecadores.

Las esperanzas y las dudas del Bautista
Juan intuye que Jesús representa todo lo que él anda buscando, que aquel predicador responde a sus deseos más sinceros y profundos. Pero algunas cosas no le casan con la idea que él tiene de Dios, un Dios poderoso y justiciero, que “debe” acabar con el mal en el mundo por su fuerza y su poder; y no se acaba de fiar, duda y envía mensajeros a preguntar: “Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”

La respuesta le llega en sintonía con lo anunciado siglos antes por el profeta Isaías: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se le anuncia la buena noticia”. Esos son los signos llamados “mesiánicos”, es decir, las señales de que Dios está cerca de su pueblo, especialmente los más pobres y “deprimidos”, haciendo que vean, caminen, oigan, queden limpios, resuciten a una vida nueva. No son señales de “dominio”, sino de servicio y compasión; no son señales de castigo, sino de liberación. Son señales de ese amor que, en el fondo, buscamos todos los seres humanos, a veces “ciegos” de múltiples cegueras, a veces “cojos” de muchas incapacidades, siempre necesitados de comprensión y cercanía.

¿Cuáles son nuestros deseos?
Déjenme que les pregunte: ¿Cómo andamos de deseos? ¿Qué es lo que más deseo en estos momentos de mi vida? Claro, los deseos pueden manifestarse a diversos niveles. El Adviento es un tiempo para manifestar nuestros deseos más íntimos y para ponernos en camino hacia un nivel de vida más maduro, más lleno de amor, de verdad, de búsqueda y camino hacia una mayor madurez espiritual, hacia un encuentro más claro con el Dios de la Vida. ¿Dónde encontrar a este Dios del Amor y de la Vida? La respuesta de Jesús es: Allí donde haya amor concreto, sanador y liberador. Como dice un antiguo canto: “Donde hay caridad y amor, allí está Dios”. Donde vean que se realizan actos de amor allí está Dios . No duden. Allí se celebra la Navidad.
Ojalá este año cada uno de nosotros haga Navidad en su vida, es decir, encuentre al Dios del amor que le sana, le libera y le hace caminar con alegría y ligereza.

P. Antonio Villarino
Quito

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