Laicos Misioneros Combonianos

La hospitalidad fecunda

Mesa
Mesa

(Comentario a Lc 10, 38-42 (XVI Domingo ordinario, 21 de julio del 2019)

El domingo pasado ya comenté este pasaje por haberme equivocado en la fecha. Pero ahora aprovecho para comentarlo desde otro ángulo, dado que cada vez que comentamos un texto bíblico nos quedamos en una de sus varias dimensiones. Por eso, si el domingo pasado me fijé en la queja de Marta por quedarse sola en el retiro, esta vez les invito a fijarse en su capacidad de acogida como discípula.

La hospitalidad de Marta como la de Abrahán

Este texto de Lucas se lee en la liturgia del domingo, después de haber leído (como primera lectura) el episodio de Abrahán que acoge en su casa a tres viajeros que le anuncian que Sara, su mujer, tendrá un hijo a pesar de ser anciana.

Los dos textos nos enseñan que la hospitalidad, la acogida del otro (en el que está presente Dios), da una fecundidad que el mero ajetrearse, preocuparse y agitarse no da. No por mucho angustiarse logra uno aumentar un centímetro de su estatura, comenta Jesús en otro lugar… Y si el Señor no cuida la casa, en vano trabajan los albañiles, dice un salmo.

Un amor que se apodera de uno

Por otra parte el Cantar de los cantares nos dice que, cuando uno encuentra el amor de su vida, “lo abraza y no lo suelta hasta meterlo en la casa de su madre” (Ct 3, 1-4). En este sentido la experiencia de María con Jesús es la de un amor total, que hace irrelevantes las demás cosas, es el tesoro valioso por el que alguien está dispuesto a venderlo todo.

¿Por qué me distraigo en tantos pequeños amores y no me agarro con todas mis fuerzas al amor de Dios? Ese amor es el que da sentido a todo lo que somos y hacemos. Sin ese amor todo se convierte en un agitarse sin sentido.

María está a los pies de Jesús como discípula que se deja amar y enseñar. De la misma manera nosotros acudimos a la Eucaristía como discípulos que nos dejamos amar por el Señor y acogemos con total disponibilidad su enseñanza para aprender de él a ser hijos.

Al acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra vida, nos ponemos a sus pies para aprender de él, para sabernos amados por él y así es como podemos volvernos fecundos y misioneros para un mundo que necesita su Palabra.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Por qué me dejan solo/a?

Marta
Marta

Un comentario a Lc 10, 38-42 (XV Domingo Ordinario, 14 de julio de 2019)

Lucas nos cuenta hoy que, en su camino hacia Jerusalén, Jesús entró en un pueblo, que la tradición conoce como Betania. Allí fue acogido en su casa por una mujer llamada Marta, que, al parecer, era muy activa, dinámica y servicial, poniendo su gran capacidad de trabajo al servicio de Jesús y, seguramente, de sus discípulos, ya que Jesús no andaba nunca solo. Mientras Marta se afanaba, María estaba tranquila, a los pies del Maestro, escuchando con mucha atención todo lo que él decía. Todo parecía marchar bien hasta que Marta, harta de cargar con toda la responsabilidad del servicio, explotó: ¿No te importa que mi hermana me deje sola? Conocemos la respuesta de Jesús: “Marta, Marta, te preocupas de muchas cosas… pero María ha escogido la mejor parte”.

Se pueden hacer muchas reflexiones sobre este episodio. Seguro que ustedes ya han escuchado varias cuando se lee este evangelio en la Misa, en algún retiro o en cualquier otra ocasión. Por mi parte, sólo quisiera detenerme un momento en la queja de Marta:

“¿No te importa que mi hermana me deje sola en la tarea?”

¡Cuántas veces uno tiene la sensación de quedarse solo en una tarea! ¡Qué sensación de injusticia y amargura! Nos duele que se nos deje solos en un trabajo, en una responsabilidad. Nos duele cuando nos dejan solos en casa o cuando volvemos solos y nadie nos espera.

Como si a los demás no les importase ni se diesen cuenta de lo mucho que estamos haciendo o de su importancia…

A veces servimos a nuestra familia, nuestra comunidad o los compañeros de trabajo y lo hacemos con generosidad, pero fácilmente nos deslizamos hacia el afán de protagonismo, la necesidad de ser reconocidos. Entonces ya no importa el bien que hacemos, sino que nos reconozcan. Cuando eso no sucede, nos cargamos de amargura. Por eso nos quejamos cuando los compañeros no nos toman en cuenta, el superior no nos valora, el esposo o la esposa parece no darse cuenta de lo mucho que trabajamos o dan por descontado nuestro servicio, como si simplemente fuera nuestra obligación.

En esos momentos, como la Marta del evangelio, olvidamos que solo una cosa es necesaria: amar gratuitamente. Olvidamos la gratuidad del amor. Olvidamos escuchar, ser discípulos, ser esposos amantes, ser padres amorosos, hijos obedientes, compañeros amigos… Nos convertimos en “maestros” y “patronos”, nos colocamos en el centro… casi ocupando el lugar de Dios.

El evangelio de hoy nos recuerda que servir es importante, pero también que acoger a alguien en la propia casa es, entre otras cosas: sentarse, escuchar, contemplar, percibir los signos de  Dios… Y no olvidemos que, en mi esposo o esposa, en mis hijos, en mis compañeros de comunidad está hoy Jesús que necesita de mi servicio, pero también de mi capacidad de escucha y contemplación, es decir, de un amor gratuito.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Qué misión te quiere encomendar Jesús?

Jesús
Jesus

Un comentario a Lc 10, 1-12.17-20 (XIV Domingo ordinario, 7 de julio de 2019)

Sabemos que Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, nos refiere dos discursos misioneros de Jesús: en uno habla a los Doce (que representan a Israel), mientras en el otro se dirige a los Setenta y dos, que representan a todas las naciones. El texto de hoy nos transmite este segundo discurso. Como es bastante largo, resulta imposible considerarlo todo en este breve comentario. Solamente quiero compartir con ustedes algunos breves “flashes” sacados de las primeras líneas:

  1. “Jesús designó”. Para los evangelistas está claro que no son los discípulos que eligen seguir a Jesús, sino que es éste quien les llama. Y ésta es una experiencia que hace cualquiera que se embarque en un camino de discipulado y de crecimiento espiritual. En un momento de nuestra vida, nos parece que somos nosotros los que decidimos optar por el Evangelio y por Jesús.  Pero esa visión no aguanta mucho, se cae ante nuestros primeros fallos. Pronto nos damos cuenta que realmente es el Señor quien nos eligió y nos puso en este camino, a veces a pesar de nosotros mismos. Por otra parte, es una experiencia que hacen los grandes artistas, que suelen decir algo así como “la inspiración me ha poseído”, o los enamorados que experimentan que la otra persona se les “impone”. También en la vida religiosa, llega un momento en que sabemos que la “gracia nos posee”, que el discipulado no es fruto de nuestros esfuerzos sino del amor gratuito de Dios.
  2. “Otros”. Así dice el texto. Los setenta y dos escogidos ahora no son los primeros. Seguramente Jesús había provocado un gran movimiento de amigos y discípulos, que no eran espectadores pasivos sino actores dinámicos en el proyecto de renovación que Jesús proponía a Israel y a toda la humanidad. Me parece muy importante que cada uno de nosotros contribuya a la misión con los propios dones y carismas, pero sin considerarnos “los únicos”, sin caer en los celos de lo que otros hagan. Los demás son también un don de Dios y normalmente tienen los carismas que a mí me faltan.
  3. Setenta y dos. Como sabemos, este número hace referencia a la totalidad de las naciones “paganas”. Desde el inicio la Iglesia de Jesús se siente enviada más allá de las fronteras de Israel. Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se extendieron por las pueblos vecinos y, con la ayuda providencial de Pablo, llegaron hasta Roma y a muchas partes del Imperio romano. Pienso que la Iglesia debe seguir este criterio en todas las épocas de la historia, superando constantemente los límites estrechos de la cultura ya adquirida, de los ritos establecidos, de las normas tradicionales… para abrirse a nuevas culturas y ámbitos religiosos. Las Iglesia necesita ritos, normas y cánones, pero no puede quedarse ligada a ellos como si fueran “ídolos”, porque la fe en Jesús la hace libre y capaz de superar sus propias tradiciones para abrirse a nuevos pueblos con los que crear nuevos ritos y nuevas normas.
  4. Discípulos. Esta es la base de la misión. Antes de ser misioneros, hay que ser discípulos, pertenecer al movimiento de Jesús. Seer discípulos es mucho más que aprender una doctrina, una moral o una metodología. Es pertenecer a una escuela de vida, es ser y vivir a la manera de Jesús. “No les llamaré siervos, sino amigos”, dice el Maestro. Hoy tenemos gran necesidad de recuperar esta conciencia de ser discípulos, porque nuestra vida cristiana se ha centrado en prácticas y tradiciones buenas, pero secundarias, se ha contaminado del mundo que nos rodea (burguesismo, secularismo,ect.), o ha caído en la mediocridad. Tenemos que recuperar la lectura creyente del Evangelio, tenemos que convertirnos al estilo de vida de Jesús (sincero, orante, libre, misericordioso). Tenemos que hacer de nuestras parroquias y comunidades lugares de discipulado.
  5. “Los envió de dos en dos”.  De nuevo hay que tenerlo claro: No soy yo que voy, es Jesús que me envía. Y me envía en compañía, para que la misión no se convierta en una ocasión de protagonismo mío, sino de servicio; para que, si me canso, encuentre apoyo en  otro hermano; para que los demás vean que lo que anunciamos (el amor de Dios) se hace realidad en nuestra comunidad misionera. La misión “de dos en dos” supera la experiencia personal, subjetiva, para hacer una propuesta social, compartida. La misión no es un asunto privado, no es una iluminación personal; es un asunto comunitario, público, algo que se puede y se debe compartir con otros.
  6. “A todos los pueblos y lugares”. Jesús no es un predicador que se queda en un lugar y espera que vengan a escucharlo. Jesús sale al encuentro de las gentes allí donde viven y manda a sus discípulos a todas partes. Pienso en cuanto tiene que cambiar nuestra labor pastoral y misionera. A veces parece que esperamos que la gente venga a nuestras iglesias, participe de nuestras iniciativas… mientras Jesús dice: salgan, no se queden en casa, vayan a todos los pueblos y ciudades.

La mies es mucha, hay trabajo para todos. Se necesitan voluntarios para ser enviados. ¿Cuál es tu parte en la misión de Jesús? ¿A dónde te quiere enviar Jesús en este momento de tu vida? Lee la Palabra, mira a tu alrededor, escucha al Espíritu que “sopla” de mil maneras, especialmente en tu interior,  y comprenderás qué parte de su misión te quiere encomendar Jesús.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Ir contra corriente

Déjalo todo
Déjalo todo

Un comentario a Lc 9, 51-62 (XIII Domingo ordinario, 30 de junio de 2019)

El evangelio de Lucas llega a un punto culminante de su narración sobre la vida de Jesús. Este, después de predicar por aldeas, campos y ciudades de Galilea, decide dirigirse a Jerusalén, el centro de la religión judía, donde está el Templo controlado por sacerdotes, fariseos y saduceos. Jesús va allá para proponer un cambio radical, que supere la hipocresía, la manipulación religiosa y el lucro indebido, creyendo verdaderamente en Dios como Padre misericordioso, que mira con amor a los pobres y pecadores. Cuando decide ir allá, Jesús intuye que cumplir la misión que se le ha encomendado no será fácil; le exigirá decisión, perseverancia, capacidad de sufrimiento y confianza.

En ese camino, cuesta arriba, como quien entra en “territorio adverso”, Jesús encuentra personas que se le oponen y algunos que le quieren seguir. Jesús no les engaña con palabras bonitas pero falsas; les avisa que, para seguirle, cuesta arriba, hasta Jerusalén, hay que ir contra corriente. En esta página que leemos hoy encontramos cuatro tipos de falsos candidatos a discípulos. Veamos:

1.- Los fanáticos violentos. El evangelista los nombra. Son Santiago y Juan. Ellos representan a algunos miembros de las primeras comunidades que piensan que a los malos hay que eliminarlos, hacer “bajar fuego del cielo” contra ellos. Lucas dice simplemente que Jesús “se volvió hacia ellos y los reprendió”. En la comunidad de los verdaderos discípulos no cabe el fanatismo ni las posiciones violentas. Recuerden la parábola del trigo y la cizaña: no se puede arrancar la cizaña sin dañar el trigo, hay que esperar al tiempo de la cosecha para separarlos. Algunos quisieran un mundo perfecto, una Iglesia totalmente santa, una comunidad sin mancha… Eso es una ensoñación. Jesús invita a sembrar el bien, pero sin esa impaciencia que puede destruir el bien junto con el mal.

2.- Los acomodados. Hay algunos que quieren seguir a Jesús, que tienen buenos sentimientos, pero cuando hay que hacer algún sacrificio, se echan atrás. Como dice el proverbio, “el que algo quiere, algo le cuesta”. Seguir a Jesús implica a veces sacrificar algo de tiempo, renunciar a alguna comodidad, perder algo de dinero… Si prefieres seguir sentado en tu sofá, sin molestarte mucho, entonces no puedes ser discípulo.

3.- Los apegados a las tradiciones. En el evangelio se dice que uno quería seguirle, pero quería primero “enterrar a su padre”.  Jesús le responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Evidentemente Jesús no está contra la piedad para con el propio padre; al contrario, en otro lugar, critica a quienes descuidan a sus padres con la excusa de servir al templo. Lo que Jesús dice es que, para seguirle, hay que ser libre de ataduras indebidas. Alguno, por ejemplo, no va a Misa porque a esa hora tiene el partido del fútbol o quiere ir al gimnasio, o va de bares con sus amigos… Oye, “deja a los muertos que entierren a sus muertos”. Sé libre para seguir a Jesús.

4.- Los inconstantes y nostálgicos.  Estos son los que, como la mujer de Lot, miran al pasado más que al presente y al futuro. “Empuñan el arado”, es decir, se animan a trabajar por el Reino, pero se cansan, echan de menos “las cebollas de Egipto”, como los judíos en el desierto.  Jesús dice que estos “no sirven para el Reino de Dios”. Se requiere constancia, perseverancia, capacidad de mirar al futuro más que al pasado.

Hoy podemos preguntarnos si nosotros caemos en alguna de estas categorías o si estamos dispuestos a seguir a Jesús, sin condiciones, incluso cuando eso implica algún sacrificio, cuando nos exige liberarnos de alguna atadura indebida o cuando implica caminar cuesta arriba y contra corriente. ¿Quién se apunta? Si dices sí, ya somos dos. Vamos a ello con confianza y generosidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá