Domingo, 8 de marzo 2020
En la visión del Evangelii gaudium (EG), la misión de la Iglesia y todos
los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el Reino de Dios,
esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las personas,
especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la salvación de
Jesús Resucitado. Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia
crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en
la historia. (Hno.
Alberto Parise, en la foto)
EL XVIII CAPÍTULO GENERAL
Y LA MINISTERIALIDAD
Hno. Alberto Parise
Hay
momentos en la historia que marcan pasajes de época o transiciones de un
sistema sociocultural a otro, lo cual no tiene precedentes, marcando una
importante discontinuidad. El tiempo en que vivió Comboni fue ciertamente uno
de estos momentos históricos. Era la época de la revolución industrial,
resultado del gran salto que la ciencia y la tecnología estaban dando, también
a nivel económico y político. La Iglesia se encontró a la defensiva, ante el
llamado “modernismo” que percibía como una amenaza. Era una Iglesia
asediada, política y culturalmente; y en su resistencia, corría el riesgo de la
autorreferenciación. Y sin embargo, en ese tiempo tan difícil, conoció un gran
renacimiento: entre las contradicciones y los males sociales que surgieron con
el nuevo sistema económico capitalista industrial, surgió un impulso hacia el
apostolado social, a través del servicio de los laicos y de un gran número de
nuevos institutos religiosos. El movimiento colonial, que respondía a la lógica
e ideología político-económica de los estados nacionales en competencia, por
otra parte, iba acompañado de un gran interés cultural por la exploración, lo
exótico, el espíritu de aventura. Pero también surgió un nuevo movimiento
misionero hacia tierras y pueblos distantes. La Iglesia entró así en una nueva
era, con una fuerte renovación espiritual – como lo atestigua la espiritualidad
del Sagrado Corazón, que caracterizó a esa época – y surgió un nuevo modelo misionero.
El XVIII Capítulo General se celebró en un momento de
inflexión similar para la Iglesia. El discernimiento del Capítulo estuvo en
sintonía con la lectura de este momento de inflexión que el Papa Francisco
había hecho en la Evangelii gaudium (EG): una lectura teológica de la nueva era
que abre, en la práctica pastoral, a un nuevo impulso misionero. Nuevo, en el
sentido de superar el paradigma al que estamos acostumbrados: una misión basada
en el modelo geográfico, en la que los protagonistas son misioneros de
“cuerpo especial”, verdaderos pioneros, cuyo papel es fundar Iglesias
locales. La realidad de la globalización y la devastadora crisis socioambiental
de nuestro tiempo -consecuencia del modelo de desarrollo imperante, que es
insostenible y nos ha acercado al punto de no retorno- exigen un enfoque
renovado de la evangelización. Además, mirando sólo a nuestra realidad
comboniana, nos damos cuenta de que el modelo del pasado ya está obsoleto en la
práctica. Por ejemplo, el patrón de las provincias (del norte) que envían y las
provincias (del sur) que reciben misioneros ya no corresponde a lo que
realmente está sucediendo. Como la idea de que en los países del Sur hay
“evangelización” y en los del Norte hay “animación misionera”.
Se puede ver la urgencia de la animación misionera, por ejemplo, en África y –
como el Capítulo indicó entonces – de la animación misionera en Europa.
La Evangelii gaudium indica entonces un nuevo paradigma
de misión. Ya no es simplemente geográfico, sino existencial. La Iglesia está
llamada a superar su autorreferencialidad y a salir a todas las periferias
humanas, donde se sufre la exclusión y se experimentan todas las
contradicciones debidas a la desigualdad económica, la injusticia social y el
empobrecimiento. Todo esto ya no es un aspecto disfuncional del sistema
económico, sino un requisito sobre el cual este mismo sistema prospera y se
perpetúa. La misión se convierte en el paradigma de toda acción pastoral y la
Iglesia local es el sujeto. Entonces, ¿cuál es el papel de los institutos
misioneros? Es animar a las Iglesias locales para que vivan su mandato de ser
misioneros, Iglesias que salen a las periferias existenciales. Son caminos de
comunión, dentro de realidades marcadas por la diversidad y el pluralismo,
construyendo juntos una perspectiva común que valora las diferencias y las
“supera”, sin anularlas, construyendo la unidad a un nivel superior.
Son caminos caracterizados por la cercanía a los últimos, por el servicio, por
la capacidad de proclamar el Evangelio en la esencialidad del kerigma con la
palabra y con la vida. Francisco relanzó la visión de la Iglesia del Concilio
Vaticano II como “el sacramento, es decir, el signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. En el nuevo
mundo configurado por la revolución digital y la globalización de los mercados
del capitalismo financiero, la Iglesia está llamada a convocar a un
“pueblo” que vaya más allá de los límites de la pertenencia y camine
hacia el Reino de Dios. Entonces el testimonio cristiano del Resucitado será
generativo y la Iglesia también crecerá: por atracción, no por proselitismo.
Como lo fue para Comboni en la época de la revolución
industrial, para nosotros hoy la era de la revolución digital es una gran
oportunidad misionera. Como es un nuevo paradigma, el desafío es pensar,
estructurar y entrenarnos en consecuencia. El primer paso es reconocer la
gracia del carisma de Comboni, muy actual y adaptado al nuevo paradigma de la
misión. En primer lugar, la idea central de la “regeneración de África con
África”, una imagen sintética que cuenta una historia muy compleja y
articulada: está la idea de la generación de un “pueblo”, capaz de
construir una sociedad alternativa, en sintonía con la acción del Espíritu. La
proclamación del Evangelio ayuda a completar las “semillas del verbo”
ya presentes en las culturas y la espiritualidad del pueblo. Comboni también
subrayó la importancia de que esta obra fuera “católica”, es decir,
universal: lejos de la autorreferencialidad, se consideraba parte integrante de
un movimiento misionero mucho más amplio y mucho más articulado, con una
variedad de dones y carismas. Entendió su papel como el de un animador que se “manifestó
especialmente en sus incansables esfuerzos para concienciar a los pastores de
la Iglesia sobre sus responsabilidades misioneras, a fin de que no pasase en
vano la hora de África” (RV 9). En la visión del EG, la misión de la
Iglesia y todos los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el
Reino de Dios, esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las
personas, especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la
salvación de Jesús Resucitado.
Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia
crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en
la historia. Un encuentro regenerativo, como Comboni había entendido bien. Por
esta razón, en su Plan había pensado en toda una serie de pequeñas
universidades teológicas y científicas a lo largo de las costas del continente
africano, para preparar ministros en diversos campos que luego irradiarían
tierra adentro, para hacer crecer comunidades con espíritu evangélico, capaces
de transformación social, como lo atestigua el modelo de Malbes y Gezira.
En el espíritu del Capítulo, la recualificación en líneas
ministeriales de nuestro servicio misionero requiere, como había intuido
Comboni, una nueva “arquitectura” de la misión que sostenga y
promueva:
- una
recualificación ministerial de nuestro compromiso, desarrollando una pastoral
específica de forma participativa y comunitaria, según las prioridades
continentales. En el Capítulo, de hecho, se puso de manifiesto que si, por un
lado, estamos presentes en estas “fronteras” de la misión, por otro,
a menudo carecemos de enfoques contextuales de los grupos humanos a los que
acompañamos;
- el ministerio de colaboración, a lo largo de los caminos
de la comunión. Todavía estamos sujetos a prácticas y formas de trabajo
demasiado individualistas y fragmentadas;
- el replanteamiento de nuestras estructuras, en busca de
una mayor simplicidad, compartir y capacidad de acogida y de estar más cerca de
la gente, más humanos y más felices;
- la reorganización de las circunscripciones. El discurso
sobre las agrupaciones no tienen una justificación en la escasez de personal,
sino que sobre todo tienen un valor en relación con el paso de un modelo
geográfico a uno ministerial, que necesita conexión, trabajo en red,
intercambio de recursos y caminos;
- la
reorganización de la formación, con el fin de desarrollar las habilidades
necesarias en las diversas áreas pastorales específicas.
En resumen, como atestiguan los Documentos Capitulares,
“Crece la conciencia de un nuevo paradigma de la misión que nos impulsa a
reflexionar y a reorganizar las actividades sobre líneas ministeriales”
(AC 2015, n. 12). Recogiendo la invitación de Francisco (EG 33), el Capítulo
indicó el camino de la conversión pastoral, abandonando el criterio del
“siempre se ha hecho así” y lanzando caminos de acción-reflexión para
repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos de
evangelización (AC 2015, n. 44.2-3).
(Hno. Alberto Parise)