Laicos Misioneros Combonianos

Exposición y Convivencia Misionera en Guatemala

LMC GuatemalaSantos y Capaces, haciendo causa común por los más pobres y necesitados” (San Daniel Comboni)

Los LMC PCA en Guatemala, queremos compartir que el pasado sábado 1 de abril festejamos una exposición y convivencia misionera en la Casa Comboni, Guatemala.  Participamos junto a los misioneros de la parroquia Santa Catarina de Alejandría, con quienes desde febrero del 2016, estamos colaborando en su formación misionera.

La parroquia de Santa Catarina de Alejandría está ubicada en Santa Catarina Pinula que es un municipio del departamento de Guatemala ubicado a 15 kilómetros de la ciudad capital.

Este pueblo sufre, en algunas zonas, de pobreza extrema y delincuencia a causa de las “maras”.  Es una de las “zonas rojas” de nuestra ciudad.

LMC GuatemalaEl objetivo de esta actividad fue invitar a los MCCJ que viven en la ciudad de Guatemala, para que, las dos comunidades de misioneros, nosotros LMC y los misioneros catarinos (como cariñosamente les llamamos), les compartiéramos de forma oral y por medio de fotografías, algunas experiencias vividas durante el 2016, y los proyectos misioneros que tenemos para el 2017.

Tuvimos la grata presencia de los MCCJ: P. Pasquale Mineira, P. Carlos Rodríguez, P. Antonio María Bruyel, P. Vicente Clemente y por supuesto, nuestro asesor, Hno. Humberto Rua.  También estuvo presente y fue quien tuvo la iniciativa de esta actividad, P. Walter Santizo, sacerdote diocesano guatemalteco, y párroco de Santa Catarina de Alejandría.

Al finalizar compartimos todos un delicioso almuerzo.

La idea fuerza con que los LMC PCA en Guatemala, iniciamos este año, es: “Santos y Capaces unidos en una causa común en favor de los más pobres y necesitados”.  Así es como Comboni desea que sean sus misioneros.

Confiamos en la Providencia, y nos encomendamos a los Sagrados Corazones de Jesús y María, así como nos lo enseñó San Daniel Comboni.  Dios va siempre delante de nosotros, iluminando el camino para llegar a aquellos que más lo necesitan.

Misioneros de la Parroquia de Santa Catarina de Alejandría

LMC Guatemala

Tercer Encuentro de Formación de la FEC – Misión, Culturas y Religiones

Curso fec PortugalEl pasado 11 y 12 de marzo se llevó a cabo la tercera sesión de formación de la FEC – Fundación Fe y Cooperación – con el tema Misión, Culturas y Religiones. Esta vez, la formación se realizó en la Casa de los franciscanos capuchinos en Fátima. El formador fue el hno. Vítor Lameiras, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.

Sólo nos enfrentamos a nuestra cultura, cuando conocemos otra.

El sábado comenzó con el tema de la inculturación, como reto de aproximación. El orador hizo una breve aclaración sobre el concepto de inculturación. Dijo que la inculturación supone la capacidad de entrar en diálogo con otras culturas y no la imposición de nuestra propia cultura. Está estrechamente ligada a los valores de la fe cristiana, y a su adaptación a un contexto cultural diferente.

La tarde continuó después de una comida compartida. Hablamos de la Misión y culturas en diálogo. Y aquí tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre muchos preconceptos que puedan existir sobre las otras culturas y, sobre todo, de los valores Evangélicos patentes en todo el mundo y en todas las culturas, que son iguales. No son valores “sólo de cristianos”, sino más bien valores universales. Y ¿qué valores del Evangelio son estos? Son los valores que nos permiten el diálogo entre las culturas: por encima de todo, el amor (“amar hasta el límite de amar al enemigo y dar la vida”), la tolerancia, la humildad, el espíritu, la donación, la aceptación, el sacrificio, la confianza, la fe, el ser fiable, la capacidad de escucha activa, la apertura al “diferente”, el desapego. A nosotros nos corresponde sembrar, no recoger.

Sabiendo que, la misión no existe como mecanismo de escape y partida, esto requiere una gran entereza de nuestra parte, requiere un corazón abierto a lo nuevo, disponibilidad total de nuestra alma, requiere honestidad y humildad, valores arraigados en mandamiento mayor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

La única certeza que nos acompaña es la certeza del amor, un amor gratuito, este es el valor principal que dará vida a la misión.

Luego vimos un video sobre la experiencia de misión de Catarina Lopes (del equipo FEC) Timor-Oriental. Y de este video, nos queda la imagen de una gran misionera. La verdad sea dicha: en todas las formaciones Catalina nos sorprende y nos hace pensar sobre algo, sobre su experiencia misionera y sobre los frutos que en ella se produjeron. Del video nos quedamos con algunas frases que escribía en su diario durante la misión allí y que compartió con nosotros:

“Aquí (en Timor Oriental) se llora la muerte porque se celebra la vida”.

“Nuestra tarea es sembrar. No recoger”.

“Pensé que iba a salvar el mundo (…). He descubierto que el mundo me ha salvado”.

Y después de este emocionante video, nos pusimos a trabajar: procedimos con una actividad práctica “Tú a tú”. Es decir: el hermano Victor nos lanzó el reto de hablar en pareja sobre nuestros valores a través de las manos. Y aquí se desarrolló una interesante actividad de conocimiento del otro y de su manera de darse a conocer a través de las manos. Lo que, por encima de todo, requiere una actitud de escucha activa y de “no juzgar” al otro. Al final, cada uno contó al grupo lo que el otro le había hablado, ya sea con palabras o con las manos. Llegamos a la conclusión de que las manos y la forma en que se relacionan con el mundo dicen mucho de nosotros y es necesario mirar hacia el otro sin prejuicios. Un aspecto que es ciertamente necesario cuando estamos en relación con otras culturas, en inculturación, involucrados, dentro de otra cultura.

Otra actividad práctica en grupos nos fue propuesta por el hermano Victor. Había un grupo (que interpretó a una población específica portuguesa) con necesidades específicas y otro grupo de misioneros. El objetivo era que el grupo con necesidades informase al grupo de misioneros lo que necesitaba, y de esta manera, el grupo de misioneros primero identificase qué habilidades/capacidades/dones tenían, cómo podrían responder las necesidades requeridas, cuáles eran las características de la población en cuestión (ritmo de vida, cultura, tradición, costumbres, educación, etc.) y, en segundo lugar, junto con el otro grupo concretaran un plan de acción/misión con objetivos, metodología y temporalización. De esta actividad surgieron varias conclusiones, a saber: la existencia de una dificultad de comunicación entre los grupos y dentro de los propios grupos, la importancia de la actitud de humildad para aprender a decir “no puedo”.

Ya en la noche oímos el testimonio misionero de Daniela Pereira de la Juventud Hospitalaria, que compartió su experiencia misionera de un año en Mozambique. Una experiencia que lo marcó de por vida, al menos eso era lo que reflejan sus ojos y la fragilidad de su voz. El sábado terminó con la oración en el Santuario de Fátima. Así junto a María, hubo oportunidad de reflexionar sobre todo lo que habíamos oído, y ofrecerle el día siguiente.

El Domingo se inició con el trabajo en grupo, como lo había hecho el sábado: un trabajo donde se nos propuso una dinámica en la que también había dos grupos – un grupo de misioneros que se preparaban para la misión y del que fueron seleccionados cuatro candidatos para salir; otro grupo que encarnó un pueblo de África a su elección. El grupo de los “africano” seleccionó la República Democrática del Congo, identificando como problemáticas las condiciones de explotación infantil y las condiciones de salud. Presentando el problema a los misioneros “candidatos”, ellos se presentaron a sí mismos y sus motivaciones / habilidades / dones. Esta fue una dinámica activa que nos permitió, entre otras cosas, tener una perspectiva de las dificultades que implica la formación, entre otras cosas: la dificultad para cumplir con las necesidades específicas del país, ya que no sabemos muchas cosas específicas de otras culturas; hay muchos candidatos, pero no todo el mundo puede ir: un momento difícil en la formación – aceptarse frágil, incompleto, en camino, incapaces y que no eso no es malo. Cuando perdemos la capacidad de preguntar, perdemos la capacidad de vivir intensamente el don de la vida. Quien ama, se equivoca.

La reunión terminó de la mejor manera, con la Eucaristía en el Santuario de Fátima.

Curso fec Portugal

Por: Carolina Fiúza y Neuza Francisco.

LMC Portugal

Sal fuera de tu tumba espiritual

Comentario a Jn 11, 1-45 (5º Domingo de Cuaresma, 2 de abril de 2017)

Leemos hoy la historia de Lázaro, amigo de Jesús resucitado en Betania, donde vivía con sus hermanas Marta y María. Las primeras palabras de la narración nos presentan a un enfermo. Con toda probabilidad, la enfermedad de este hombre, como la del paralítico al que bajan por un tejado o la del que lleva 38 años al lado de la piscina, es más espiritual que corporal. A este propósito, podemos hacer las siguientes reflexiones:

1.- Lázaro me representa a mí, llamado a la vida

“Este milagro es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, la cual no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de nuestra persona. La resurrección es primeramente espiritual y empieza desde ya, cuando por la fe el hombre sale de su manera de vivir, para abrirse a la vida de Dios”. (Biblia latinoamericana).

Lázaro es como la síntesis de la humanidad enferma, atenazada por el miedo a la muerte. Lázaro somos nosotros, enfermos de una vida mortecina (sin amor, sin fe verdadera, sin saber muy bien para qué hacemos las cosas).

2.- Lázaro es llamado por su nombre

A Lázaro -como a Pedro, a Juan, a María y a los otros discípulos- Jesús los llamó por su nombre, lo eligió –“no me eligieron ustedes a mí, sino yo les elegí a ustedes–, sacándolo de la tumba para que viva como hijo, porque el buen pastor lo conoce personalmente. Como a Lázaro, también a nosotros nos conoce por nuestro nombre. No somos seres anónimos en la masa de los que asisten a misa. Somos únicos a los ojos de Dios, que es un Dios de vida y no de muerte.

3.- Lázaro, enfermo de muerte, representa también a los discípulos cansados y “moribundos”

Dado que este evangelio fue escrito después de décadas de vida cristiana (con sus heroísmos, pero también con sus fracasos y deserciones) es de suponer que en la figura de Lázaro el evangelista se refiera a comunidades o grupos de discípulos que han perdido el entusiasmo, que han dejado de ser fieles, que se han dejado “morir” y hasta “enterrar”… hasta el punto de llevar cuatro días enterrados y oliendo mal. Este Lázaro enfermo de muerte representa a muchos cristianos y consagrados que parecen haber perdido el fervor primero, que ya no escuchan la voz del pastor, que se desinteresan por los buenos pastos…
Ante una situación en la que parece que algunos discípulos se desaniman y abandonan la fe, el autor de la carta a los Hebreos les escribe con palabras muy sentidas:

“Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe… Nosotros no somos de los que se echan atrás cobardemente y terminan sucumbiendo, sino de aquellos que buscan salvarse por medio de la fe” (Cfr Hb 10, 23-39).

Contemplando la figura de Lázaro me pregunto: ¿Estoy yo acaso también “muerto” espiritualmente? ¿Me he encerrado en alguna “tumba” hasta el punto de permitir que algo se pudra dentro de mí y comience a “oler mal”? En ese caso, la Semana Santa es un buen momento para escuchar la voz de Jesús que me dice:

“Amigo, sal fuera, sal de tu tumba; ven fuera y déjame darte un abrazo de amor y de vida, porque mi amor por ti no muere nunca”.

P. Antonio Villarino
Bogotá

El ciego que ve y los videntes que no ven

Comentario a Jn 9, 1-41 (IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017)

La cuaresma avanza rápidamente hacia la Pascua, como Jesús avanzaba por Judea hacia Jerusalén, al encuentro de su “batalla” definitiva por establecer el Reino de su Padre, a pesar de que tenía en contra los vientos de la hipocresía, de la falsa religiosidad y de un poder político que quería conservar sus privilegios, sin dejarse inquietar por un pobre predicador de Galilea, que hablaba de otro “Reino”, que no era el de ellos.

Unos pocos le siguieron intuyendo algo especial en el Maestro, pero sin comprenderlo del todo, hasta que él -con sus enseñanzas, sus gestos de cercanía y amor, su poder para enfrentar el mal y el pecado- les abre los ojos y les hace “ver” y descubrir en él al Mesías prometido,la Palabra luminosa del Padre, la revelación de un amor liberador.

De ese grupo de seguidores que “vieron” lo que otros no supieron ver surgen las primeras comunidades cristianas en Judea, Samaría y, más tarde, en otros lugares de Asia y Europa. Esas comunidades se enfrentaron muy pronto a la misma oposición a la que se enfrentó Jesús: sus miembros fueron rechazados por los suyos, expulsados de la comunidad judía, como unos herejes indeseables, y, más tarde, perseguidos por las autoridades de Israel y del Imperio Romano.

Esta historia es la que está detrás del capítulo nueve del evangelio de Juan que leemos hoy y que habla de un ciego que “estaba sentado y mendigaba” (es decir, incapaz de caminar por su pie y dependiente de otros), pero que en el encuentro con Jesús recupera la vista y, después de algunas dudas, reconoce a Jesús, a pesar de la oposición de las autoridades, y afirma: “Creo, Señor” y se postra ante él, en actitud de adoración. El ciego representa a los discípulos que, por fin, “ven” frente a los que se empeñan en no “ver”.

El evangelista pone en boca de Jesús una frase aparentemente enigmática, pero que da sentido a todo el relato: “Para un juicio yo he venido a este mundo: para que los que no ven vean y los que ven se conviertan en ciegos”.

En castellano tenemos un proverbio que es parecido a esta frase de Jesús: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Los fariseos, sacerdotes y escribas, así como Pilatos, no querían ver nada que les llevara a perder los privilegios y a cambiar su vida; les faltaba humildad para salir de sí mismos y ver lo que tenían ante los ojos; se creían sabios, pero no fueron capaces de “ver” y reconocer al Mesías, mientras la gente sencilla, pobre y pecadora, que “no veían”, por su humildad y receptividad, fueron capaces de “ver” y reconocer al Mesías, aunque eso les costase ser expulsados de la sinagoga.

Escuchar la palabra liberadora de Jesús y dejarse tocar por su “cuerpo” en la comunión es una manera de dejarse iluminar, de superar la ceguera del orgullo y “ver” al Señor que está cerca de nosotros. Puede que, al principio no nos demos cuenta, como le pasó al ciego, pero si persistimos en el diálogo sincero, él se nos revelará: “Yo soy”; y nosotros responderemos con emoción y una contenida alegría: “Yo creo, Señor”.

P. Antonio Villarino
Bogotá

PD. Puede ser interesante fijarse en los títulos que en este relato se dan a Jesús, porque ayudan a comprender como lo vieron las primeras comunidades cristianas:
-Rabbí (Maestro): 9,1
-Luz del mundo: 9,5
-Enviado: 9,7
-El hombre llamado Jesús: 9, 11
-Profeta: 9,17
-Cristo: 9, 22
-Hijo del Hombre: 9, 35
-Señor: 9, 36

La sed de la Samaritana

Comentario a Jn 4, 5-42 (III Domingo de Cuaresma, 19 de marzo de 2017)

El tercer domingo de cuaresma nos ofrece como lectura evangélica el famoso relato de la Samaritana. Es un relato muy profundo y lleno de simbolismos. A modo de ejemplo, les hago unas breves anotaciones:

1.- Jesús busca un nuevo comienzo. Jesús abandona Judea, debido a la oposición que encuentra, y regresa a Galilea, en busca de un nuevo comienzo, en una región marginada. Jesús, como nos puede suceder a nosotros, ante una dificultad seria, siente la necesidad de volver a empezar “desde cero”. Los fracasos, las decepciones, los obstáculos pueden ser grandes ocasiones de avance en nuestras vidas, si sabemos aprovechar la ocasión, para re-iniciar el camino.

2.- Jesús llega a Samaría, tierra marginada e impura. La Samaritana es una mujer-símbolo; representa a toda esta tierra, que se encontró con Jesús, desde su situación de marginación e impureza. La samaritana nos representa también a nosotros, hombres y mujeres, que arrastramos nuestra propia historia, con el orgullo de lo alcanzado, pero también con los estigmas de los errores cometidos, de las heridas sufridas, de los hábitos que nos esclavizan y que no logramos dominar. La samaritana representa también la insatisfacción del corazón humano, cuando no ha encontrado a Dios.

3.- Encuentro junto al pozo de Jacob. Jesús y la Samaritana se encuentran junto a un pozo muy significativo, herencia del patriarca Jacob, con muchos significados:

a) El agua como fuente de vida: Dice Isaías: “Sacaréis agua con júbilo de las fuentes de la salvación” (Is 12, 3). La imagen del agua, a la que acuden con tanta frecuencia los profetas, tiene probablemente mucho que ver, no sólo con la natural experiencia de todo ser humano, sino de manera muy concreta con la experiencia del pueblo en el desierto cuando, sediento y desesperado, se rebela contra Dios. Pero éste, por medio de Moisés, saca de la roca agua abundante y cristalina, agua que facilita la vida.

b) El agua como símbolo de sabiduría: Del agua como fuente de vida física, los israelíes pasan pronto a hacer la experiencia de la Palabra de Dios como el “agua” que facilita la vida humana en sus dimensiones más profundas. El libro del Eclesiástico afirma que la Ley del Señor “rebosa sabiduría como el Pisón, como el Tigris en la estación de los frutos; está llena de inteligencia como el Éufrates, como el Jordán en el tiempo de la siega; va repleta de disciplina como el Nilo, como el Guijón en los días de la vendimia” (Eclo 24, 23-25).

c) Jesús pide agua y ofrece el “don de Dios”. Desde la experiencia de la sed física y de la importancia del agua para la vida, Jesús invita a la samaritana a conectar con otra sed más profunda, que seguramente ella también siente, como todos nosotros; una sed de sentido, de amor definitivo, de trascendencia; una sed, que sólo puede saciarse en Dios mismo, fuente de donde brota toda vida, tal como expresan repetidamente los salmistas:

“Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo;
estoy sediento de ti, por ti desfallezco,
como tierra reseca, agostada, sin agua…
Tu amor vale más que la vida” (Sal 63)
“Como jadea la cierva,
tras las corrientes de agua,
así jadea mi alma,
en pos de ti, mi Dios
Tiene mi alma sed de Dios,
Del Dios vivo”.
(sal 41)

Para encontrar a Dios es imprescindible tener sed, experimentar la insatisfacción de las aguas comunes que tomamos, de las filosofías, pensamientos, oportunidades, amores, que se nos ofrecen en la vida. A la sed profunda responde Jesús con el don de su Palabra iluminadora, que conduce hacia el conocimiento del Padre; el don de su Espíritu que purifica, alienta y fortalece; el don de una presencia que es amor perdonador, renovador, misericordioso, sin condiciones.

¿Tienes sed de sentido, de amor verdadero, de transcendencia? Dialoga desde tu corazón con Jesús y encontrarás el agua del Espíritu que satisface tu sed.

P. Antonio Villarino
Bogotá