Laicos Misioneros Combonianos

Paz, alegría, perdón, misión

Comentario a Jn 20, 19-31: Segundo Domingo de Pascua, 23 de abril del 2017

En este segundo domingo de Pascua, seguimos leyendo el capítulo 20 de Juan, que nos habla de lo que pasó “en el primer día de la semana”, es decir, en el inicio de la “nueva creación”, de la nueva etapa histórica que estamos viviendo como comunidad de discípulos misioneros de Jesús. La presencia de Jesús vivo en medio de la comunidad se repetiría después a los ocho días, para tocar el corazón de Tomás, exactamente como sucede con nosotros cada domingo, cuando cada comunidad cristiana se reúne para celebrar la presencia del Señor.
El evangelio nos dice que Tomás no creyó hasta que puso sus manos en el costado herido de Jesús. Precisamente de ese costado herido de Jesús, de su corazón que se da hasta el final, surge el Espíritu que permite a la Iglesia seguir viviendo de Jesús. Con el Espíritu la comunidad recibe los siguientes dones: paz, alegría, perdón, misión. Veamos brevemente:

1) “Paz a ustedes”
Jesús usa la fórmula tradicional del saludo entre los judíos, una fórmula que algunas culturas siguen usando hoy de una manera o de otra. En nuestro lenguaje de hoy quizá podríamos decir: “Hola, cómo estás, te deseo todo bien, soy tu amigo, quiero estar en paz contigo”. ¿Les parece poco? A mí me parece muchísimo. Recuerdo cuando el actual Papa Francisco, recién elegido, salió al balcón de la basílica de San Pedro y simplemente dijo: “Buona sera” (Buena tardes). Bastó ese pequeño saludo para que la gente saltara de entusiasmo. No se necesitaba ninguna reflexión “profunda”, ninguna declaración especial; sólo eso: una sencilla palabra de reconocimiento del otro desde una actitud de apertura y amistad.

Pienso en la importancia y belleza de un saludo cordial y cariñoso entre los miembros de una familia, reafirmando día a día esa cercanía amorosa que nos da vida y alegría; pienso en el saludo respetuoso y positivo entre compañeros de trabajo que hace la vida más llevadera y productiva; pienso en esa mano que nos damos durante la Misa reconociendo en el otro a un hermano, aunque me sea desconocido; pienso en el gesto de comprensión y apoyo hacia el extranjero… Pienso en una paz mundial que necesitamos tanto en tiempos de gran violencia y conflictividad. En todas esta situaciones, Jesús es el primero en decirme: “Hola, paz a ti”.

Es interesante anotar que, saludando, Jesús muestra sus manos y su costado que mantenían las huellas de la tortura que había padecido. Es decir, la paz de Jesús no es una paz “barata”, superficial; es una paz que le está costando mucho, una paz pagada con su propio cuerpo. Nos recuerda que saludar con la paz a nuestra familia, a nuestro entorno laboral, a nuestra comunidad… no siempre es fácil; más bien a veces es difícil. Pero Jesús –y nosotros con él- es un “guerrero” de la paz”, un valiente, que no tiene miedo a sufrir.

2) Alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
La llegada de Jesús, con su saludo de paz, produce alegría. Como produce alegría la llegada de un amigo; como hay alegría en una familia o en una comunidad cuando hay aceptación mutua. No se trata de una alegría tonta, que oculta las dificultades, los problemas o hasta los pecados; no es la alegría de quien falsea la realidad o se droga con el vino, la droga, los placeres de cualquier tipo o un orgullo inconsciente e insensato.

Es la alegría de quien se siente respetado y respeta; la alegría de quien se siente valorado y valora; la alegría de quien se sabe amado gratuitamente y ama gratuitamente; la alegría de quien se reconoce como Hijo del Padre. Es la alegría honda de quien ha encontrado un sentido a su vida, una misión a la que entregar sus días y sus años, aunque eso implique lucha y sufrimiento. Es la alegría de quien ha encontrado en Jesús a un amigo fiel, a un maestro fiable, a un Señor que vence el mal con el bien.

3) Perdón: “a quienes perdonen les quedará perdonado”.
La alegría del discípulo, como decíamos, no es la del inconsciente ni la del “perfecto”, que pretende hacerlo todo bien. Es la alegría de la persona que acepta ser perdonada y sembrar semillas de perdón. Jesús infundió en su Iglesia el Espíritu del perdón, de la misericordia y de la reconciliación. El papa Francisco ha recuperado para nuestro tiempo este “principio misericordia”. La Iglesia no es el espacio de la Ley o de la condena; la Iglesia de Jesús es el espacio de la misericordia, de la reconciliación, el lugar donde siempre es posible comenzar de nuevo. Sin misericordia, la humanidad se hace “invivible”, “irrespirable”, porque, al final, no somos capaces de vivir de solo ley. Necesitamos la misericordia, la paz, la alegría de la fraternidad.. y eso solo viene realmente como fruto del Espíritu.

4) Misión: “Como el Padre me envió, así les envío yo”.
La comunidad de discípulos, pacificada, perdonada, convertida en espacio de misericordia, se hace comunidad misionera, enviada al mundo para ser en el mundo precisamente eso: espacio de misericordia, de reconciliación y de paz. ¡Cuánto necesita nuestro mundo este espacio! ¡Cuán necesario es extender por el mundo estas comunidades de discípulos para que, humildemente creyentes, sean lugares de saludo pacífico, de perdón y de alegría profunda!

P. Antonio Villarino
Bogotá

Reunión del grupo de “Amigos de Comboni” en Awassa.

Ethiopian CLMLos Laicos Misioneros Combonianos de Etiopía están colaborando con el grupo de Amigos de Comboni.
Parte de esta colaboración está en la organización y formación de este grupo de laicos.
Hemos celebrado una reunión en Awassa donde hablamos sobre la Enseñanza Social de la Iglesia, pero también sobre cómo San Daniel Comboni cuidaba de los esclavos y de las personas más abandonadas.
También hubo tiempo para meditar algunos fragmentos bíblicos en los que se basa la ESI y tiempo para compartir.
Fue una reunión muy buena.

Ethiopian CLM
Madzia Plekan. LMC Etiopía

La piedra removida

Un comentario a Jn 20, 1-9 (Pascua de Resurrección, 16 de abril de 2017)

Estamos en el último capítulo de Juan -si tenemos en cuenta que el 21 es considerado un añadido-. Aquí el evangelista nos transmite la experiencia de los primeros discípulos que pasaron de la decepción al compromiso, de la desunión a la comunión, del viejo Israel a la nueva comunidad de creyentes. Lo hace usando, como siempre, expresiones de gran resonancia simbólica, entre las que me permito resaltar algunas:

1.- “El primer día de la semana”
Terminada la creación (“todo está cumplido”, dice Jesús en la cruz), comienza el nuevo ciclo de la historia, el de la nueva creación. Jesús vino para hacerlo todo nuevo, superando la experiencias negativas. Él es el testigo de que Dios es siempre nuevo, de que es posible comenzar en nuestra vida un camino nuevo. Claro que, para que se produzca una nueva creación, es necesario saber morir a la vieja creación; hay que saber afrontar la muerte de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo. Tenemos que dejar de ponernos a nosotros mismos en el centro de todo: “Si el grano de trigo no muere, se queda solo; pero si muere, da fruto en abundancia”.

2.- “Por la mañana temprano, todavía en tinieblas”
La Magdalena va al sepulcro buscando a Jesús, no en la vida, sino en la muerte, sin darse cuenta de que el día ya clarea. María cree que la muerte ha triunfado”; por eso su fe está todavía en la penumbra. Ya clarea, ya hay nueva esperanza, pero no se ha abierto camino en el corazón y en la conciencia de aquella mujer que nos representa a todos.
Cuántas veces nosotros vivimos en el claroscuro, sin saber reconocer los nuevos signos de esperanza que Dios nos regala en nuestra historia personal o comunitaria.

3.- El sudario, los lienzos, la losa y el sepulcro
Se trata de cuatro objetos que, de por sí, nos hablan de un muerto y así lo entiende la Magdalena y los discípulos. El texto, sin embargo, nos habla de que la losa está removida, el sudario apartado, los lienzos ordenados y el sepulcro vacío. Ni la losa retiene al muerto, ni el sudario o los lienzos lo mantienen atado. La muerte ha perdido a su presa, aunque la Magdalena no acabe de verlo. A este respecto comenta Anselm Grün:

“La primera señal de la Resurrección es la piedra que ha sido retirada del sepulcro. La piedra que preserva del sepulcro es el símbolo de las muchas piedras que están sobre nosotros. Yace precisamente una piedra sobre nosotros allí donde algo quiere brotar en nuestra vida y nos estorba en la vida. E impide que nuestras nociones de la vida, que en cada momento emergen, lleguen a ser realidad. Nos bloquea, nos impide levantarnos, salir de nosotros, dirigirnos a los demás… Cuando una piedra yace sobre nuestra tumba, nos pudrimos y nos descomponemos dentro…”.

4.- Los discípulos recuperan la unidad
Los dos discípulos corren separados, como nos pasa cuando perdemos la fe y la esperanza. Cuando las cosas no van bien, la gente se divide y se dispersa. El desánimo se acumula y reina el “sálvese quien pueda”. Pero después recuperan la unidad, una vez más atraídos por el recuerdo y la búsqueda de Jesús.
El discípulo amado (el que había estado con Jesús en la cruz) cede la primacía al que lo había traicionado). El discípulo fiel ayudará al compañero, pero sin recriminaciones, simplemente corriendo más que él. Buen ejemplo para nosotros: a los compañeros no se les recrimina ni se les pretende forzar a la fidelidad; simplemente hay que correr más y, al mismo tiempo, saber esperar.

La experiencia de los discípulos nos recuerda que Jesús vive, que su presencia se hace notar entre nosotros de muchas maneras y que, abiertos a esta presencia, también nosotros podemos salir de nuestros sepulcros, recuperar la esperanza, vivir el amor y triunfar sobre la muerte, la oscuridad y el caos. La muerte no tiene la última palabra. La vida, sí.

P. Antonio Villarino
Bogotá

El tiempo va pasando

Misionera en UgandaExactamente hace un año todavía estaba en Polonia, ahora estoy en St. Jude Children’s Home, pero no sólo ahí.

Desde mi regreso a Gulu no ha pasado un año todavía pero todo parece diferente de lo que era antes. Como todo el mundo piensa el regreso es más fácil: lugar familiar, gente, cultura. A pesar de esto, todavía estoy aprendiendo cosas nuevas. Esto también como resultado de los cambios en mi servicio misionero: no sólo estoy en el orfanato, sino también en la escuela que dirige la comunidad de Santa Mónica, en la prisión y también en la casa de nuestros chicos mayores.

El área de nuestro servicio misionero se ha ampliado considerablemente, no sólo el mío, sino también el de Asia y el de Carmen, cada una de nosotras ha encontrado nuevos lugares de compromiso que enriquecen nuestra comunidad en compartir y experimentar la misión.

Como he mencionado anteriormente, además de mis actividades diarias con niños en St. Jude (ayudando en clases de educación compensatoria, apoyo motivacional y trabajo de autoestima de los niños, alimentación y cuidado de los niños con discapacidades, actividades de tiempolibre y oración junto con las jóvenes), también me he involucrado en otros proyectos también.

Santa Mónica es un lugar administrado por una Comunidad de Hermanas. Tienen muchos proyectos y actividades diferentes como la Escuela de Alfabetización para Mujeres Adultas, la Escuela de Costura, la Clínica y el Jardín de Infancia. En este Kindergarten, dos veces por semana, tengo clases con niños que tienen dificultades de aprendizaje. Nuestras clases tienen lugar en el aula donde trato de mostrar al niño, en media hora (las clases se llevan a cabo individualmente), que él es capaz de escribir, contar o responder preguntas. Sin embargo, lo más importante es hacer que el niño se sienta aceptado y que alguien cree en él. Desafortunadamente, el mayor problema entre estos niños es que tienen la autoestima muy baja, son tímidos y no se sienten especiales. Vienen familias donde son muchos y todos son iguales y si son más lentos en aprender o escribir, significa que son peores, estúpidos.

El otro lugar donde voy es la prisión, donde ya he pasado dos semanas junto con un grupo de oración, celebrando la Misa o compartiendo el Evangelio con los prisioneros – hasta ahora este es el comienzo, así que todavía soy nueva en esto, pero estoy muy contenta de poder estar allí. Espero también ir con las mujeres presas, pero comenzaré después de Pascua.

La casa de los muchachos forma parte de St. Jude pero es una casa separada cerca de 2 kilómetros del orfanato. Los sábados por la tarde, voy allí a leer con ellos el evangelio del domingo siguiente, a hablar de sus problemas, a ayudarles con el estudio. Por ejemplo, tenemos un chico que está en la clase P.3 (Escuela Primaria) pero todavía tiene problemas para escribir su nombre, así como problemas de concentración o memorización – pero esto no es porque sea perezoso. Su dificultad para adquirir conocimientos es causada por que la madre del niño estuvo bebiendo alcohol durante el embarazo. Desafortunadamente el síndrome fetal alcohólico (FAS) y el SIDA (tienen medicamentos tan fuertes que sufren efectos secundarios) han tenido un gran impacto en su capacidad y funcionamiento en la vida diaria así como en la escuela.

El tiempo pasa muy rápido, cada día es muy parecido, pero los acontecimientos, las caras y otras situaciones son diferentes. Todo ello me enseña algo, principalmente sobre mí misma. Estoy agradecida a Dios por el don de esta vocación, a veces difícil pero con certeza llena de Su amor y poder. Porque ninguno de nosotros haría nada si no fuera Su voluntad.

Para este tiempo extraordinario de Semana Santa, deseo a todos nosotros momentos de silencio y desierto, que en nuestra tan organizada vida cotidiana encontremos tiempo para Él y en el Día de la Resurrección que nuestras almas estén llenas de Fe, Esperanza y Amor.

Misionera en Uganda

Ewa Maziarz, LMC polaca en Uganda

La pasión de Jesús

Comentario a Mt 26, 14-27, 66 (Domingo de Ramos, 9 de abril de 2017)

Estamos ya en el Domingo de Ramos, con el que damos comienzo a la Semana Grande de las celebraciones cristianas. Hoy se lee la narración de la Pasión de Jesús, según el evangelio de Mateo. Como sabemos, la narración de la Pasión es la primera que se asentó en las comunidades cristianas, que, evidentemente, estaban muy impresionadas y afectadas por los sufrimientos y la muerte de su gran Maestro. También para nosotros es un gran momento para leerla con enorme respeto y devoción, tratando de involucrarnos con nuestro corazón.

La narración da para meditar un largo tiempo. De mi parte apenas recuerdo algunas breves anotaciones:

1.- Entre la traición y la cena de amigos
La narración de Mateo, que leemos hoy, comienza con la traición de Judas, que está dispuesto a vender a Jesús por 30 monedas (el valor de un esclavo). Los sentimientos que este terrible hecho provoca en Jesús, los explica citando libremente el salmo 41, 10:

“Hasta mi amigo íntimo, en quien yo confiaba, el que compartía mi pan, me levanta calumnias”.

El anuncio de esta traición del amigo se da precisamente en el contexto de la cena pascual, la cena de despedida, que se convierte en la cena a recordar para siempre, como de hecho está sucediendo desde hace 20 siglos. Los amigos de Jesús seguimos reuniéndonos todos los domingos en su nombre, compartiendo el “pan” de su cuerpo. Al recordar la amistad del Maestro, lo hacemos con gratitud infinita, con la decisión de serle fieles y de seguir con su misión en favor del Reino del Padre, aunque sin ser ingenuos: sabemos que entre nosotros puede haber traidores y que nosotros mismos podemos caer en esa triste tentación.

2.- La decisión de Getsemaní
Tuve la oportunidad de celebrar una vez la Misa junto a la piedra de Getsemaní en la que se supone que Jesús oró largamente y tomó la gran decisión de afrontar la muerte con valentía y confianza en el Padre. Sentí en aquella ocasión una gran emoción, contemplando a Jesús sumido en aquella batalla interior entre sus ganas de vivir y la certeza de que le tocaba entregar su vida en un acto supremo de generosidad y obediencia:

“Siento una tristeza mortal… Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiera, sino como quieres tú”.

Esta contemplación me da fuerzas para saber afrontar las dificultades de la vida con confianza y firmeza, sin rendirme nunca ante las tentaciones del mal, las traiciones de los cercanos o de mi propia debilidad. A pesar de todo, el Padre está conmigo como estuvo con Jesús.

3.- El pueblo pide su muerte
Una de las cosas más tristes en esta narración es ver como la masa se vuelve contra Jesús pidiendo que lo crucifiquen. Se discute mucho si la muerte de Jesús se debe a Pilatos (por motivos políticos) o a las autoridades judías (por motivos religiosos). Mateo pone en boca del pueblo la siguiente frase: “Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsable de esta muerte”. Esta interpretación de Mateo es una llamada a nuestra responsabilidad en la marcha de las cosas. Fácilmente echamos la culpa de lo que no funciona entre nosotros al Gobierno, a la Iglesia o a cualquier otro. Parece que lo importante es echar la culpa a otro y rehuir nuestra propia responsabilidad. Sin embargo, la contemplación de la condena injusta de Jesús me hace pensar si también yo caigo en la tentación de la acusación falsa y fácil contra otros.

4.- La confesión del centurión: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”

El sentido final de la muerte de Jesús es precisamente mostrarnos su divinidad. Hay que resaltar que con esta humillación total (kénosis) Jesús, en contra de lo que a veces se piensa, no oculta a Dios, sino que lo revela en su verdad más auténtica. La verdadera igualdad de Jesucristo con Dios no queda oscurecida, sino iluminada, por la encarnación y la cruz.

Con esta actitud Cristo nos revela su propia divinidad y la del Padre, “porque Dios es amor. El amor de Dios a nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él. En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para que fuese víctima expiatoria por nuestros pecados” (1 Jn 4,8-10).

El anonadamiento de Cristo nos revela plenamente el ser de Dios que es amor, es decir, salida de sí mismo hacia el otro:

“En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; sin embargo, pudiera ser que alguno muriera por un hombre bueno. Pero Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros” (Rm 5,7).

P. Antonio Villarino
Bogotá