Laicos Misioneros Combonianos

Estar aquí. ¡Con ellos y entre ellos!

ArequipaEstamos en uno de los lugares más bonitos del mundo. Sólo añadir que en este lugar, perdido entre los volcanes Chachani y Misti, vive un pueblo, un pueblo humilde con el que compartimos nuestra vida ahora.
A lo largo de nuestra todavía temprana caminata, son ya muchos los rostros que quedaron clavados en nosotras. Tal vez porque la falta de humanidad se hace presente de una forma tan evidente que llevada al extremo lleva a la muerte. Son ya muchas las historias de violencia que nos han sido contadas no sólo a través de palabras, sino a través del testimonio vivo de quien diariamente lucha por la esperanza del cambio. Quizás porque están en este país, Perú, los niveles de machismo son de los más altos de mundo. En este escrito de Manu Tessinari, podemos conocer de una forma más profunda esta realidad:
Perú es un país machista. Muy machista.
En el Perú, una adolescente puede ser golpeada por el padre si es sorprendida manteniendo relaciones sexuales con su novio. Aquí, la mujer que está en cárcel no tiene derecho a visitas conyugales. En el sistema público de salud, está prohibida la entrega gratuita de la píldora del día siguiente para pacientes víctimas de violación.
¿Algo más absurdo? En el Perú, si la mujer es abandonada por su marido y no se divorcia, el hombre puede rehacer la vida y registrar a todos los hijos de la nueva compañera. La mujer no. La ley indica que el hijo de esta mujer es legalmente del exmarido (protegido por el vínculo del matrimonio) y para que el padre biológico pueda registrarlo, es necesario un largo y complejo proceso legal.
De cada 10 mujeres peruanas, 6 son víctimas de violencia psicológica y 2 son víctimas de violencia física por parte de su compañero. El 16% de las personas (hombres y mujeres) creen que la culpa es de la propia mujer, encontrando incluso que el 3,7% cree que ellas MERECEN ser golpeadas y el 3,8% NO ven problema en que el hombre fuerce relaciones con su pareja.
Las peruanas son trabajadoras. Según el INEI (Instituto Nacional de Estadísticas e Información), el 95,4% de las peruanas trabajan, la mayoría en servicios. En promedio, una peruana gana UN TERCIO MENOS que un peruano, haciendo el mismo servicio. Lamentablemente, sólo el 36% de las mujeres consiguen terminar la escuela y poco más del 16% logran concluir la universidad. Todo ello en un país donde las mujeres son 15.800.000, es decir, el 49,9% de la población
“.

Las vidas de quien nos pasa delante de la puerta, no nos resulta indiferente, y aunque la realidad sea ésta, le llevamos la alegría de un Evangelio que no es sólo nuestro, un Evangelio que necesita ardientemente ser llevado al mundo, llevado a los confines de la periferia.

No tengáis miedo de salir e ir al encuentro de estas personas, de tales situaciones. No os dejéis bloquear por prejuicios, por hábitos, por inflexibilidades mentales o pastorales, por el famoso «siempre lo hicimos así». Pero sólo podemos ir a las periferias, si tenemos la Palabra de Dios en nuestro corazón y si caminamos con la Iglesia, como lo hizo San Francisco. En caso contrario, nos estamos anunciando a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, y esto no es bueno, no beneficia a nadie. ¡No somos nosotros quienes salvamos al mundo: es precisamente el Señor que lo salva!

Papa Francisco

Y es aquí donde nos sentimos llamadas a habitar entre ellos y con ellos. Es aquí donde dejamos de ser nosotras para ser instrumentos vivos al servicio de Jesucristo en el Perú.

ArequipaComunidad Ayllu,
Neuza y Paula, LMC en Perú

Testimonio – Fe y Misión en Carapira por Inés Gonçalinho

LMC PortugalBien, ¿cómo comenzar este testimonio? Las palabras no llegan para describir el torbellino de emociones que sentí, y la nostalgia que ya acumula mi corazón. He tardado días o incluso semanas para conseguir escribir el testimonio, tal vez por miedo o incluso por nostalgia. Cada día que paso lejos de aquella tierra siento dolor, pero por encima de todo una gran nostalgia. Es algo que se apodera de mí sin pedirme permiso, que determina mi estado de ánimo, llegando incluso a dictar los sueños que tengo al acostarme. No puedo describir lo que he vivido, lo que he compartido, lo que amé, lo que crecí, lo que di, pero por encima de todo lo que recibí. Amé y amo a esa gente como si fuera mía. Sinceramente, ¿cómo no amar? Fui adoptada y acariciada por todos lo que se cruzaron en mi camino, aunque no hablaba la misma lengua no fue ningún impedimento para muestras de amor constantes. En una de las idas al barrio cerca de la casa de la misión, me crucé con una mamá que de inmediato me invitó a “mata-bichar” (desayunar) con ellos. Cuando me di cuenta, estaba rodeada de gente que me miraba atentamente, pero con un cariño infinito para enseñarme sus costumbres. Me derretía el corazón la hospitalidad y el amor que sentía diariamente, y la forma en que nos mirábamos y abrazábamos era apasionante. Estaba en casa.
Me siento y pienso cómo me sentí cuando pisé aquella tierra por primera vez, y me es imposible contener las lágrimas. La excitación de empezar, de conocer, de estar, de ayudar, era tanta que enseguida el lunes (dos días después de nuestra llegada), me presenté al servicio en el ITIC. La noche anterior apenas dormí por miedo. Me preocupaba si sería capaz de tratar con los niños que aparecieran en la enfermería a pedir mi ayuda, si todo lo que aprendí en la universidad realmente serviría para algo, si podría adaptarme a los medios que tenía. Había muchos “si’s”, muchas inseguridades, pero de una cosa tenía certeza, daría lo mejor de mí desde que despertase hasta que me fuese a la cama.

Organicé papeles, reorganicé las vitrinas de los medicamentos, pero sobre todo traté a los alumnos en sus más variadas formas. Me entregué sin miedos, me quedaba horas después del tiempo establecido en aquel cubículo de 4 paredes, pero me llenaba tanto el corazón. Me quedaba maravillada cuando los alumnos me buscaban sólo para “saludarme” para “alegrar mi día”, como decían.

LMC PortugalLa forma en que me vinculé a aquellos chicos fue indescriptible, parecía que con una simple mirada habíamos hecho un juramento de cuidarnos mutuamente. Vivía intensamente las enfermedades o las preocupaciones de cada uno de ellos, y trataba de cada uno como si fuese único, con todo el amor que era capaz de albergar mi pecho. Muchas veces, cuando algunos de ellos estaban enfermos y se quedaban dormidos en la enfermería, me costaba tanto volver a casa. No podía pensar en nada más, si no en pensar estrategias para que mejorase rápidamente. Muchas veces, pasaba las tardes al lado de ellos, jugando juegos en el suelo frío de la Enfermería, controlando la fiebre cada 30 minutos, o simplemente a verlos dormir.

Había días más fáciles que otros, pero todos ellos eran un desafío constante. Todos los días Él me ayudaba a superarme, y a darme cuenta de que nuestras barreras están sólo en nuestra cabeza. Me arrodillé ante Dios varias veces desorientada, y Él me habló al corazón mostrándome que de su mano superaba todas las dificultades.

Una de las miles situaciones que viví, fue cuando miré por primera vez al rostro de aquellas niñas que estaba acompañando en el estudio. Cada mirada penetraba en mi corazón de una forma tan intensa que jamás olvidaré. Intentaban aprender solas, sin libros de apoyo o alguien que les explicase. Eran movidas por una fuerza interior indescriptible de querer ser más, de alcanzar un futuro mejor. Cada una, cargaba en sus ojos historias y vivencias que jamás olvidaré, pero siempre con una alegría y un amor contagioso.

Tuve la oportunidad de ayudar en el puesto de salud de la comunidad, y allí entendí que pertenezco a este pueblo. Anduve demasiado tiempo evitando la confrontación con el estado de salud de la comunidad Macúa y el sufrimiento que sentiría. Pero al final, me remangué las mangas y fui. Simplemente fui. Recorrí todas las especialidades, desde los enfermos con VIH, las mamás internadas con patologías aún por descubrir, la maternidad, las consultas de pediatría, llegando hasta los tuberculosos. Sabía que estaba poniendo mi salud en riesgo, pero de una cosa tenía certeza, Él me cuidaba, y por eso no iba a hacer de ese temor un impedimento para no ayudar a esas personas.

Filas interminables llenaban el atrio del centro, los gritos de niños se escuchaban por los pasillos, y la esperanza de que llegara su vez era común a todos. A veces, la lengua era una barrera para explicar la toma de la medicación y las precauciones que tendrían que tener, pero hacía un esfuerzo para que el mensaje llegase. Agradezco a Dios por haberme dado fuerzas todos los días para conseguir ayudar a aquellos que la necesitaban, y que la impotencia no se apoderara de mí.

Cada día que pasaba, los lazos se fortalecían y mi miedo a regresar a casa era constante. Sabía que mi lugar estaba allí, les pertenecía. La familia que Dios escogió durante mi misión. Y cada día que pasaba los amaba más, por eso, fue imposible despedirme sin prometer mi regreso. Agradezco de corazón, la forma en que me recibieron de brazos abiertos y todo el amor que me dieron.

Lo mejor de esta misión no fue sólo las personas que conocí, las sonrisas que vi, o las lágrimas que derramé, sino la forma en que Dios invadió mi corazón diariamente sin darme cuenta. La necesidad de conversar con Él diariamente, era intrínseca en mi rutina diaria, y la bonita manera como Él me respondía era indescriptible. Estoy segura de que sin Él, no podría soportar mis debilidades ni eludir mis inquietudes. ¡Cómo fue hermoso esta descubierta con el Señor!

¡Gracias Carapira, simplemente gracias!

LMC Portugal

Inés Gonçalinho, Fe y Misión

¿Qué puedo hacer por mi prójimo?

Un comentario a Mt 25, 31-46 (XXXIV domingo ordinario, 26 de noviembre del 2017)

Concluimos el año litúrgico (el próximo domingo iniciamos el camino a la Navidad, inicio de un nuevo año litúrgico), con la lectura del fascinante texto de Mateo sobre el juicio final, que se puede reducir a la famosa frase de San Juan de la Cruz

“Al final de la vida nos examinarán del amor”.

El texto no se presta a elucubraciones teóricas sobre los ritos religiosos o las teorías sobre el amor. ”. Según Jesús, al final de la vida se nos preguntará si hemos vestido al desnudo, dado de comer al hambriento, acogido al extranjero… Quien haya hecho eso lo ha hecho con el mismo Señor de la Vida.

Y los textos paralelos de la Biblia son también muy elocuentes y concretos. Por ejemplo Isaías dice algo tan claro como lo siguiente:

“El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libre a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías, que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.
Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 5-8).

Y el libro de los proverbios dice:

“Presta al Señor quien compadece al pobre,
él le pagará su buena acción” (Prov 19, 17)

Como dice el Abbé Pierre, fundador de los Traperos de Emaús, “la vida es un poco de tiempo que se nos concede para que aprendamos a amar”.
Al terminar este año, puedo preguntarme ¿He amado durante este año? ¿He prestado ayuda a alguien? ¿He sido indiferente a la vida de los que me rodean? También puedo programar mi vida para el próximo año: ¿Cómo puedo amar más y mejor? ¿Qué puedo hacer por mi prójimo?

P. Antonio Villarino
Bogotá

Jesús Ruiz Molina, obispo auxiliar de Bangassou

Jesus Ruiz

Jesus Ruiz El misionero comboniano burgalés Jesús Ruiz Molina fue ordenado obispo auxiliar de Bangassou, el pasado día 12 de noviembre, en la República Centroafricana. La celebración tuvo lugar en Bangui, pues en su nueva ciudad solo se puede llegar en helicóptero. En realidad, las autoridades políticas y otros invitados no querían desplazarse a Bangassou, debido al ambiente de inseguridad que se vive en la región. Tras su paso por Chad y por la ciudad centroafricana de Mongoumba, Jesús Molina aceptó ser destinado a un lugar golpeado seriamente por la violencia de una guerrilla sin fin para colaborar con el obispo titular Juan José Aguirre Muñoz, otro comboniano español, a encontrar caminos para la paz y la reconciliación e servir a los más pobres.

Después de 25 años en África, le nombran obispo…

Jesus Ruiz Fue una ducha de agua fría, más bien helada, pues ni me siento digno ni humanamente me atrae. A finales de este año tenía previsto mi regreso a España para trabajar en la pastoral vocacional y Justicia y Paz al mismo tiempo que podría acompañar a mis ancianos padres y reformatearme un poco en todos los sentidos. Confiado en Dios dije sí, y esto ha cambiado completamente mi vida, que está ya unida a este pueblo de una manera sacramental hasta el final.

¿Es Bangassou la zona de África más complicada en la que ha estado?

He vivido 15 años en la sabana del Chad en un contexto difícil, con hambrunas y guerras. He pasado estos nueve últimos años en la selva con los pigmeos y con una población súper pobre. Bangassou en estos momentos es una de las zonas más conflictivas de África. Solo se puede llegar por avioneta; las doce parroquias que tenemos han sido saqueadas por los 14 grupos armados que se disputan el país. La violencia y las masacres son cotidianas. La mayoría de la población está desplazada. La mayor parte de los sacerdotes han huido y las hermanas también. En la catedral llevamos cuatro meses sin celebrar la Eucaristía pues hemos acogido a 2100 refugiados musulmanes que los antibalakas quieren asesinar. Ningún funcionario del Estado acepta venir aquí. Por eso decidimos celebrar mi consagración episcopal en Bangui. Mi gente de Bangassou no podrá asistir, pero el 8 de diciembre tendremos una Misa de acción de gracias, para celebrar que Dios no nos abandona en nuestro dolor.

¿Cuál cree que debe ser la misión de un obispo en un lugar como Bangassou y la suya en concreto?

No tengo ningún plan preconcebido. Voy para estar con esa gente que sufre. Para mí, el ser obispo no es ninguna promoción, es la confianza en Aquel que amo y que me invita a seguirle en el camino que sube a Jerusalén: «Tú ven, y sígueme». Nunca estudié para ser obispo, la gente me enseñará. El obispo es aquel que no abandona el rebaño cuando viene el lobo, que vela por todos, los de fuera y los de dentro, que denuncia la muerte de la injusticia y anuncia la salvación que es vida en Jesucristo. Hoy en Bangassou necesitamos paz, mucha paz para curar tantas heridas del cuerpo y, sobre todo, del espíritu; necesitamos reconciliarnos y perdonarnos; necesitamos construir juntos un futuro para esta población traumatizada, por ello seguiremos esforzándonos en poner en pie las escuelas, curar a los enfermos, ocuparnos de los últimos y abandonados, estaremos del lado de los más débiles, trabajaremos por la justicia, única garantía de una paz verdadera, y en todo ello seguiremos anunciando la Buena Nueva de Jesús, que vino para que tengamos vida y vida en abundancia. A mi pueblo hoy le han arrebatado esa vida.

Tiene a Juanjo Aguirre y al cardenal Nzapalainga como referentes…

Sin duda que tener referentes como Aguirre o el cardenal Nzapalainga, que hacen carne el Evangelio en la cotidianidad, me alienta y estimula al novicio que yo soy. Pero son tantos otros los maestros que me estimulan, desde las hermanas que trabajan de sol a sol en medio de una violencia enorme, hasta los abbés que arriesgan sus vidas por salvar a unos pocos; esos cristianos que viven la misericordia en lo cotidiano… El pueblo de Dios es el gran estímulo para un pastor, el pueblo nos enseña a ser pastores.

Siempre ha estado cerca de los más pobres, ¿es su opción preferencial?

Jesus Ruiz Esta opción preferencial por los últimos, los que no cuentan, los descartados que dice el Papa, viene de Jesús, el de Nazaret. Jesús nos mostró a un Dios imparcial que se inclina gratuita y amorosamente por lo que este mundo desprecia. Para el insatisfecho buscador que yo soy, curiosamente he descubierto que en lo despreciable de este mundo se encuentra el verdadero rostro de Dios. Los pobres, los humildes, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos, los que gritan justicia… ellos son la Biblia en carne. Yo he recibido este gran tesoro de poder servirles un poco, y me alegro de ser el gran beneficiario, pues son los pobres los que me dan a Dios.

Como misionero comboniano su vínculo con África es muy fuerte. ¿Sigue siendo el continente olvidado en nuestros días?

África no cuenta en el organigrama económico mundial; el terrible atentado en Barcelona fue noticia internacional, sin embargo, en la misma fecha, cientos de personas asesinados en mi diócesis no tuvieron ni una sola línea en la prensa. Un solapado neocolonialismo se impone hoy en África; las potencias mundiales se disputan sus riquezas sin escrúpulo provocando guerras, aniquilando culturas, exterminando poblaciones enteras… Pero África es vida con mayúscula. El origen de la humanidad está en África y me atrevo a decir que el futuro de esta humanidad pasa por África.

Jesus Ruiz
Obispos de la República Centroafricana.

Aprender a amar…

LMC Portugal¡Fue un sueño… que se hizo realidad! Todo surgió desde la primera vez que escuché el testimonio de un sacerdote misionero y por el que me maravillé por la gran intensidad del amor vivido y compartido. Era adolescente y desde allí nació en mí una enorme voluntad de querer amar así.

El tiempo fue pasando y casi vi el sueño huir entre mis rutinas, responsabilidades y trabajo… Pero Dios sabe lo que hace y no podía dejar un sueño tan rico morir en vano. Él me supo llevar por el camino correcto, conduciéndome por el camino de Fe y Misión que me ayudó a acercarme a Él, a conocerme en lo más profundo y a darme cuenta de que era llamada a hacer algo más. Y con millones de miedos y anhelos Él quiso que yo fuese aún más lejos y viviera este mes, donde pude aprender y saborear un poco de la vida misionera.

Después de toda la preparación, recaudación de fondos y despedidas, sólo descubrí que era real cuando me vi en Nampula. Así que salí del avión, saqué la máquina para tomar fotos del lugar y me lo impidió un guarda de seguridad del aeropuerto. Entonces sí, descubrí que aquel no era el mundo en que crecí, la realidad a la que siempre había estado acostumbrada.

En el camino recorrido hasta Carapira, más certezas tenía que estar viviendo otra vida, en un mundo completamente diferente. La carretera asfaltada, sin pintar y con rectas infinitas, me fue permitido ver la verdadera realidad de vivir en Mozambique. De la ventana fui viendo los puestos junto a la carretera, pequeños mercados donde se vendía de todo un poco, vi también muchas mujeres cargando sus hijos a la espalda y otras que cargaban baldes de agua u otras cargas en sus cabezas. La tierra roja, los árboles típicos y la llanura infinita con algunas montañas a lo lejos identificaban el paisaje. En algunos lugares se veían casas de paja y pequeños puestos que identificaban las poblaciones.

Llegamos a Carapira donde tuvimos una cálida acogida que me recordó la existencia de un mundo parecido a lo que estaba acostumbrado a vivir. Las instalaciones eran bastante agradables a semejanza de lo que había idealizado anteriormente.

Los primeros días me permitieron conocer el lugar donde pasaríamos la mayor parte del tiempo, las casas de las diferentes ramas de la familia Comboniana y el trabajo que cada uno realizaba. Se distribuyeron las tareas para toda la comunidad Fe y Misión, sobre todo relacionadas con el trabajo del Instituto Técnico Industrial de Carapira (ITIC) y en el apoyo al estudio de las niñas del hogar de las Hermanas Combonianas.

El trabajo que nos habían asignado lo realizamos a lo largo del mes y adaptándonos al ritmo que allí se vivía. El tiempo era muy relativo, la prisa no existía, habiendo siempre la posibilidad de una conversación extra siempre que caminábamos hacia algún lado.

Todos los días participábamos en las laudes y vísperas, realizadas en la iglesia junto con la comunidad Comboniana. Al principio, no fue fácil despertarme temprano para las laudes, pero a medida que iba entrando en el ritmo era extraño si algún día faltaba a una de las oraciones. Era un momento de pararse para estar junto a él y ahí recordar todas las razones que me llevaron a estar allí.

LMC PortugalAdemás de las tareas asignadas inicialmente, tuve la oportunidad de visitar una comunidad fuera de Carapira, con la hermana Eleonora, donde por primera vez me sentí “inculturada” al almorzar junto a la comunidad, tuve también la oportunidad de rezar el rosario en Macúa en un barrio de Carapira y de acompañar a la hermana María José en la visita a los enfermos. Todos estos momentos me permitieron conocer un poco más sobre las costumbres y la vida del pueblo Macúa. Ellos estaban muy contentos siempre que nos oían hablar en su lengua, por pequeña que fuera la expresión.

Las maravillas se fueron sucediendo a lo largo de los días. Y en cada uno de ellos había un toque especial, que me hacía disfrutar de estar allí y donde nada más importaba. A pesar de las nostalgias por Portugal, la voluntad de quedarme allí aumentaba cada día que pasaba.

Poco a poco iba aprendiendo más y más, lo mejor de todo surgió con las niñas del hogar. Desde el primer día en que las conocí quedé prendada por sus sonrisas, canciones y alegría contagiosa. ¡Mi corazón se llenaba, siempre que estaba con ellas! Ellas me cautivaron con su sencillez y, a pesar de tener la tarea de enseñarles y ayudar con los estudios, sentí que aprendí yo mucho más. Compartíamos la pequeña merienda que tenían y aún me daban un poco del de ellas. Me enseñaban palabras en Macúa y se divertían mucho siempre que yo las intentaba pronunciar.

Cuando ya sentía el corazón a reventar con tanto amor y pensaba que ya no era posible más, he aquí que aparece una pequeñita que quería hablar conmigo a solas. Confieso que me invadieron mil y un pensamientos y algunos temores, junto con mucha curiosidad. ¿Qué me quería decir? Entonces surge la oportunidad y la pregunta fue muy simple, dicha de una forma tan dulce: “¿quieres ser mi amiga?” Me quedé sin reacción y sin palabras. No contaba con tan pequeña pregunta que cargaba tanto sentimiento. La abracé y le dije con todo mi amor que ya éramos amigas sin tener que pedirlo. Pero ese corazoncito aún me quiso sorprender más. A pesar de haber intentado no aceptarlo, vino con un regalo para mí. Sí, nosotros que tenemos tanto y ellos que tienen tan poco. ¿Cómo es posible? Un pequeño cuaderno con un texto escrito por ella. A lo largo del mes, las pequeñas actitudes de esta niña me conmovieron de una manera muy especial, revolviendo también mi mundo y mi forma de pensar sobre el amor. ¡Al fin y al cabo es tan sencillo!

Todo esto me hizo ver la vida con mucho más simplicidad, dejando de dar valor a muchas cosas que tenía y reflexionar sobre ese amor que poco hablaba y mucho transmitía. Fue así que Dios me llevó al desierto y me habló al corazón…

Mónica Silva (Fe y Misión)