Laicos Misioneros Combonianos

Saber desprenderse

desprenderse
desprenderse

Un comentario a Lc. 14, 25-33 (XXIII Domingo ordinario, 8 de septiembre de 2019)

En su marcha hacia Jerusalén Jesús advierte a sus discípulos de la necesidad de tomar la decisión se seguirle con toda decisión y valentía, soltando las amarras que pueden ser afectos y riquezas, sin miedo a cargar incluso con la “cruz” que todo amor verdadero implica, incluido el amor de Jesús y de su Reino.

Veamos con un poquito más de detalle.

1. Antes de proseguir, aclaremos una expresión que puede resultarnos falsamente escandalosa. Se trata de la expresión que en algunas biblias dice: “Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre y a su madre”. A este propósito la Biblia de Jerusalén, una de las principales ediciones de la Biblia, afirma que se trata de un “hebraísmo”, es decir, un dicho coloquial propio de la cultura hebrea que, como otros tantos que hay en español, no hay que entender literalmente, sino buscar su fuerza expresiva. Y la Biblia de Jerusalén explica; “Jesús no pide odio, sino desprendimiento completo e inmediato”.

2. El desprendimiento de la familia, por el contrario, es una actitud necesaria, no sólo para seguir a Jesús, sino también para madurar como personas. Se sabe que algunos hijos nunca abandonan la protección de las “faldas de la mamá” y eso les impide crecer y desarrollar su propia vocación; por ejemplo, les impide realizarse en el matrimonio o en una vocación religiosa… La familia es algo muy valioso, que nos da la vida, nos sostiene y nos abraza con un amor gratuito y hermoso. Pero no podemos quedarnos en eso. Cada uno de nosotros tiene que “romper el cordón umbilical” y construir su propia historia. Y parte importantísima de esta historia es nuestro seguimiento de Jesús, para lo cual necesitamos ser libres y desprendidos incluso de afectos muy queridos. Los misioneros, que parten a tierras lejanas, conocen bien esta experiencia.

3. Pero Jesús dice más: A veces hay que saber renunciar incluso a la propia vida, porque sólo quien pierde la vida la ganará. De hecho, las personas que tienen miedo de arriesgar la propia vida terminan por no vivirla de manera completa. También para seguir a Jesús hay que saber arriesgar. Un misionero, por ejemplo, puede exponerse a enfermedades como la malaria o peligros de conflictos y guerras, pero eso mismo le permite vivir plenamente una historia de amor y entrega que le da “más vida”. Lo mismo se puede decir de una madre que se “desvive” por sus hijos: pierde la vida, pero la recupera más plena de amor.

4. En esa misma línea, hay que entender el necesario desprendimiento de las riquezas. Los bienes de este mundo son tan necesarios como la familia para que nuestra vida crezca y se desarrolle plenamente. Pero hay momentos en que los bienes y las riquezas pueden atarnos y ser un obstáculo en vez de una ayuda. Por eso Jesús pide a los suyos que sean libres, que no permanezcan atados a los bienes de este mundo, sino que pongan estos bienes al servicio de su amor y de su entrega al Reino de Dios.

Todo lo que leemos en los evangelios nos presenta a un Jesús que ama la vida, que sabe gozar de la vida y de los bienes de este mundo. Jesús no es un anacoreta que desprecia la vida o los bienes de este mundo. Pero Jesús es libre y se muestra disponible a renunciar a todo con tal de cumplir la voluntad del Padre. Ojalá el Espíritu nos haga comprender esto y hacer de nosotros personas libres, capaces de desprendernos de cualquier cosa que nos impida seguir a Jesús y amar plenamente.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Amor humilde y gratuito

amigo
amigo

Un comentario a Lc 14, 1.7-14 (XII Domingo ordinario, 1 de septiembre de 2019)

En la liturgia leemos el primer versículo del capítulo 14 de Lucas, saltamos los seis siguientes, que hablan de la curación de un enfermo, y nos detenemos en los versículos 7 al 14, que hablan del buen comportamiento que debe observar un invitado. Parecen normas de buenas relaciones sociales, pero es mucho más. A mí se me ocurren las siguientes reflexiones:

1.- Compartir la comida, gozar de la vida y la amistad

Comer con alguien es un signo claro de amistad y una manera de celebrar la vida, con gratitud y alegría. Jesús compara frecuentemente el Reino de Dios con una comida. Por eso sus seguidores estamos lejos de ser unos seres amargados, tristes y criticones, como parecen ser algunas personas aparentemente religiosas, que todo lo ven mal y no gozan de la vida que Dios nos regaló. Por el contrario, el Padre de Jesús y Padre nuestro es el padre del hijo pródigo que sabe preparar un banquete incluso para el hijo rebelde. Jesús goza de la vida y nos invita a vivirla como un banquete compartido.

2.- En la comida, los seres humanos solemos manifestar lo que somos

En la comida, como en el juego, aparece claramente lo que somos. Algunos quieren ser siempre los primeros, como si ellos fueran el centro del mundo y los demás personas sin importancia. Otros parecen estar siempre haciendo negocios, sacando provecho inmediato de todo, sin vivir nada gratuitamente, por pura amistad; usan la comida para ganar favores y hacer méritos ante algunas personas de relieve. No es es que se comporten así sólo en las comidas, sino que su comportamiento en la mesa es la revelación de lo que ellos son.

3.- Jesús recomienda dos actitudes, válidas, no sólo a la hora de comer, sino de vivir:

a. La humildad:

“Todo el que se ensalce será humillado, todo el que se humille será ensalzado”. Así como el orgullo es quizá el defecto más feo de una persona, la humildad es la virtud más bella. A este respecto, me gustaría recordar las palabras de santa Teresa de Jesús:

“Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante a mi parecer sin considerarlo, sino de presto esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira.”

 (Moradas VI, 10, 7)

b.  La gratuidad:

“Cuando des un banquete, invita a los pobres”. La gratuidad es una actitud que nos acerca a Dios, que actúa siempre gratuitamente, sin esperar nada a cambio. En esa gratuidad se mide nuestra capacidad de amor verdadero. A este respecto, les comparto unas preguntas que formula el gran teólogo alemán Karl Rhaner:

– ¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendernos, de nuestra capacidad para ello y de nuestra razón?

– ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa y cuando el silencioso perdón era aceptado por evidente, aunque nos costase sangre?

– ¿Hemos sido alguna vez buenos para con una persona cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión?

Aquí estamos tocando las fibras más profundas del verdadero seguidor de Jesús: un constante y progresivo salir de sí mismo para poder encontrar al otro. No es algo que se pueda hacer por obligación. Se hace porque el amor de Dios nos ha ganado y ha inundado nuestros corazones, nuestros ojos, nuestras manos, nuestra existencia cotidiana. Y ese amor nos hace ser humildes y gratuitos, alegres en el compartir nuestra vida con otros.

P. Antonio Villarino

Bogotá

“Dios me invita a descubrir mi vocación misionera”

Monica Mexico

Soy Mónica Cervantes Suarez, tengo 18 años, nací en la ciudad de Sahuayo Michoacán. Estoy por iniciar la universidad en la licenciatura de medicina integral. Quiero compartir con ustedes mi experiencia en este camino misionero. A partir de no ser admitida en la carrera que deseaba comencé a buscar algo que llenará ese hueco que sentía ya que era muy alejada de las cosas de Dios, aún cuando mis papás asisten a los movimientos familiares dentro de la Iglesia, yo mantenía mi distancia en todo eso.

Confieso que, si tenía la inquietud de misionar un tanto por la curiosidad de conocer culturas y tradiciones diferentes, más que nada por aventura, recorrer nuevos lugares, etc. Tuve la oportunidad de participar en un congreso nacional misionero de niños y adolescentes, cuyo lema era “CON JOSELITO EN EL CORAZÓN MISIONEROS DE VOCACIÓN”. Ni yo misma entendía lo que estaba haciendo en ese lugar, al principio me sentía rara, pero todo en mí cambio al tomar conciencia que debía descubrir mi misión en la vida.

Después de esta experiencia, tomé la decisión de contactarme con Beatriz LMC, que dio el tema de la Vocación Misionera y su testimonio de vida, en el Congreso; para solicitar participar del campo misión y dándome una respuesta positiva comencé con la formación para participar en el Campo Misión de Semana Santa, con mucho entusiasmo esperaba el día de partir, pero cuando llego el momento sentí miedo y a la vez alegría porque había llegado lo que por tantos años había esperado.

Llegamos a la parroquia de Metlatonoc, en la comunidad de Vicente Guerrero, que fue donde me toco estar esta semana. Pasamos diferentes retos para llegar al lugar, un viaje largo, subidas intensas donde tuvimos que bajar del carro y caminar hasta llegar a la comunidad. Ya estando en la comunidad tuve la oportunidad de descubrir que sientes más alegría al dar que recibir, además, el misionero también aprende de las personas de la comunidad, que nos acogieron con alegría y entusiasmo abiertos a trabajar en equipo, siempre estuvimos trabajando con las muchachas, formamos tres equipos para dividir los temas y las celebraciones litúrgicas ya que por falta de sacerdotes no tuvimos eucaristía pero si organizamos la celebración de la palabra, en donde fui elegida para dirigir la “Vigilia Pascual”; sentía una gran responsabilidad y el querer que todo salga bien me hacía tener nervios pero al terminar me llego la Paz y la alegría de a haber vivido tan bonita experiencia, sin duda el Señor supo seducirme y atraparme para que siguiera sirviendo. A mi regreso pude ver la vida de forma diferente buscando siempre el lado positivo de las cosas. Seguí participando en las actividades misioneras y las reuniones que me han ayudado a ir descubriendo mi vocación.

Acabo de vivir otro Congreso Nacional Juvenil Misionero en el mes de julio en Villahermosa, Tabasco. México. Cuyo lema me invita a salir de mi misma “JOVENES DE CRISTO A LAS PERIFERIAS DEL MUNDO”, ahí pude compartir experiencias con personas de mi edad, que al igual que yo tienen inquietudes por descubrir su camino a la vida de servicio a la vida de misión.

Ahora espero con ansias el retiro de información que se realizará en el seminario Comboniano de San Francisco del Rincón, Gto. México. Para iniciar el proceso de formación como Laica Misionera Comboniana, ya que me siento identificada con el carisma misionero de San Daniel Comboni.

Mónica Cervantes Suarez

¿Cuántos se salvan?

Dos caminos
Dos caminos

Un comentario a Lc 12, 21-30 (XXI Domingo ordinario, 25 de agosto 2019)

Durante la tercera etapa del viaje de Jesús hacia Jerusalén, alguien le hace una pregunta que, al parecer era común en aquella época, como lo sigue siendo ahora en algunos ambientes: ¿Son muchos los que se salvan? La respuesta ordinaria entre los compatriotas de Jesús sería: “Se salvan los judíos que cumplen la ley”.  De hecho, incluso algunos decían que los primeros discípulos que venían de la cultura greco-romana, para ser cristianos, tenían que hacerse primero judíos y por eso querían obligarlos a circuncidarse, hasta que San Pablo se opuso rotundamente, diciendo que salva la gracia de Dios y la muerte-resurrección de Jesucristo, no la Ley judía o cualquier otra.

¿Cómo responderíamos nosotros hoy a esa misma pregunta? Algunos dirían que se salvan solo los católicos o los cristianos; otros que se salvan las personas buenas de cualquier religión; otros que se salvan todos; algunos dirían que la salvación no les importa…

¿Que respondió Jesús?

A mí me parece que podemos interpretar las palabras de Jesús en estos términos: la salvación está abierta a todos  -“Dios quiere que todos se salve”, dirá más tarde San Pablo -, de Oriente y de Occidente, judíos o no, cristianos o no. Pero para todos es una cuestión seria, que exige emprender la senda estrecha de la conversión al amor y a la misericordia. Cada uno debe hacer su propio camino; no vale acudir a los méritos de nuestros padres, de nuestra nación o de nuestra comunidad religiosa. Cada uno hace su propio camino.

Necesito ser salvado

La salvación puede entenderse a diversos niveles. Por ejemplo, yo puedo necesitar salvarme, liberarme, de una adición que me esclaviza (drogas, alcohol, sexo…); puedo necesitar salvarme (ser perdonado) de un grave pecado que me humilla y me hunde en el abismo de la culpa; puedo necesitar salvarme de mi orgullo y egoísmo y de otras actitudes que me esclavizan; y, en definitiva, necesito salvarme como persona humana con una historia llena de aciertos y fracasos, pero hambrienta de un amor gratuito y firme que sólo Dios me puede dar, aunque yo no me lo merezca, un amor que se hace eterno y definitivo.

En todos esos casos, la salvación (liberación) tiene mucho de don gratuito, ya que “sólo el amor salva”, como dice Benedicto XVI. Pero al mismo tiempo, la salvación requiere que me la tome en serio, que sepa escoger la “puerta estrecha”, que no me abandone a la comodidad o la indiferencia.

Hay algunas puertas por las que no entran las personas demasiado gordas, porque no caben. De la misma manera, cuando nosotros permitimos que nuestro “yo” se infle y se agrande con una vanidad exagerada o una cómoda flojera, no podemos pasar por la “puerta estrecha” del amor, de la misericordia y de la confianza en Dios. Por eso Jesús nos avisa: la salvación no se hereda ni se obtiene por derecho de pertenencia a un determinado pueblo o comunidad.

La salvación exige una cierta “lucha” espiritual, un saber “desinflarse” para dejar que el amor gratuito de Dios nos llene, nos libere y nos dé una vida que dura hasta la eternidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá