Un comentario a Lc 17, 5-10 (XXVI Domingo Ordinario, 6 de octubre de
2019)
Lucas sigue avanzando con Jesús y
sus discípulos hacia Jerusalén. En ese viaje pasa de todo: curaciones,
enseñanzas por medio de parábolas, polémicas con los fariseos y otros
adversarios, liberación de espíritus malignos, etc. Entre otras cosas, Lucas
recoge algunos dichos de Jesús que seguramente circulaban ya en la comunidade a
la que él pertenecía, como recuerdos y “apuntes” de algunos discípulos. Hoy leemos dos de estos “dichos”,
uno sobre la fe y otro sobre el servicio humilde.
Para no alargarme, voy a
concentrarme en el primero, que es bien conocido: “Si tuvieran fe como un grano
de mostaza, dirían a este sicomoro: arráncate y plántate en el mar y les habría
obedecido”. Comentemos un poquito este dicho.
En primer lugar, está claro, que
a Jesús nos le interesa trasladar el árbol de lugar ni, como se dice en otro
evangelio, mover las montañas. Evidentemente, el árbol de Lucas o la montaña de Marcos son imágenes que
representan algo más importante de nuestra vida. Preguntémonos, por ejemplo: ¿Cuál es el obstáculo más importante para
que yo viva mi vida con plenitud, con libertad y con amor? ¿Qué me está
deteniendo en mi camino hacia la madurez humana y espiritual?: ¿Será un rencor
que no logro vencer? ¿Será un pecado que no quiero dejar atrás? ¿Será un temor
que me paraliza? Ante estos obstáculos Jesús me dice: si tienes fe, nada te
puede detener; no hay ninguna dificultad tan grande que te impida salir
vencedor. ¿Lo crees? En esta y en otras muchas ocasiones, Jesús dice: “Si
tienes fe, todo ee posible”; “tu fe te ha salvado”; “anda y que se haga
conforme a tu fe”.
¿Qué quiere decir
tener fe?
El teólogo italiano Bruno Forte,
partiendo de la etimología italiana- credere, que viene de “cor dare”- dice: creer significaría “cor dare”, dar el
corazón, ponerlo incodicionalmente en las manos de Otro… “Creer es fiarse
de Alguno, asentir a su llamado, poner la propia vida en las manos de Otro”.
Y una nota de la Biblia de
Jerusalén, comentando Lc 1,20 (Zacarías que no cree) y Lc 2, 45 (María que sí
cree), define la fe como “un movimiento de confianza y abandono por el cual el
ser humano renuncia a fiarse de sus propios pensamientos y de sus propias fuerzas
para confiar en la palabra y en el poder de aquel en el que cree”.
Teniendo en cuenta estos aportes
y, a partir de mi pequeña experiencia, yo definiría la fe como una actitud
vital (que incluye pensamiento/emociones/voluntad/acción) de adhesión tal a
Alguien que la persona que cree termina por pensar, sentir y actuar en comunión
con la persona en la que cree. La fe me
hace entrar en comunión con otra persona, me libera de mi aislamiento y me hace
fecundo. De la misma manera, y en el más alto grado, la fe me hace entrar
en comunión con Dios, fundamento y meta de toda mi existencia, liberándome de
mi pequeñez, de mi angustia, de mi propio pecado. Por eso la fe no es nunca una
“obligación”, sino un don que me sana, me libera y me hace fecundo, capaz de “mover
montañas”.
CREER, abrir el corazón desde la realidad de la propia vida, es
desnudarse delante de Dios, ponerse en sus manos y decir: AMÉN, ENTRA EN MI
VIDA.
Es un acto humilde y arriesgado.
Podría equivocarme, pero la experiencia me dice que, lejos de equivocarme, he encontrado el gran sentido de
mi vida. Los frutos de liberación y sanación, de sentido profundo que
experimento muestran que no me he equivocado al creer. Pero, como los
discípulos, a veces el viento de las dificultades es tan fuerte que dudo. Por
eso repito con ellos: Señor, creo, pero
aumenta mi fe.
P. Antonio Villarino
Bogotá