Laicos Misioneros Combonianos

11.09 – ¡Feliz Año Nuevo 2009!

flor¡Desde hace varios días en la calle, por todas partes, se pueden ver gente con pollos! Caminando, en moto, en bajajs, en mini-buses … ¡Por todas partes! Y también el tema del precio del pollo es uno de los más comentados (que si el precio es muy caro, 250 birr, ¡que son unos 10 euros!, etc.).

Todas estas cosas son signos de que el Año Nuevo se acerca, y lo celebramos ¡hoy! Etiopía utiliza el calendario juliano, según el cual acaba de comenzar el año 2009.

Para mí, todavía es algo bastante extraño, que la celebración del Año Nuevo sea mediados de septiembre es raro, en segundo lugar, que sea el año 2009, y en tercer lugar que el año tenga 13 meses …  😀 Sin embargo, aquí es lo más natural y es una ¡gran alegría!

Todas las personas están muy agradecidas a Dios que los llevó acompañó durante otro año y le piden que los bendiga por el nuevo.

La celebración de este día es completamente diferente de la nuestra en Europa; no hay grandes fiestas de fin de año. Sin embargo, en el Día de Año Nuevo, por la mañana las chicas caminan por las calles y visitan las casas cantando una canción especial – una bendición para el Año Nuevo. A continuación, dan flores – septiembre en Etiopía es el momento de la floración muy típica de unas flores amarillas particulares, hermosas. Sin embargo, hoy en día es más común que den una flor dibujada en un papel. A la vez también esperan un pequeño regalo.

También es un día de fiesta de la familia – todas las personas preparan doro wat (un plato especial del pollo que he mencionado anteriormente), y junto con los seres queridos se reúnen para el almuerzo. Este es un tiempo de mucha alegría 🙂
Así que, ¡Feliz Año Nuevo!
Recemos para que Dios bendiga a los etíopes y les conceda paz.

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Magda Plekan, LMC en Awassa (Etiopía)

Donde hay misericordida, ahí está Dios

Un comentario a Lc 15, 1-32 (XIV Domingo ordinario,  11 de septiembre de 2016)

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Leemos hoy el capítulo 15 de Lucas, que es el centro de este evangelio y una obra literaria majetuosa, con enseñanzas de gran valor para la convivencia humana. Con tres parábolas maravillosas (la moneda perdida, la oveja descarriada, el hijo pródigo) Jesús responde a los que le criticaban por comer con pecadores y publicanos, mostrando que el gran signo mesiánico (el signo de la presencia de Dios en el mundo) es la cercanía de los pecadores a Dios. Al leer estas parábolas surge espontánea la pregunta:

¿Dónde me coloco yo? ¿Entre los necesitados de misericordia o entre los que se sienten con derecho a juzgar y condenar?

Podemos decir que Jesús es la expresión histórica de la misericordia divina, porque, como dice San Pablo, “en él habita corporalmente la misericordia de Dios”. En efecto, donde hay misericordia, ahí está Dios. Esa es la demostración más clara de que en Jesús está Dios, porque en él está la misericordia, que se hace palabra acogedora, gesto de bendición y sanación, esperanza para la pecadora, amistad para Zaqueo…

La Iglesia  es cuerpo de Cristo (presencia  de Cristo en la historia humana) en la medida en la que vive y ejerce la misericordia para con los ancianos y los niños, los pobres y los indefensos, así como para con los pecadores que se sienten abrumados por el peso de sus pecados.

En este sentido, somos cristianos y misioneros en la medida que experimentamos la misericordia y la testimoniamos hacia otros, de cerca y de lejos.

¿Cómo son nuestras relaciones familiares, por ejemplo? ¿Duras, condenadoras? ¿Sabemos mirar con ojos de misericordia a los que nos rodean? ¿Acepto la misericordia de otros hacia mí o me creo perfecto e intachable?

Pero, ¡atención!, misericordia no es indiferencia ante el mal, la injusticia, la mentira, el atropello, el abuso y el pecado en general. Misericordia es creer en la conversión del pecador.

Misericordia no es irresponsabilidad, sino creer en la posibilidad de re-comenzar siempre de nuevo, creer que el amor puede vencer al odio, el perdón al rencor, la verdad a la mentira.

La misericordia no juzga, no condena; perdona, da la posibilidad de comenzar de nuevo

Para ser misericordiosos se requiere un corazón que no se endurezca, un “yo” que no se hace “dios”, con derecho a juzgar y condenar. El juicio, la condena, la acumulación obsesiva de bienes, el resentimiento…  son armas de defensa del “yo”, ensoberbecido y auto-divinizado, que teme perder su falsa supremacía. Por eso sólo quien acepta a Dios como Señor de su vida es capaz de “desarmarse”, no necesita defensa y se vuelve generoso y  misericordioso con los demás.

Para concluir, les dejo con una breve reflexión de Juan Pablo II soibre la parábola del Hijo pródigo:

“El Padre ama visceralmente a su hijo perdido, hasta el punto de sentir la pasión humana más profunda. Hemos encontrado el mismo verbo en el desarrollo de la parábola del buen samaritano: “Sintió compasión” (Lc 10, 33; 15, 20). La compasión del samaritano por el moribundo es la misma del padre por su hijo perdido. Sin compasión es imposible correr al encuentro del hijo, echarse a su cuello y reintegrarlo en la dignidad perdida (Cfr  Dive sin misericordia, capitulo cuarto”.

P. Antonio Villarino

Quito