Laicos Misioneros Combonianos

La montaña y el nombre de Dios

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Santísima Trinidad, 31 de mayo del 2015

Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad es, de alguna manera, el punto álgido del año litúrgico. Al discípulo misionero, que trata de identificarse con Jesucristo, se le ofrece en contemplación y adoración una aproximación al el misterio de Dios, una realidad que le es la más íntima que su propia intimidad (como dice San Agustín) y, al mismo tiempo, le supera por todos los lados. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, en los que, casi de pasada, se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Detengámonos un poco a meditar sobre algunos conceptos que aparecen en estos últimos versículos de Mateo:

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1) Subir a la montaña:
Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. De hecho, todos nosotros estamos marcados por la geografía. En mi vida personal, hay muchas montañas que han dejado huella. Pienso, por ejemplo, en los majestuosos picos del Sinaí que me han ayudado a intuir como Moisés y Elías pudieron experimentar allí la presencia inefable de Dios (Ex 19, 20; 1Re 19,8); pienso en la montaña del Machu Pichu (Perú), donde tuve la impresión de estar en el centro de la Tierra y entrar en comunión con las tradiciones de los antiguos peruanos… Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.
Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, solo o con sus discípulos, logrando unos niveles de conciencia y comunión con el Amor Infinito, que son un regalo para nosotros, sus discípulos y seguidores. También nosotros necesitamos, más que grandes elucubraciones, subir constantemente la “montaña” de nuestra propia conciencia, con la ayuda de un lugar geográfico que nos invite a apartarnos del ruido y de la rutina superficial.

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2) Adoración y duda
Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios. Las palabras sobran o casi parecen a veces como una “blasfemia”, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

3) El nombre de Dios
Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. Cuando uno da nombre a una cosa, de alguna manera, toma posesión de ella y la manipula. Pero de Dios no se puede tomar posesión ni se lo puede manipular. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Al bautizar, no damos nombre a Dios, sino que somos nosotros quienes, en su nombre, somos consagrados, para ser parte de esta “familia” divina. Nosotros –y toda la humanidad–estamos llamados a ser parte de este misterio divino, uno y múltiple.

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4) Dios-Comunión
Las religiones más importantes se han esforzado por llegar a la elaboración del concepto de un Dios único. Y ese es un dato importante. Pero Jesús, desde su experiencia en la “montaña” de su conciencia, nos manifiesta que Dios, siendo único, no es “monolítico” sino plural; no es “individualista” sino comunitario. De la misma manera nosotros, creados a imagen de Dios, somos llamados a vivir en comunidad. Ninguno de nosotros es completo en sí mismo, sino que necesita de los otros para parecerse a Dios Padre, Hijo y Espíritu. Cuando uno niega a un miembro de su comunidad está negando a Dios. Por eso adorar a Dios es acogerlo, al mismo tiempo, en el santuario de la propia conciencia y en la realidad concreta de cada ser humano, en su maravillosa singularidad y diversidad.

P. Antonio Villarino
Roma

Espíritu Santo, ven

ORACION al Espíritu Santo: Jn 15, 26-27.12, 12.15 (24 de mayo, Domingo de Pentecostés)

P1010024En este Domingo de Pentecostés leemos dos de las cinco promesas del Espíritu Santo que Jesús hace en el evangelio de Juan.
¿Cuál es la diferencia entre un profesor de religión y un profeta, entre un profesional del culto y un testigo, entre un teórico de la solidaridad y la justicia y un hermano, entre un “hablador” sobre Dios y un creyente poseído por el amor? ¿En qué se diferencia un grupo humano bien organizado de una comunidad creyente y misionera, una Iglesia de una gran y potente ONG?
La diferencia está evidentemente en la presencia o no del Espíritu, el mismo que está presente en el mundo desde la creación, que acompañó a Jesús en su encarnación, en su caminar terreno y en la Pascua, el mismo que fundó la Iglesia, el que, como el viento, sopla donde quiere.
A este propósito, más que un comentario, comparto con ustedes una oración al Espíritu Santo, que cada uno de nosotros puede completar, reducir o adaptar según su propia experiencia de vida:

Espíritu Santo, venP1000909 - copia - copia
Rompe las barreras de mi rutina;
da verdad y hondura a mi oración;
hazme vivir con plenitud cada momento,
cada acción, cada pensamiento.
Dame “ganas” de hacer el bien,
de estar disponible,
de gozar de la vida con sencillez, humor y amor.
Desbórdate por mi espíritu y mi cuerpo,
mi inteligencia y mis afectos.
Espíritu Santo, ven
Dame tu confianza.
Ayúdame a superar los miedos
a mí mismo,
al qué dirán,
al fracaso,
a reconocer mis fallos.
Dame la confianza de los hijos en brazos de su papá.
Espíritu Santo, ven
Sé tú mi instructor,
conecta mi interior con el corazón del Padre.
Facilita la Alianza,
que me permita conocer desde dentro,
amar desde dentro,
superar toda falsedad.
Espíritu santo, ven
Hazme sensible,
abierto, disponible.
Hazme reaccionar ante los demás como un hermano,
superando toda indiferencia.
Ayúdame a ser servicial,
capaz de poner mi tiempo y mis energías
al servicio de quien los necesite.
Espíritu Santo, ven
Dame libertad y valentía,
para ser yo mismo,
para dejarme guiar por tus inspiraciones.
Que no confunda la libertad con el capricho,
ni la valentía con la tozudez orgullosa.
Sé tú la luz que ilumina mi camino en libertad,
y el viento que me empuja
por la senda de la generosidad.
Espíritu Santo, ven
Hazme misionero, aquí y ahora,
en las actuales circunstancias de mi vida.
Infúndeme un espíritu de diálogo,
enséñame a saber escuchar.
Ayúdame a estar abierto a nuevas ideas
y propuestas,
a estar dispuesto siempre a aprender.
Hazme ver la parte positiva de los que me rodean
y de lo que me dicen.
Espíritu santo, ven
Lléname de tu alegría y gozo.
Dame contento y humor.
No me dejes confundir fidelidad con severidad.
Que los problemas no llenen de amargura mi vida.
Haz de mi vida un monumento de alabanza
y un testimonio de gratitud
por el amor indefectible del Padre
y por tu presencia en toda la creación.
 Espíritu Santo, ven
Hazme resistente ante los tropiezos de la vida,
pequeños o grandes.
Que no me desanime la incoherencia de los hermanos,
los pecados de tu Iglesia,
o la corrupción de la sociedad.
Regálame tu humilde verdad y tu amor gratuito.
Ahora y siempre. Amén.

P.Antonio Villarino
RomaP1010397

Jesús nos pasa el “testigo” de la misión

Comentario a Mc 16, 15-20: Solemnidad de la Ascensión, 17 de mayo de 2015

Esta vez la lectura evangélica de la liturgia da un salto. Del evangelio de Juan, que veníamos leyendo en los domingos de Pascua, pasamos a leer hoy la última parte del último capítulo de Marcos, que los expertos aseguran que fue añadido al evangelio original con un poco de retraso, lo cual no quiere decir que no sea evangélico; al contrario, se trata de un mensaje muy importante, que revela un dato significativo de la fe de los primeros cristianos. Los cinco versículos que leemos hoy hablan de cómo el testigo de la misión pasó de Jesús a la Iglesia, que continúa su obra en el mundo. Veamos brevemente cada uno de estos versículos:

P10109601.- “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda criatura”
Más claro no se puede decir. Los amigos y discípulos de Jesús entendieron muy pronto tres cosas: a) que la experiencia de amistad y discipulado que ellos habían hecho con Jesús de Nazaret era una perla preciosa, lo más importante que les había pasado en sus vidas; b) que a pesar de su muerte –o precisamente en y por ella– Jesús no era un perdedor, sino un triunfador –no por la prepotencia sino por el amor– y que ahora vive junto al Padre –por lo que sigue presente en cada época de la historia humana–; c) que esta maravillosa noticia no podían reservársela para ellos solos, que debía llegar a todos los rincones de la Tierra. Proclamar esta “Buena Noticia”, este “Evangelio” no es un mandato para imponer a otros una ideología o unos ritos, es un mandato para compartir con todos el enorme don recibido.

2.- “El que crea y se bautice se salvará”
Los discípulos y discípulas tienen claro también que la misericordia de Dios se les ha revelado a ellos y a todos los seres humanos en la persona de Jesucristo. Y para entrar en esta misericordia no hay que ser “los mejores”, sólo hay que creer, es decir, no encerrase en el propio orgullo o hipocresía y abrirse gratuitamente al Amor que gratuitamente se nos ofrece. El bautismo es el signo elocuente de esta aceptación, de este reconocimiento del propio pecado y de este dejarse purificar y liberar por el amor sin fin revelado en Aquel que, “siendo Dios no se agarró a su ser divino, sino que se despojó para hacerse igual a nosotros”.

3.- “Impondrán las manos a los enfermos y estos se curarán”
A veces nos parece que la misión de Jesús consiste en predicar. Y es verdad que la palabra es muy importante; ella nos permite comprender muchas cosas, iluminar nuestro camino, abrirnos a los demás y a Dios. Pero el Mensaje cristiano es mucho más que palabras. Es vida, es acción, es salud, es educación, es libertad…actúa en nuestra vida concreta, en cuerpo y alma. Es interesante notar como desde los inicios la misión cristiana ha creado todo un mundo de solidaridad (hospitales, escuelas, centros para ancianos y para niños, etc.). Estas acciones sociales no pretenden ganarsla simpatía de la gente. Son “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que muestran el amor concreto de Dios por cada persona en su situación concreta. Por otra parte, esta “sanación”, que a veces en el mundo occidental reducimos a una pura curación física, es mucho más que eso: es una sanación de la persona misma, lo que evidentemente tiene efectos inimaginables de sanación física y psíquica, de las relaciones sociales y de la sociedad misma. No hay duda, el Evangelio, cuando se anuncia y se escucha desde la sinceridad, tiene en sí mismo una extraordinaria fuerza sanadora y liberadora.

4. “Fue elevado al ci???????????????????????????????elo y se sentó a la diestra de Dios”
Naturalmente estos tres términos –elevarse, sentarse, diestra– son un lenguaje simbólico para transmitirnos una verdad con varias vertientes, entre otras, que ahora Jesús, estando “en el cielo”, más allá de la tierra, no tiene las limitaciones histórica de una galileo del primer siglo; ahora es contemporáneo de todos nosotros, de cualquier cultura, de cualquier género y de cualquier experiencia humana. En su nueva situación, Jesús no es manipulable por ninguno de nosotros (“no me toques”, dijo a la Magdalena), pero es cercano a todos, en cualquier condición de la vida: hombre o mujer, blanco o negro, más o menos pecador, moderno o anticuado… Todos podemos estar en comunión con el que está “sentado a la diestra de Dios”.

5.- “Ellos sincinnati (combonianos)alieron a predicar y el Señor cooperaba con ellos”
Los discípulos y discípulas no se quedaron en Jerusalén, paralizados por el recuerdo o la nostalgia del Maestro. Se hicieron responsables del Evangelio en el mundo y se pusieron  en marcha, con una fidelidad libre y creativa, sintiendo siempre que el Señor seguía con ellos, aunque de otra manera. Esa es la Iglesia, la comunidad de los discípulos, que se hace cargo del Evangelio en el mundo. Cada uno de nosotros es parte de esta Iglesia y tiene su parte de responsabilidad en esta misión.
P. Antonio Villarino
Roma

Una entrañable declaración de amistad

Comentario a Jn 15, 9-17: VI Domingo de Pascua, 10 de mayo de 2015

Seguimos leyendo el evangelio de Juan, como en los domingos anteriores, pero esta vez pasamos de las alegorías (el Buen Pastor, la Vid y los sarmientos) a una directa y conmovedora declaración de amistad en un círculo del que forman parte Jesús, el Padre y los discípulos. Les invito a leer este texto, como si nosotros mismos estuviéramos en aquella habitación del “piso superior” de una casa de Jerusalén, en la que el Maestro estaba con sus amigos, antes de enfrentarse a la hora decisiva de su vida. Vayamos por partes:

1.- La hora deDSC00431cisiva, la hora de la verdad
Desde el capítulo 13 hasta el 17, Juan nos cuenta gestos, sentimientos y palabras de Jesús en aquellas últimas horas de su vida, cuando él ya percibía la gravedad del enfrentamiento que estaba viviendo con las autoridades de su pueblo y cuando parecía que todo su proyecto de renovación profunda, el proyecto del Reino de su Padre, se venía abajo. El texto respira una especial fuerza emotiva, porque está en juego mucho más que una idea o un proyecto, están en juego las relaciones profundas entre Jesús, sus amigos y el Padre.
En efecto, aquella tarde del Jueves Santo era uno de esos momentos cruciales, en los que podemos volvernos cobardes y traidores (escapando para salvar nuestra piel) o llegar al máximo de la generosidad, reafirmando nuestra fidelidad sin condiciones y nuestra capacidad de dar incluso la vida en un acto supremo de confianza en Dios y en el proyecto de vida al que nos Él llama. En ese momento supremo y sublime, Jesús celebra con sus amigos el rito más importante de su tradición religiosa, la Pascua, actualizándolo y haciéndolo suyo, y, como el pueblo en Egipto, se prepara a “pasar”, en su caso, “pasar de este mundo al Padre”. En un momento así la vida se juega en su valor más auténtico y uno se centra en lo más fundamental, en lo que más le importa.

DSC005472.- Al final, sólo queda el amor
Jesús ha compartido tres años muy intensos con sus discípulos y discípulas; juntos hicieron largos viajes, juntos realizaron extraordinarias acciones de sanación de enfermos, anuncio del perdón a los pecadores, banquetes fraternos, disputas con los fariseos, propuestas de renovación moral… Ahora, cuando el final está cerca, todo eso parece hasta cierto punto secundario. En efecto, lo que más le importa a Jesús en estos momentos aparece bien claro en este texto que leemos hoy: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo. Permaneced en mi amor”. Esto es la clave de todo. Lo demás “vendrá por añadidura”.
Este es el secreto de su vida: Jesús no duda, ni siquiera en los momentos más trágicos en los que experimenta el fracaso, de ser una persona amada por el Padre. Esa es la fuente de su serenidad profunda, de una alegría que le permite gozar de la belleza de los lirios y los cantos de los gorriones, proclamar su alegría porque los sencillos encuentran a Dios y los corazones rotos son recompuestos. Esa es la fuente segura de su libertad frente a moralismos fanáticos de derechas o de izquierdas. Y esa experiencia de ser amado por el Padre, él la extiende con toda naturalidad y fidelidad al pequeño grupo de sus amigos, aquellos que le han seguido desde Galilea y que, aunque no lo entienden del todo, le permanecen fieles. No necesita que sean perfectos, ni que entiendan siempre sus palabras o el proyecto en el que ha querido embarcarlos. Todo eso importa, pero lo que más le importa es que tangan clara una cosa: que Él les ama por encima de todo. No son sus “siervos”, no son funcionarios de un proyecto o de una causa; son sus “amigos”, sus “hermanos” y con ellos lo comparte todo: las tristezas y las alegrías, los sueños y los fracasos y, sobre todo, el amor del Padre.

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3.- Permanecer

A sus amigos sólo les pide eso: que se amen los unos a los otros, que permanezcan en su amor. Pero el amor que corre entre Jesús y sus discípulos no es un sentimiento “barato” para personas de poco calado personal o superficiales, sin raíces (como una planta en tierra arenosa). Es más bien una amistad sólida, enraizada en la conciencia de ser hijos del mismo Padre y en compartir el sueño de una humanidad nueva. No se trata de una amistad de conveniencia (que dura mientras duran los beneficios), sino una amistad que va más allá de los fracasos y los éxitos, una amistad que permanece en el tiempo y que se abre a todos aquellos y aquellas que aceptan el camino de Jesús. Una amistad que implica “aceptar los mandamientos”, seguir la enseñanza del Maestro, no tanto porque “está mandado”, sino porque vienen de Él y a Él queremos ser siempre fieles. Una amistad que se traduce en cercanía afectiva, concreta ayuda mutua, capacidad de perdón y comprensión, fidelidad gratuita y tantas otras cosas que cada uno de nosotros está llamado a nombrar en su experiencia concreta de vida.
En cada Eucaristía que celebramos, sellamos esta amistad, la hacemos crecer y esperamos que se vuelva fecunda, haciendo que nuestra alegría sea plena, como Jesús nos prometió.
P. Antonio Villarino
Roma

La vid, los sarmientos y la poda

Comentario a Jn 15, 1-8: V Domingo de Pascua, 3 de mayo de 2015

Si el domingo pasado Jesús usaba una imagen “ganadera” para construir la alegoría del Buen Pastor, ligada a la cultura de un pueblo de pastores, hoy la imagen escogida es la de la vid, ligada a un pueblo de campesinos. La vid es una planta mediterránea, que se está extendiendo cada vez más por otros geografías. En nuestro tiempo, casi todos han probado ya el fruto de la vid, el vino, aunque quizá no conozcan directamente la planta de la que procede. En todo caso, pienso que no es difícil para ninguno de nosotros entender esta metáfora, que transmite una enseñanza muy importante para nuestra vida de discípulos y discípulas misioneras.
Para que haya uvas y vino (fruto), además de una tierra adecuada, hacen falta tres elementos esenciales:

P10102511.- La vid, es decir, la planta, que transforma los elementos químicos en vida.
Jesús se compara en esta alegoría con la vid, que es plantada en la tierra, alimentada y podada por el Padre, para que dé sabrosas uvas. Jesucristo, con las raíces de su persona cultivadas por Amor del Padre, nos transmite a su vez Vida-Amor, para que todos nosotros tengamos vida en abundancia y demos mucho fruto. Algunos parecen afirmar hoy que la vida puede crecer y desarrollarse “autónomamente”, como si la vid pudiese crecer sin tierra y dar fruto sin un “cultivador”. Los discípulos y discípulas de Jesús, por nuestra parte, hemos comprendido que sin la “Vid” Jesucristo y sin el cultivo amoroso del Padre, nosotros no damos fruto, nos volvemos estériles.
Algunos, incluso cristianos de nombre, también parecen confundir la Iglesia con una asociación política, una organización humanitaria o hasta una especie de club filosófico. Pero la Iglesia es, en primer lugar y sobre todo, la comunidad de aquellos y aquellas cuya vida está ligada a Dios por medio de Jesucristo. La Iglesia es y hace ciertamente muchas cosas; dirige miles de hospitales, escuelas y otras muchas actividades con importantes efectos sociales, económicos y hasta políticos. Pero, no confundamos las cosas, la Iglesia es, en primer lugar, un espacio de fe y relación con el Padre a través de Jesucristo. Si desaparece esa fe, desaparece la Iglesia.

gesu-e-vite2.- Los sarmientos o ramas, que, naciendo de la planta, dan fruto.
Jesús dice que nosotros somos esos “sarmientos”, las ramas del árbol o, como dice San Pablo, miembros de su cuerpo. Para que estos sarmientos transmitan la vida que vine de la Tierra a través de la planta, es fundamental evitar dos errores igualmente peligrosos:
-Romperse, separarse de la planta: Recuerdo cuando con mi padre caminábamos entre los viñedos: ¡Cuánto cuidado teníamos en no “desgajar” los sarmientos!; si eso sucedía, sabíamos que habíamos perdido el fruto con su promesa de vino. Así sucede con nosotros cuando, por accidente o por orgullo, nos separamos de Jesucristo, pensando que somos capaces de hacer grandes cosas por nosotros solos. Si caemos en esa tentación, es el final de nuestra capacidad de dar frutos de fe, esperanza y amor. Es fundamental permanecer unidos a Jesucristo por el afecto, por el estudio de su palabra, por la obediencia a sus mandatos, por la comunión con los otros discípulos, por la apertura a su Espíritu.

-Olvidar la poda: Los agricultores saben muy bien que una viña no podada es una viña que se vuelve pronto vieja y estéril. Yo mismo recuerdo una viña que teníamos en una de nuestras comunidades; por años fue dejada sin podar y, aparte de no dar fruto, se estaba muriendo; cuando decidimos darle una poda a fondo, la viña inmediatamente comenzó a renovarse y a dar fruto. El significado de esta comparación es muy claro, aunque a veces nos cueste aceptarlo en la realidad concreta de nuestro camino humano: Una vida que “se abandona”, que “no se poda”, que no se deja corregir por los acontecimientos mediante los cuales Dios nos guía, se vuelve caótica, selvática y estéril, mientras que una vida constantemente “cultivada” da mucho fruto para sí misma y para el mundo. Todos conocemos el caso de los atletas y los que se dedican a la danza, la música… o cualquier otra actividad: Sin disciplina, no progresan. Pues lo mismo sucede con nuestro discipulado misionero. Se construye desde la fe gratuita, pero también desde la poda continua, que el Padre hace en nosotros por medio de tantas dificultades, enfermedades, contrariedades, estudio, fidelidad humilde, etc.

IMG_01473.- El fruto: la uva, de la que sale el vino “que alegra el corazón del hombre” y es capaz de transformar una comida triste en un banquete de fiesta, como en Caná.
Todos queremos dar fruto, conducir vidas que sean creativas y fructíferas. Pero hay que recordar que el fruto no es algo artificial que se coloca superficialmente en las ramas de los árboles; el fruto no viene del exterior, sino del interior. Sólo la vida interior de la planta asegura que llegue el fruto. De la misma manera, un discípulo/discípula sólo dará fruto si tiene vida interior, relación profunda con Jesucristo y si se deja podar oportunamente. Si hace así, dará abundantes frutos, como dice, San Pablo; frutos de bondad y generosidad, de alegría y de paz, de humildad y de servicio… frutos de una vida nueva, que encuentra su raíz en Jesucristo y se sostiene con el cultivo permanente del Padre.

P. Antonio Villarino
Roma