Laicos Misioneros Combonianos

El Pastor para el que todos somos importantes

Comentario a Jn 10, 11-18: Cuarto DOMINGO de Pascua, 26 de abril 2015
Seguimos leyendo el evangelio de Juan, esta vez, en el capítulo décimo, que nos trae la alegoría del Buen Pastor, una imagen muy significativa para los pueblos antiguos, cuya vida dependía mucho de los rebaños de ovejas, cabras y vacas. La mayoría de nosotros vive ahora en grandes ciudades y no tenemos experiencia directa de la vida de un pastor, pero me parece que la imagen sigue siendo suficientemente poderosa e inspiradora. Les ofrezco tres puntos de meditación:

P10104231.- El asalariado y el Pastor “des-centrado”
Jesús, caminando por los pueblos y ciudades de Galilea y Judea, observaba, como lo hacemos hoy nosotros en nuestros ambientes, que abundaban los “asalariados”, personas que trabajaban “sólo por la paga”, que estaban centrados sólo en sí mismos, en su dinero, en su prestigio, en su fama, sin interesarse mucho por las personas a las que deberían servir y que deambulaban “como ovejas sin pastor”: muchos políticos se preocupaban más de sí mismos que de organizar honradamente la vida social; muchos padres pensaban más en su propia “auto-realización” que en la vocación de sus hijos; muchos líderes religiosos actuaban, no según el corazón de Dios, sino como “asalariados”, más preocupados por acumular dinero, poder o prestigio que por el bien de las personas.
Frente a esa situación, Jesús, Hijo entrañable del Padre, que desde antiguo se había declarado “pastor de su pueblo” (Ezequiel 34, salmo 23), se presenta como lo que es: un pastor “des-centrado”, es decir, no centrado en sí mismo, sino en el bien de sus “ovejas”: enfermos, pecadores, discípulos…, todos hijos de su mismo Padre. Para Él las personas no son medios para alcanzar objetivos personales, religiosos o políticos. Para Él las personas son hijos amados de su Padre y no duda en dar su vida por ellos, libre y gratuitamente.

Esta reflexión me lleva a dos conclusiones para mi vida:

-Jesús esP1020272 el pastor verdadero de mi vida. Nadie más. Ciertamente cada uno de nosotros necesita a otros para vivir: amigos, padres, profesores, políticos, doctores, sacerdotes… Todos ellos son, en alguna medida, pastores de nuestra vida. Pero yo lo tengo claro: el único pastor al que entrego mi vida totalmente es Jesús; de él me dejo guiar, de él me dejo amar; en él encuentro los pastos seguros de una Palabra verdadera, de un Amor gratuito y firme. Y eso me permite mantenerme libre frente a muchos pretendidos pastores que lo que buscan es aprovecharse de mí.
-También yo estoy llamado a ser pastor. También yo estoy llamado a ejercer de alguna manera “pastoreo” sobre otros. Mirando a Jesús quiero aprender a pensar en los demás, no como medios para mi “auto-realización”, sino como personas a cuya vida yo puedo contribuir: con mis palabras, con mis gestos, con mi afecto gratuito, con mi testimonio.

2.- Conocer y ser conocido: “Conozco a mis ovejas, como el Padre me conoce”aaa
El escritor uruguayo recientemente fallecido, Eduardo Galeano, cuenta la historia de un muchacho, solo en un hospital en Navidad, que dice al médico que se despide antes de ir a celebrar la cena de Nochebuena: “Dígale a alguien que yo estoy aquí”… No sé si se han fijado como la gente, se vuelve “loca” cuando ve su imagen en la televisión, en un estadio de fútbol o en la retransmisión de una audiencia papal. Es que estamos hechos para “ser” a los ojos de alguien, para ser “mirados”, conocidos, “re-conocidos” por alguien. Sin eso nos sentimos nada. De hecho, hay mucha gente que se siente “sola”, “abandonada”, no tenida en consideración, como ellos se merecen, como “ovejas sin un pastor” que las conozca. A veces nos puede parecer que estamos solos en la vida y que, incluso las personas más cercanas, no nos conocen realmente, nos conocen solo “por fuera”.
Lo que Jesús nos dice hoy es que Él nos conoce, que no somos anónimos, perdidos en la masa, que somos ALGUIEN ante él. Jesús me asegura que me conoce por dentro y que tiene conmigo la misma relación que el Padre tiene con él: de conocimiento, de amor, de pertenencia mutua.

3.-Una comunidad no exclusiva vi excluyente
La comunidad de Jesús es precisamente aquel grupo humano en el que cada uno es conocido y re-conocido, apreciado por lo que es, no por la máscara que lleva o por su valor instrumental. En este sentido, encuentro fantástica la costumbre de algunas comunidades cristinas en las que, al final de la Misa, las personas se quedan para saludarse, reconocerse mutuamente, “ser alguien” ante los demás, como somos “alguien” ante el Padre Dios.
Esta comunidad de personas “conocidas” por el pastor Jesús es una comunidad abierta, no exclusiva ni excluyente; porque “hay otras ovejas” que están llamadas a formar parte de este “redil”, no porque queramos ser muchos (para nuestro propio prestigio o poder), sino porque queremos que todos puedan gozar de este pastor maravilloso, que nos conoce, nos aprecia y nos hace pastores-misioneros para que todos “tengan vida y la tengan en abundancia”. En este sentido, la comunidad de Jesús es una comunidad “pastora”, que, ante los sufrimientos de muchos, no mira hacia otro lado, sino que se involucra generosamente, como lo hizo Daniel Comboni en su tiempo.
P. Antonio Villarino
Roma

Comer juntos, abrir la mente, ser testigos

Comentario a Lc 24, 35-48, Tercer Domingo de Pascua, 19 de abril de 2015
Leemos hoy la última parte del capítulo 24 de Lucas. Después del episodio de los dos discípulos de Emaús, que reconocen a Jesús “al partir el pan” y que vuelven a Jerusalén para contar lo que han vivido, Jesús se muestra a todo el grupo en el ámbito del cenáculo, el lugar donde la comunidad estaba reunida, aunque más bien triste, confusa e incrédula. En el texto que leemos hoy podemos encontrar, como siempre, muchos motivos de meditación. Por mi parte me detengo en tres:

MinoCenaEcologica1) La importancia de comer juntos: “Comió ante ellos”.
Lucas nos cuenta que, ante el pasmo de los discípulos, que no se atrevían a creer lo que veían, Jesús les pidió pescado y se puso a comer en su presencia. Comer con alguien ha sido siempre y sigue siendo hoy, en las más diversas culturas, un gesto de gran importancia social. Comer juntos afianza las familias, fortalece las amistades, crea lazos sociales… y hasta favorece los negocios.
Por lo que nos cuentan los evangelios, para Jesús era normal y frecuente participar en comidas a las que era invitado, ya fuera para celebrar una fiesta (Caná), una amistad profunda (Mateo) o quizá simple curiosidad (algún fariseo). Con cierta frecuencia Jesús comparaba el Reino de Dios con un banquete al que el Padre Dios nos invita. En efecto, comer juntos es un signo de la nueva humanidad fraterna que Jesús ha proclamado en nombre de su Padre celestial; y de esta fraternidad, sellada con su sangre, es anticipo la última cena.
Por eso Jesús ha hecho de la comida comunitaria un signo evidente de su presencia en la comunidad de sus discípulos, compañeros de lucha por el Reino del Padre en medio de un mundo frecuentemente hostil. Cierto que todo se puede dañar y que a veces las comidas no son lo que parecen, engañando con una aparente pero falsa fraternidad. Eso puede pasar también con el gran sacramento de la presencia viva de Jesús: la Eucaristía. Podemos falsearla y de hecho lo hacemos. Pero, honestamente vivida, la Eucaristía es el gran signo de una humanidad renovada, de una Iglesia que escucha la Palabra y comparte el pan. Seguramente, si vivimos la Eucaristía con honestidad, Jesús se hará presente entre nosotros, la comunidad crecerá en comunión (incluida la comunión de bienes para la vida) y la humanidad tiene dentro de sí un fermento capaz de renovarla profundamente.

2) Abrir la mente: “Entonces les abrió la mente para que entendieran las Escrituras”
Jesús les abre la inteligencia, para que puedan comprender las Escrituras a partir de lo que están viviendo y para que entiendan lo que están viviendo a partir de las Escrituras. También esto sucedía con frecuencia en los diálogos de Jesús con sus discípulos y con las multitudes que lo seguían. Precisamente por eso Jesús era Maestro: porque tenía palabras luminosas, claras y pertinentes, que eran como faros que iluminaban la realidad. Escuchándolo a él, era fácil comprender, por ejemplo, que curar a un paralítico era más importante que “guardar” el sábado; que el Padre se alegra por un pecador que se arrepiente; que ayudar a un desconocido herido en el camino nos hace verdaderamente hijo de Dios (herederos de la vida eterna)… Y más fuerte todavía: que su propia muerte tiene sentido como un acto supremo de confianza y generosidad, superando la muerte con la entrega libre de la propia vida.
Por eso, hasta el día de hoy y por siglos que vendrán, los discípulos nos reunimos para escuchar la palabra sabia de Jesús, para dejarnos iluminar constantemente por ella en un diálogo fecundo con la vida de cada día. Desde lo que nos pasa entendemos mejor la Palabra y desde la Palabra entendemos mejor lo que nos pasa. Y en ello experimentamos a Jesús vivo que nos acompaña en nuestro caminar.

3) Ser testigos: “Su nombre será predicado a todos los pueblos”
Escuchar la palabra luminP1000916osa de Jesús, comer con él y con la comunidad de sus discípulos, experimentar la presencia de su Espíritu en mi vida y en el mundo, es el mayor don que yo haya podido recibir. Eso ha transformado mi vida, haciéndome sentir Hijo amado y hermano entre hermanos. Por eso, como Pablo, como Pedro, como Lucas, y millones de discípulos, yo también quiero ser testigo, misionero, alguien que quiere compartir con el mundo el gran don recibido. Ser testigo de Jesús en el mundo es lo más fascinante que una persona puede ser.
La misión no es una carrera orgullosa para crear prosélitos de una secta o para hacer propaganda de una ideología o para difundir un gran sistema religioso… La misión es ser humildes testigos de un don recibido: Una Palabra que continuamente da sentido a la vida en medio de tantas contradicciones propias y ajenas; una fraternidad que se aprende a construir día a día, no porque somos mejores que nadie sino porque somos sólo discípulos, aprendices de un proyecto que nos supera, pero que cuenta con nosotros; un Espíritu que, conforme a la promesa de Jesús, nos acompaña en todas las circunstancias, como una fuerza interior que nos guía en libertad y amor, contra viento y marea y a pesar de nuestros propios pecados.
Gracias, Jesús, por tu Palabra; gracias por tu comida de fraternidad; gracias por tu Espíritu, que nos acompaña en la dulce tarea de ser tus testigos.
Antonio Villarino
Roma

Paz, alegría, perdón, misión

Comentario a Jn 20, 19-31:Segundo Domingo de Pascua, 12 de abril del 2015

vigo-hermanitas++++En este segundo domingo de Pascua, seguimos leyendo el capítulo 20 de Juan, que nos habla de lo que pasó “en el primer día de la semana”, es decir, en el inicio de la “nueva creación”, de la nueva etapa histórica que estamos viviendo como comunidad de discípulos misioneros de Jesús. La presencia de Jesús vivo en medio de la comunidad se repetiría después a los ocho días, para tocar el corazón de Tomás, exactamente como sucede con nosotros cada domingo, cuando cada comunidad cristiana se reúne para celebrar la presencia del Señor.
El evangelio nos dice que Tomás no creyó hasta que puso sus manos en el costado herido de Jesús. Precisamente de ese costado herido de Jesús, de su corazón que se da hasta el final, surge, el Espíritu que permite a la Iglesia seguir viviendo de Jesús. Con el Espíritu la comunidad recibe los siguientes dones: paz, alegría, perdón, misión. Veamos brevemente:

P10009071) “Paz a ustedes”
Jesús usa la fórmula tradicional del saludo entre los judíos, una fórmula que algunas culturas siguen usando hoy de una manera o de otra. En nuestro lenguaje de hoy quizá podríamos decir: “Hola, cómo estás, te deseo todo bien, soy tu amigo, quiero estar en paz contigo”. ¿Les parece poco? A mí me parece muchísimo. Recuerdo cuando el actual Papa Francisco, recién elegido, salió al balcón de la basílica de San Pedro y simplemente dijo: “Buona sera” (Buena tardes). Bastó ese pequeño saludo para que la gente saltara de entusiasmo. No se necesitaba ninguna reflexión “profunda”, ninguna declaración especial; sólo eso: una sencilla palabra de reconocimiento del otro desde una actitud de apertura y amistad.
Pienso en la importancia y belleza de un saludo cordial y cariñoso entre los miembros de una familia, reafirmando día a día esa cercanía amorosa que nos da vida y alegría; pienso en el saludo respetuoso y positivo entre compañeros de trabajo que hace la vida más llevadera y productiva; pienso en esa mano que nos damos durante la Misa reconociendo en el otro a un hermano, aunque me sea desconocido; pienso en el gesto de comprensión y apoyo hacia el extranjero… Pienso en una paz mundial que necesitamos tanto en tiempos de gran violencia y conflictividad. En todas esta situaciones, Jesús es el primero en decirme: “Hola, paz a ti”.
Es interesante anotar que, saludando, Jesús muestra sus manos y su costado que mantenían las huellas de la tortura que había padecido. Es decir, la paz de Jesús no es una paz “barata”, superficial; es una paz que le está costando mucho, una paz pagada con su propio cuerpo. Nos recuerda que saludar con la paz a nuestra familia, a nuestro entorno laboral, a nuestra comunidad… no siempre es fácil; más bien a veces es difícil. Pero Jesús –y nosotros con él- es un “guerrero” de la paz”, un valiente, que no tiene miedo a sufrir.

2) Alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
La llegada de Jesús, con su saludo de paz, produce alegría. Como produce alegría la llegada de un amigo; como hay alegría en una familia o en una comunidad cuando hay aceptación mutua. No se trata de una alegría tonta, que oculta las dificultades, los problemas o hasta los pecados; no es la alegría de quien falsea la realidad o se droga con el vino, la droga, los placeres de cualquier tipo o un orgullo inconsciente e insensato.
Es la alegría de quien se siente respetado y respeta; la alegría de quien se siente valorado y valora; la alegría de quien se sabe amado gratuitamente y ama gratuitamente; la alegría de quien se reconoce como Hijo del Padre. Es la alegría honda de quien ha encontrado un sentido a su vida, una misión a la que entregar sus días y sus años, aunque eso implique lucha y sufrimiento. Es la alegría de quien ha encontrado en Jesús a un amigo fiel, a un maestro fiable, a un Señor que vence el mal con el bien.

3) Perdón; “a quienes perdonen les quedará perdonado”.
La alegría del discípulo, como decíamos, no es la del inconsciente ni la del “perfecto”, que pretende hacerlo todo bien. Es la alegría de la persona que acepta ser perdonada y sembrar semillas de perdón. Jesús infundió en su Iglesia el Espíritu del perdón, de la misericordia y de la reconciliación. El Papa Francisco ha recuperado para nuestro tiempo este “principio misericordia”. La Iglesia no es el espacio de la Ley o de la condena; la Iglesia de Jesús es el espacio de la misericordia, de la reconciliación, el lugar donde siempre es posible comenzar de nuevo. Sin misericordia, la humanidad se hace “invivible”, “irrespirable”, porque, al final, no somos capaces de vivir de solo ley. Necesitamos la misericordia, la paz, la alegría de la fraternidad.. y eso solo viene realmente como fruto del Espíritu.

4) Misión: “Como el Padre me envió, así les envío yo”.
La comunidad de discípulos, pacificada, perdonada, convertida en espacio de misericordia, se hace comunidad misionera, enviada al mundo para ser en el mundo precisamente eso: espacio de misericordia, de reconciliación y de paz. ¡Cuánto necesita nuestro mundo este espacio! ¡Cuán necesario es extender por el mundo estas comunidades de discípulos para que humildemente creyentes sean lugares de saludo pacífico, de perdón y de alegría profunda!
P. Antonio Villarino
Roma

Pascua: María Magdalena, Pedro y el “otro discípulo”

Comentario a Jn 20, 1-10, Domingo de Pascua, 5 de abril 2015

En este Domingo de Pascua, leemos la primera parte del capítulo 20 de Juan, en el que encontramos una comunidad de discípulos formada por tres protagonistas: María de Magdala, Pedro y el “otro discípulo”, al que podemos llamar Juan siguiendo la tradición. Los tres, además de ser ellos mismos, nos representan a nosotros y a todos los discípulos que quieren aprender del Maestro a vivir la vida verdadera. Les invito a leer con calma, lentamente, este pasaje del evangelio, a partir de la propia vida. Por mi parte, me detengo brevemente en cada uno de estos tres personajes:

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1) María Magdalena: amor fiel e incondicional
María de Magdala (el pueblo del que procedía) era seguramente una mujer extraordinaria, con una gran fuerza interior. No conocemos su historia previa, pero sabemos que había encontrado en Jesús un Amigo fiel, un Maestro indiscutible, un señor del que fiarse… Ella le siguió desde Galilea hasta Jerusalén, en las duras y en las maduras, y le ha permanecido fiel hasta la muerte, y más allá de la muerte, como demuestra el episodio de hoy.
Precisamente, en el evangelio de hoy, la vemos caminando hacia el sepulcro, movida por una absoluta fidelidad, aunque no sabía cómo remover la piedra que cerraba la entrada al sepulcro y a pesar de pensar que su Amigo y Maestro estaba muerto. Nada de eso le importaba a ella, cuyo amor era sin condiciones, absoluto. Y aquel amor, que no se rendía ni ante la muerte, obtuvo el premio de encontrar la piedra removida, supo reunir la comunidad y recuperar la esperanza, que más tarde se verá confirmada: Verá a Jesús como es realmente, en su realidad más auténtica, no como un hombre muerto, sino como el Hijo del Padre, viviendo para siempre.
Contemplando a esta mujer, nos vienen ganas de imitarla en la radicalidad de su amor, contra toda tentación de abandono, y de entregarnos totalmente a Jesús sin condiciones, en las duras y en las maduras, sin miedo a las posibles “piedras” –pecados, fracasos, oposiciones– que se nos atraviesen en el camino, con una fidelidad sin fisuras, sabiendo que, como ella y como San Pablo, “sabemos de quien nos hemos fiado” y que también a nosotros Jesús se nos manifiesta vivo y presente en nuestra historia personal, en la Iglesia y en el mundo de hoy. Y es a partir de esta experiencia de Jesús viviendo en nosotros que somos llamados a ser misioneros, testigos ante un mundo incrédulo, que piensa que la muerte y el mal tienen la última palabra.

2) Pedro: el pecador que se deja guiar
Pedro era, según todos los indicios, el jefe de aquel pequeño grupo de discípulos, pero no parece que fuera el más creyente, ni el más lúcido, ni el más rápido en comprender las cosas.. De hecho, no fue el primero en ir al sepulcro, ni fue el primero en llegar: era el más lento, aquel al que le costaba más comprender los caminos de Dios. Pero era humilde, sabía reconocer sus errores y abrirse a los otros, aprovechándose de su lucidez.
Contemplando a Pedro, muchos de nosotros nos vemos representados en él. También nosotros tenemos nuestra historia de pecado e infidelidad; también nosotros tenemos dificultades para comprender los caminos de Dios en nuestra vida; también a nosotros nos cuesta creer que Dios sigue vivo y operante en nuestra Iglesia y en nuestro mundo de hoy; también nosotros tenemos miedo de ser engañados y estamos tentados de caer en la decepción… Pero también nosotros, como Pedro, estamos llamados a abrirnos a los otros, dejarnos acompañar por quien ha visto primero, dejarnos conquistar una vez más por Jesús y, como Pedro, decir: “Señor, tú sabes que te amo”.

Piazza S. Pietro (amanecer)
El “otro discípulo” supo ver el amanecer en el primer día la nueva semana de la nueva Creación.

3) El “otro discípulo”

Entre los discípulos hay uno (llamémoslo Juan), que parece ser el más veloz, el más intuitivo, el más capaz de percibir la novedad de Dios, de creer y ver más allá de la superficie. Ciertas cosas, en efecto, solo se comprenden con los ojos del amor, que nos permite ir más allá de las apariencias.
También entre nosotros, hay algunos que parecen ver con mayor rapidez los signos de los tiempos, percibir antes que nadie el “viento” de la historia con el que Dios está impulsando a la humanidad. Estos discípulos son un don para todos, aunque con una condición: que sepan permanecer “comunitarios”, que no vayan adelante en solitario, que sepan adaptarse al ritmo de los más débiles o más lentos… Solamente así se construye la comunidad, solamente así el Señor se revela verdaderamente como el centro del nuevo proyecto de humanidad, la nueva creación, la “nueva semana” o tiempo de gracia iniciado con el Domingo de Pascua.
En efecto, como Dios ha creado el mundo en una “semana” simbólica, según el Génesis, así también Dios está re-creando el mundo, re-generando la humanidad en esta nueva “semana”, en la cual actúa Jesucristo, eternamente vivo, Palabra eterna del Padre. Como María de Magdala, Pedro y Juan, también nosotros creemos en esta nueva creación, en este nuevo amanecer que despunta de las tinieblas de la muerte, porque el Amor de Dios es más fuerte que la muerte y el pecado.

P. Antonio Villarino
Roma

El asno y el perfume

Comentario a Mc 11, 1-11 y a Mc 14-15, Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015

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La liturgia nos ofrece hoy dos lecturas del evangelio de Marcos: la primera, antes de la procesión de ramos, sobre la bien conocida historia de Jesús que entra en Jerusalén montado sobre un pollino (Mc 11, 1—11); la segunda, durante la Misa, es la lectura de la “Pasión” (las últimas horas de Jesús en Jerusalén), esta vez narrada por Marcos en los capítulos 14 y 15.
Con ello entramos en la Gran Semana del año cristiano, en la que celebramos, re-vivimos y actualizamos la extraordinaria experiencia de nuestro Maestro, Amigo, Hermano y Redentor Jesús, que, con gran lucidez y valentía, pero también con dolor y angustia, entra en Jerusalén, para ser testigo del amor del Padre con su propia vida.
Toda la semana debe ser un tiempo de especial intensidad, en el que dedicamos más tiempo que de ordinario a la lectura bíblica, la meditación, el silencio, la contemplación de esta gran experiencia de nuestro Señor Jesús, que se corresponde con nuestras propias experiencias de vida y muerte, de gracia y pecado, de angustia y de esperanza. Por mi parte, como siempre, me detengo en tres puntos de reflexión:

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1) El rey montado sobre un pollino.
Hace algunos años he podido visitar Jerusalén durante diez días. Y, entre otras cosas, pude caminar desde Betfagé hasta el Monte de los olivos, desde el cual se contemplan los restos del antiguo Templo y la ciudad santa en su conjunto. Es un tramo no muy largo, pero en pendiente, por lo que exige un cierto esfuerzo. Según el texto de Marcos, Jesús hizo este recorrido montado sobre un pollino y aclamado por la gente.
Se trata de una escena que se presta a la representación popular y que todos conocemos bastante bien, aunque corremos el riesgo de no entender bien su significado. Para entenderlo bien, no encuentro mejor comentario que la cita del libro de Zacarías a la que con toda seguridad se refiere esta narración de Marcos:
“Salta de alegría, Sion,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en un joven borriquillo.
Destruirá los carros de guerra de Efraín
y los caballos de Jerusalén.
Quebrará el arco de guerra
y proclamará la paz a las naciones”.
(Zac 9, 9-10).
Sólo un comentario: ¡Cuánto necesitamos en este tiempo nuestro lleno de arrogancia, terrorismo y conflictos de todo tipo la presencia de este rey humilde y pacífico que no se impone por “la fuerza de los caballos” sino por la consistencia de su verdad liberadora y su amor sin condiciones!


2) El perfume “despilfarrado”

La narración de la “Pasión” según Marcos, que leemos hoy, comienza con un episodio también conocido, aunque menos que el de la procesión de ramos. Se trata de la historia del frasco de alabastro, “lleno de un perfume de nardo puro, que era muy caro”, y que una mujer anónima rompe para derramar el perfume sobre la cabeza de Jesús. Los presentes en la escena, según Marcos, consideran aquel gesto un “despilfarro” sin sentido. Pero Jesús la defiende diciendo que la mujer se ha anticipado a ungir su cuerpo para la sepultura.
Contemplando aquel precioso frasco de perfume, que se rompe y se “despilfarra”, uno no puede menos de pensar, de hecho, en el mismo cuerpo de Jesús, que será roto para entregar el precioso “perfume” del amor del Padre. La historia de la Pasión que leemos hoy nos habla de un Jesús traicionado por sus amigos, un Jesús angustiado ante el sufrimiento que le espera, un Jesús martirizado hasta el extremo, un Jesús que se siente abandonado… pero un Jesús que se entrega libre y amorosamente: “No se haga como yo quiero, sino como Tú quieres”.
Su muerte puede parecer un “despilfarro”, como la muerte de los misioneros muertos de ébola o de malaria cerebral, como ha sucedido a los dos Hermanos de San Juan de Dios (Liberia) o a algunos combonianos españoles, que yo he conocido personalmente. Uno puede preguntarse: ¿Por qué arriesgar la vida? ¿No es un gesto inútil? ¿No es mejor protegerse y no pasarse en generosidad? La respuesta es sencilla: el amor no tiene límites; quien ama no tiene dudas: quiere romper el frasco, para que su perfume se extienda en un mundo donde no falta el mal olor.
Lo mismo puede decirse de tantas madres y padres que rompen el frasco de su vida en favor de sus hijos, tantos sanitarios que se entregan generosamente a los enfermos, tantas religiosas dedicadas en alma y cuerpo a los ancianos… Cada uno de nosotros es invitado a romper el frasco de su vida a favor del prójimo necesitad.
Contemplar a Cristo en la cruz es identificarse con Él, es ponerse a caminar sobre las huellas de su entrega, confiando en que, aunque se rían de nosotros, el amor es más fuerte que la muerte.

P. Antonio Villarino
Roma