Laicos Misioneros Combonianos

“La vida, nos la han regalado y la merecemos dándola”

Comentario a Jn 12, 20-33: Quinto Domingo de Cuaresma, 22 de marzo 2015

Estamos ya acercándonos a la Semana Santa, la gran Semana del año litúrgico y de la vida cristiana. Leemos el capítulo 12 del evangelio de San Juan, antes de iniciar el gran drama de la pasión, que comienza con el famoso gesto del lavatorio de los pies.

El evangelio que leemos hoy  sitúa a Jesús en Jerusalén durante una fiesta judía, en la que normalmente participaban personas venidas de distintas partes del mundo de entonces. En ese contexto, se nos dice que algunos “griegos” querían conocer al Maestro, el cual pronuncia unas breves pero significativas palabras.

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1) “Queremos ver a Jesús”.
En primer lugar, fijemos nuestra atención sobre estos “griegos” que querían conocer a Jesús. De hecho, cuando el evangelista escribe su evangelio, ya había comunidades de discípulos y discípulas, cristianos y cristianas, que provenían de la cultura “griega”, que era algo así como la cultura globalizada de nuestro tiempo. Esta presencia de “griegos” en las comunidades de discípulos de Jesús supuso ya un primer gran salto cultural y religioso. La gran propuesta de renovación humana y espiritual de Jesús, dirigida en principio al pueblo judío, se abrió muy pronto a gentes de otras culturas y prácticas religiosas.. Desde entonces, el cristianismo (el seguimiento de Jesús) se fue extendiendo siempre a nuevos pueblos y fue superando sin cesar nuevas fronteras. En cada nueva época histórica, siempre ha habido nuevos grupos humanos que han dicho: “queremos conocer a Jesús”. A los misioneros Andrés y Felipe, que hicieron posible el encuentro de Jesús con estos griegos, siguieron después otros: Pablo, Irineo, Agustín, Javier, Comboni y otros muchos.
Estamos convencidos que también hoy a muchas personas y grupos humanos, más allá de cualquier frontera geográfica o existencial, les gustaría conocer a Jesús, al Jesús real, a ese que hay que encontrar desde la verdad más profunda de la propia existencia (no desde los libros o los estereotipos culturales). Y también hoy se necesitan nuevos Andrés y Felipe, nuevos misioneros que, conociendo a Jesús personalmente, puedan prestar el servicio de facilitar el encuentro de estas personas con Jesús, personas que sienten que el encuentro con Jesús ha sido un tesoro para ellas y quieren compartirlo con otros.

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2) Si el grano de trigo no muere…
Cuando le presentan a los “griegos”, Jesús pronuncia un breve discurso que puede parecer enigmático para algunos, pero que a mí me parece bastante claro, si nos fijamos con atención. Vayamos por partes:
a) “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Aquí y en otras partes del evangelio Jesús habla de su “hora” y de su “gloria”, que podríamos traducir también por “triunfo”, “victoria”, “estima”. Jesús, como todos nosotros, busca su triunfo, su gloria, su “honra”. Pero la gran diferencia con nosotros es que la gloria que Jesús busca no es la “vanagloria” o la auto-satisfacción, sino la “honra”, la estima del Padre. Esa honra Jesús la comparte con los griegos, con sus amigos, con los sencillos, con las personas humildes que confían en Dios.
b) “El grano de trigo seguirá siendo un grano solo, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante”. Esta es una frase bastante conocida y su significado bastante claro: la gloria, la victoria, el triunfo no son fruto de una actitud egoísta o timorata ante la vida. Como el grano de trigo sólo da fruto cuando se deja enterrar y destruir, así la gloria de Cristo sólo se producirá después de su enterramiento, de su muerte.
c) “Quien vive preocupado por la vida, la perderá…”. Esta frase nos hace recordar la parábola de los talentos, en la que viene condenado aquel que esconde su talento en vez de negociarlo para ganar más. Amar la vida es entregarla, donarla, gastarla, ponerla al servicio. Como dice el conocido poeta indio, “la vida, nos la han regalado y la merecemos dándola”.
Estas palabras de Jesús no son unas “bellas palabras” de laboratorio. Son la expresión de su propia vida, entregada totalmente al Padre para el bien de sus hijos. Jesús no dudó en morir como un grano de trigo, confiando en que el Padre haría surgir de su muerte frutos abundantes de vida.
Contemplando a Jesús en la Palabra y en la Eucaristía, en el trabajo, en el servcio a los pobres, ya cerca de la semana de Pasión, también nosotros nos sentimos animados a vivir generosamente, entregando nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra capacidad de amar, nuestra vida misma, sabiendo que esa entrega generosa es la mejor manera de “ganar” la vida para siempre.


P. Antonio Villarino
Roma

La serpiente salvadora

Comentario a Jn 3, 14-21: Cuarto domingo de cuaresma, 15 de marzo de 2015
Estamos ya en el cuarto domingo de cuaresma. Leemos un párrafo del capítulo tercero del evangelio de Juan, que, como siempre, sólo se entiende desde las Escrituras y tradiciones hebreas, ya que Jesús y los primeros discípulos eran judíos que creyeron que en su persona se había manifestado de manera definitiva el amor misericordioso de Dios Padre. Nosotros nos movemos tras las huellas de Jesús y de sus primeros discípulos, pidiendo al Espíritu que nos haga comprender a fondo esta maravillosa verdad: que, mirando a Jesucristo, encontramos la misericordia salvadora del Padre. Vayamos por partes:

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1.- La serpiente del desierto
Juan dice que Jesús (alzado sobre la cruz) es como la serpiente que Moisés levantó, por orden de Dios, en el desierto para curar a los miembros del pueblo de Israel, mordidos por serpientes. Encontramos la narración de este episodio al que se refiere Juan en el libro de los Números, capítulo 21: Llegados a un cierto lugar, (donde recientemente han encontrado estatuillas de serpientes), los israelitas, cansados de caminar en condiciones difíciles, caen en el desánimo y el escepticismo; decepcionados, critican amargamente a Dios y a su profeta. En esa situación aparecen serpientes venenosas que causan muchas muertes. Entonces el pueblo piensa que está siendo castigado por su rebeldía, se arrepiente y pide a Moisés que interceda ante Dios pidiendo perdón. Como respuesta a sus oraciones, Dios ordena a Moisés construir una serpiente de bronce y que la exponga en un palo. Al mirarla, los que han sufrido picaduras de serpiente, se curarán. Algunos expertos dicen que esta era una leyenda-tradición que los judíos heredaron de algún otro pueblo vecino y que había arraigado mucho entre ellos.
Pero la historia servía para recordar las muchas rebeldías en las que constantemente caía el pueblo de Israel y, si se me permite la expresión aparentemente “poco respetuosa”, los múltiples “trucos” que Dios sabe utilizar para manifestar su misericordia, incluso cosas que aparentemente pueden parecer insignificantes o ridículas. A mí personalmente me recuerda que también yo caigo constantemente en rebeldía y soy infiel a Dios y a mi alianza con Él. También me recuerda que a veces Dios me manifiesta su misericordia en pequeños detalles, aparentemente insignificantes, pero muy reales y eficaces, como una palabra oportuna, una imagen que me habla personalmente, un contratiempo, una música, una confesión con cualquier sacerdote tan pecador como yo…

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2.- Jesucristo es la “serpiente” alzada para nuestra salvación
Juan hace referencia a esta historia del AT, pero no quiere detenerse en ella, sino que quiere ir mucho más allá y dar un gran salto de significado. Juan nos recuerda que, de la misma manera que Dios utilizó, para dar vida, una imagen de aquellas serpientes asesinas, instrumento del castigo que merecían aquellos judíos rebeldes, usa la muerte de Jesucristo en la cruz para revelarnos su misericordia sin fin. De la misma materia del mal (del pecado, de la rebeldía) Dios saca la vida, la gracia, la obediencia, hecha carne en Jesucristo. Por eso los discípulos miramos constantemente a la cruz de Jesús, no porque somos masoquistas, sino porque en ella encontramos la respuesta de Dios a nuestro pecado, a nuestra rebeldía, a la violencia asesina de nuestro mundo.
Por extraño que nos parezca a los católicos, hay algunos cristianos que dicen oponerse a usar la cruz, porque –dicen– sería como reverenciar la pistola que mató a un hijo o a un hermano. La cruz –dicen– es una cosa horrenda, de la que avergonzarse y de la que renegar… Y tienen razón que la cruz es una cosa fea y terrible, pero no más terrible que los absurdos asesinatos que la humanidad comente continuamente, non más fea que los abusos de unos sobre otros, no más fea que nuestra propia infidelidad…
Pero Jesús no huye de toda esa fealdad y barbarie, no se mantiene en un lugar apartado y “puro”, como hacían los fariseos de su tiempo y de ahora. Jesús se mete de lleno en el charco de nuestra realidad, sin miedo a contaminarse, y en medio de ella nos invita a alzar nuestra vista hacia Él, que es fiel al Padre hasta dar la vida. Allí encontraremos la imagen viva del Amor de Dios que transforma nuestra realidad de pecado en ocasión de gracia. “Donde abundó el pecado –dice San Pablo– sobreabundó la gracia”. Sólo el amor puede realizar tal milagro. Por eso no hay pecado o situación de miseria que no pueda ser salvada, que no haya sido salvada ya en Jesucristo. Porque el amor de Dios no tiene límites.

3.- Creer es vivir en la luz
Juan concluye diciendo que quien cree ya está salvado; quien no cree es como aquel que, ante la luz, cierra los ojos y se niega a ver, porque prefiere encerrarse en su propio, estúpido, orgullo. La tragedia humana es precisamente esa: que a veces preferimos vivir en la oscuridad de nuestro pecado, de nuestros vicios, de nuestra mentira, en vez de abrirnos sinceramente al poder misericordioso de Dios, que puede hacer de nuestro pecado “abono” para una vida nueva y luminosa, instrumento de salvación.
La cuaresma es la gran ocasión que la liturgia nos ofrece para entrar en esta dinámica: reconocer nuestros pecados y miserias, levantar los ojos a Jesucristo y dejarnos inundar por la luz de verdad y misericordia que emanan de su costado abierto en la cruz. “Sólo lo que es asumido es salvado”, decían los santos padres de la Iglesia antigua. Cuaresma es el momento de dejar que Dios asuma nuestra realidad, en su verdad, y transforme nuestro pecado en gracia salvadora para nosotros mismos y para los demás.
P. Antonio Villarino
Roma

El “cuerpo” de Dios

Comentario a Jn 2, 13-25: DOMINGO, 8 de marzo de 2015

En este tercer domingo de cuaresma, y en los dos siguientes, dejamos Marcos y tomamos el evangelio de Juan, que, a diferencia de los sinópticos (Mateo, Marco y Lucas), nos presenta a Jesús en Jerusalén desde el capítulo segundo, del que hoy leemos la segunda parte sobre la “purificación” del Templo. A partir de esta lectura les comparto tres reflexiones:

1) Purificar la religión
El Templo de Jerusalén –y la ciudad misma– era lo más sagrado para Jesús, buen judío, y para sus discípulos. Templo y Ciudad eran como un “sacramento” de la maravillosa presencia de Dios en la vida de Israel y de todos sus habitantes. Jesús, con María y José, los visitó desde niño y los amaba de todo corazón, porque en ellos encontraba las huellas del paso de su Padre por la historia de su pueblo. En el templo se unían sus dos grandes amores: su Padre y su Pueblo. Por eso hace suyo el salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”. Y es precisamente este celo lo que produce en él una rebeldía radical, al ver la degradación a que había sido sometido el templo a causa de la corrupción y el mercantilismo. Jesús se propone purificar el templo, sabiendo que Dios no se deja “atrapar” por ninguna institución, por muy sagrada que sea. De hecho, más adelante en el evangelio de Juan, dirá a la samaritana: “Ha llegado el momento en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… los verdaderos adoradores lo adoraran en espíritu y en verdad”.
Una tentación de las personas religiosas es la manipulación o banalización de los ritos y lugares sagrados. Ciertamente, necesitamos ritos y lugares que nos ayuden a orar y a celebrar, pero, ojo con ponerlos al servicio de nuestros intereses personales o de grupo. Los discípulos de Jesús debemos estar siempre atentos a no caer en estos abusos y a purificar constantemente nuestras prácticas religiosas.

jerusalen (jerez)2) El signo del propio cuerpo
Cuando los judíos le preguntaron qué signo hacía para justificar su postura purificadora, Jesús respondió que el signo era su cuerpo, convertido en verdadero “templo”, lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. La fe de los discípulos no tiene su centro en ningún lugar geográfico, sino en el cuerpo de Jesús, un cuerpo que aguantó el sufrimiento extremo y en el cual terminó por mostrase el triunfo de Dios.
Unido al de Cristo, también nuestro cuerpo (expresión concreta de nuestro espíritu) es lugar del encuentro con Dios: un cuerpo capaz de sufrir y amar de manera concreta y tangible, un cuerpo que se arrodilla y se postra para adorar, un cuerpo que se hace instrumento de servicio a los pobres y desheredados, un cuerpo que ve, escucha y abraza a los cuerpos martirizados de tantas personas. Como dice el papa Francisco, los enfermos y los pobres son el cuerpo de Cristo. Abusar de estos cuerpos o de nuestro propio cuerpo es profanar el templo de Dios. Servirlos es adorar a Dios.

3) La precariedad de la fe
El evangelista nos cuenta que, viendo los signos que hacía Jesús, muchos creyeron, pero él no se fiaba. Los evangelios nos cuentan la oposición y las traiciones a las que Jesús se enfrentó, hasta el punto que, al final, quedó prácticamente solo y abandonado de todos. En la vida de Jesús hubo momentos de entusiasmo, en los que las multitudes le seguían, pensando de haber encontrado a un gran rey del que se podrían aprovechar o un líder que les llevaría a la realización de su programa político o religioso. Pero Jesús no se dejaba atrapar en la trampa de este entusiasmo fácil, que podría apartarle de su verdadera misión en obediencia al Padre. Jesús permanece siempre confiado, realista, libre, abierto y fiel hasta la muerte, a pesar de la inconstancia de los que le rodean.
La tentación del entusiasmo fácil y de la superficialidad se nos presenta también a nosotros como personas o como grupos. Cada uno de nosotros, nuestra comunidad o la Iglesia en su conjunto, puede contentarse con una religiosidad superficial, hacer algún tipo de “trampa” para ganar las masas y atraer seguidores, aunque solo sea en apariencia… Ese no es el camino de Jesús. El ni se escandaliza por aquellos de los suyos que le abandonan ni confunde los aplausos fáciles con una fe auténtica; sabe, sin embargo, reconocer una sincera, una fe “encarnada” en un cuerpo, en una vida que “se desvive”, se entrega en adoración y en servicio al “cuerpo de Cristo” en la Eucaristía y en los Pobres.
Pedimos al Espíritu de Jesús que nos abra a esta fe firme, concreta y constante, a pesar de nuestras dudas y debilidades.
P. Antonio Villarino
Roma

No hay gloria sin cruz

Comentario a Mc 9,2-8: DOMINGO, 1 de marzo 2015

En este segundo domingo de cuaresma, seguimos leyendo a Marco, pero dando un salto respecto al primer capítulo que hemos leído últimamente. Nos situamos en el capítulo 9, cuando ya Jesús está acercándose a Jerusalén, donde le espera el conflicto final con las autoridades. Como siempre, este texto nos ofrece muchos puntos de reflexión. Yo me detengo en los siguientes:

Cinncinnati (St Charles)
1) Aceptar la cruz: ¡Qué difícil es!
Pocos versículos antes de nuestro texto, el Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Cristo”, comienza a manifestar a sus discípulos que “tenía que sufrir mucho”. Los discípulos se muestran reticentes ante esta perspectiva: No puede ser que el Mesías tenga que morir y, además, ellos no están dispuestos a pasar por ello; ellos, más bien, piensan en ser jefes del nuevo pueblo. Jesús no duda en llamar a Pedro “Satanás”, ya que representa la tentación de desobediencia al Padre, la misma tentación de Adán y del pueblo en el desierto. Sobre ese trasfondo sucede la escena que Marcos nos cuenta hoy, según la cual Jesús toma a sus discípulos más íntimos de la mano y los lleva a hacer una experiencia especial.
Pienso que también nosotros tenemos mucha dificultad para aceptar la cruz, el sufrimiento, el fracaso: EL de Jesús, en primer lugar, pero especialmente el nuestro. Ninguno de nosotros quiere sufrir, aunque sea por una causa buena. Lo consideramos un “castigo de Dios” y nos revelamos contra él. En esos momentos, en los que quizá no comprendamos lo que nos está pasando y en los que menos ganas tenemos de orar o de ir a la iglesia, es cuando más necesitamos dejarnos tomar de la mano y pedir al Señor que se nos manifieste, se nos revele, nos muestre el camino y el sentido de lo que estamos viviendo.

2) El Monte: la perspectiva divina
Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y los llevó al monte, a solas. Allí los discípulos tienen una experiencia muy especial, en la que podemos destacar algunas características:
-El monte: lugar de teofanías en casi todas las religiones. Implica alejamiento de la rutina diaria, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino… Cuando uno está demasiado cerca de los problemas, no los entiende bien. Hay que tomar distancia para mejorar la perspectiva.
-Intimidad: Jesús va más allá de los tópicos y de los niveles exteriores de la personalidad y la convivencia (cómo vistes, qué comes, qué música te gusta, qué opinas del Papa). Jesús comparte con los amigos lo más profundo de sí mismo: “A ustedes les llamo amigos”; “todo lo que oí al Padre se lo he contado”.
-A solas: Jesús no quiere testigos extraños, ni medios de comunicación. Incluso más tarde les dirá que no cuenten a nadie lo que han vivido. Hay experiencias que uno tiene que reservarse para sí mismo o para los íntimos. No son experiencias para vender a los periódicos, ni siquiera para anunciar en el púlpito de las iglesias. “Entra en tu habitación y allí ora al Padre que te ve en el secreto de tu corazón”. Cierto: Hay momentos para el testimonio y la comunicación, pero también hay otros momentos para la oración a solas. De lo contrario es muy fácil corromper hasta lo más sagrado. Como alguien ha dicho, debemos saber estar “a solas con el solo”.

3) “Este es el Hijo predilecto, escúchenlo”
El evangelista nos describe una escena maravillosa que resulta difícil entender desde nuestra cultura actual, pero que es bastante clara en su significado global:
-Los discípulos tienen una experiencia de Jesús que va más allá de su realidad inmediata de predicador ambulante. Es una experiencia que han tenido después muchos santos, empezando por San Pablo. Es la experiencia pascual que ayudó a los discípulos a poner en su lugar la cruz y el duro trabajo del Reino, reconociendo en Jesús al enviado de Dios. Es la experiencia que Jesús está vivo y presnete.
– Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para en tender a estos es importante volver la mirada a Jesús.
-“Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo y a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.
-“Este es mi hijo amado. Escúchenlo”. Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios, el sentido profundo de nuestras vidas, un amor definitivo. Algunos lo buscan en las enseñanzas de Buda, en nuevas teorías (New Age), en el placer o en el orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la claridad de que Jesús es el rostro del Padre y escucharle a él es escuchar al Padre y encontrar la mejor guía para la propia vida. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros. Solo así podemos ser gozosos testigos y misioneros del gran don que se nos ha hecho para nosotros y para toda la humanidad.

P. Antonio Villarino
Roma

Desierto, oportunidad para cambiar

Comentario a Marcos 1, 12-15, Primer Domingo de Cuaresma, 22 de febrero 2015

La lectura continuada del primer capítulo del evangelio de Marcos que hemos realizado en los últimos cuatro domingos se interrumpe hoy, debido a que comenzamos el tiempo de cuaresma, que en la liturgia católica es un tiempo especial, con su propio orden de lecturas. Con todo, en este primer domingo de cuaresma, nos detenemos también en el primer capítulo de Marcos, leyendo cuatro versículos breves, pero de una gran intensidad. Por mi cuenta, propongo tres breves reflexiones:

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1) Desierto: Del “dicho al hecho hay mucho trecho”
Jesús, después del bautismo de manos de Juan y la extraordinaria declaración del Padre –“Tu eres mi Hijo predilecto” –, va al desierto, “empujado” por el Espíritu. ¿Por qué? Sin grandes pretensiones, a mí me gusta explicarlo con un proverbio clásico de la lengua española: “Del dicho al hecho va mucho trecho”.
Veamos: Porque entre el “dicho” (la palabra- vocación) de ser Hijo y el “hecho” (la vida concreta, el Reino) hay un “trecho” (un camino) que Él, como nosotros, tiene que recorrer con fe y perseverancia, disciplina y trabajo, lucidez mental y fortaleza de voluntad, en una batalla “a muerte” contra el espíritu del mal que nos ronda por doquier, pacificando las “fieras” que nos acechan, superando pruebas, dudas y tentaciones. El desierto, como sabemos, en la historia de Israel, es la gran escuela en la que aprende a dejar atrás la esclavitud y a vivir como pueblo libre, en un proceso de purificación y apertura a los planes de Dios. El desierto se convierte así en la gran oportunidad que Dios le da para crecer como pueblo libre y fiel.
Seguramente, también nosotros tenemos nuestro propio desierto que atravesar. Pensemos un poco: ¿Cuáles son las dificultades y pruebas a las que nuestra vida está sometida en este momento? ¿Cuáles son las tentaciones que nos acechan? Puede que también nosotros, después de un entusiasmo inicial, como el pueblo de Israel, como el mismo Jesús, veamos lejano el sueño de una vida de verdaderos hijos de Dios, una vida regida por la verdad y el amor, la justicia y la generosidad, la paz y el servicio. También nosotros experimentamos que entre el “dicho” (de los buenos deseos) y el “hecho” (de las obras y de una vida plena) hay mucho “trecho” (mucho recorrido por hacer); necesitamos aplicar toda nuestra capacidad de lucha y perseverancia. Precisamente, la cuaresma es una buena ocasión para re-afirmarnos en esta lucha, para renovar nuestra esperanza y nuestra decisión de continuar por el camino de discípulos que Jesús nos propone.

2) Aprovechar la oportunidad
Del desierto Jesús sale vencedor, sale re-confirmado en su vocación y en la confianza de que está viviendo la gran ocasión de su vida, para él mismo y para el mundo. Jesús ha experimentado la cercanía del Padre, no sólo en los momentos de felicidad y de bendición, sino también en los momentos de dificultad, de prueba y de lucha. Del desierto Jesús sale al encuentro del mundo, se mezcla con las gentes, para transmitir un mensaje muy claro: “El Reino de Dios está cerca”, aprovechen la oportunidad.
Cuando decimos que el Reino de Dios está cerca, ¿qué entendemos? ¿Dónde está este Reino: en el templo, en mi ciudad, en un santuario, en la parroquia, dónde? El Reino de Dios –es decir, la presencia de Dios– está en nosotros y entre nosotros, en el templo y en la familia, en la calle y en el trabajo, en el hospital y en el campo de juego… en todas partes. ¿Lo hemos visto? Si no lo hemos visto, es que tenemos que lavarnos los ojos, limpiar los oídos, abrir el corazón… También en esto la cuaresma nos puede ayudar: es un tiempo de más lecturas bíblicas, de más disciplina en la propia vida, de más generosidad en la ayuda a los otros… Todo esto nos puede ayudar a abrir los ojos y ver lo que quizá no logramos ver por el polvo que hemos acumulado, polvo de cansancio, de rutina, de repetidos fracasos, de orgullo herido….

3) Cambiar de ruta
Jesús invita a los habitantes de Palestina a creer en esta presencia del Reino de Dios entre ellos y, consecuentemente, cambiar de vida, cambiar página. Los invita a dejar atrás su condición de esclavos y aceptar vivir como hijos.
En efecto, lo que nos impide ver-oír-tocar el Reino de Dios presente en nosotros es la actitud de Adán y Eva en el Edén, cuando, habiendo caído en la trampa del maligno, se creyeron capaces de ser como “dioses”, arrogantes y llenos de sí mismos, escondiendo su desnudez detrás de unas hojas de higuera, en vez de reconocer su error, pedir perdón y renovar su amistad con el Creador. Creer es precisamente salir de nosotros mismos, dejar de mirarnos a nosotros mismos como si fuéramos el centro de todo, y abrirnos a la presencia del otro (con minúscula: el prójimo) y del Otro (con mayúscula: Dios).
La cuaresma es un tiempo oportuno, una gran ocasión para cambiar ruta, para dejar atrás el estúpido orgullo herido que nos separa de nuestro prójimo (nuestra familia, nuestros vecinos…), de Dios y de lo mejor de nosotros mismos; una ocasión para afirmar nuestra fe en que el Amor del Padre es más grande que nuestro pecado y nuestros errores y que, en este amor, podemos renacer, empezar de nuevo, re-emprender nuestra marcha a través del desierto hacia la meta de una vida serena y pacificada, que, sin desconocer nuestros errores, los sabe asumidos y superados en el Reino del Padre; una vida transparente y luminosa, que, a pesar de las sombras que nos rodean, se sabe siempre iluminada por el Espíritu de la Verdad; una vida generosa, que, a pesar de los propios límites, es capaz de creer en la propia capacidad de ser amados y de amar… Una vida, en definitiva, de hijos en camino hacia la Tierra prometida, que nos espera más allá del desierto.
Eso es lo que celebramos en la Eucaristía, memoria de Aquel que del desierto salió vencedor y anunciando la victoria de Dios sobre el mal. Junto a Él, también nosotros saldremos vencedores y anunciadores-misioneros de su victoria en nosotros y en el mundo.
P. Antonio Villarino
Roma