Laicos Misioneros Combonianos

El Maestro de Galilea

Un comentario a Mt 4, 12-23 (III Domingo ordinario, 22 de enero del 2017)

Cuando uno visita Jesús 14Galilea, en el Norte de Israel, los guías turísticos le presentan lo que parece haber sido Cafarnaúm, una pequeña ciudad en las cercanías del Lago de Genesaret. Entre los restos de la época le muestran también los de una casa que podría haber sido la casa de Pedro, el pescador. Allí estableció Jesús su “centro de operaciones” por algún tiempo. El pasaje del capítulo cuarto de Mateo que cuenta los comienzos de esta actividad es lo que leemos hoy en la liturgia. Y en esa narración yo encuentro los siguientes elementos:

1.- Retirada a la periferia
Jesús era, sin duda, muy cercano a Juan Bautista, el gran profeta reformador, bastante popular en las orillas del río Jordán en Judea. Pero Juan Bautista fue apresado por Herodes, que más tarde lo asesinaría vilmente. Mateo nos dice que, ante ese hecho, Jesús decidió, no sólo retirarse a Galilea, región periférica del país, sino también pasar de Nazaret a Cafarnaúm, que era una ciudad comercial y cosmopolita, donde convivían judíos y seguidores de otras religiones. Galilea, de hecho, era una región que desde Jerusalén aparecía como “tierra de paganos”, cuyo pueblo “caminaba en tinieblas”. Allí fue Jesús, por lo que Mateo, citando a los profetas, dice que aquella tierra “vio una gran luz”. No es la primera vez que las gentes de la periferia, los más marginados, son más vivos que los del centro. Frecuentemente, las novedades empiezan por los menos acomodados, porque cuando uno está muy acomodado no quiere cambios. Jesús no empezó por Jerusalén, centro del mundo judío, sino por el extremo más pobre y despreciado del país. ¡Ojo con dejarse acomodar o creer que ya los sabemos todo! Podemos perdernos lo mejor. Dios siempre tiene algo nuevo para la humanidad. Lo mejor está por venir.

2.- Un mensaje: aprovechen la oportunidad de cambio
El mensaje que Jesús lleva a los habitantes de aquellas tierras supone que todos estaban descontentos con las cosas como estaban; nadie estaba contento con las injusticias contra los campesinos, con la corrupción en todas las esferas de gobierno, con una religiosidad ritualista y falsa… Ante ese descontento, seguramente compartido por la mayoría de gente honrada, Jesús se presenta con un mensaje que suena más o menos así: ¿Por qué no cambian? Dios quiere “reinar” aquí, es decir, quiere llenar nuestra vida de su amor. ¿Por qué no aprovechan la oportunidad? También nosotros criticamos mucho de lo que pasa en nuestra sociedad, pero ¿por qué no cambiamos?

3.- Un “grupo de amigos” y la Misión
Jesús Empieza a reunir algunos que le escuchan con gusto, sintonizan con lo que dice y quieren colaborar en la causa: Simón, Andrés, Santiago y Juan fueron los primeros; después vendrían otros. Son gente del común, pescadores de la zona, que se le unen con entusiasmo para “ser pescadores de hombres”, es decir, para crear una red de personas que acojan el mensaje del Maestro y sean las piedras angulares de una nueva manera de ser humanos, una nueva comunidad sin dominadores ni dominados, soñadores de una nueva humanidad.
Con ellos Jesús recorre las aldeas y ciudades, las sinagogas y los caminos, proclamando esta “buena nueva” y transmitiendo el poder sanador del amor de Dios.
Así comienza la gran aventura misionera de Jesús y sus amigos. Todo el año que queda nos irá presentando su peregrinación por Galilea y, más tarde, por Judea, hasta llegar a Jerusalén. ¡Una aventura fascinante! Sigámosla con atención.

P. Antonio Villarino
Bogotà

La identidad de Jesús: Cordero, Espíritu, Hijo

Un comentario a Jn 1, 29-34 (2º Domingo ordinario, 15 de enero del 2017)

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La aparición de Jesús de Nazaret en un pequeño territorio del Imperio Romano, hace ahora algo más de 2.000 años, fue un hecho que marcó para siempre la historia de la humanidad. Eso no lo niega nadie, porque es un hecho evidente y contundente que se impone por sí mismo, aunque no sea fácil explicarlo (de hecho, a veces las cosas más importantes de nuestra vida son difíciles de explicar en conceptos y palabras, porque la vida supera sus explicaciones y la realidad supera a las ideas, como recuerda el papa Francisco).

Lo que han hecho los evangelistas –y seguimos haciendo muchos hasta el día de hoy- es darle vueltas a su figura para ver si la vamos comprendiendo cada día un poco más, en diálogo con nuestra propia experiencia personal y con la cultura en la que vivimos.
En ese sentido el evangelista Juan se vale del testimonio de otro Juan, el Bautista, para comunicarnos algunos títulos o rasgos de la personalidad de Jesús. Según el Bautista, Jesús es:

1.- “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
Para los judíos la imagen del cordero de Dios evocaba muchas experiencias de liberación, purificación, perdón y alianza. Y eso era lo que Jesús representó para aquellos sus primeros admiradores y seguidores. Los que se sabían pecadores encontraron en él perdón y purificación; los que se sentían esclavizados por las leyes de su tiempo o por sus propios miedos y esclavitudes, experimentaron una cercanía y un amor que les hacía ser libres y “saltar” de alegría; los que creían que habían roto sus relaciones con Dios, vieron en él renovada su Alianza. También hoy yo miro a Jesús y me sé purificado, perdonado, rehabilitado, libre y “aliado” de mi Dios y de toda persona que busque comprensión y amor.

2.- Alguien sobre quien “descendía el Espíritu Santo”.

El Bautista era un hombre bueno y un reformador; él promovía un cambio profundo en la sociedad, un cambio ético y religioso… Pero se daba cuenta que sus propuestas, por muy radicales que fueran, no irían muy lejos; no tenían fuerza para cambiar las cosas. Pero cuando conoció a Jesús, comprendió que en aquella persona había algo más que agua, había “vino” del bueno, es decir, el Espíritu de Dios lo poseía totalmente. Y el Espíritu parece poca cosa, hasta parece que no cuenta (no es tangible ni medible), pero en realidad lo cambia todo. Lo podemos comparar con la gasolina que mueve a un carro. Sin ella el carro tiene todas sus partes, pero es incapaz de moverse. Lo mismo nuestra vida: puede estar entera, pero si falta el amor, si falta el Espíritu, somos como muertos que la vida lleva de un lado para otro sin ton ni son. Es el Espíritu el que da sentido, alegría y fuerza para vivir con alegría y entusiasmo. Jesús estaba lleno de este Espíritu y lo sigue transmitiendo hoy a quien se acerca a él con sinceridad y verdad.

3.- “Hijo de Dios”
Desde el principio, los discípulos de Jesús vieron en él tanta presencia divina que, además de considerarlo un profeta y el “mesías” que los judíos esperaban, empezaron a reconocerlo como “Señor” y como “hijo” de Dios. El mismo Jesús dijo que todos somos hijos de Dios, pero los discípulos vieron que Jesús era hijo de manera muy especial y afirmaron que quienes creían en él recibían, ellos también, el poder de ser hijos, no como una bella metáfora, sino como una realidad trasformada y trasformadora. También a mí Jesús me enseña que yo no soy una mota de polvo perdida en el universo, sino un hijo amado y llamado a amar. Eso cambia todo.

Como el Bautista y como los discípulos, yo también miro a Jesús como “cordero” que me purifica, como portador del Espíritu que yo necesito para vivir en plenitud y como hijo que me hace hijo.

P. Antonio Villarino
Bogotá

“No el muncho saber aprovecha, sino el mucho amar”

Un comentario a Mt 2, 1-12 y Mt 3, 13-17 (8 de enero del 2017)

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La Navidad concluye con la Epifanía, que significa “manifestación”. En algunos países, la Epifanía coincide con la fiesta de los “Reyes magos” (6 de enero) y el domingo próximo se celebra el Bautismo del Señor; en otros lugares, la fiesta de los “Reyes Magos” pasa al domingo, desplazando la del Bautismo al día siguiente. En este comentario me refiero a los dos textos evangélicos, destacando algunas consideraciones:

Los sabios de Oriente
Los sabios de Oriente (“reyes magos”) observaban la naturaleza y en ella descubrieron una estrella, algo que para ellos fue un signo de la nueva presencia de Dios en el mundo.
De hecho, la naturaleza es el primer libro que los seres humanos tenemos para entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con los demás y con Dios. El mundo técnico y urbano, llevado por una prepotencia exagerada, quiso alejarse durante un tiempo de esta naturaleza, lo que está trayendo bastantes problemas a la humanidad. Ahora ha vuelto un cierto respeto a la naturaleza. Ojalá eso nos ayude a integrarnos mejor con la naturaleza y en esa integración encontrar a Dios, como fuente de vida, de armonía, de luz y de paz.

Juan Bautista
Por otra parte, Juan, iniciador de un gran movimiento de cambio radical, manifestado en el bautismo, supo percibir en la masa de “convertidos” la presencia de Uno, una persona especial sobre la que se abría el cielo, es decir, que tenía una relación especial con Dios del que era el “hijo amado”. A nosotros se nos invita a identificarnos con este Jesús de Nazaret y con él sabernos hijos amados, perdonados y renovados. No se trata tanto de que seamos moralmente perfectos cuanto de que tomemos conciencia de ser hijos amados. No cambiamos para amar, cambiamos porque somos amados.

Herodes y los adormecidos
Frente a los sabios de Oriente y al profeta del Jordán, nos encontramos con las personas endurecidas, que se encierran en sus privilegios y son incapaces de comprender los caminos de Dios en su tiempo. Herodes no era capaz de percibir los signos de Dios, porque estaba cegado por sus intereses políticos. Lo único que le interesaba era conservar su poder y todo lo demás, no sólo no existía, sino que “no podía existir”. Cualquier amenaza contra su poder debería desparecer por las buenas o por las malas. Lo que no sabía Herodes es que, a pesar de su poder, el amor de Dios terminaría por triunfar. Los seguidores de Jesús sabemos que el mal existe, pero el Bien de Dios termina triunfando.

Junto a Herodes había también los “expertos” (sacerdotes y escribas) que conocían las tradiciones y la sabiduría acumulada en las Escrituras, pero esos conocimientos no le servían para “ver” el paso de Dios por sus vidas. Se miraban demasiado a su propio ombligo, estaban demasiado pagados de sí mismos. “No el mucho saber aprovecha, sino el mucho amar”, dijo San Ignacio.

La Epifanía es un buen momento para mirar alrededor (al mundo, a los demás) y al interior de nosotros mismos para percibir los signos del paso de Dios por nuestra vida. Ojalá nuestro corazón sea humilde y abierto, de manera que nuestros ojos puedan “ver” a este Dios que se nos revela y como, los sabios de Oriente, lo reconozcamos y lo adoremos.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Tener un nombre, vivir en familia

Un comentario a Lc 2, 16-21 (Solemnidad de Santa María, 1 de enero del 2017)

sagrada-familia-natividad-nativity-jesus-maria-y-jose-navidad-5Dentro de su “evangelio de la infancia”, Lucas narra lo que los pintores más tarde captaron como una escena familiar en dos cuadros, que se prestan a una contemplación tranquila, sosegada y un poco maravillada, como cuando vemos a un bebé en brazos de su madre o de su padre. Imaginen que están en uno de los grandes museos del mundo, en los que se exponen algunos de los muchos cuadros en los que estas escenas se reproducen o, si lo prefieren, bajen una reproducción de internet y mediten conmigo un poquito.

Primera escena: la visita de los pastores

En primer lugar contemplamos la visita de los pastores, con lo que Lucas nos quiere recordar que aquel niño, en brazos de María y José, será el Mesías esperado por los pobres y sencillos. Pero este Mesías no nace en un palacio ni es bajado de una estrella, sino que nace en el seno de una familia. José y María son indispensables para que el proyecto de salvación querido por Dios se realice.

Segunda escena: circuncisión y nombre

En segundo lugar, podemos contemplar la escena en la que esta pareja, responsable de este niño, lo acompañan al templo para una ceremonia con la que el niño se hace formalmente miembro de un pueblo y recibe el nombre que le dará una identidad para toda la vida. Las dos cosas (pertenecer a un pueblo y tener un nombre) son importantísimas para el sano crecimiento de una persona. Sin familia, sin nombre y sin pueblo de pertenencia un ser humano sería como una hoja seca que el viento lleva de un lado para otro sin sentido alguno.

La importancia de la familia

Me parece que los psicólogos está de acuerdo en que todos nosotros somos, en buena parte, lo que hemos recibido en nuestra familia, incluso antes de ser conscientes de ello. Por eso hoy, día que la Iglesia dedica a la familia, es una buena ocasión para dar gracias a Dios por haber sido acogidos, protegidos, nutridos, enseñados en una familia que, no sólo nos alimentó, sino que nos dio un nombre y una pertenencia, nos hizo ser “alguien” con experiencia de ser amados y capaces de amar. ¡Qué gran don! Sobre esa base podemos realizar el proyecto personal al que Dios nos llama.
Por otra parte, es una buena ocasión para que todos los miembros de la familia descubran o fortalezcan el don recibido y contribuyan a hacer la familia más acogedora y estable. Defender y proteger a la familia es defender a la humanidad; hacer familia es vivir el amor, fuente primera de la felicidad humana y de nuestro acercamiento a Dios. Además, vivir la familia es la mejor manera de contribuir a la paz en el mundo.

¡Feliz año 1017, en una familia feliz y en un mundo justo y pacificado!
P. Antonio Villarino
Bogotá
……
Postdata: Familia en la cotidianidad
“Ante cada familia se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en tantas familias de prófugos desechados e inermes… Como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios”. (Francisco, Amoris Laetitia, n. 30)

La Palabra que nos hace hijos/as

Un comentario a Jn 1, 1-18 (Navidad, 25 de diciembre de 2016)

palabraLas lecturas a las que estamos más acostumbrados en Navidad son las que corresponden a los llamados “evangelios de la infancia” de Lucas y Mateo, con sus relatos tan coloridos y al mismo tiempo tan llenos de referencias bíblicas y resonancias teológicas. Pero hoy no me quiero detener en esos relatos que bien conocemos y a los que se refieren con admirable sencillez los villancicos que cantamos en estos días. Un poco contra corriente, me detengo en la lectura del evangelio de Juan, que leemos en la Misa del Día de Navidad. Se trata del famoso texto que habla de “la Palabra que planta su tienda entre nosotros”. Les ofrezco una breve reflexión al respecto.

Palabras que construyen y palabras que destruyen
Piensen un poco. ¿Cuál es la primera palabra que han escuchado esta mañana al levantarse? ¿Era una palabra “buena”? ¿Le ha causado alegría o tristeza, ánimo o desánimo, claridad u oscuridad? ¿Les ha levantado el ánimo o más bien ha sido como una piedra que les ha hundido un poco más de lo que ya estaban?
¿Se han dado cuenta? “Las palabras vuelan”, decía un antiguo proverbio latino. En efecto, las palabras parecen no valer nada, se asemejan a una pluma de ave que vuela sin tener peso propio… Y, sin embargo, las palabras pesan, tienen su fuerza para el bien y para el mal, pueden ayudarnos a seguir adelante o pueden resultar un peso que nos dificulta seguir el camino, llenando nuestro espíritu de dolor y pesantez. Sí, hay palabras buenas que nos construyen como personas y hay palabras malas que nos destruyen.

San Juan: La Palabra primigenia
San Juan no fue el único que reflexionó sobre la importancia de la Palabra. Muchos otros pensadores antiguos y modernos lo han hecho. Alguno ha dicho que la naturaleza toda ha crecido hasta producir al ser humano y el ser humano ha crecido o hasta producir la palabra. Pero San Juan aprovecha esta reflexión filosófica y bíblica para descubrirnos el sentido de Jesús como Palabra del Padre, encarnada en la historia. Al inicio de todo, dice Juan, está la Palabra de Dios, Palabra que ilumina las tinieblas, Palabra que consuela, Palabra que crea vida…

Esta gran Palabra originaria se manifiesta y se concreta en muchas pequeñas palabras: la palabra de la mamá que consuela al niño que llora, la palabra del papá que anima al muchachito a arriesgarse sobre la bicicleta, la palabra del maestro que enseña a leer y entender el universo, la palabra de las personas sabias, de los profetas y santos… palabras de tantas personas que nos ayudan a entender el mundo y a organizar nuestra propia vida y vivirla con provecho y lucidez.

Todas estas palabras son buenas y constructivas. Sin ellas no sabríamos vivir. Pero el gran milagro que celebramos hoy es que la Palabra Eterna del Padre, la Palabra que está en el origen de todo y que da sentido a todo, ha tomado carne en Jesús de Nazaret, se ha hecho uno de nosotros y camina con nosotros en la historia. Y en Jesús de Nazaret encontramos iluminación, consuelo, fortaleza, perdón, sentido…; en él recobramos el sentido de las cosas y de nuestra propia existencia en el mundo.

La Palabra Eterna, que da sentido al mundo, se ha hecho niño; no se impone, se ofrece; no es una carga sino una posibilidad de nueva vida; no es algo del pasado sino la posibilidad de un nuevo futuro. Dice San Juan que el que recibe esta Palabra se hace “hijo”. Y esta es la palabra verdadera: No somos una mota de polvo perdida en el mundo, somos “hijos” amados. Y la conciencia de ese amor hace de nosotros personas alegres, felices y creativas.

Por eso si alguien te dice que tú no tienes ningún valor, no le creas: es una palabra falsa. La palabra verdadera es la de Jesús que te dice que “tú vales mucho”, como hijo/a del Padre/Madre.

Si alguna vez sientes que andas en tinieblas, no tengas miedo; escucha la Palabra de Jesús – en los evangelios, en la Eucaristía, en la oración, en el ejemplo de las personas buenas… – y déjate iluminar.
Si alguno te dice que eres malo o inútil, no le hagas caso; la misericordia de Dios te da siempre una nueva oportunidad y hace de ti una persona siempre capaz de hacer el bien.

Cuando te sientes tentado de no amar, de dejarte llevar por la sospecha y el cansancio del amor, levanta los ojos y mira al que te ama infinitamente y atrévete tú también a amar incluso a quien no lo merezca.

No lo olvides, en Cristo se nos reveló la Palabra, es decir, el sentido de nuestras vidas y ese sentido no es otro que uno : “Eres hijo/a; eres amado”.
Feliz Navidad
P. Antonio Villarino
Bogotá