Etiopía es un país muy diferente al resto, en muchos aspectos. Entre ellos, el calendario propio, tanto el civil como el religioso. Los cristianos siguen el calendario Ortodoxo (tanto los ortodoxos como los católicos), en el cual, la Semana Santa comenzó ayer domingo 25 de abril (día 17 del mes Miaziah para los etíopes).
En estos días hemos estado en la Cuaresma, periodo que se caracteriza por el ayuno y por el compromiso personal y voluntario de abstinencia para hacer un replanteamiento de nuestro modo de vida.
Sin embargo, nuestra gente lleva padeciendo un ayuno forzado desde hace semanas. Desde que el conflicto se radicalizó y las negociaciones para llegar a un acuerdo de paz en nuestra región se rompieron, miles de familias de todas las etnias tuvieron que abandonar sus hogares, y fue entonces cuando comenzó este periodo impuesto de verdadera penitencia y abstinencia.
Abstinencia de comida, porque huyeron con lo puesto, pensando que sería temporal; y estuvieron días, sino semanas, sin poder entrar en ninguna aldea, deambulando por los bosques, sin comer durante largos periodos, para poder alimentar con lo escaso que tenían a los bebés y a los niños y niñas de menos edad. Ese ayuno obligado les ha mantenido sin apenas fuerza durante más de una semana, y la malnutrición ha aflorado, así como problemas de salud relacionados.
Abstinencia de refugio, porque no les dio tiempo ni a coger con qué taparse. Sin mantas para protegerse de la fría y húmeda noche de los bosques, ni del calor sofocante de los días bajo el sol. Además, forzados a dormir sobre el suelo, sin nada sobre lo que reposar y sin nada que los cubra; expuestos a todo tipo de animales e insectos, especialmente el mosquito, que ha causado estragos, dando lugar a un rebrote importante de malaria, que está manifestándose ahora.
Abstinencia de salud, puesto que las situaciones antes mencionadas, así como el estrés, la preocupación, el miedo y la angustia están provocando el florecimiento de todo tipo de enfermedades físicas, así como empeoramiento de la salud psicológica, sobre todo de los más vulnerables. La desesperanza tiene un efecto negativo que ni podía imaginar, y que se materializa también en el cuerpo.
Abstinencia de seguridad, puesto que no sólo están expuestos a las inclemencias del tiempo, sino a los ataques de las milicias de las diferentes etnias, de los que por desesperación se dedican al pillaje, de los que quieren sacar beneficio del conflicto. Es tan frágil la vida en esta tesitura, que parece que ha perdido todo su valor.
Mañana comenzará la Semana Santa con el Domingo de Ramos. Con la ausencia de casi toda nuestra gente, con la inseguridad de si volveremos a ver a muchos de ellos, y con el sufrimiento que se está padeciendo enquistado en nuestro corazón. La Pasión y Muerte de Jesús tiene más sentido que nunca en estos momentos en los que, para cientos o miles de personas, cada día es un Calvario.
Por eso, la Última Cena tiene que recobrar todo el sentido, cuando Jesús, antes de comenzar, se puso a servir a los suyos y les lavó los pies, un gesto entendido en su época como una humillación del que debe reverenciar al que está por encima. Sin embargo, Él le dio un significado nuevo, escenificando una de las mayores obras de misericordia que existen: sirva nuestra fe en Dios para buscar servir y no ser servidos. No podemos quedar impasibles ante el sufrimiento del hermano, de la hermana. Que no nos sea ajeno, sino “prójimo” el padecer de nuestra gente (entendido desde la fraternidad universal).
Desde nuestra misión en Gilgel Beles, desde el principio abrimos nuestras puertas a los miles de refugiados que hay por los bosques alrededor de nuestra zona. Con los escasos medios que teníamos, buscando hasta debajo de las piedras, y con la colaboración de nuestra diócesis en Etiopía, así como del gobierno local (colaboración escasa por el número de necesidades que hay) intentamos aliviar en los poco a los que alcanzamos, centrándonos principalmente en los más vulnerables.
Para los enfermos y enfermas y para las embarazadas creamos un puesto médico de emergencia, que se ve siempre desbordado por los numerosísimos casos de malaria, tifus y tifoidea, problemas graves de piel, neumonías, malnutrición severa, etc. Para los niños y niñas creamos un comedor diario, que por desgracia se ve casi siempre superado por las necesidades.
Los medios son insuficientes, las fuerzas flaquean, el número de personas que llega a diario aumenta, las necesidades se multiplican, los días pasan y las situaciones se agravan. Pero al final del día, cuando nuestra esperanza está a punto de ser superada, nos percatamos de que todos los niños y niñas han recibido al menos una comida, los enfermos han sido medicados y como mínimo, reconocidos, las mujeres han recibido atención, y el reparto de ropa y medios para protegerse ha concluido. Que donde no había comida para todos llegó, y donde no había plan la solución surgió.
Como decía San Agustín, “trabaja como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios”. Esos sencillos milagros del día a día son los que me hacen reconocer que a pesar de lo encabezonados que estamos de estropear su obra, Dios nos sigue cuidando y protegiendo, sobre todo cuando nada queda, “sólo Dios basta”.
Con ese sentimiento agridulce, de confianza por un lado, y de desaliento por la situación por otro, comenzamos la Semana Santa; con la vista siempre puesta en la Resurrección, es decir, en la confirmación de que a pesar de todo, la bondad y el perdón deben de tener siempre la última palabra. Y es difícil creérselo con lo que la gente está viviendo, pero, ¿era caso esperada la resurrección?
Porque, si esos “milagros inesperados del día a día” no son señal de que hay un Dios que desborda Amor, “que venga Dios y lo vea”.
David Aguilera Pérez, Laico Misionero Comboniano en Etiopía